martes, 2 de diciembre de 2025

«Suzhou River», de Lou Ye y «A la deriva», de Jia Zhangke, una obra maestra y una obra en construcción.

 

Título original: Suzhou he

Año: 2000

Duración: 83 min.

País:  China

Dirección: Lou Ye

Guion: Lou Ye

Reparto: Zhou Xun; Jia Hongshen; Yao Anlian; Nai An; Zhongkai Hua

Música: Jörg Lemberg

Fotografía: Wong Yuk.

 

 








Título original: Feng Liu Yi Dai

Año: 2024

Duración: 111 min.

País:  China

Dirección: Jia Zhangke

Guion; Wan Jiahuan, Jia Zhangke

Reparto: Zhao Tao; Li Zhubin; Zhou You; Mao Cning Shun; Jianlin Pan; Lan Zhou.

Música: Lim Giong

Fotografía: Nelson Yu Lik-wai, Eric Gautier.

 

, «xuànyūn», o una apasionante recreación libérrima de Vértigo en Shanghái y un intento dispar de antropología fílmica con momentos excepcionales.

 

          Nadie debe perderse esta joya que, convenientemente remasterizada, se pone de nuevo a nuestro alcance tras sus buen cuarto de siglo desde el estreno. Y sorprende la distancia, porque parece filmada ayer mismo. Como me sucede siempre que una película me lleva tras ella sin poder mantener la distancia crítica debida, nada más acabar de verla he vuelto a comenzar de nuevo, para caer en lo que había intuido: la narración es un círculo perfeto, y todo aquello que ha de ocurrir durante el desarrollo de la historia se nos cuenta en uno de los mejores comienzos de película que recuerdo: La cámara subjetiva que oculta al narrador y parcialmente protagonista de la película nos lleva en un viaje por el río Suzhou a través de las degradas zonas industriales de la ciudad de Shanghái, mientras se nos describe la vida que crece en el río y cuanto se ve desde ese lecho semoviente en cuyas paredes que lo encauzan, el protagonista va dejando, estampada,  su tarjeta comercial: fotógrafo y cineasta para cualquier negocio que quiera proyectarse publicitariamente. Se trata de un corto viaje que tiene una capacidad seductora incomparable y que, mediante una voz en off magníficamente empleada, nos va acercando hasta un club donde han requerido sus servicios profesionales y donde va a entrar en relación con la gran protagonista de la película, quien le contará una historia sobre los amores de quienes, en realidad, ocuparán inmediatamente el poderoso lugar central de la narración, cautivándonos de un modo apasionante. Sí, está claro que el uso de la cámara subjetiva, la cámara al hombro y un amour fou nos retrotraen a la famosa Nouvelle Vague, y es justo que así se considere. Pero esta hermosísima película, llena de delicadeza, de amor, de extrañeza y de cierta magia va mucho más allá de esa escuela para cruzar el Atlántico y fijarse en un la candidata perpetua a mejor película de la historia, en reñida lucha con Ciudadano Kane, de Orson Welles: Vértigo de Alfred Hitchcock. Y he copiado en el titulo el ideograma de «vértigo», ignorando que se abre con el dibujo de la escalera por la que sube al campanario de la iglesia el protagonista de la película de Hithcock, ¿no es maravillosa esta coincidencia…?

          La protagonista con la que se encuentra el fotógrafo y cineasta publicitario, trasunto seguramente del punto de vista del propio realizador, es una mujer, Meimei,  que actúa en el local nuclear de la trama encarnando a una sirena sumergida en el estanque que preside el local, llamado, paradójicamente, «Taberna feliz». La voz en off del narrador, quien, después de conocerla, vive con ella, a pesar de que sus desapariciones durante días lo vuelvan loco, nos cuenta que Meimei le contó la historia de un repartidor, Mardar, que se enamora de una jovencísima Moudan a partir de un encargo muy peculiar: transportarla en moto desde casa de su padre, cuando este recibía a sus amantes, a la casa de su tía. Memimei, impresionada por la historia de Mardar, que la confunde con Moudan, le pregunta a la voz protagonista si él sería capaz de buscarla a ella, caso de que desapareciera de su vida, como Mardar buscó a Moudan tras salir de la cárcel.

