miércoles, 26 de febrero de 2025

«Los invasores», «Vida y muerte del coronel Blimp», «Un cuento de Canterbury», «Sé a dónde voy», «Narciso negro», «Las zapatillas rojas», «Su peor enemigo», «Corazón salvaje» y «Los cuentos de Hoffmann,» de Michael Powell y Emeric Pressburger o «Made in England»…

 Discreto homenaje a Los Arqueros, una firma heraclitiana de lujo (βιός es «arco» y «vida»…) para dos cineastas tan singulares como excelentes y fuera de lo común. 


 

Título original: 49th Parallel

Año: 1941

Duración: 132 min.

País: Reino Unido

Dirección: Michael Powell

Guion: Emeric Pressburger, Rodney Ackland

Reparto: Eric Portman; Leslie Howard; Laurence Olivier; Raymond Massey; Anton Walbrook; Glynis Johns; Niall MacGinnis; Finlay Currie; Raymond Lovell; John Chandos;

Basil Appleby; Eric Clavering; Charles Victor.

Música: Ralph Vaughan Williams

Fotografía: Freddie Young (B&W).

 

 

          El desafortunado título español, Los invasores, en modo alguno hace justicia al original, Paralelo 49, que delimita una frontera política entre los nazis y los aliados en Norteamérica, es decir, entre un país implicado en la Segunda Guerra Mundial,  Canadá, y otro neutral, en esos momentos, Usamérica. Pero la historia es muy otra y se inicia en las heladas aguas de Canadá cuando un submarino planea un sorprendente invasión para hacerse con un puerto donde crear una cabeza de puente para posteriores venidas de tropas. Descubierto por la aviación, es sometido a fuego continuo hasta que logran hundirlo, pero los hombres enviados acuerdan continuar con su misión, lo cual los lleva a apoderarse de una base aislada del mundo que sirve de mercado para el negocio de pieles de los inuit. Esa escaramuza deja bien clara la lucha dialéctica entre el totalitarismo y la libertad que va a atravesar toda la película en muy distintas circunstancias, siendo esta primera de las más efectistas de una película en la que se respira, más allá del belicismo propio de los soldados nazis, un muy interesante  espíritu de aventura en paisajes sobrecogedores y un clima muy adverso. Tres son los encuentros «antropológicos» que contribuirán a ir mermando la patrulla alemana y a desarrollar el choque dialéctico entre el nazismo y la democracia liberal: el primero es en territorio de los inuit; el segundo es con la secta religiosa de los huteritas, de origen alemán y con un dialecto austrobávaro, y el tercero con un antropólogo que estudia a los indios canadienses en las montañas, con un Leslie Howard fantástico, del mismo modo que el capitán alemán, absolutamente embargado de los ideales del Tercer Reich, interpretado por Eric Portman, lleva a cabo una actuación insuperable, lo cual redunda en el beneficio de la película, una historia que fue premiada con un Oscar cuando todavía existía el Oscar a la mejor idea para una película, un premio distinto del concedido al guion. Dedicar un especial a Los Arqueros, y pretender analizar estas nueve películas, una por una, supondría usar un espacio que nadie estaría dispuesto a visitar, de ahí que sintetice al máximo mis impresiones, a pesar de la injusticia que supone para algunas de sus películas que, por encima de su carácter sobresaliente, bien pueden ser consideradas, sin exceso crítico, como «obras maestras». En esta, Paralelo 49, hay secuencias antológicas, como la identificación de los soldados alemanes en una fiesta popular, dignas del mismísimo Hitchcock, o un final para rebobinar y verlo nada más haberlo visto en pantalla, por lo ingenioso y por la realización del mismo, en la frontera usamericana-canadiense, junto a las cataratas del Niágara. En cada uno de los tres encuentros de los militares alemanes con lo que podríamos llamar las «fuerzas vivas» de la democracia, esto es, los defensores cotidianos de dichos valores universales, la altura de los encuentros dialécticos brilla a un gran nivel, y recuerdan poderosamente un clásico de la defensa de esos valores como Esta tierra es mía, de Jean Renoir, entre otras.



