Título original: Suzhou he
Año: 2000
Duración: 83 min.
País: China
Dirección: Lou Ye
Guion: Lou Ye
Reparto: Zhou Xun; Jia Hongshen; Yao Anlian; Nai An; Zhongkai Hua
Música: Jörg Lemberg
Fotografía: Wong Yuk.
Título original: Feng Liu Yi
Dai
Año: 2024
Duración: 111 min.
País: China
Dirección: Jia Zhangke
Guion; Wan Jiahuan, Jia
Zhangke
Reparto: Zhao Tao; Li Zhubin; Zhou You; Mao Cning Shun; Jianlin Pan; Lan
Zhou.
Música: Lim Giong
Fotografía: Nelson Yu
Lik-wai, Eric Gautier.
眩晕, «xuànyūn», o una apasionante recreación libérrima de Vértigo en
Shanghái y un intento dispar de antropología fílmica con momentos excepcionales.
Nadie debe perderse esta joya que,
convenientemente remasterizada, se pone de nuevo a nuestro alcance tras sus
buen cuarto de siglo desde el estreno. Y sorprende la distancia, porque parece
filmada ayer mismo. Como me sucede siempre que una película me lleva tras ella
sin poder mantener la distancia crítica debida, nada más acabar de verla he
vuelto a comenzar de nuevo, para caer en lo que había intuido: la narración es
un círculo perfeto, y todo aquello que ha de ocurrir durante el desarrollo de
la historia se nos cuenta en uno de los mejores comienzos de película que
recuerdo: La cámara subjetiva que oculta al narrador y parcialmente
protagonista de la película nos lleva en un viaje por el río Suzhou a través de
las degradas zonas industriales de la ciudad de Shanghái, mientras se nos
describe la vida que crece en el río y cuanto se ve desde ese lecho semoviente en
cuyas paredes que lo encauzan, el protagonista va dejando, estampada, su tarjeta comercial: fotógrafo y cineasta
para cualquier negocio que quiera proyectarse publicitariamente. Se trata de un
corto viaje que tiene una capacidad seductora incomparable y que, mediante una
voz en off magníficamente empleada, nos va acercando hasta un club donde han
requerido sus servicios profesionales y donde va a entrar en relación con la
gran protagonista de la película, quien le contará una historia sobre los
amores de quienes, en realidad, ocuparán inmediatamente el poderoso lugar
central de la narración, cautivándonos de un modo apasionante. Sí, está claro
que el uso de la cámara subjetiva, la cámara al hombro y un amour fou
nos retrotraen a la famosa Nouvelle Vague, y es justo que así se
considere. Pero esta hermosísima película, llena de delicadeza, de amor, de
extrañeza y de cierta magia va mucho más allá de esa escuela para cruzar el
Atlántico y fijarse en un la candidata perpetua a mejor película de la historia,
en reñida lucha con Ciudadano Kane, de Orson Welles: Vértigo de
Alfred Hitchcock. Y he copiado en el titulo el ideograma de «vértigo», ignorando
que se abre con el dibujo de la escalera por la que sube al campanario de la
iglesia el protagonista de la película de Hithcock, ¿no es maravillosa esta
coincidencia…?
La protagonista con la que se
encuentra el fotógrafo y cineasta publicitario, trasunto seguramente del punto
de vista del propio realizador, es una mujer, Meimei, que actúa en el local nuclear de la trama encarnando
a una sirena sumergida en el estanque que preside el local, llamado,
paradójicamente, «Taberna feliz». La voz en off del narrador, quien, después de
conocerla, vive con ella, a pesar de que sus desapariciones durante días lo
vuelvan loco, nos cuenta que Meimei le contó la historia de un repartidor,
Mardar, que se enamora de una jovencísima Moudan a partir de un encargo muy
peculiar: transportarla en moto desde casa de su padre, cuando este recibía a
sus amantes, a la casa de su tía. Memimei, impresionada por la historia de
Mardar, que la confunde con Moudan, le pregunta a la voz protagonista si él
sería capaz de buscarla a ella, caso de que desapareciera de su vida, como
Mardar buscó a Moudan tras salir de la cárcel.