          La historia de amor entre el muy apuesto y expresivo repartidor y la Lolita con trenzas a quien ha de servir de mototaxi es una delicia que solo se complica cuando los dos mafiosos con quienes el repartidor trabaja le encargan secuestrarla para obtener un rescate del padre, que ha hecho una fortuna vendiendo vodka. Ese toque de cine negro en la trama la va a complicar definitivamente cuando, tras saber Moudan que ella solo vale cuarenta mil yuanes, que es lo que paga su padre por ella a los secuestradores, se escapa de Moudan y se cuelga de un puente del Suzhou, dispuesta a dejarse caer, al ver que todo el amor que había puesto en Mardar solo había obtenido como respuesta su activa colaboración en tan mezquino secuestro. La joven se deja caer al río y, aunque el repartidor se tira tras ella, este no logra encontrarla.

          A partir de entonces, coincidiendo con la salida de la cárcel de Mardar, comienza la búsqueda de Moudan, a quien identifica, por casualidad, con la joven Meimei. Y aquí entramos en la fase de la historia que nos recuerda constantemente a Vértigo, porque la obsesión del repartidor con que Meimei juega con él para ocultarle, por venganza, su verdadera personalidad, no lo deja en lo que resta de historia, sobre cuyo desenlace, que no es el desenlace de la película, ciertamente, nada me es dado revelar.

          El modo como maneja Lou Ye la cámara, la atención que presta al entorno ciudadano, la degradación de los espacios en lo que transcurre al acción, el inevitable desencanto vital que se manifiesta en la imposibilidad de haber ascendido socialmente y haberse tenido que contentar con ser un mero repartidor…, todo ello configura una atmósfera que nos sitúa ante una historia fatalista y hermosa a partes iguales. Lo definitivo es la grandeza de la historia de amor, absolutamente chespiriana, y la perspectiva poética desde la que se nos narra no solo su historia, sino la del protagonista anónimo y Meimei. Una complicación argumental perfectamente resuelta de forma circular, porque la película acaba como comienza, pero eso solo lo sabe el espectador si vuelve a verla, porque, ya digo, el comienzo es algo así como la semilla de toda la película, una condensación poética de toda la historia y, visto por segunda vez aún gana más, narrativamente hablando.

          Los dos protagonistas, desconocidos en su momento, pero triunfantes después, Zhou Xun y Jia Hongshen, consiguen, con una asombrosa naturalidad, atraernos, seducirnos y conmovernos, como pocas películas logran hacerlo. Las secuencias en la moto, por ejemplo, tienen toda la frescura de las mejores secuencias de Godard o Truffaut, y el doble papel que hace la actriz tiene un mérito extraordinario, porque en ningún momento somos capaces de eliminar la ambigüedad que preside el relato, lo que se agradece enormemente. Sí, ese es, también, el Suzhou, el río de Heráclito.

         

          A la deriva, título extraído de una de las canciones de la banda sonora, toda ella de mucha calidad, es un experimento formal no exento de cierta emoción, en parte al estilo de Boyhood, de Richard Linklater, pero sin una continuidad argumental que pueda seguirse al modo tradicional, porque la sutil línea narrativa que se dibuja en esta colección de fragmentos salvados por el autor de su carrera cinematográfica desde 1998, fecha de su primer largometraje, Xiao Wu, Pickpocket, supongo que en homenaje a Bresson, hasta el presente es la de una historia de amor propiamente desde la juventud hasta la avanzada madurez y decadencia, al menos de él, porque ella se nos muestra aún con suficiente vitalidad como para afrontar con cierta confianza el futuro inmediato. Con materiales de otras filmaciones, el autor ha querido ofrecernos panorámicamente la evolución de una parte de la China a lo largo de casi treinta años, acaso más. Esa evolución es, al tiempo que la de los protagonistas, la de todo el pueblo, porque hay una decidido voluntad yo diría que antropológica de mostrar al pueblo chino en su «salsa», tal y como es, sin artificios ni composturas que nos llamen a engaño. Y no se trata de un retrato complaciente, ya lo adelanto, pero, fílmicamente, sí que muy expresivo, porque la galería de personajes, de rostros, de actitudes, de acciones, de reuniones, de bailes, de celebraciones, de la pasión china por el juego, por ejemplo, son expresivísimas. Late, detrás de esa atención de primeros planos a rostros tan marcados por la existencia, una tradición soviética que debió de marcar a los cineastas chinos desde el Poder, y por la ideología compartida, con sus más y sus menos, con la URSS. Y si a ello le sumamos el montaje, que se nos presenta como primer e indiscutible factor compositivo de la película, nos orientamos fílmicamente enseguida. Lo curioso, sin embargo, es el latido occidentalizante que atraviesa toda la película, algo así como el esfuerzo occidentalizador  Japonés tras perder la Segunda Guerra Mundial. Las músicas, las discotecas, los pases de moda,  todo nos habla de un intento de desconectar con su milenaria tradición. Bueno, no todo, porque, además de esa compulsión lúdica, propia de los chinos, a la que se suman otras dos, el consumo de alcohol y de tabaco, la película nos retrata el mundo de las fratrías secretas, como a la que pertenece el protagonista, con el mismo nombre que el de su película La ceniza es el blanco más puro, que narra la historia de una mujer que se desenvuelve en ese mundo de hombres que son las fratrías, en este caso con inclinaciones delictivas, y ambas mujeres, la de esta película y la que comentamos las encarna la misma actriz-fetiche y esposa del director: Zhao Tao, un lujo de actriz, con un abanico de recursos expresivos que no necesitamos ni siquiera oírla hablar para quedar deslumbrados por su trabajo.