Título original: The Life and Death of Colonel Blimp

Año: 1943

Duración: 164 min.

País: Reino Unido

Dirección: Michael Powell, Emeric Pressburger

Guion: Michael Powell, Emeric Pressburger

Reparto: Roger Livesey; Anton Walbrook; Deborah Kerr; John Laurie; Roland Culver; James McKechnie; David Hutcheson; Ursula Jeans; Patrick MacNee.

Música: Allan Gray

Fotografía: Georges Périnal.

 


Vida y muerte del coronel Blimp es una película cuyo título ha de ser explicado, dado que, durante la proyección, no aparece por parte alguna el tal «Blimp» y sí un protagonista llamado Clive Candy, de quien se nos va a contar su historia desde antes de la Primera Guerra Mundial hasta su retiro en tiempos de la Segunda. El título, que serviría para un apodo que nunca se usa en la historia, lo toman Powell y Pressburger de una tira cómica de David Low con un personaje, el coronel Blimp, que se presenta como un jingoísta; Blimp es un apodo tomado, al parecer, de los globos que servían de barrera antiaérea, parecidos a un zepelín, blimp. Aunque es película rodada en plena contienda mundial, la pareja Powell-Pressburger escogen contarle al público una compleja historia en que van de la mano el belicismo justificado y el antibelicismo, a través de las historias cruzadas de dos militares, uno prusiano y otro inglés, Theo Kretschmar-Schuldorff y Clive Candy, quienes se conocen en Berlín, antes de que estalle la Primera Guerra Mundial, quienes se batirán en un duelo del que ambos salen heridos y que se celebra con una pompa llevada al cine con todo el aire de opereta, propio de algunas películas de Lubitsch o Stroheim. En o que ambos coinciden va a ser en enamorarse de la misma mujer, aunque será el alemán quien consigue retenerla junto a sí, si bien el hecho de darse cuenta de estar enamorado de ella, se le revela al protagonista una vez ha decidido regresar a Inglaterra.

Esta película es la primera rodada en color por el dúo realizador, y se advierte en el uso del color un gusto por el cromatismo acentuado y una depurada fotografía que llevarán a su máxima expresión en películas por venir, como la inconmensurablemente bella Narciso negro y la acaso obra cumbre del dúo: Las zapatillas rojas. La película arranca desde el presente del personaje, durante el desarrollo de unas maniobras de retaguardia que, adelantándose a lo programado, toman prisioneros a los mandos en una sauna desde donde el protagonista evoca lo que ha sido su vida, rompiendo el tono de farsa que hasta ese momento ha tenido la película, si bien el preámbulo de espionaje que precede al estallido de la Primera Guerra Mundial adopta un aire de opereta que, ya antes del duelo, se manifiesta en el encuentro en la cervecería —unas secuencias que recuerdan muy mucho las posteriores del putsch de Baviera a cargo de Hitler y sus correligionarios, antes de formar el partido nazi—, todo muy «belle époque» y caballeresco, al estilo de Las maniobras del amor, de Rene Clair. Si alguien destaca en esta película, más allá del dúo protagonista es la tercera en discordia, una Deborah Kerr que realiza tres papeles diferentes con una solvencia que deja pasmado al espectador, quien comprueba cómo no es en vano que ciertas famas se deben a la alta profesionalidad de quienes se la han ganado con creces. Los diferentes ritmos que imprimen los directores a esta narración que alterna la comedia bufa y el drama, así como un profundo antibelicismo, dotan a a película de un atractivo que complementa la depurada puesta en escena. Vale decir, con todo, que, en su momento, Churchill llegó a maniobrar para que la película no se estrenara, y se intuye por qué fácilmente, porque, a pesar del nacionalismo del personaje, prevalece la vena escéptica sobre los horrores de la guerra y su profundo sinsentido como medio de solución de problemas.


Título original: A Canterbury Tale

Año: 1944

Duración: 124 min.