La historia de amor entre el muy apuesto
y expresivo repartidor y la Lolita con trenzas a quien ha de servir de mototaxi
es una delicia que solo se complica cuando los dos mafiosos con quienes el
repartidor trabaja le encargan secuestrarla para obtener un rescate del padre,
que ha hecho una fortuna vendiendo vodka. Ese toque de cine negro en la trama
la va a complicar definitivamente cuando, tras saber Moudan que ella solo vale
cuarenta mil yuanes, que es lo que paga su padre por ella a los secuestradores,
se escapa de Moudan y se cuelga de un puente del Suzhou, dispuesta a dejarse
caer, al ver que todo el amor que había puesto en Mardar solo había obtenido
como respuesta su activa colaboración en tan mezquino secuestro. La joven se deja caer al río y, aunque el repartidor se tira tras ella, este no logra encontrarla.
A partir de entonces, coincidiendo con
la salida de la cárcel de Mardar, comienza la búsqueda de Moudan, a quien
identifica, por casualidad, con la joven Meimei. Y aquí entramos en la fase de
la historia que nos recuerda constantemente a Vértigo, porque la obsesión del repartidor
con que Meimei juega con él para ocultarle, por venganza, su verdadera personalidad,
no lo deja en lo que resta de historia, sobre cuyo desenlace, que no es el
desenlace de la película, ciertamente, nada me es dado revelar.
El modo como maneja Lou Ye la cámara,
la atención que presta al entorno ciudadano, la degradación de los espacios en
lo que transcurre al acción, el inevitable desencanto vital que se manifiesta
en la imposibilidad de haber ascendido socialmente y haberse tenido que
contentar con ser un mero repartidor…, todo ello configura una atmósfera que
nos sitúa ante una historia fatalista y hermosa a partes iguales. Lo definitivo
es la grandeza de la historia de amor, absolutamente chespiriana, y la
perspectiva poética desde la que se nos narra no solo su historia, sino la del
protagonista anónimo y Meimei. Una complicación argumental perfectamente resuelta
de forma circular, porque la película acaba como comienza, pero eso solo lo
sabe el espectador si vuelve a verla, porque, ya digo, el comienzo es algo así
como la semilla de toda la película, una condensación poética de toda la
historia y, visto por segunda vez aún gana más, narrativamente hablando.
Los dos protagonistas, desconocidos en
su momento, pero triunfantes después, Zhou Xun y Jia Hongshen, consiguen, con
una asombrosa naturalidad, atraernos, seducirnos y conmovernos, como pocas
películas logran hacerlo. Las secuencias en la moto, por ejemplo, tienen toda
la frescura de las mejores secuencias de Godard o Truffaut, y el doble papel
que hace la actriz tiene un mérito extraordinario, porque en ningún momento
somos capaces de eliminar la ambigüedad que preside el relato, lo que se
agradece enormemente. Sí, ese es, también, el Suzhou, el río de Heráclito.
A la deriva, título extraído de
una de las canciones de la banda sonora, toda ella de mucha calidad, es un
experimento formal no exento de cierta emoción, en parte al estilo de Boyhood,
de Richard Linklater, pero sin una continuidad argumental que pueda seguirse al
modo tradicional, porque la sutil línea narrativa que se dibuja en esta
colección de fragmentos salvados por el autor de su carrera cinematográfica
desde 1998, fecha de su primer largometraje, Xiao Wu, Pickpocket,
supongo que en homenaje a Bresson, hasta el presente es la de una historia de
amor propiamente desde la juventud hasta la avanzada madurez y decadencia, al
menos de él, porque ella se nos muestra aún con suficiente vitalidad como para
afrontar con cierta confianza el futuro inmediato. Con materiales de otras
filmaciones, el autor ha querido ofrecernos panorámicamente la evolución de una
parte de la China a lo largo de casi treinta años, acaso más. Esa evolución es,
al tiempo que la de los protagonistas, la de todo el pueblo, porque hay una
decidido voluntad yo diría que antropológica de mostrar al pueblo chino en su «salsa»,
tal y como es, sin artificios ni composturas que nos llamen a engaño. Y no se
trata de un retrato complaciente, ya lo adelanto, pero, fílmicamente, sí que
muy expresivo, porque la galería de personajes, de rostros, de actitudes, de
acciones, de reuniones, de bailes, de celebraciones, de la pasión china por el juego,
por ejemplo, son expresivísimas. Late, detrás de esa atención de primeros
