Un exquisito
tejido de vidas cruzadas y doloridas en el marco neutro de un hotel semivacío.
Título: Mal Viver
Año: 2023
Duración: 127 min.
País: Portugal
Dirección: João Canijo
Guion: João Canijo
Reparto: Anabela Moreira; Rita
Blanco; Madalena Almeida; Cleia Almeida; Vera Barreto; Nuno Lopes; Filipa
Areosa; Leonor Silveira; Rafael Morais; Lia Carvalho; Beatriz Batarda; Carolina
Amaral; Leonor Vasconcelos.
Fotografía: Leonor Teles.
Título original: Viver Mala
Año: 2023
Duración: 124 min.
País: Portugal
Dirección: João Canijo
Guion: João Canijo
Reparto: Nuno Lopes; Filipa
Areosa; Rita Blanco; Leonor Silveira; Rafael Morais; Lia Carvalho; Beatriz Batarda;
Carolina Amaral; Leonor Vasconcelos; Anabela Moreira; Madalena Almeida; Cleia
Almeida; Vera Barreto.
Fotografía: Leonor Teles.
El cine portugués, tan
cerca, tan lejos. Y cuando uno se asoma, guiado por los virtuosismos que ha
visto siempre en él, se lleva descomunales sorpresas, como la de este díptico
trágico, sombrío, desesperanzado y doliente que recorre la vida de un puñado de
mujeres que conviven durante unos días en un
hotel deficitario que ha sido, sin embargo, el negocio que ha mantenido
unida a una familia. Estamos ante un prodigio de guion y de realización, con
unas interpretaciones que, aunque puedan parecer hieráticas o demasiado
trágicas, por fuerza han de serlo, porque las emociones y las desesperaciones
que albergan esas mujeres y los huéspedes del hotel conforman una suerte de
radiografía del dolor de vivir que, curiosamente, se manifiesta en una canción
que, acompañando los títulos de crédito de la primera parte del díptico, resume
perfectamente cuanto hemos visto. Se trata de la canción de la gran fadista
Amàlia Rodrigues, Extraña forma de vida. Después de un suceso trágico,
del que nos enteramos tras un plano fijo que nos permite entrever el amanecer
desde el interior del hotel, creando un hermoso cuadro con el primer plano de
la piscina, los árboles que rodean el perímetro del hotel y el vasto paisaje
posterior que sitúa lejos del enclave silencioso y apartado, el bullicio de la
vida de la ciudad en la que algunos de los personajes proyectan sus vidas
llenas de complejidad, aparecen los títulos de crédito y suena ese fado lleno
de desengaño y de incomprensión ante la propia vida, y parece que solo entonces
nos hacemos cargo de lo que la historia nos cuenta.
A un hotel regentado por una madre y
sus hijas, llega una nieta tras la muerte del padre, divorciado de una de sus
hijas, una mujer altiva, neurótica, que solo parece vivir para el negocio, en
el que trabaja impecablemente y para su perrita faldera, Alma, pura proyección
del desdoblamiento de su interior desolado y de la pérdida de la hija que
prefirió al padre y que ahora se presenta sin que haya entre ambas la más
mínima cordialidad. La abuela, tiránica como Bernarda Alba, pero sin «macho»
que galvanice el deseo de las hijas, es cruel con la madre de su nieta, pero
dulce con esta, de cuya parte se pone siempre para impedir que la madre logre
atraerla a su tenebroso mundo de resentimiento, incomprensión y altivez.
Digamos, para que se me entienda, que esta relación apenas es un simple
aperitivo de todas las que vendrán a lo largo del díptico. La primera aparte
acaba con el suicidio de la madre, no revelo nada que no entre dentro de la
«lógica de las cosas», pero la segunda no parte de él, sino que volvemos de
nuevo al inicio y nos replanteamos la historia desde la perspectiva de los
nuevos personajes que han ido llegando al hotel. Curiosamente, no faltan,
tampoco, las madres acaparadoras, seductoras y manipuladoras, como sucede con
la pareja lesbiana que la madre se empeña en romper, porque, a su entender, la
amante de la hija no quiere más que explotarla, vivir a su costa y desviarla
del camino que ella, la madre, ha trazado con pulso firme para que su hija
alcance lo mejor en la vida.
