La imperturbabilidad de la mirada estoica
del asno o Al azar, Baltasar, de
Bresson, un drama a medio camino entre el Lazarillo y el auto sacramental.
Título original: Au hasard Balthazar
Año: 1966
Duración: 95 min.
País: Francia
Director: Robert Bresson
Guion: Robert Bresson
Música: Franz Schubert
Fotografía: Ghislain Cloquet
(B&W)
Reparto: Anne Wiazemsky,
Walter Green, François Lefarge, Philippe Asselin, Nathalie Joyaut, Jean-Claude
Guilbert, Pierre Klossowski.
Bresson consideraba que había dos clases de
realizadores: él y todos los demás. Del mismo modo, él no hacía “cine”, que, en
los otros, no pasaba de un vulgar teatro filmado, sino “cinematógrafo”, un arte
sutilmente distinto y en el que la imagen y los sonidos creaban un lenguaje y
una realidad más próximas a la verdad, a través del artificio depurativo, muy
al estilo de la poesía de Mallarmé, es decir, siguiendo sus célebres aforismos,
en los 28 en los que sintetizó su poética cinematográfica, en una película lo
importante no es tanto lo que aparece como lo que se ha eliminado. Así pues, el
arte del cinematógrafo es, básicamente, el arte de la elipsis, lo cual recuerda
bastante el ideal mallarmeano de la “página en blanco” como expresión máxima de
lo poético. Con todo, y a pesar de las especiales condiciones en que Bresson
realizó su obra, con un control absoluto de su trabajo, filmando siempre con
actores y actrices aficionados, salvo alguna excepción no significativa, y sin
rendir cuentas más que a su propia exigencia, muchas de sus películas han sido
capaces de atraer a la inmensa minoría del aficionado al cine riguroso, poético
y un mucho filosófico, a pesar de la sencillez de la trama en la que se insertan
esos discursos explícitos en la película. La historia de un asno, de Baltasar,
primero compañero de juego de los niños que se lo quedan y lo bautizan
siguiendo el rito católico, y que luego va pasando de amo en amo hasta la impresionante
secuencia de la muerte final de la asendereada y maltratada bestia, en cuya
mirada se advierte enseguida la existencia de un alma sufriente e incapaz de
manifestarse para ser entendida, compadecida y redimida, no parece, a primera revelación, una historia digna de gran interés, pero ¡ah, amigos!, es Robert Bresson quien está al otro lado de la cámara para contaros esa historia. Está claro que la trama
toma al asno como motivo dinámico para mostrarnos lo peor de la especie que lo
esclaviza y somete a todo tipo de sevicias, excepto cuando tiene un momento de
gloria actuando como burro sabio en un circo. Buñuel y Dalí sacaron un asno
muerto encima de un piano, dicen que para “vengarse” del burro de Juan Ramón
Jimenéz, ofendidos por el empalagoso Platero
y yo, del que no entendieron nada de nada. La obra de JRJ es una
autobiografía con retrato en clave negra y cruel de la España de su época, un libro
oscuro lleno de nihilismo, desesperanza y compasión por la miseria, el atraso
cultural y la vida de una España enfangada en el atavismo, la miseria moral y
las más esquinadas y agresivas pasiones animales. No me parece que sea un libro
del que se saque nada en claro sobre su verdadero sentido hasta que se lee con
unos 50 años… La historia de Baltasar la puse en relación, nada más verla, con
una de las películas que me han marcado cuando la vi y reví desde los 15 hasta
los 18 cada Semana Santa: El hombre que
no quería ser santo, de Edward
Dmytryk, una joya auténtica de un tipo de cine que, teniendo un motivo
religioso, va mucho más allá de esa temática para conectar con rasgos
universales de la psicología de la especie. El paralelismo entre el santo al
que todos maltratan y del que todos se burlan me parece evidente, como evidente
es, por ejemplo, el proceso de construcción de una psicología en Baltasar, que
trasciende su condición y lo eleva a fenómeno religioso. Recordemos que Bresson
era un jansenista confeso y que buena parte de su cine tiene una evidente
relación con el misticismo. En Baltasar me parece clarísima la vertiente
religiosa que protagoniza el asno, cuya mirada en primer plano repetido una y
otra vez tiene una elocuencia que ni el mejor discurso defensor de los animales
sería capaz de lograr. Hay dos momento particularmente intensos en la película,
que fluye con una naturalidad increíble: cuando el asno rechaza el agua que se
le ofrece para calmar la sed y cuando, en un zoológico, va intercambiando su
mirada equina con la de los animales allí enjaulados, especialmente la del
elefante: el juego de plano/contraplano de los ojos de ambos animales, el asno
y el elefante, consigue una emoción genuina en el espectador, del mismo modo
que la muerte del animal , rodeado de ovejas, tiene una atmósfera religiosa
inconfundible: ¿sueñan los asnos con ovejas mecánicas?, se pregunta uno cuando
el asno va perdiendo la vida en medio del prado, sin amo que lo cuide, y
rodeado del rebaño de ovejas que añaden una inequívoca connotación angelical al
desenlace. Al azar, Baltasar es una
película llena de sentimientos no subrayados, no enfatizados, aunque tampoco
negados, y cuya banda sonora, la sonata nº 20 de Schubert, dota a la película
de una dimensión emocional estremecedora, sobre todo al extraordinario y
conmovedor final. A título anecdótico, no me resisto a reseñar, como he leído,
que Bresson se retiró de la dirección cuando no halló financiación para dirigir
¡nada menos que una adaptación del Génesis! En cualquier caso, remito, para más
información a la crítica que hice a El
dinero.
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