miércoles, 25 de junio de 2025

«El confidente», de Jean-Pierre Melville, el «polar» más usamericano.

Un espléndido guion sobre los severos códigos del hampa.

 

Título original: Le doulos (The Finger Man)

Año: 1962

Duración: 108 min.

País: Francia

Dirección: Jean-Pierre Melville

Guion: Jean-Pierre Melville. Novela: Pierre Lesou

Reparto: Jean-Paul Belmondo; Serge Reggiani; Michel Piccoli; Monique Hennessy; Jean Desailly; René Lefèvre; Carl Studer; Marcel Cuvelier; Philippe Nahon.

Música; Paul Misraki

Fotografía: Nicolas Hayer (B&W).

 

          ¡Qué enorme placer, el de ir descubriendo poco a poco, sin prisas ni pausas, las grandes películas de mis directores favoritos! Aun siendo consciente del paso vertiginoso de los días, ¡con qué gusto me relamo en la visión de obras aún no descubiertas! Es el caso de El confidente, con un actor Jean-Paul Belmondo, que, en las antípodas del estilismo de Delon en El silencio de un hombre, compone un personaje, a medio camino entre el pícaro, el justiciero y el hombre fiel a ciertos principios sagrados del código de honor de los maleantes, que atraviesa la película con una presencia soberbia, un experto nadador en las aguas bravas de la colaboración con  la policía y en las salvajes de los delincuentes sin escrúpulos.

          Ya el trávelin del comienzo, que sigue a un personaje, Maurice Faugel a través de un camino en las afueras de París, junto a las vías del tren, camino del refugio de un compañero de atracos, preludia una película intensa, densa, capaz de generar atmosferas de las que atrapan al espectador y lo conducen a interesarse profundamente por los motivos de las conductas de los distintos personajes. De piedra nos quedamos cuando Varnove, el depositario de las joyas de un atraco perpetrado no hace mucho, quien recibe con los brazos abiertos a Faugel, es asesinado por este, tras haberle indicado previamente el futuro cadáver dónde estaba el arma que el otro pretextaba necesitar para entrevistarse con un colega, y aun a pesar de no gustarle el hecho de ir armado. Tras la ejecución impasible, le roba cuanto dinero tiene, las joyas y, junto con la pistola, lo entierra todo bajo una farola, no muy lejos de la casa, una escena entre londinense y romántica, con fuerte poderío visual, una composición fotográfica que continuaremos viendo a lo largo de la película en numerosas ocasiones, ya sea en plano estático, ya en persecución automovilística, ya en los trávelin que recuerdan el del inicio, cuando se acerca el ingenioso desenlace de la historia. De hecho, la «recuperación» del tesoro escondido, esta vez a cargo de Silien, el supuesto confidente, va a mejorar, estéticamente, la primera imagen.

          La irrupción del protagonista, Silien, en casa de Faugel, a quien entrega las herramientas para cometer un robo en la caja fuerte de un hombre que vive solo en un caserón, nos permite conocer las «maneras» intempestivas del protagonista, pues, tras haberse despedido, vuele al piso de Faugel, donde vive su amante, y tras golpear inmisericordemente a la joven, la ata a un radiador y la convence de que tiene dos opciones: revelarle la dirección de donde se producirá el atraco, casa que ella ha vigilado en un coche previamente, o sufrir una violencia que acaso pueda incluso desfigurarla. La policía, lógicamente, se presenta en el lugar del atraco y los dos ladrones han de huir a la carrera. Se enfrentan, a tiros, a la policía, y uno de ellos es herido de muerte. Faugel, también herido, logra escapar y cuando ya pierde el conocimiento, para a su lado un coche que lo recoge y o lleva a un médico que lo asiste y cura.

          Nada sabe Faugel de quién lo ha salvado, pero de lo que está seguro es de que quiere vengarse de Silien, el «confidente». Para hacernos a la idea de lo que significa ser tachado de «confidente» en el mundo del hampa, solo tenemos que pensar en esa maravillosa película de John Ford titulada El delator, si bien esas delaciones tienen como referente el mundo de la política revolucionaria irlandesa contra los británicos. A efectos prácticos, delator o confidente, política o hampa, el mismo rechazo moral sufren quienes son etiquetados de ese modo.

          Me parece que, de toda la obra de Melville, esta es la película más usamericana de todas, no solo por la trama y por un virtuosismo del guion que habrá de ver el espectador que se deje seducir por esta crítica  y que le permitirá ver el desarrollo de la trama desde una perspectiva que ni siquiera había imaginado, y ahí es donde entra la fatalidad para convencernos de que nunca ningún relato construido por los seres humanos es capaz de atar todos los cabos. A esa filiación trasatlántica contribuye el mismo vestuario, las gabardinas largas, los sombreros, las luces indirectas, la penumbra y sobre todo los dos coches tipo Cadillac que «marcan» los orígenes genéricos de este polar que lo es, fundamentalmente, en la relación de Silien con los policías, cuando lo amenazan con enchironarle si no colabora con ellos.

          La parte del león de la película tiene que ver con el desenlace que no presenciamos en  directo, sino en diferido, cuando todo lo que ha sucedido resulta conforme con el minucioso plan trazado por Silien para ajustar unas cuentas a varias bandas sobre cuyo resultado ya he dicho que no revelaré nada. Y, francamente, la primera sorpresa es reconocerle a Silien la capacidad de urdirlo y ejecutarlo con tanta precisión y limpieza.

          Jean-Paul Belmondo luce el palmito canalla de sus primeras películas y domina la escena con una naturalidad que parece haberse criado entre rufianes y ser capaz de mantener una simpatía natural que no excluye, obviamente, la «necesidad» de hacer cuanto mal convenga a sus intereses, aunque todo su afán consiste en dejar inmaculado su nombre y rechazar el remoquete de «confidente» que tanta importancia tiene, sin embargo, en el dinámico y extraordinario desenlace de la película. Una manera perfecta de acabar una historia como la de este brillante polar usamericanizado.

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