sábado, 10 de agosto de 2024

«La sombra de Caravaggio», de Michele Placido, el «biopic» del claroscuro.

 

Una vida apasionada, pendenciera y virtuosa pincel en mano…

 

Título original: L'ombra di Caravaggio

Año: 2022

Duración: 118 min.

País: Italia

Dirección: Michele Placido

Guion: Sandro Petraglia, Fidel Signorile, Michele Placido

Reparto: Riccardo Scamarcio; Louis Garrel; Isabelle Huppert; Micaela Ramazzotti; Tedua;

Vinicio Marchioni; Lolita Chammah; Brenno Placido; Lorenzo Bianchi; Alessandro Haber;

Maurizio Donadoni; Moni Ovadia; Lorenzo Lavia; Michele Placido; Gianfranco Gallo; Gianluca Gobbi; Duccio Camerini; Carlo Giuseppe Gabardini; Lea Gavino; Michelangelo Placido; Tommaso de Bacco; Pietro Micci; Alberto Onofrietti; Sebastiano Lo Monaco; Guia Jelo; Davide Paganini.

Música: Planetoid

Fotografía: Michele D'Attanasio.

 

          Hace años, Derek Jarman ya hizo un biopic sobre Caravaggio, en el que aparecía una desconocida Tilda Swinton, en su casi debut cinematográfico, pues ese mismo año hizo tres papeles, ninguno, claro está, de la envergadura de los que vinieron después. La película parecía un trasplante a Inglaterra de la figura del pintor milanés, y, salvo algunas escenas pictóricas de relieve, la obra era muy desigual y excesivamente experimental. Hay otras, pero esas no las he visto, la de Jarman sí, porque ya me llamó la atención su Sebastiane, rodada en latín, acaso lo más significativo de una obra de culto para el mundo gay.

          El actor y director Michele Placido ha dirigido lo que puede y debe entenderse como una superproducción europea a la mayor gloria de uno de los más célebres pintores del Barroco, y creador de la corriente conocida como «tenebrismo», en la que el juego del claroscuro se acentúa de un modo extraordinario, creando un contraste visual de dramático impacto en el observador de sus cuadros.

Supongo al cabo de la calle sobre la biografía del pintor a quienes lean estas líneas, pero la película se centra en sus últimos años, con sus constantes huidas debido al carácter temperamental y pendenciero del pintor, quien llegaba a las manos y las armas blancas por un quítame allá esas pajas. Pintor de nobles y de cardenales, fue, también, un artista muy discutido, porque su vida personal transcurría en los más bajos ambientes de la sociedad y se complacía en llevar como modelos a sus lienzos a delincuentes, prostitutas, enfermos y personajes castigados por la vida y la miseria, como se manifiesta en bastantes secuencias de la película.

Un valor definitivo de la película es la prodigiosa ambientación de época gracias a los decorados, el vestuario y el maquillaje, lo que unido a una fotografía deliberadamente «oscura», que acentúa el lado lumpen de la historia, tanto en los interiores como en los exteriores, recrea la vida de Caravaggio con lo que toda parece presumir que intachable fidelidad. La narración recorre los hitos fundamentales de sus últimos años, su condición de «pintor favorito» de las jerarquías sociales y eclesiásticas, y pone el acento en la «persecución» inquisitorial que sufre, porque algunas autoridades religiosas consideran un acto profano que los altares de media Italia tengan obras cuyos modelos no fueron, precisamente, modelos de santidad ninguna. La figura del inquisidor que persigue «a sangre y fuego» a cuantos se han relacionado con el pintor para estrechar el cerco sobre él antes de que pueda llegar un indulto papal para su crimen, por el que hubo de exiliarse a Nápoles, primero y a Malta, después, donde incluso fue nombrado caballero de su famosa Orden, aunque posteriormente le despojaran del nombramiento. La interpretación de Louis Garrel como espantado y seducido admirador de Caravaggio potencia la película espectacularmente, muy por encima, incluso, del propio protagonista, que, aunque ajustado físicamente al semblante desgarrado de Michelangelo Merisi, que podemos apreciar en sus propios cuadros, tiene un repertorio gestual muy limitado, y carece, en muchos momentos, de verdadera identificación con el pintor.

Aunque la vida del artista es suficientemente conocida, la narración se concibe como una persecución implacable en la que la todopoderosa máquina inquisidora funciona como autoridad represora implacable, lo que crea una ritmo persecutorio que va ganando en intensidad.

Si hay un elemento que decepciona en el visionado de la película es, curiosamente, aquello en lo que debía de haber sobresalido: la realización pictórica de obras tan famosas como las de Caravaggio y que todos tenemos en mente. Su amor por la escenografía, sus composiciones teatrales y la elección de los modelos sí están presentes, pero ni rastro del modo compulsivo y directo como Merisi abordaba la pintura directamente con el óleo, sin pasar por boceto previo ninguno, algo que no deja de ser sorprendente, teniendo en cuenta  la depuración de las figuras y el detallismo realista del cuerpo humano y de todos los elementos materiales.

Se trata, así pues, de una película biográfica que no aspira a recontar toda la vida del pintor, pero que sí lo retrata como fue y como vivió: temperamental y en los márgenes de la sociedad, amante de los cuerpos y los rostros maltratados por la vida, de los que supo extraer un arte que cautiva a cualquier espectador, quienes, allá donde estemos de Italia siempre aspiramos a ver los caravaggios que haya allá donde estemos.

 

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