miércoles, 12 de febrero de 2025

«R.M.N.», de Cristian Mungiu y «Blackbird, Blackberry», de Elene Naveriani, cine de las dos orillas del mar Negro: la europea y la exsoviética.

 

Título original: R.M.N.

Año: 2022

Duración: 128 min.

País:  Rumanía

Dirección: Cristian Mungiu

Guion: Cristian Mungiu

Reparto: Marin Grigore; Judith State; Macrina Bârlădeanu; Orsolya Moldován; Rácz Endre;

József Bíró; Ovidiu Crisan; Zoltán Deák; Cerasela Iosifescu; Andrei Finti; Bacs Miklos; Alin Panc; Victor Benderra; Amitha Jayasinghe; Gihan Edirisinghe; Nuwan Karunarathna;

Kovacs Levente Jr.; Varga Csilla; Orban Attila.

Fotografía: Tudor Vladimir Panduru.

 





Título original: Shashvi shashvi maq'vali

Año: 2023

Duración: 110 min.

País: Georgia

Dirección: Elene Naveriani

Guion: Nikoloz Mdivani, Elene Naveriani. Novela: Tamta Melashvili

Reparto: Eka Chavleishvili; Temiko Chichinadze

Fotografía: Agnesh Pakozdi.

 

Un estudio de carácter  y un diagnóstico del  multiculturalismo europeo.

 

          El séptimo arte acaso sea el más propicio para el afán viajero, antropológico y sociológico, porque te permite acceder a geografías, culturas y conflictos que, pareciendo lejanos, son, sin embargo, universales. Yo siempre he partido de la traducción del axioma futbolístico de Vujadin Boskov, el entrenador serbio del Real Madrid: «fútbol es fútbol», aplicado al cine: «cine es cine», para sentarme ante cualquier propuesta de cualquier sitio sobre cualquier asunto y con cualesquiera intérpretes. A la que se queda la sala de cine o la sala de estar a oscuras  y se ilumina el ojo cosmológico, me convierto en un viajero que no pierde comba de cuanto ve no solo con los ojos muy abiertos, sino también con la más abierta mentalidad y, a ser posible, con ausencia total de cualquier prejuicio: ni asisto prevenido ni doy nada por descontado; sencillamente me dejo llevar y disfruto, aunque la propuesta no acabe siendo de mi gusto, ¡pero habrá sido tanto lo que se me haya dado a conocer!

          En dos países ribereños del Mar Negro, en el lado europeo y en el lado asiático, dos películas muy distintas: una de Turquía y la otra de Georgia. Se trata de dos filmografías cuyos estrenos, si llegan, desaparecen muy pronto de las carteleras. En su momento, 4 meses, 3 semanas, 2 días, también de Mungiu, llegué a verla en el cine, una impresionante película sobre el aborto en la Rumanía de Ceaucescu que nada tenía que ver, por supuesto con la usamericana Amores con un extraño, de Robert Mulligan, de idéntico tema, y menos aún con otra, valentísima, de Jafar Panahi: El círculo, vista también en cine, curiosamente. Por la parte georgiana, solo gracias a Filmin he podido ver  una película netamente georgiana como Scary mother, de Ana Urushadzee y otra que lo es propiamente «de bandera» —que se dice de ciertos buques—, Tatami, de la pareja iranoisraelí Zar Amir-Ebrahimi, Guy Nattiv. Entrar, pues, en esos mundos apartados de los circuitos de distribución habituales permite acceder a historias que necesitamos ver, como ciudadanos del mundo que somos, y a los que ninguna filmografía les es ajena.

          R.M.N., que tanto vale «resonancia magnética nuclear»,  le practican una craneal al padre del protagonista, como una críptica RuMaNia sin vocales, como queriendo dar a entender que, sin las vocales, no hay manera de hablar ni de comunicarnos, es una película ambiciosa, con varias líneas narrativas, que nos habla de nuestro presente más inmediato y dibuja un retrato de nuestros mundos rurales europeos nada halagüeño, dada la difícil convivencia de la multiculturalidad, pero no solo con extranjeros, sino con minorías de los propios países europeos, que pueden  convivir en zonas de fronteras fluidas, como es el caso de la localidad elegida por el director, dado que en el pueblo conviven, desde siempre, húngaros, rumanos y gitanos, estos últimos despreciados por los dos primeros.

