jueves, 1 de agosto de 2024

«La profesora de literatura», de Katalin Moldovai, en la Hungría de Orbán.

 

Radiografía del ultraconservadurismo y de la aversión del grupo mediocre a la individualidad triunfante.

Título original: Elfogy a levego

Año: 2023

Duración: 105 min.

País: Hungría

Dirección: Katalin Moldovai

Guion: Katalin Moldovai, Zita Palóczi

Reparto: Ágnes Krasznahorkai, Tünde Skovrán, Aron Dimeny, Zsolt Bölönyi, Soma Sándor, Ágnes Lõrincz

Música: Tibor Cári

Fotografía: András Táborosi.

 

          La primera sensación que he tenido, tras ver la película, ha sido la de haber visto una película soviética, como tantas otras que he visto, y en las que los «tribunales depuradores» de desviacionismos ideológicos y otras lindezas funcionan como armas de destrucción de la individualidad, más aún si esta tiene el defecto de «elevarse» intelectualmente sobre la mediocridad del grupo que sirve de soporte al Régimen —algo así como lo que sucede, mutatis mutandis, en la actual España gobernada por la mediocridad de un presidente que lo hace al servicio de sus ambiciones, no del país—. Quisimos verla, mi Conjunta y yo, por haber sido, profesionalmente, «profesores de literatura» ambos, lo que nos permite un conocimiento del medio que no es indispensable para ver la película, pero que a ambos no ha traído a la memoria episodios de muy parecida naturaleza en un sistema educativo como el catalán en el que los profesores de lengua y literatura españolas somos mirados como «invasores» y también como «adalides» de una lengua a la que los más cerriles nacionalistas identitarios consideran enemiga del catalán.

          El planteamiento de esta película va por otros derroteros: la profesora de literatura, que está explicando el Simbolismo, realiza con sus alumnos un ejercicio de carácter creativo para que se acerquen a la esencia del movimiento poético. Al acabar la clase, recomienda, para quien quiera sumergirse en el  mundo particular  de dos poetas simbolistas, Rimbaud y Verlaine, la película Total Eclipse, de Agnieszka Holland, estrenada en España con el título de Vidas al límite e interpretada por Leonardo DiCaprio en el papel de Rimbaud y David Thewlis, en el papel de Verlaine. Un alumno tímido y con vena poética, cuya sensibilidad para lo literario capta enseguida la profesora, revela a su padre que está viendo la película que ve como «deberes» para el Instituto. Horrorizado ante la desbordante homosexualidad que se describe en la película, más allá del significado literario de los personajes, el padre eleva una queja formal ante la Dirección. A partir de ese momento, quien antes era poco menos que la «predilecta» de la directora va a tener que responder ante diversos tribunales, porque al padre no le satisface ningún castigo que no sea la expulsión de la profesora del Instituto. Ella, además, que se considera injustamente perseguida, recurre la sanción inicial de suspensión de empleo y sueldo por seis meses, lo que significará enfrentarse al claustro y a la Dirección, y tener que enfrentarse a dos nuevos tribunales que juzguen su «caso». La vida privada de la profesora, cuyo marido, médico, trabaja fuera y recibe una oferta para quedarse fijo, tampoco la ayuda mucho, como el hecho de tener que encargarse de su madre, enferma.

          Estamos ante el clásico enfrentamiento entre el individuo y la masa (fundamento, esta, del poder socialmente constituido). Algo así como una versión de Solo ante el peligro, de Fred Zinnemann o de El manantial, de King Vidor. Y lo que está en juego, más allá de los prejuicios homófobos del padre y de la sociedad en su conjunto, es la libertad de expresión y difusión de las ideas y del arte. Se trata, pues, de una batalla que se ha de librar cada día, porque, como nos lo demuestra la película que transcurre en la Hungría de Orbán, que forma parte de la Unión Europea, no lo olvidemos, la libertad de expresión está siempre amenazada, sobre todo por valores ultraconservadores supuestamente morales, pero teñidos de intolerancia religiosa, que en modo alguno respetan otras ideas, sensibilidades, libertades y derechos. Desde esta perspectiva, está muy logrado el retrato de las miserias cotidianas de una comunidad educativa que todo parece aceptarlo hasta que el Poder exige posicionarse, a partir de una denuncia; y, entonces, la amplitud de miras respecto de la realidad se restringe a la defensa del programa de la asignatura, sin que quepa ningún otro añadido ni complemento que pueden entenderse como un intento de adoctrinamiento de los alumnos. Luego están, claro, las rivalidades generales básicas a propósito del éxito que tienen unos profesores frente a otros, y de cómo las predilecciones de los alumnos las viven algunos profesores como censura de sus propias limitaciones o de sus métodos. Solo uno de los profesores es capaz de enfrentarse al claustro, a la dirección y al Poder, quien, consecuente con lo que vive, dimite de su puesto para buscarse la vida por otros lares.

          La película, desde el punto de vista estilístico, lo subordina todo a la eficacia de la narración y la nítida recepción del tema que ha escogido. De ahí una atrevidísima elipsis que no quiero revelar, y que hubiera necesitado algo más de contexto, dado lo que se suprime, que no es moco de pavo. El final, del que me está vedado decir nada, peca también de ambiguo y adquiere una dimensión poética que se suma a la elipsis para dejarnos con la miel de la esperanza de que la causa de la libertad de pensamiento y la superación de la fobia a la homosexualidad pueden acabar imponiéndose, parta hacernos más libres.

          Frente a la situación de la profesora en el Instituto cabe destacar la relación del padre homófobo con su hijo, un poeta tan amante de la belleza como desesperado ante una realidad en la que sabe que ni encaja ni es tolerado por su propio padre. Se trata de una situación familiar muy común en el caso de quienes exhiben cierta ideología  ultraconservadora y represora de cualesquiera otras manifestaciones eróticas que no sean las aceptadas por esos grupos ideológicos intolerantes.

          Sí, La profesora de literatura bien puede considerarse una muestra de cine político, porque la anécdota profesional de la profesora trasciende su propia historia personal para hablarnos de una sociedad asustada ante cualquier desafío moral, sexual, estético o ideológico que no comprenda o que le suscite un rechazo visceral. Cine, pues, de «resistencia» frente a lo que parece un ejercicio autocrático del Poder por parte de Orbán.

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