No
me podrán quitar el dolorido/sentir, si ya del todo/primero no me quitan el
sentido… o la inefabilidad del dolor por el imperdonable mal causado: Manchester frente al mar, de Lonergan, o
la imposible expiación de la culpa.
Título original: Manchester by
the Sea
Año: 2016
Duración: 135 min.
País: Estados Unidos
Director: Kenneth Lonergan
Guion: Kenneth Lonergan
Música: Lesley Barber
Fotografía: Jody Lee Lipes
Reparto: Casey Affleck,
Michelle Williams, Kyle Chandler, Lucas Hedges, Tate Donovan, Erica McDermott,
Matthew Broderick, Gretchen Mol, Kara Hayward, Susan Pourfar, Christian J.
Mallen, Frankie Imbergamo, Shawn Fitzgibbon, Richard Donelly, Mark Burzenski,
Mary Mallen.
Hay culpas tocadas por la fatalidad que las hacen
irredimibles, inexpiables. Manchester frente al mar es una tragedia que se
encara como tal desde la ignorancia de la presentación del protagonista, Casey
Affleck -casi de un único registro, pero ¡tan inconmensurablemente acertado!-,
un encargado del mantenimiento de comunidades de vecinos de insoportable
carácter y agrio espíritu a quien iremos conociendo, con una estructura
contrapuntística a golpes de flashbacks,
a lo largo de dos horas y cuarto de película que casi en ningún momento se
revelan como metraje excesivo, porque la sensación de haber penetrado en la
vida de los personajes es de un realismo tan vivo que raro será el espectador
que pueda contemplar el desarrollo de la acción como algo “ajeno”, como si esos
dramas, menores y mayores, porque la comunidad, el pueblo del que es originario
el protagonista, Manchester, acaba teniendo también un papel de presencia coral
que dicta normas y prescribe comportamientos que afectarán al protagonista,
pudieran contemplarse como mero entretenimiento de tarde de sábado. Aviso
previo, pues: nadie afectado por una pérdida humana reciente ha de ir a ver
esta película, porque advierto que de la exposición al dolor tan inmenso del
que se nos habla nadie, en esas circunstancias, puede salir indemne de la sala.
Sin pérdida de por medio, yo mismo he sufrido lo mío, por razones que no vienen
al caso, y lo he pasado francamente mal asistiendo a la impotencia y al
sinsentido de una vida vivida con la inercia propia de lo meramente biológico,
y aun me atrevería a decir que es el único punto, no flojo, pero sí
incomprensible, de un guion espléndido: que el protagonista haya escogido “cargar
con la culpa” y convivir con ella, como la peor condena imaginable, en vez de
liberarse por la vía expeditiva del suicidio que, sin embargo, intentó nada más
tener lugar los hechos que provocaron la pérdida familiar. No quisiera contar
mucho de la historia, porque está planteada como un misterio, como un enigma
que explica la personalidad devastada del protagonista, y ya se entenderá que
desvelar ciertos extremos no es a todas luces conveniente. Sí señalaré, sin
embargo, que, desde el punto de vista de la realización, el director ha primado
más la eficacia narrativa que cierto esteticismo que, salvo las tomas
panorámicas del pueblo de pescadores, y las escenas náuticas, porque el hijo
del hermano, del que el protagonista se convierte en tutor legal por expreso
deseo del hermano fallecido, en el lento peregrinar del protagonista por los
laberintos burocráticos de la asunción de su tutoría y de las gestiones para
enterrar a su hermano, prima, cinematográficamente, la eficacia, lo que en
novelística llamaríamos una “escritura transparente” que no busca adornos
innecesarios, ya que el contenido de la historia es en sí tan contundente que
sobran cualesquiera subrayados estetizantes. Al tratarse de una pequeña
comunidad en la que casi todo el mundo se conoce entre sí, la historia nos
ofrece una buena perspectiva de lo que eso significa en Usamérica, y cómo uno
es un individuo pero también parte de una colectividad, y de los borrosos
límites entre una y otra realidad nos habla también la película. La relación
tío sobrino es el otro eje sobre el que pivota la película y el único que tiene
algunos momentos de distensión al irse enterando el tío de la enredada vida
amorosa de su sobrino y de su imperioso deseo de no abandonar el pueblo donde
está arraigado para cambiarlo por una convivencia con su tío en la para él
inhóspita ciudad de Boston. El progresivo entendimiento entre ambos, el ajustar
sus personalidades a una convivencia, sobre cuyo resultado tampoco me está
permitido avanzar nada, a la que están obligados es uno de los puntos fuertes
de la película. De hecho, hay dos fracasos familiares, los de los hermanos, el
recién fallecido y el del protagonista, que presentan muy escasas similitudes
circunstanciales pero cuyos resultados, en términos de estricto dolor, pueden
considerarse idénticos, si bien son pérdidas de naturaleza diferente la de cada
uno de ellos. La película se inscribe en ese subgénero usamericano de los
dramas familiares en los términos fijados por la ópera prima de Redford, Ordinary people, “Gente corriente”, con
la que ganó el Oscar al mejor director, pero he de reconocer que a mí me ha
trasladado a una película que me negué durante muchos años a ver, porque, como
padre, no me sentía con fuerzas psíquicas para ciertas empatías, La habitación del hijo, de Moretti, que
vi, finalmente, casi ocho años después de ser estrenada. Lo mismo me pasó con
un disco, Double Fantasy, que me
negué a escuchar tras el asesinato de Lennon durante casi 20 años. Lo refiero a
título de ejemplo de lo que el arte le puede deparar a las personas
hiperestésicas. No soy traidor. El único pero serio que podría ponerle a la
película es el uso de las piezas clásicas en la banda sonora, porque haber
usado el archioído y sobado Adagio de
Albinoni como rotulador fosforescente de la emoción me parece un error
garrafal, de primero de escuela cinematográfica, pero no emborrona el acierto
fundamental de la película: trasladar, con toda contundencia, la devastada vida
emocional del protagonista a los espectadores.
Para mí es la mejor película de este año. La composición del personaje de Casey Afleck es formidable. Quedé conmocionado. Uno termina, cuando conoce sus razones, sintiendo con él. Desgarrada, muy buena. A mí me gusta mucho más que Moonlight sin quitarle méritos a esta.
ResponderEliminarVaya, coincidimos, pues. "Con-sientes" hasta cierto punto, sin embargo, porque no puedes dejar de lado la inconsciencia del personaje y esa manera tan arbitraria y pueril de entender la relación familiar que tiene. El dolor, sin embargo, se hace presente de forma muy intensa y te arrastra. El encuentro con su exmujer es tremendo, por ejemplo.
Eliminar