jueves, 22 de agosto de 2024

«Sangre en los labios», de Rose Glass o el filón de las familias desestructuradas.

Un thriller con incursión lésbica en el fisioculturismo femenino y en la violencia sin trabas.

 

Título original: Love Lies Bleeding

Año: 2024

Duración:104 min.

País: Reino Unido

Dirección: Rose Glass

Guion: Rose Glass, Weronika Tofilska

Reparto: Kristen Stewart; Katy O'Brian; Ed Harris; Dave Franco; Jena Malone; Anna Baryshnikov; Jerry G. Angelo; David DeLao; Keith Jardine; Catherine Haun; Roger Ivens;

Mikandrew; Eldon Jones; Orion Carrington; Matthew Blood-Smyth; Tait Fletcher.

Música: Clint Mansell

Fotografía: Ben Fordesman.

 

          Segunda película de Rose Glass, quien triunfó con la primera, Maud, perteneciente al género del terror psicológico. La presente, también de género, ha de encuadrarse en lo que podríamos llamar thriller violento, porque el adjetivo, a diferencia de thriller a secas, en el que el misterio se  ha de resolver es lo suficientemente atractivo, es sustancial: hay violencia desde el comienzo hasta el final y, aunque no es gratuita, sí que alcanza unos niveles de intensidad que no agradarán a algunas sensibilidades. Puede hablarse, sí, de regodeo en esa terrible dimensión humana que nos ha definido como especie, entre otras «virtudes» socializadoras. Y luego tenemos el «factor familiar», al que tanto partido suelen sacarle los guionistas, sean usamericanos o de otra nacionalidad. Lo que por estos lares europeos es hija de atención social, la «desestructuración» familiar, en Usamérica bien puede decirse que es la norma, y de ahí los muchos clichés que han sido establecidos, solo por la simple repetición de los modelos: el padre autoritario y mafioso; una hija que lo odia, porque ha apartado de su vida a su madre; una hija que sobrevive al frente de un gimnasio en el que ha de desempeñar hasta las muy ingratas labores de desatascar los váteres, una secuencia que se regodea en esa otra violencia, la olfativa, hasta a que llega sin mucho esfuerzo la imaginación de los espectadores, quienes intuyen, al verlas, que han de ir acomodando el estómago a las fuertes reacciones que preludian tales aseos.

          Sangre en los labios es, básicamente, una historia de amor lésbico entre la encargada del gimnasio, una Kristen Stewart algo sobreactuada en su papel de chica dura, desengañada y resentida contra su padre, quien es el dueño del negocio, y una fisioculturista que va camino de Los Ángeles para participar en un concurso de aguerridas imitadoras de Schwarzenegger. La película arranca con esas dos duras realidades: la «patrona» del gimnasio, asqueada de su oficio, y la aventurera del músculo, durmiendo literalmente debajo de un puente después de haber comerciado sexualmente con quien después sabremos que es el cuñado de la protagonista.

          Así que la fisioculturista comienza a frecuentar el gimnasio para seguir con su íntima escultura del músculo, no tardan ambas mujeres en cruzar expresivas miradas de deseo que tampoco demoran en exceso el anunciado revolcón. Admitida en la intimidad de su casa, se inicia una relación compleja que se va a ramificar en varias líneas de interés ajenas, en principio, a ella: el padre, que regenta un club de tiro en el que trabaja su yerno y en el que coloca a la culturista como camarera; ese yerno, y cuñado de la protagonista, que resulta ser un maltratador crónico de la hermana de la protagonista; una frecuentadora del gimnasio que busca desesperadamente ligar con la protagonista, si bien esta se la quita de encima una y otra vez, hasta que, andando la trama hacia episodios muy oscuros…, y después de que la hermana haya sufrido una paliza que requiere internarla en un hospital, la culturista se encarga, como la rediviva encarnación de Hulk, de borrar del registro de los vivos al maltratador… Yendo ambas mujeres con el coche de él y el de la protagonista, se detienen en un semáforo y, ¡zas!, ahí de repente que aparece la niñata que bebe los vientos por la protagonista, preguntándose por qué va conduciendo el automóvil de su cuñado, quien ocupa el maletero con la cara destrozada tras una violentísima escena de venganza descontrolada. Está claro que la niñata seducida acaba de escribir su aciago destino, pero eso lo verá el espectador mucho más tarde.

          Aunque el padre tiene comprado al sheriff, se inicia una investigación, porque la hija, deseosa de vengarse del padre, lleva el cadáver del cuñado a un barranco donde su progenitor ha ido arrojando los cadáveres de las cuentas saldadas en su vida de negociante sin escrúpulos. El padre, Ed Harris, representa la estampa de un ser repulsivo, digno merecedor de todo lo malo que pudiera ocurrirle, Y se ha de reconocer que la súbita dimensión fantástica que asume la historia en ese preciso instante del final del padre, en modo alguno rompe la ilusión de verosimilitud, sino que la refuerza, pero ni una palabra diré al respecto. Lo cierto es que la hija no solo arroja al cuñado al barranco, sino que lanza un artefacto explosivo para provocar un incendio que las autoridades por fuerza no podrán ignorar. Y el objetivo no es otro que el de que descubran los otros cadáveres que involucran al padre, a quien ella, por haber sido testigo de ellos, puede incriminar directamente.

          Entretejida en la movida familiar, no se puede pasar por alto la parte de la historia en que la culturista participa en la competición, todo un espectáculo de crudo realismo poco conocido en España, pero se ve que popular en Usamérica. Cualquier película que se centre en mundos marginales, como las competiciones caninas, las de bailes por parejas, el culturismo, los concursos de belleza o cosas así, ofrece un notable nivel de interés, y confieso que la directora ha sacado a la competición culturista un rendimiento extraordinario que enriquece la película, porque sería algo así como una versión muy cutre de concursos como el que vertebra Little Miss Sunshine, de Jonathan Dayton y Valerie Faris, tan usamericana. Como la protagonista le ha descubierto a su pareja el mundo de los anabolizantes para potenciar y definir los músculos, la concursante, que no anda sobrada de luces, se pega un chute que la hace participar drogada. Todo parece ir bien hasta que… pero eso ya lo verán quienes sean amantes de este tipo de películas «naturalistas» que nos muestran ambientes degradados en que pululan seres perdedores. Eso sí, de la cárcel en que acaba la libra la fianza que paga el padre de su pareja, aunque no tardará mucho el espectador en ver con qué finalidad, consumada la cual, la película adoptará una deriva hacia la hipérboles que acaba entrando de lleno en lo fantástico, pero tan ligeramente que ni nos repugna, esa dirección, ni nos da tiempo a acostumbrarnos a ella. Piénsese que estamos en el tramo del desenlace, si bien aún se guarda el guion un giro escalofriante que cierra el círculo vicioso de unas vidas abocadas a la supervivencia, «caiga quien caiga»…

          Insisto, la película, como hace unas críticas la de William Friedkin, Killer Joe, hurgan en la Usamérica profunda de los restos humanos del naufragio en su duro sistema social, pero a quienes defienden la idea de que «de todo se vive», estas vidas componen un fresco social muy interesante y atractivo, todo el atractivo que tiene el mal y la psicosis, está claro.

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