País:  Reino Unido

Dirección: Michael Powell, Emeric Pressburger

Guion: Michael Powell, Emeric Pressburger

Reparto: Eric Portman; Sheila Sim; Dennis Price; John Sweet; Esmond Knight; Charles Hawtrey; George Merritt; Edward Rigby; Freda Jackson.

Música: Allan Gray
Fotografía: Erwin Hillier (B&W). 


Un cuento de Canterbury tiene un inicio feliz, porque, ambientados en el siglo XV, el vuelo de una rapaz nos transporta, en bella elipsis, a un avión que cruza los mismos cielos, en los mismos paisajes, ahora azotados por la guerra. Dos sargentos de permiso llegan a la vieja ciudad, presidida por la catedral, que da nombre a las narraciones de Chaucer. Enseguida la catedral se constituye en objeto de su peregrinación, pero, antes, una peripecia, propia del espíritu juguetón y lleno de alacridad de la obra de Chaucer, enfrenta a ambos hombres y a la mujer que llega con ellos en el tren a un suceso extraño: amparado en la noche, alguien se acerca a las mujeres y les rocía el pelo con pegamento. Determinados a investigar a quién corresponde la autoría de tales hechos, los dos jóvenes demoran su estancia en el pueblo para tratar de esclarecer el suceso. La pericia narrativa de Powell y Pressburger les lleva a escoger a un sargento real del ejército usamericano, John Sweet, para convertirlo en el vehículo periférico perfecto para adentrarse en un suceso arraigado en la más profunda historia del pueblo británico. A través del cadencioso y espontáneo hablar de Sweet, tan diferente del habla de los locales y del resto del trío protagonista, advertimos las constantes universales que van más allá del tan arraigado espíritu nacional, como cuando mantiene una animada charla con unos agricultores del lugar y se da cuenta las enormes similitudes que hay entre la forma de hacer las cosas en su lejano país, en Oregón,  y este en el que él combate contra una amenaza universal, concretamente en el tratamiento del secado de la madera. La dialéctica campo-ciudad forma, también, parte de la tensión que se manifiesta en la historia, máxime cuando descubren que la broma pesada del pegamento no reclama sino una atención hacia la campiña inglesa, camino de despoblarse y de perder no ya la identidad, sino la propia supervivencia. Es impactante, por ejemplo, la secuencia en la que el juez habla con la joven en unas hierbas en la ladera de una montaña cercana a la ciudad, y ambos se recuestan entre ellas para no ser descubiertos por los dos sargentos que continúan su eterno diálogo poco antes de echarse a correr ladera abajo. «A su edad no creía en nada, ahora solo creo en los milagros», le dice el juez a la joven voluntaria para trabajar en el campo como parte de la contribución de la mujer al esfuerzo bélico. Parecen, los cuatro personajes, en ese momento, fruto de la propia tierra que pisan, a juzgar por el modo como «sienten» la naturaleza donde se recrean. A mí, particularmente, me ha gustado la relación del sargento usamericano con los niños de la localidad, quienes juegan a la guerra del tal manera que me ha parecido estar viendo una anticipación de La guerra de los botones, de Yves Robert. La historia de la joven que acompaña a los dos sargentos tiene una innegable fuerza dramática, porque ella sí que pretende arraigarse en la localidad, desfigurada por los bombardeos alemanes, a raíz de unas vacaciones en una caravana de las que disfrutó tiempo atrás. Ahora, heredera de la caravana, pretende congraciarse con su pasado, una vez que el presente de la guerra le ha arrebatado a su novio, cuya familia la menospreciaba por ser una dependienta. Como era de suponer, el desenlace de la película tiene como escenario la Catedral, y es bien curioso, al respecto, el diálogo entre los dos organistas, el sargento y el titular de la catedral. Como todos os diálogos de la película, está lleno de ese ingenio y buen humor que veremos a lo largo de toda la película. Como el sargento parte para la guerra, el titular l3e dice que toque él y le invita a demostrar lo que sabe, «pero no el ponga mucho swing», le advierte. La conjunción de la música de Bach y el movimiento de la cámara en el interior de la catedral es otro de esos momentos felices de los muchos que hay en esta película, aparentemente «menor», pero llena de un amor a la vida y una esperanza en la bondad del ser humano que me parece casi necesario verla urgentemente.


