El primer Oscar de la historia del cine a la mejor película a punto de cumplir su lozano primer siglo.
Título original: Wings
Año: 1927
Duración: 138 min.
País: Estados Unidos
Dirección: William A. Wellman
Guion: Hope Loring, Louis D. Lighton. Historia: John Monk Saunders
;Reparto: Charles 'Buddy' Rogers; Clara Bow; Richard Arlen; El Brendel; Jobyna
Ralston; Gary Cooper; Arlette Marchal; Richard Tucker; Gunboat Smith; Henry B.
Walthall; Julia Swayne Gordon.
Fotografía: Harry Perry
(B&W).
¡El peliculón
que se van a perder todos aquellos que ponen como condiciones, para sentarse
ante una película, que no sea en blanco y negro ni muda! Wellman es uno de los
grandes directores de la Historia del Cine, sobre eso no hay duda, como también
lo es John Ford, y ambos ocupan un lugar destacado en este Ojo que los
mira y admira. Y desde que acabé de ver Alas, con mayores y sólidas
razones me rindo críticamente ante el director de ese western mítico que es Incidente
en Ox-Bow.
Que Alas
fuera el primer Oscar a la mejor película, que no al mejor director, galardón
que nunca logró Wellman, como tampoco lo lograron Ingmar Bergman, Alfred
Hitchcock, Charlie Chaplin, Stanley Kubrick, Luis Buñuel, Federico Fellini o Fritz
Lang, entre otros, ha de caer más en el anecdotario que en otra categoría,
porque la película seguiría teniendo igual o mayor valor a ojos de quienes
valoran, sobre todas las cosas, el esfuerzo de «imaginación», esto es, la
creación de imágenes, que representa esta película de Wellman, la historia de
un trío amoroso en el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, en cuyo esfuerzo
bélico, la alianza de Usamérica con Francia e Inglaterra, las tres banderas
juntas ondeando en las ceremonias militares y los campos de batalla corren el
riesgo de formar parte del pasado lejano, a juzgar por el acercamiento del
nuevo presidente Trump al régimen totalitario y mafioso de Putin en Rusia,
heredero de lo peor de la URSS.
El comienzo de
la película nos habla de la pasión de un joven por la mecánica y la velocidad
como signo de los tiempos, y de su amor a los aviones, en cuyo maneja aspira a
ser instruido para combatir desde el aire contra los famosos ases germanos que
siembran el terror en los cielos europeos. Se advierte enseguida que la
historia va para largo, por la premiosidad del planteamiento, en el que
asistimos a los equívocos de un trío amoroso que subsistirá prácticamente hasta
el desenlace de la película. La vecina del automovilista, que aspira a participar
en carreras de coche con un bólido Shooting Star diseñado por él mismo,
pero bautizado por esa vecina que cultiva un amor imposible. El protagonista,
el impetuoso y simpatiquísimo Charles Buddy Rogers —quien, para el
anecdotario, se casó con la leyenda canadiense del cine usamericano Mary Pickford, la
famosa «novia de América» y cocreadora de United Artists— está enamorado de una
joven que, a su vez, ama a otro, un rival cuya condición de tal, o mejor dicho,
de preferido por la joven, ignorará casi
hasta el desenlace, cuando, por los avatares bélicos que ambos viven han establecido una amistad que traspasa esos
limites para llegar, propiamente, al amor, a juzgar por una escena de la que
luego hablaré, si la prudencia no me obliga a no chafarle a los espectadores
esa «revelación».
Decía que la
película es larga, porque lo exige el desarrollo de una historia que se inicia
con su periodo de formación militar, con su aprendizaje del oficio de pilotos,
con la campaña bélica, propiamente dicha, en Europa, donde ambos amigos se
convierten en auténticos ases de la aviación, cuyos combates forman parte
sustancial del metraje y, finalmente, con el regreso a casa de solo uno de
ellos. Que el título sea Alas nos indica la importancia capital que van a tener
esos combates aéreos, rodados con una espectacularidad y veracidad que dejan
chicos los muchos efectos especiales digitales actuales. Nada, en una película
bélica, como sentirte protagonista por el hecho de estar permanentemente en la
situación de los protagonistas, ya en el cielo, expuestos al fuego enemigo o
derribándolos heroicamente, ya en la tierra.
