El pozo profundo de la marginalidad
y la difícil identidad del hijo de puta: Mamma
Roma, de Pasolini: la crónica de una adolescencia
herida y sin rumbo.
Título original: Mamma Roma
Año: 1962
Duración: 110 min.
País: Italia
Director: Pier Paolo Pasolini
Guion: Pier Paolo Pasolini, Sergio Citti
Música: Antonio Vivaldi
Fotografía: Tonino Delli Colli
Reparto: Anna Magnani, Franco Citti, Ettore Garofolo, Silvana Corsini,
Luisa Orioli, Paolo Volponi, Luciano Gonini, Vittorio La Paglia.
¡Pues no voy yo y me embarco en el visionado de Mamma Roma, de Pasolini, al día
siguiente de haber hecho lo propio con Mi
tío Jacinto, de Vajda! ¡Ya se han de tener ganas de sufrir, la verdad! No
hará ni tres años que la había visto, pero con motivo de un curso sobre la
historia del cine la he vuelto a ver y ahora sí que me parece inexcusable la
crítica pertinente, sobre todo porque, en aquella ocasión, aún no había abierto
este Ojo Cosmologico donde las recojo.
Pasolini nunca defrauda, y en esta Mamma
Roma podemos advertir, en dosis diferentes, buena parte de los presupuestos
de su actividad intelectual y de sus constantes experimentos fílmicos. La
historia de una prostituta redimida que quiere llevarse a su hijo a vivir a
Roma para que tenga alguna oportunidad en la vida se tuerce por el chantaje que
le hace su antiguo chulo, un Franco Citti impecable en su papel y con una
memorable intervención cuando se reivindica, a pesar de su juventud, como “descubridor”
y “cincelador”, a lo “Pigmalión”, de la protagonista, a quien sacó del pueblo
para darle una vida terrible y, al tiempo, desahogada. La película se abre con
la boda del chulo, de quien la protagonista se siente, por ello mismo, liberada.
La secuencia de la boda, que recuerda la escena de la última cena de Viridiana es, aunque en la ciudad, una
boda campesina y casi medieval, sobre todo por la presencia simbólica de los
cerdos en el banquete. Hay una reivindicación del hombre del campo –“¡qué
comerían, sin nosotros, los señoritos…!” y de la lengua y el folclore
campesino, como se demuestra en el torneo de coplas con retranca que se dirigen
la protagonista y los novios. De ahí ya, después de unos primeros planos de la
protagonista que se irán repitiendo, con distintos escenarios, a lo largo de la
película, hasta culminar en un famoso plano secuencia con un trávelin de
seguimiento nocturno en que la protagonista va contando, a los acompañantes que
se le van añadiendo, en sincronizados relevos, parte de su vida; de la boda,
decía, pasamos a la búsqueda del hijo recién llegado del pueblo, donde ha sido
criado hasta los dieciséis años. Y entonces, en ese frío encuentro entre un
hijo “desmadrado” literalmente, y una madre harto efusiva -sin duda en demasía-
se trasluce el choque familiar que se resolverá dramáticamente. Hay un
conflicto entre las aspiraciones de la madre respecto de su hijo y la realidad
de la nula formación del mismo y de su falta de referentes emocionales, éticos
y familiares. Entra en su casa, realmente, como un extraño en una pensión, y
aunque parece dejarse llevar por la madre, pronto se integra en una pandilla
típica de extrarradio sin futuro sin formación de por medio. Comienza vendiendo
los discos de la madre para sacarse algo de dinero -por cierto, la canción
emblemática de la película la canta Joselito en italiano-, pero la madre
pronto le consigue un trabajo en un restaurante como camarero después de haber
extorsionado, mediante una compañera de profesión, al dueño del mismo. Pero no
le dura, aunque en la secuencia en que la madre va a verlo trabajar, los
desgarbados y chulescos andares del hijo, que se acentúan respecto del de los
comienzos, nos indican claramente ese confuso mundo interior de resentimiento,
prepotencia e ignorancia que acosan al chiquillo, quien se enamora, además, de
una joven con leve retraso mental. Por cierto, Pasolini descubrió al chico en
un restaurante en el que Garofolo trabajaba realmente como camarero. Y lo
cierto es que Garofolo tiene ese tipo de rostro no armónico, tan del gusto del
director, una fealdad muy cinematográfica, sin embargo, y a la que Pasolini
logra arrancar planos con miradas, gestos y silencios de grandísimo actor. La
película se basa en una estructura de persecución, como si se tratase de un
thriller moral en el que la detective, Mamma Roma, pretende seguir los pasos de
su hijo para evitar que, más allá de ir por la senda del mal, no acabe donde
finalmente acaba, en la sala carcelaria del hospital donde había entrado a
robar y, posteriormente, en una celda de retención, donde se nos muestra al
joven con una inequívoca iconografía
crística. Con esa facilidad de Pasolini para mezclar registros tan variados en
su obra, quiero destacar el contraste que con la historia del joven
protagonista significa que uno de los enfermos comunique a los restantes que ya
se ha aprendido otra tirada más de La Divina Comedia de Dante y se la recite
mientras el joven, aquejado por la fiebre alta y la angustia animal de sentirse
encerrado sin siquiera ni poder imaginar que haya habido alguna razón que lo
explique estalla en una crisis de ansiedad que es reducida en la celda de
contención. El choque, pues, entre el pequeño pueblo campesino del que procede,
donde ha vivido separado de la madre, y la vida de la ciudad, donde no halla
otra vía de acomodo que a través del raterismo, acaba teniendo consecuencias fatales que
convierten la película en un drama individual y al tiempo de clase, porque la
imposibilidad de integrarse en el sistema productivo tiene mucho que ver con la
peculiar biografía del joven protagonista, dominada por el resentimiento y el
odio hacia su madre y, por extensión, a la sociedad.
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