Del estrés postraumático a la
ceguera emocional: Una mujer en la playa o la tentación vive entre las dunas.
Título original: The Woman on
the Beach
Año: 1947
Duración: 71 min.
País: Estados Unidos
Director: Jean Renoir
Guion: Jean Renoir, Frank
Davis, Michael Hogan (Novela: Mitchell Wilson)
Música: Hanns Eisler
Fotografía: Leo Tover, Harry
J. Wild (B&W)
Reparto: Joan Bennett, Robert
Ryan, Charles Bickford, Nan Leslie, Irene Ryan, Walter Sande.
Después de un comienzo onírico turbador, el protagonista,
un excelente Robert Ryan en el papel de persona torturada que no puede librarse
de angustiosas pesadillas, aquejado de estrés postraumático, que trabaja en un
destacamento militar en el servicio de guardacostas, sale a pasear con su
caballo y en el recorrido por la costa se encuentra con una mujer que se refugia
en el enorme pecio de un barco varado en las dunas. La ve. Se ven. Pero sigue
su camino. Instantes después, se presenta en casa de su prometida y le exige
que se casen esa misma noche. La novia lo frena y deciden cumplir los plazos a
los que ambos se habían comprometido. Enseguida se intuye que la cosa no va a
acabar bien. Y así sucede, en efecto. La atracción que siente el militar por la
enigmática mujer, una persona desencantada de la vida y prisionera de un
matrimonio en el que la compasión ha sustituido al amor, porque su marido es un
pintor que se ha quedado ciego a resultas de un accidente en el que la mujer ha
participado, no tarda en ser correspondida; una relación que pasa de la comprensión mutua
a la atracción física mutua y a la envolvente persuasión de ella, una Joan
Bennet usando con maestría todos los recursos de su capacidad seductora para
jugar a su antojo con el apuesto y torturado militar, para dirigir al incauto
militar angustiado en la dirección de una rivalidad con el marido que lo lleve
al asesinato que libre a la mujer de su esclavitud y de los malos tratos que,
al menos una vez, se ven en pantalla, porque ambos esposos son, además
bebedores contumaces. La película es sencilla en su planteamiento, pero va
evolucionando a través de la relación del trío protagonista, con un Charles Bickford,
enorme secundario, en un papel muy ajustado a su temperamento fuera de la
pantalla. Renoir consigue una narración muy fluida de la historia y aunque hay
un buena colección de encuadres propios de su magnífica inspiración pictórica,
está más interesado en que fluya el melodrama, camino de un clímax que se
consigue, finalmente, cuando el pintor, de quien su rival ha sospechado que “representaba”
la ceguera, “ve” clara su situación y decide romper amarras con su pasado de
una manera radical, quemando los cuadros y, de rebote, la propia casa en mitad de
la playa donde vive con su mujer, algo que ocurre justo cuando la exnovia del
militar ha jugado su última baza, en un baile, para atraer a su antiguo
prometido. He de reconocer que la tensión que sabe crear Renoir tiene mucho de
los recursos propios de Hitchcock, de quien nada nos extrañaría que hubiera
sido él quien filmara la película, sobre todo por la escena en que Ryan, a
caballo, lleva a su rival, quien va caminando cogido de la montura, por el
borde de un acantilado para ver si, ante el peligro de caída, reacciona y revela
el fingimiento de su ceguera, lo cual en modo alguno ocurre, sino todo lo
contrario, que el pintor se despeña hasta la arena de la playa que amortigua la
caída, lo que evita que sea mortal. Habían pasado ya 6 años desde Aguas pantanosas, su debut en Usamérica,
y el siguiente rodaje sería una de sus mejores películas, El río, y aquí se advierte ese fino trabajo de introspección
psicológica y de análisis de las relaciones humanas de todo tipo, aunque con
personajes tan castigados por la vida como los de Ryan y Bennet, lo que nos
adentra en las conocidas torturas del alma propias del melodrama, género en el
que se inscribe esta película con una carga erótica que destaca, sobre todo en
el flechazo de los protagonistas y que acentúa, cada vez que sale en pantalla,
el vestuario de la protagonista. La playa es, de por sí, toda una puesta en
escena, por lo que poco ha tenido que añadir el director al marco de la
historia, pero Renoir saca de ella unos planos excepcionales que añaden una
especie de aura romántica al encuentro de los protagonistas. El pecio del barco
no deja de ser una ruina en la que ambos amantes cobijan su amor, aunque el
pintor, en un paseo por la playa, sea capaz de “descubrirlos”, por la presencia
del caballo y porque sabe que ella se refugia allí. En fin, una de esas
películas que siempre agrada ver, con unas interpretaciones estelares que
convencen al más reticente y con un final algo complaciente, pero de todo punto
verosímil, dadas las circunstancias y los intentos anteriores que la
protagonista había hecho por manipular a otros para conseguir lo mismo que
quería conseguir del militar. Cine al viejo estilo de Hollywood: sobriedad,
eficacia, historia y una dirección de actores magnífica.
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