Título original: I Know Where I'm Going!

Año: 1945

Duración: 92 min.

País: Reino Unido

Dirección: Michael Powell, Emeric Pressburger

Guion: Michael Powell, Emeric Pressburger

Reparto: Wendy Hiller; Roger Livesey; Finlay Currie; Pamela Brown; John Laurie; Norman Shelley; Nancy Price; Catherine Lacey; George Carney; Petula Clark.:

Música: Allan Gray

Fotografía: Erwin Hillier (B&W).


De Sé a dónde voy no creo que pueda añadir nada distinto de lo que dije en su día en la crítica con la que la celebré en este Ojo:

https://elojocosmologicodejuanpoz.blogspot.com/search?q=S%C3%A9+a+d%C3%B3nde+voy

 




Título original: Black Narcissus

Año: 1947

Duración: 100 min.

País: Reino Unido

Dirección: Michael Powell, Emeric Pressburger

Guion; Michael Powell, Emeric Pressburger. Novela: Rumer Godden

Reparto: Deborah Kerr; Sabu: David Farrar; Flora Robson; Kathleen Byron; Jean Simmons; Jenny Laird; Esmond Knight; Judith Furse; Ley On; Eddie Whaley Jr.; Nancy Roberts; Shaun Noble; May Hallatt.

Música: Brian Easdale

Fotografía: Jack Cardiff.


Narciso negro, película que acabo de ver, movido, como las que no había visto, por el emotivo documental de Scorsese sobre la pareja de realizadores, me ha parecido la obra maestra que todos los críticos reconocen que es. Se trata, además, de un prodigio de producción, en tiempos en los que ni se soñaba con los recursos cibernéticos, porque, transcurriendo la historia en un monasterio tibetano, anteriormente un burdel de las concubinas del General de Mopu, la película fue rodada íntegramente en Gran Bretaña, en estudio y en lugares no mu distantes de Londres, sin que la película pierda en ningún momento el sagrado principio de verosimilitud del que tantísimas producciones de nuestro tiempo se apean, a pesar de los recursos disponibles, o quizás precisamente por ello, y el progresivo anquilosamiento de la imaginación creadora. La historia, tan colonial como atractiva, tiene que ver con el encargo que reciben las monjas de una congregación para hacerse cargo de un monasterio donde, además de rendir culto a dios, han de abrir un dispensario médico y una escuela para los niños de Mopu, en un esfuerzo del General gobernante para instruir a sus gentes, animado por las sugerencias del influyente inglés que lo aconseja en la gobernación, Mr. Dean,  un hombre de indudable atractivo que provocará una alteración capital en la vida del convento, quien choca contra la priora, encarnado por Deborah Kerr y atrae irresistiblemente a la hermana Ruth, maravillosamente fotografiada por Powell e interpretada por Kathleen Byron, con unos primerísimos planos que forman parte de la historia del cine,  cuando aún Bergman, Música en la oscuridad, no ha explotado, como luego lo haría, hasta sus últimas consecuencias ese recurso fílmico.