          La película arranca, sin embargo, con la violenta despedida del matadero alemán donde trabaja de un rumano visto allí como un «gitano», quien, harto de ser considerado un ciudadano de segunda, decide volver a su pueblo y retomar su vida, no se sabe si momentánea o permanentemente, en él, para «cuidar» de un hijo suyo con dificultades de habla y apegadísimo a la madre, con quien duerme, para apaciguar sus miedos. Como vive separado de su mujer, reanuda su relación con su antigua novia, quien ahora trabaja en una panificadora que, por no encontrar mano de obra disponible en la zona, se ve obligada a aceptar emigrantes, en este caso de Sri Lanka, lo que acaba provocando un estallido de racismo que condicionará la vida del pueblo, cuyos habitantes, reunidos en una tensa asamblea protagonizarán una tumultuosa sesión en la que se manifiesta en toda su crudeza la raíz poderosa del odio al otro, al diferente, al extranjero, excepto que, como sucede, sean científicos franceses que han sido destinados por la UE a llevar un control de la población de osos en esos terrenos propicios para ellos de los Cárpatos.

          La posición populista del representante del catolicismo, quien da razón a los vecinos frente a los trabajadores, forma parte de esos dos bandos en conflicto: la panificadora, que tiene todos los papeles en regla de esos trabajadores y los vecinos temerosos de ser invadidos y perder poco a poco su tranquilidad y su identidad, la muy mezclada de antiguos pobladores de Dacia, siempre propensa a ser invadida, como prueba la presencia masiva de húngaros en el pueblo, lo que incluso lleva a que un asistente a la asamblea le pida al alcalde que hable en rumano…

          La habilidad de Mungiu para no desatender esos vectores narrativos estriba en que la presencia del protagonista sirve para tejer un continuo en el que podemos pasar sin violencia narrativa ninguna de su historia de amor con la administradora de la panificadora y violonchelista a las quejas racistas de los amigos del pueblo o al conflicto de la enfermedad del padre cuya atención le supone un quebradero de cabeza, lo mismo que intentar «revertir» la muelle educación de su hijo para «fortalecerlo» frente a una realidad que puede llevárselo por delante, como el acoso escolar da a entender que puede pasar.

El protagonista, Matthias, aparece, sin embargo, casi como un testigo objetivo de lo que ocurre, excepto en el intento de reeducar a su hijo, y, de hecho, en ningún momento se le ve tomar partido activo, y sí priorizar su relación con la antigua novia, Csilla, quien, ante la deriva de los acontecimientos, acaba tomando la decisión de aceptar un trabajo en Alemania. Me parece significativo que la vuelta de Matthias suponga u enfrentamiento con una realidad cambiante, como que su antigua novia se haya hecho vegetariana, por ejemplo, y, aunque lo admite de nuevo en la intimidad de su lecho, marca una distancia con él que, metafóricamente, se manifiesta en la pieza de música que ejecuta en el violonchelo, el Tema de Yumeji, de Shigeru Umebayashi, perteneciente a la famosa película de Wong Kar-Wai, Deseando amar, una historia de amor imposible, como la suya propia.

          La acuciante realidad del miedo a la invasión de emigrantes con otras culturas, costumbre y religiones forma parte de una reflexión sobre los límites del crecimiento y la posible «desnaturalización» del continente que Mungiu afronta con serena objetividad. De hecho, la secuencia con cámara fija de la asamblea donde se discute la expulsión de los srilanqueses dura casi veinte minutos y, con la nueva composición del Parlamento europeo, no estamos lejos de que se reproduzca institucionalmente casi en los mismos términos del pueblo de la película.

          Técnicamente, la película es bastante sombría, con un color apagado que se mezcla con la nieve sin que llame la atención contraste alguno: un tono plomizo lo acoge todo con cierta frialdad, aunque la belleza de los paisajes y los planos generales, amplísimos, nos permiten percatarnos del encuadre de la población en la naturaleza que la rodea. Y en ese sentido, creo yo, ha de entenderse el «mágico» final que deja un poderoso interrogante en el entendimiento de cualquier espectador. Como en los antiguos cine fórums de la época de la dictadura, no hay espectador que no se pregunte qué querrá haber dicho con esa imagen última el director. A riesgo de equivocarme creo que quiere señalar la absurda vanidad de declararnos los propietarios de unas tierras en las que ha habido, hay y habrá vida ajena a nosotros, la especie humana.

