Una historia convincente, una
atmósfera conseguida y un thriller con estupendos toques de comedia: Las fronteras del crimen, de John
Farrow, o una película en contrapicado.
Título original: His Kind of
Woman
Año: 1951
Duración: 120 min.
País: Estados Unidos
Director: John Farrow
Guion: Frank Fenton, Jack
Leonard
Música: Leigh Harline
Fotografía: Harry J. Wild
(B&W)
Reparto: Robert Mitchum, Jane
Russell, Vincent Price, Tim Holt, Charles McGraw, Marjorie Reynolds, Raymond
Burr, Leslie Banning.
El título original, His kind of woman, pone el acento, desde un punto de vista
comercial, en lo que el público debería intuir, por él, como un tórrido romance
entre Mitchum y Russell, y, aun habiendo algunas escenas en que sí que la
atmósfera erótica sube ciertos grados -sin sobrepasar el código Hays-, la trama
negra de la película nos lleva a considerarla más como una historia de
perdedores que como un thriller con gotas sentimentales. Lo que sorprende, ¡y
mucho!, sin embargo, en esta historia compleja, con un excelente guion, y una
realización de la que ahora hablaremos, es la parte de comedia que introduce la
historia al situar la acción en un resort mexicano, fronterizo con Usamérica,
en la que un actor famoso, enamorado de la caza, un pletórico Vincent Price
escacharrantemente cómico, trata de superar un matrimonio fallido y medita si
se unirá con la joven, Russell, que ha hecho un sonoro tilín, casi un tolón, al
protagonista, Mitchum. La historia de un perdedor a quien ofrecen una suculenta
recompensa, 50.000 dólares, para ir a ese resort y esperar noticias de lo que
ha de hacer para acabar de ganárselos, pues le van dando anticipos más pequeños,
es el hilo conductor de la trama, a la que enseguida se une Russell, quien se
le presenta al lacónico protagonista como una rica heredera, para descubrir,
finalmente, que se trata de una imponente cazadotes. Como el protagonista tiene
deudas de juego, la película comienza con una paliza propinada en su
apartamento, la claustrofobia del cual la realza el uso del contrapicado, que
el autor va a repetir en infinidad de ocasiones a lo largo de la película, y
con el mismo fin, crear una atmósfera muy física, con encuadres en los que
parece que la incomodidad de los personajes no proceda tanto de lo que les
ocurre en la realidad de los acontecimientos, cuanto de su ubicación en el
plano. El protagonista no tarda en olerse, por diversos personajes que
encuentra en el resort, que nada bueno puede esperar de ese “misterio” al que
lo destinan, máxime cuando descubre la presencia de un enigmático “profesor”, muy
en la línea de los científicos heterodoxos al servicio del mal. El espectador
sabe desde el principio que de lo que se trata es de que un mafioso, un sólido
y convincente (¡Como Vincent!) Raymond Burr, quiere someterse a un transplante
de cara para poder reingresar en Usamérica con una nueva identidad, la del
perdedor conejillo de indias. Esa trama científica de la película, que aquí
actúa al revés de como lo hace en La
senda tenebrosa, de Delmer Daves, es decir, al servicio del delito, no deja
de tener algo de ingenuo, sobre todo por las condiciones en las que se va a
realizar el trasplante, en un viejo bote anclado en aguas territoriales
mejicanas. La atmósfera del resort, con diferentes historias que van
mezclándose en la tensa espera de las noticias que no llegan, se ilumina de
pronto, como ya he dicho con la aparición de ese actorazo descomunal, en todos
los sentidos, que es Vincent Price. La habilidad del guion permite ignorar que
la cazadotes va detrás del actor y que ambos hombres, que han congeniado
rápidamente, acabarían enfrentados por ella, pero la aparición por sorpresa de
la mujer del actor, deliciosamente irónica, con quien tiene unos diálogos
magníficos, resolverá ese hipotético enfrentamiento. El tramo final de la
cinta, con la expedición de rescate que encabeza el actor con los policías
mejicanos y otros huéspedes del resort, deseosos de escapar a la convivencia
tan “estrecha” con sus parejas, es una auténtica “armada Brancaleone” que combina
perfectamente, en el tramo final de la película, el temor por el destino final
del protagonista con una comicidad de buena ley. La figura de Price, cotejando
lo que ha hecho en decenas de películas de aventuras, eternos simulacros de
violencia y de muerte, con lo que está viviendo, muertos incluidos, y sus
constantes declamaciones shakesperiana suben mucho el nivel de la película. Es
una lástima que Ferraro, el gángster, Raymond Burr, no tenga más papel, porque
podría haberse convertido la película en un duelo entre Burr y Price que
hubiera adquirido tintes legendarios. Adviértase, por último, la notable extensión de la cinta para un género de este estilo en el que la concisión es un valor, y de ello tiene la culpa el excelente retrato de la atmósfera del resort y las diferentes historias que se cruzan con la de os protagonistas.
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