La puesta en escena de Narciso negro —el título alude a una marca de perfume, Caron Narcisse Noir, lo que nos pone en la lista del choque entre la castidad y la lascivia que supondrá un fuerte choque para las mentalidades pacatas de la época en que se filmó— en la recreación del monasterio que había sido mansión de los placeres para el padre del actual General es de una calidad como pocas veces se habrá visto en la pantalla. Las salas, las pinturas, las ventanas, la perspectiva mágica de los encuadres que consigue la cámara dejan al espectador boquiabierto ante tanto arte, ante tante exquisitez y delicadeza, ¡y no digamos el vuelo de los hábitos blancos de las hermanas en esos espacios! El consejero británico del General, interpretado por David Farrar, es un elemento de involuntaria «discordia» que, de forma pasiva, porque no toma en ningún momento la iniciativa de asedio a ninguna de las mujeres que habitan en el monasterio; de forma pasiva, decía, suscitará los deseos carnales de una hermana, hasta conseguir que renuncie a sus hábitos y se le ofrezca en forma mundana, con un poder lascivo de seducción que la cámara, el maquillaje y el color elevan hasta la excelencia. Reconozco que la indumentaria de Mr. Dean, vestido siempre con unos pantalones cortos muy sucintos, para unas piernas que tampoco son el colmo de la tentación, para qué vamos a negarlo —y a lo mejor por ello en Su peor enemigo, representa a un artificiero con una pierna ortopédica, siempre vestido de pantalón largo, por supuesto…— me distancio no poco de su papel y de lo que representaba en términos de «modernidad» para la población remota donde transcurre la acción. Recordemos que los niños van a la escuela porque el General paga a las familias para que los lleven, y que entre ellos destacarán dos sobre todos: una jovencísima Jean Simmons, en el papel de una protegida del General para que su naciente sexualidad no la lleve por donde no debe, y el hijo del General, interpretado por Sabu vitalísimo, quien quiere adquirir todos los conocimientos que pueda, pueda o no. La película se ciñe a la vida cotidiana en el monasterio y a los conflictos de todo tipo que van surgiendo, para los que la hermana superiora, la hermana Clodagh, ha de proveer solución, si bien no puede impedir que el deseo sexual acabe apoderándose de la hermana Ruth y que esta le plante cara en su «conquista» de Mr. Dean, porque sabe que ella, Clodagh, también está enamorada del consejero. La película recuerda, en flash back, que la hermana superiora tuvo un amor fracasado antes de entrar en la orden, un recuerdo que la acompaña siempre, pero que no le impide cumplir con sus responsabilidades presentes; recuerdos que, por cierto, fueron censurados en la edición de la película en Usamérica. Dean ya le avisa a la  hermana Clodagh de que los monjes que ocuparon su lugar acabaron yéndose con la llegada de los monzones, y a ella y sus compañeras les augura lo mismo, con la pose cínica y agnóstica con que contempla los esfuerzos apostólicos de las religiosas. La película nos cuenta la historia de ese fracaso con un color incomparable —y pienso ahora en la primera película en color de Ford, Corazones indomables, que impresionó tanto al director que le impidió volver a rodar en color, persuadido de que no podría superar la belleza del de esa película— y con una atención a los detalles y a la construcción de los personajes que ninguno nos pasa desapercibido, y menos aún el estrafalario de la mujer que cuida del lugar o del niño pequeño que es puesto a servicio de las monjas como ayudante, cuya naturalidad y desparpajo le hace apropiarse de no pocas escenas. Son los primeros planos de la pulsión sexual de la hermana Ruth los que se llevan la palma de la realización, sin duda, pero el momento culminante de la película es el enfrentamiento a muerte entre las hermanas Ruth y Clodagh en una escena absolutamente hitchcockiana al borde del precipicio donde está instalada la campana del monasterio. ¡Hay que verla! De nada vale describirla. Ninguna palabra es capaz de traducir esa secuencia. Y, como ella, tantas otras de una película a la que cabe, con todos los honores, el calificativo de «magnética». Recordemos, a título no precisamente anécdótico,  que al frente de la fotografía en la película está Jack Cardiff, quien luego fue director de obras como El soñador rebelde o Último tren a Katanga...


Título original: The Red Shoes

Año: 1948

Duración: 133 min.

País: Reino Unido

Dirección: Michael Powell, Emeric Pressburger

Guion; Emeric Pressburger

Reparto: Anton Walbrook; Moira Shearer; Marius Goring; Leonid Massine; Albert Basserman; Robert Helpmann; Ludmilla Tcherina; Esmond Knight.