          Blackbird, Blackberry no es tan ambiciosa como R.M.N., y bien podría considerarse como un estudio psicológico de una mujer tan peculiar que forzosamente ha de chocar con su entorno a la hora de defender una individualidad extrema que sufre, en la mitad del camino de la vida, una alteración tan profunda como el conocimiento del «amor», por usar una palabra que debería ser sustituida por la propia narración de la película, y de las relaciones sexuales, esas sí que menos sujeta a interpretaciones. Lo importante, ya digo, es la exploración psicológica en una mujer castrada emocionalmente desde que el padre la hace responsable indirecta del fallecimiento de la madre, tras el parto. Mujer de la casa que ha tenido que cuidar de su padre y de sus dos hermanos, Etero es una mujer casi obesa, de peculiar belleza cubista, que regenta una humilde droguería en un pequeño pueblo de Georgia. Tiene amigas, sí, pero más pueden considerarse enemigas, a juzgar por el desprecio y la superioridad con que la tratan, aunque ella se basta y sobre para mantenerlas a raya. Con ninguna tiene una especial intimidad, aunque sí hay una que parece más cercana. Un buen día, un repartidor de mercancía, cede a la levísima insinuación de la mujer y tienen un encuentro sexual que supone, para la protagonista, la pérdida de la virginidad a los 48 años. La naturalidad con que vive su despertar sexual en compañía se extiende a la frialdad escéptica con que afronta, él no la engaña, con un hombre casado, pero, ahora, en proceso de enamoramiento de ella. Hablamos, pues, de un amor maduro, sereno, pero intenso, y siempre pendiente de cualquier factor inesperado que altere ese dulce equilibrio en que vive la protagonista. Digamos que se cuentan con los dedos de una mano las veces que los labios de ella intentan acercarse a la sonrisa o brilla un destello especial en sus ojos, aunque esto último ocurre más veces. Es sorprendente la firmeza de Etero en sus convicciones y en sus planes y si a algo le es fiel es a su independencia: no quiere depender ni económica ni emocionalmente de nadie, por eso corta en seco el plan del repartidor de seguir viéndola de vez en cuando al volver del trabajo muy bien pagado de camionero en Turquía.

          Aunque la plataforma Filmin anuncia la película como heredera del mundo de Kaurismäki, la película está lejos de ese referente. Puede llamar a engaño la saturación del color y la humildad vacía de la tienda, o algunos planos fijos en los que los personajes abarrotan el plano, pero la película tiene otro ritmo y algunos exteriores muy conseguidos, sobre todo la escena campestre de los amantes, en una composición que recuerda mucho un composición pictórica, por el escorzo casi cubista de los personajes.

          La difícil vida social de la protagonista nos habla también de las vidas escasamente atractivas de sus amistades, y de cómo estar casada e incluso tener hijos no supone ningún plus de felicidad, y menos aún frente a la rabiosa independencia de la protagonista, por más que sus vecinas la traten con cierta absurda conmiseración.

          La película, en el fondo, es una crónica del despertar del amor en una edad no usual y en un cuerpo en absoluto «normativo», pero no hay ningún falso romanticismo de por medio, sino unos sentimientos perfectamente acorazados para evitar los imprevistos que siempre acaban presentándose, como la huida laboral el amante, por ejemplo.

          El final es muy curioso y admite diversas interpretaciones. Cada cual, en función de su propia experiencia de la vida y del amor lo entenderá de una u otra manera, y todas, curiosamente, serán correctas.

 

 

1 comentario:

  1. Buenos días. En una película hablas de final mágico y en el otro de final muy curioso. A veces un simple minuto brillante o una línea de diálogo justifica ver una película o leer un libro. Me ha gustado todo lo que has escrito sobre ambas películas. El cine, entendido como pantalla grande, tiene algo especial ajeno pero en comunión con las historias que cuenta.

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