A quien haya
visto el nombre de Gary Cooper en el reparto, conviene que no se llame a engaño,
porque tiene una aparición brevísima, compartiendo tienda, como piloto
experimentado, con los dos novatos recién llegados. Un breve diálogo con ellos
y la primera enseñanza tenebrosa: en cualquier momento, un aviador, pasa de estar
a desaparecer, incluso por un azar que nada tenga que ver con los combates. La
sensación de fragilidad que viven los pilotos de guerra, la va a experimentar
el espectador en todo momento, porque no son pocas las ocasiones en que solo un
peligroso aterrizaje de emergencia puede salvarles la vida. De hecho, la comparación
entre el coche de carreras que prepara el protagonista y el aeroplano es
pertinente, porque la precariedad de la estructura de ambos es muy similar.
El espectador
está al corriente de la preferencia amorosa de la joven de quien está enamorada
el protagonista, Jack, Sylvia, porque el impetuoso Jack se apodera
precipitadamente de un camafeo con su retrato sin percatarse de que el dorso de
la fotografía es una dedicatoria de amor al rival, David, a quien, por llegar
momentos después de Jack, ella no puede entregárselo. Imaginemos la lucha
interior de David para no sacar e su error a Jack y, al mismo tiempo, la que ha
sufrido antes de convencerse de que las apariencias le engañaron y Sylvia está
realmente enamorada de él.
Hay un
interludio alcohólico-galante en París, poco antes de la ofensiva definitiva,
en el que coincide Jack con su vecina, alistada como personal sanitario en el
ejército, y conductora de una ambulancia. Se trata de una suerte de «corto»
maravilloso en el que un borrachuzo Jack es incapaz de reconocer a su vecina en
la figura de la militar que pretende alertarlo de que se ha de incorporar a su
puesto, por orden urgente que revoca todos los permisos. Como le es imposible sacarlo
del bucle de burbujas y mujeres que se lo rifan —y los efectos especiales de
las burbujas son realmente de primerísimo orden, así como un travelín que
atraviesa las mesas del local donde se bebe y se ríe y se baila y se danza
hasta acabar en la persona de Jack, al final de la sala; un travelín que deja
al espectador con la boca abierta por la pericia del movimiento continuo de
cámara, tan natural como si fuera la propia mirada de Mary, su vecina —protagonizada por el gran reclamo, entonces,
del público: Clara Bow, una de las grandes actrices del cine mudo y hoy prácticamente
olvidada—, que atraviesa la sala abarrotada hasta localizarlo. Más tarde, la
militar sanitaria se viste con Galas de mujer y decide competir con sus rivales
para llevárselo y reintegrarlo al servicio, pero todo lo más que puede hacerlo
es instalarlo en una habitación para que duerma la mona sin que él haya sido capaz
de reconocerla en ningún momento. La entrada de la Policía Militar en el
cuarto, cuando ella está a punto de cambiarse para recuperar su uniforme
militar, provoca una escena de comedia que culmina el juego de equívocos con su
castigo: regresar a Usamérica.
Hay otro
equívoco, este trágico, en el que David, quien ha huido del acoso de los
pilotos alemanes con un aterrizaje de emergencia, roba de un aeródromo alemán
uno de sus aviones y busca llegar a terreno amigo. Pero es Jack, quien lo
descubre en sus cielos, quien se encarga de perseguirlo y ametrallarlo para
añadir otra victoria al lago historial del Shooting Star, que es como ha
acabado bautizando al avión, sí, como su viejo coche tuneado para la competición.
Tras estrellarse el avión enemigo, una vez que David ha perdido el control, en
tierra sacan al piloto, quien aún vive. Jack está atareado en arrancar el
distintivo alemán del aparato para unirlo a su colección de trofeos, cuando una
joven mujer lo convence para que busque un médico, porque el piloto aún vive. Y
ahí lo dejo, porque estamos a un paso de los desenlaces: la historia entre
ambos hombres y la historia del protagonista con las dos mujeres con las que ha
mantenido una relación equivocada.
Sí, sí, Wings
es, sobre todo, una película bélica y de exaltación del amor a la patria y al
sistema democrático, y se trata de una superproducción al estilo antiguo:
grandes movimientos de extras, rodajes con fuego y explosiones reales, y
amplios escenarios donde se desenvuelven las tropas. Desde los mismos comienzos
del cine, el factor espectacular, basado en una producción majestuosa, domina
el interés de actores, director y público. ¡Y el cine siempre está ahí para no
defraudarnos!
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