Música: Brian Easdale

Fotografía: Jack Cardiff.


Para Las zapatillas rojas, su indiscutible obra maestra, en la que unen estrechamente la música, la danza, la interpretación y las consiguientes innovaciones técnicas en la realización de las secuencias de baile, voy a remitirme, de nuevo, a la crítica que hice en este Ojo, porque mi deslumbramiento fue entonces el mismo de ahora, indeleble:

https://elojocosmologicodejuanpoz.blogspot.com/search?q=Las+zapatillas+rojas



Título original: The Small Back Room

Año: 1949

Duración: 106 min.

País: Reino Unido

Dirección: Michael Powell, Emeric Pressburger

Guion: Michael Powell, Emeric Pressburger. Novela: Nigel Balchin

Reparto: David Farrar; Kathleen Byron; Jack Hawkins; Leslie Banks; Michael Gough; Cyril Cusack; Milton Rosmer; Walter Fitzgerald; Emrys Jones; Michael Goodliffe; Renée Asherson; Anthony Bushell; Patrick MacNee; Robert Morley.

Música: Brian Easdale

Fotografía: Christopher Challis (B&W).


Su peor enemigo es, acaso, la obra más «oscura» de Los Arqueros. Decididamente morbosa y claustrofóbica, porque nos sentimos atrapados en el interior de una persona discapacitada físicamente —ha perdido una pierna en su desempeño como artificiero—, resentida, desengañada, desesperanzada y nihilista, que ha decidido hundirse en el alcoholismo contra el que, con la ayuda de la mujer con quien convive, casi de forma clandestina, porque son compañeros de trabajo, lucha con denodados esfuerzos que no son suficientes para vencer en esa batalla, en la que lleva la peor parte, en que su debilidad le ha puesto. El ingeniero Sammy Rice trabaja en una oficina en la que se desarrollan proyectos de nuevas armas que colaboren en el esfuerzo bélico, se trata, pues, de una visión de la guerra desde la retaguardia, desde el entramado burocrático que administra los recursos y el ingenio con que hacer frente al desafío alemán. Y el retrato de la comisión político-militar que ha de informar sobre los trabajos de esa oficina donde se gestan los proyectos de armamento es de una finísima ironía que deja tocado el propio sistema. Pero más allá de ese desempeño nacional, lo importante de la película es la trayectoria personal de quien, teniendo constantemente la tentación al lado, lucha contra la adicción con un talante sombrío que solo halla recompensa en el amor con que su compañera lo ayuda y protege, hasta que una recaída la aleja de él. Y en esa recaída hallamos la parte sustancial de la película, porque los Arqueros han filmado una suerte de delirio alcohólico con imágenes distorsionadas que reflejan a la perfección el grado de enajenación a que conduce la tentación imposible de resistir.  El hombre aguanta durante casi toda la película, hasta que la depresión de su ánimo le hace imposible luchar contra la necesidad de alimentar su drogadicción como medio para olvidar la amputación de una de sus piernas. La película cuenta con un reparto de primer orden, porque la compañera es Kathleen Byron y el ingeniero, David Farrar, quienes repiten colaboración, tras Narciso negro. A ellos ha de sumarse dos apariciones de mucho peso: Jack Hawkins, perfecto protagonista de la magnífica película de Ford, Un crimen por hora, algo así como 24 horas en la vida den un inspector de Scotland Yard, y Cyril Cusack, inolvidable protagonista de Fahrenheit 451, entre otras.

El desenlace tiene que ver con el arrojo del artificiero para tratar de desactivar explosivos lanzados por los alemanes, ubicados en una playa donde se expone a un accidente como el que lo privó de una de sus piernas. Ya lleva sobrio una temporada, pero, aunque ha rehecho su vida profesional, no ha ocurrido lo mismo con su vida amorosa, pero… y ahí pueden disfrutar los espectadores de un final como mandan los cánones del optimismo «a prueba de bombas»…


Título original: Gone to Earth

Año: 1950

Duración: 110 min.