          Sí, por si no lo había dicho antes, la película es prácticamente muda, si comparamos los trozos hablados y los silenciosos, e incluso el director recurre a los intertítulos para dividir la película en capítulos y subrayar algunos mensajes que, por otro lado, son evidentes en la mínima trama de la película. La historia incluye en su desarrollo tres acontecimientos históricos de relieve: Los JJOO de 2008, la culminación del proyecto faraónico de la Presa de las Tres Gargantas, que desplazó a mas de millón y medio de personas que hubieron de ser realojadas en otras ciudades y, finalmente, la epidemia del Covid, 19.  Los tres acontecimientos están contemplados no desde la visión del Poder, sino desde la del pueblo afectado por ello. Y si tuviera que escoger uno de los tres, porque casi constituye en sí una película con vida propia, elegiría los movimientos fluviales de desplazamiento de las personas y abandono de sus hogares causados por la construcción de la presa. La protagonista sigue buscando a su pareja, sin que esta conteste a sus llamadas o mensajes. En una de las  doce ciudades condenada a perecer bajo las aguas del inmenso pantano, la protagonista hace un recorrido a medio camino entre la despedida y el reconocimiento en vida de la condición de resto arqueológico  que literalmente estremece. A ello colaboran, por supuesto, los bien estudiados encuadres de los rincones de esa ciudad que está siendo demolida antes de ser sepultada. Pensemos que la construcción de esa presa supuso un duro golpe para los esfuerzos arqueológicos chinos, pues se condenaban riquezas nacionales de varias dinastías.

          El contraste entre la juventud de los protagonistas y la decrepita vejez de él, que coincide con ella en Wuhan, donde se inició la pandemia del Covid 19, es de lo más llamativo de la película. Más aun la vida moderna, robótica incluida, y una de las conversaciones más emotivas la tiene la protagonista con un robot que sabe leer sus facciones mejor que el adivino que quiere leerle el futuro mientras recorre la ciudad en proceso de ser ciudad fantasma y sumergida. Ese contraste lo vimos al comienzo y se acentúa al final, y, constantemente, los planos panorámicos nos hablan de la macroedificación de colmenas donde alejar a los desplazados y a la población del campo que fuerzan a dejar sus cultivos para instalarse en pisos. Todo este mundo tan dinámico no oculta el poderoso imán que significa para la corrupción, un mal endémico en un país que, aun sometido a la dictadura del Partido Comunista, sabe encontrar sus propios aliviaderos a través de la corrupción política y, sobre todo, económica. Llamativo les parecerá a muchos la explotación mediática de influencers ancianos que adoptan coreografías y estilos comunicativos juveniles para atraerse al mayor número posible de seguidores. Un mundo no tan desconocido como siempre se ha pensado que era la China, pero que, a mi entender, sigue siendo un enigma indescifrable, aunque Mari Clío nos libre de su dominio, ciertamente…

No hay comentarios:

Publicar un comentario