planos a rostros tan marcados por la existencia, una tradición soviética que debió
de marcar a los cineastas chinos desde el Poder, y por la ideología compartida,
con sus más y sus menos, con la URSS. Y si a ello le sumamos el montaje, que se
nos presenta como primer e indiscutible factor compositivo de la película, nos
orientamos fílmicamente enseguida. Lo curioso, sin embargo, es el latido
occidentalizante que atraviesa toda la película, algo así como el esfuerzo
occidentalizador Japonés tras perder la
Segunda Guerra Mundial. Las músicas, las discotecas, los pases de moda, todo nos habla de un intento de desconectar
con su milenaria tradición. Bueno, no todo, porque, además de esa compulsión
lúdica, propia de los chinos, a la que se suman otras dos, el consumo de alcohol
y de tabaco, la película nos retrata el mundo de las fratrías secretas, como a
la que pertenece el protagonista, con el mismo nombre que el de su película La
ceniza es el blanco más puro, que narra la historia de una mujer que se
desenvuelve en ese mundo de hombres que son las fratrías, en este caso con
inclinaciones delictivas, y ambas mujeres, la de esta película y la que
comentamos las encarna la misma actriz-fetiche y esposa del director: Zhao Tao,
un lujo de actriz, con un abanico de recursos expresivos que no necesitamos ni
siquiera oírla hablar para quedar deslumbrados por su trabajo.
Sí, por si no lo había dicho antes, la
película es prácticamente muda, si comparamos los trozos hablados y los
silenciosos, e incluso el director recurre a los intertítulos para dividir la
película en capítulos y subrayar algunos mensajes que, por otro lado, son
evidentes en la mínima trama de la película. La historia incluye en su
desarrollo tres acontecimientos históricos de relieve: Los JJOO de 2008, la culminación
del proyecto faraónico de la Presa de las Tres Gargantas, que desplazó a mas de
millón y medio de personas que hubieron de ser realojadas en otras ciudades y,
finalmente, la epidemia del Covid, 19. Los
tres acontecimientos están contemplados no desde la visión del Poder, sino
desde la del pueblo afectado por ello. Y si tuviera que escoger uno de los
tres, porque casi constituye en sí una película con vida propia, elegiría los
movimientos fluviales de desplazamiento de las personas y abandono de sus hogares
causados por la construcción de la presa. La protagonista sigue buscando a su
pareja, sin que esta conteste a sus llamadas o mensajes. En una de las doce ciudades condenada a perecer bajo las
aguas del inmenso pantano, la protagonista hace un recorrido a medio camino
entre la despedida y el reconocimiento en vida de la condición de resto arqueológico
que literalmente estremece. A ello
colaboran, por supuesto, los bien estudiados encuadres de los rincones de esa
ciudad que está siendo demolida antes de ser sepultada. Pensemos que la
construcción de esa presa supuso un duro golpe para los esfuerzos arqueológicos
chinos, pues se condenaban riquezas nacionales de varias dinastías.
El contraste entre la juventud de los
protagonistas y la decrepita vejez de él, que coincide con ella en Wuhan, donde
se inició la pandemia del Covid 19, es de lo más llamativo de la película. Más
aun la vida moderna, robótica incluida, y una de las conversaciones más
emotivas la tiene la protagonista con un robot que sabe leer sus facciones
mejor que el adivino que quiere leerle el futuro mientras recorre la ciudad en
proceso de ser ciudad fantasma y sumergida. Ese contraste lo vimos al comienzo
y se acentúa al final, y, constantemente, los planos panorámicos nos hablan de
la macroedificación de colmenas donde alejar a los desplazados y a la población
del campo que fuerzan a dejar sus cultivos para instalarse en pisos. Todo este
mundo tan dinámico no oculta el poderoso imán que significa para la corrupción,
un mal endémico en un país que, aun sometido a la dictadura del Partido Comunista,
sabe encontrar sus propios aliviaderos a través de la corrupción política y,
sobre todo, económica. Llamativo les parecerá a muchos la explotación mediática
de influencers ancianos que adoptan coreografías y estilos comunicativos
juveniles para atraerse al mayor número posible de seguidores. Un mundo no tan
desconocido como siempre se ha pensado que era la China, pero que, a mi
entender, sigue siendo un enigma indescifrable, aunque Mari Clío nos libre de
su dominio, ciertamente…


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