País: Reino Unido

Dirección: Michael Powell, Emeric Pressburger

Guion: Michael Powell, Emeric Pressburger. Novela: Mary Webb

Reparto: Jennifer Jones; David Farrar; Cyril Cusack; Sybil Thorndike; Frances Clare; Hugh Griffith; George Cole; Beatrice Varley; Valentine Dunn; Owen Holder; Esmond Knight;

Edward Chapman; Daniel Stephens.

Música: Brian Easdale

Fotografía: Christopher Challis.

 


Corazón salvaje es el título en español que se usa para dos versiones, una inglesa y la otra usamericana, Gone to Earth y The Wild Heart, que tuvo esta película producida por David O’Selznick, el mítico productor de Lo que el viento se llevó, de Victor Fleming, y marido de la actriz protagonista de la película de Los Arqueros, Jennifer Jones. El título inglés procede de la práctica de la caza del zorro e indica cuando el zorro, descubierto, se esconde bajo un arbusto para pasar desapercibido. La película inglesa, la que yo he visto, fue del desagrado del productor usamericano porque se potenciaba más el lado telúrico de la historia, filmada en paisajes naturales de Gales, Shropshire, que era la tierra de la familia Powell,  que la peripecia vital de la protagonista. Llevados a juicio Los Arqueros, el productor perdió el juicio, pero el contrato le otorgaba prerrogativas para modificar la película en su estreno en Usamérica, y es lo que hizo, dirigiendo Robert Mamoulian los añadidos y añadiendo narración en off con la voz de Joseh Cotten.

Jennifer Jones encarna a la exótica gitana Hazel, que vive con su padre, un arpista y colmenero, incapaz de controlarla. La esplendorosa y seductora joven despierta la libido del terrateniente de la zona, quien vive solo con un criado que recuerda, por su interpretación, al criado de El jovencito Frankenstein, de Mel Brooks, Marty Feldman. Quien se acerca a la joven con intención de desposarla es el nuevo pastor de la parroquia, un Cyril Cusack de espíritu renovador que va a chocar con sus feligreses cuando decide casarse con la joven Hazel, a quien todos consideran poco menos que una bruja, como lo fue su madre, de quien ella heredó un libro de hechizos que suele consultar como un vademécum para tomar sus decisiones vitales. La película se abre con la carrera desesperada que emprende Hazel para salvar a su zorro, criado por ella desde recién nacido,  de la amenaza de los perros de la batida de caza. Pocas veces la campiña inglesa ha sido fotografiada como en esta película, y los planos intercalados de la fauna del lugar,  que tanto recuerdan los de una película que probablemente se inspirara en esta, La noche del cazador, de Charles Laughton, nos revelan bien a las claras que la protagonista de  esta película es más la propia naturaleza que Hazel, aunque esta, ha de considerarse una «emanación» de la otra. Y solo hay que ver esos planos del paisaje en el que este parece que hable, a juzgar por como el viento o las nubes forman mensajes como quien formula presagios. Como el pastor observa, tras casarse con ella, una severa castidad inicial, el terrateniente juega sus bazas y la seduce, no sin ejercer una medida violencia que se ajusta como un guante a las necesidades insatisfechas de la recién casada y preterida. Desde ese momento en adelante, el triángulo amoroso que se establece en términos de posesión, dominación y admiración va a sufrir diversos avatares que nos descubrirán transformaciones en los tres personajes, el párroco, la gitana y el noble, de tal manera que los tres perderán todo rastro de inocencia que en uno u otro grado pudiera haber habido en ellos. El primero se enfrentará a su madre ultraprotectora y la forzará a dejar el hogar familiar; Hazel descubrirá la hombría de bien del párroco, y en el tercero descubriremos el agresivo talante de su lascivia ultraposesiva, que lo lleva a considerar a Hazel un objeto de su propiedad. Con todos estos ingredientes es difícil esperar un desenlace feliz, porque todos parecen haber pecado, por exceso o por defecto. La naturaleza será, en última instancia, juez en los asuntos humanos y árbitro de sus disputas y transgresiones.