Desde el inicio de la segunda parte
del díptico, aunque por lo que acabo de decir no cabe hablar de primera y
segunda parte, ese es el error en que yo caí cuando acabé de ver la primera
entrega y me esperaba un desarrollo que en modo alguno llegó; solo porque sería
un absurdo sistema de realización contar algo y volverlo a recontar desde la
perspectiva de una parte de los personajes que aparecen en esa secuencia
narrativa, hablamos de primera y segunda parte, pero lo propio es hablar de una
unidad en pluriperspectiva de unas vidas que — ¡y menudo acierto el de la
realización!— pasan del primer al segundo plano sin desaparecer completamente.
Contantemente, fuera de plano, se oyen las voces de lo que acabamos de ver y
que ha sucedido de forma simultánea a lo que estamos viendo, de lo cual, en la
primera entrega ya conocimos algo en parte, como de pasada. Lo que está claro
es que la complejidad narrativa es un acierto fantástico de la película, aunque
no es menos cierto que la primera entrega se centra exclusivamente en la unidad
familiar que regenta el hotel, y tiene su propio desenlace, y que la segunda
entrega se centra en los invitados, que tienen, a su vez, sus propios
desenlaces. Una pareja en crisis, él fotógrafo, ella «influencer», va a escenificar
la acritud del desapego y la brusquedad de la separación, pero…, y ahí sí que
he de callar por más que los dudosos lectores de estas líneas pretendan que me
salte todos los códigos éticos de los críticos de cine. Otra pareja, con crisis
no menor, es, en realidad, un trío buñuelesco en el que el amante de la hija
«atiende» eróticamente a la suegra con la vista puesta en la herencia del
marido recién muerto, pero… y vale lo escrito ut supra.
Sí, es una película descriptiva, llena
de retratos emocionales profundos y nada gratos, en los que la figura de la
madre se contempla casi como una institución depravada y engendradora, a su
vez, de todos los agravios y maldades. Está claro, sin embargo, que no hay madres
autoritarias sin hijas sumisas, y si estas tienen la acusada personalidad de no
tener ninguna el conflicto se vuelve ontológico, y comienzan las reflexiones
amargas en forma de queja y rencor, mientras, al mismo tiempo, hay una búsqueda
de «la madre» como un ser mitológico que ha de llenar nuestras expectativas y,
sobre todo, ha de serenarnos, apaciguarnos y consolarnos por el atroz destino
que a algunos les ha sido dado vivir. Recuerdo que la relación dependiente del
fotógrafo con su madre es uno de los factores de disensión en el seno de la
pareja, al margen de las infidelidades, constantes o esporádicas, que de todo
hay.
João Canijo ha sabido sacar un partido
magnífico al escenario, sobre todo en el constante juego de la visión del hotel
desde fuera o del espacio de la piscina y el paisaje de fondo desde el interior.
De igual manera, los espacios interiores, llenos de sombras, de pasillos y
recovecos donde los personajes espían a los otros, que combaten dialéctica y emocionalmente
fuera de campo, o de duchas donde se fraguan infidelidades. Hay mucho de
Bergman y de la gran imitación de su cine que hizo Allen en Interiores, acaso
la película cuya situación humana más estrechamente podemos relacionar con este
díptico.
Si hay algo que, además de lo ya dicho,
sobresale con mucho en esta película ello son las interpretaciones de todos los
a actores y actrices cuyo dominio de las miradas, de los gestos y de las pocas
palabras que tejen las historias, porque no es una película locuaz, sino llena
de silencios, sobreentendidos y malentendidos; y cuando el verbo se desata, arrastra
tras él una explosión del alma que lo deja todo perdido y a los espectadores
acongojados ante un desnudamiento tan intenso y profundo de vidas tan
conflictivas. No hay paripé ni impostura ni afectación… Dolor profundo,
emociones intensas, y esa gran incomprensión que a veces nos producen las
reacciones ajenas, contra todas nuestras expectativas.
A veces me pregunto cómo es posible
que más allá de nuestra porosa frontera con Portugal se haga este cine que
acabo de ver: todo medido, todo exhibido: una fusión perfecta entre espacio
interior y espacio exterior. Sí, Amàlia Rodrigues lo dice con meridiana
claridad: «Extraña forma de vida…».
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