Título original: The Tales of Hoffmann

Año: 1951

Duración: 133 min.

País: Reino Unido

Dirección: Michael Powell, Emeric Pressburger

Guion: Michael Powell, Emeric Pressburger. Libreto: Dennis Arundell. Texto: Jules Barbier. Historias: E.T.A. Hoffman

Reparto: Moira Shearer; Leonid Massine; Robert Helpmann; Robert Rounseville; Anne Ayars; Pamela Brown; Frederick Ashton; Lionel Harris; Mogens Wieth.

Música: Richard Wagner

Fotografía: Christopher Challis.


Los cuentos de Hoffmann es la adaptación al cine de la famosísima opereta de Jacques Offenbach, aquí los autores han disociado la representación de la voz y, al final de la película se muestra, en debido homenaje, al actor y al intérprete vocal, quienes se saludan ceremoniosamente, como agradeciéndose la parte de cada cual. Súmese a todo ello la importancia de una puesta en escena y un vestuario de fábula y tendremos lo que podríamos llamar una «perfecta ceremonia del arte total». La realización en estudio  permite osadías de encuadres e iluminaciones en las que el dúo creativo han demostrada sobrada eficacia, y momentos hay en los que se nos viene a la memoria audacias como la del mar de Federico Fellini en su versión libérrima de Casanova, que no en vano se titula El Casanova de Federico Fellini, algo así como Los sueños de Kurosawa. Vaya por delante que esta es la única película del dúo que exige una devoción al arte e la ópera para poder disfrutar de ella, dado su carácter de representación fiel de la ópera. La música, por lo tanto, es parte definitiva de la representación y ha de formar parte, su degustación, de los hábitos de los espectadores, Con todo, hay piezas, como la famosa Barcarola, que recordarán incluso los no aficionados a la ópera, porque se trata de una de esas composiciones cuyo éxito va más allá de la propia ópera, como la no menos famosa habanera de Carmen, de Bizet.

Los tres actos de la ópera giran en torno a los amores de Hoffman y el destino trágico de todos ellos. La primera mujer, Olympia, es una marioneta y ese acto recuerda una película mágica de Lubitsch, La muñeca, que parece inspirada en la ópera de Offenbach. El segundo gira en torno a Antonia, una cantante que, por su enfermedad, no puede cantar, aunque, animada a hacerlo, por el malvado que persigue a Hoffmann, aquí encarnado por un excelente Léonide Massin, quien fuera rival en su día de Nijinski y coreógrafo y bailarín del famoso ballet ruso de  Diaghilev, acaba muriendo. El tercer acto, que transcurre en Venecia, tiene a Giulietta como protagonista, quien abre el acto con la célebre Barcarola, que en principio no fue escrita para esta obra, al parecer, sino para otra, Las hadas del Rin; pero como la ópera de Offenbach la dejó inacabada su autor, capítulo aparte merecería lo que los continuadores de la isma han hecho con ella. El caso es que en este acto, en el que entra en juego el tema de la sombra perdida, según el conocido cuento de Adelbert von Chamisso, Peter Schlemihl, el príncipe del mal que quiere vengarse de Hoffmann se bate en brillante duelo con él en una góndola, una secuencia tan impactante como la recreación del mundo veneciano.

Insisto, no obstante, en que se trata de una película hecha propiamente para los amantes de la ópera, pero confieso mi esperanza en que bien pudiera ser que se trate de una película que mueva a los espectadores a acudir a los coliseos operísticos para disfrutar de ese arte total que es la ópera. ¡Que así sea!

1 comentario:

  1. Me ha encantado lo que dices de Los Invasores parece una película realmente interesante. Narciso Negro, la única que he visto, era una película con algo especial, de esas que te dejan una cierta huella y un gusto a buen cine. Tomo nota de todas aunque no soy un experto en opera. Por cierto la habanera de Carmen era en gran medida de Yradier

    ResponderEliminar