domingo, 19 de febrero de 2017

¡Novedad!: el primer corto de ficción de Jean-Luc Godard: Une femme coquette






La mirada, el deseo y la transgresión: Une femme coquette, de Godard, o la ingenua aventura en l’avant mi-di.



Título: Une femme coquette
Director: Jean-Luc Godard (Hans Lucas)
Guion: Jean-Luc Godard (Historia: Maupassant)
Música: Johann Sebastian Bach
Intérpretes:  Marie Lysandre. Roland Tolma, Cermen Mirando. (Cameo del autor: Godard).


Se nos anuncia hoy en las páginas de El País, una primicia: acaba de ser colgado en YouTube el primer corto de ficción de Jean-Luc Godard, Une femme coquete, basado en una narración de Maupassant. No es la primera película de Godard. Ese honor petenece a un documental,  Operation ‘Béton’ en el que se narra la construcción de una presa y más específicamente, la elaboración del hormigón para su construcción. Se trata de un documental muy influenciado por la apología del maquinismo como liberación de la clase proletaria del cine soviético, tanto el de propaganda como el de autor; un canto ingenuo a la máquina que aparecerá a menudo en la filmografía de Godard, sobre todo el trajín laboral en el marco de una ciudad moderna, porque el movimiento vital de una ciudad es un paisaje querido para Godard: el tráfico, el particular y el público, las obras, las fábricas, el mundo laboral en su conjunto, los transeúntes, los escaparates, los cruces de calles, los parques… Su primer corto de ficción, esta suerte de aventura entre ingenua y libertina titulada Una mujer coqueta, reúne, como no podía ser de otro modo, algunos rasgos esenciales de lo que ha de ser su filmografía posterior y, sobre todos ellos, el rodaje en exteriores, no siempre, por cierto, “cámara en mano”. La película arranca con la redacción de una carta de una recién casada a un amigo suyo, en la que le cuenta una infidelidad matrimonial que no sabe si la atormenta o la hace reír. La mínima historia se centra en el breve tiempo del almuerzo en que esa mujer sale a la calle y observa cómo otra, desde el balcón de un primer piso, sonríe a todos los hombres que pasan con la deliberada intención de atraerlos a una cita amorosa de pago. Desde la calle, nerviosa, observa el juego de coquetería de la mujer, que acaba seduciendo a un transeúnte, ¡nada menos que a un jovencísimo y casi desconocido Jean-Luc Godard, muy gracioso en su papel de “cliente cazado” al vuelo de una mirada pícara y un inequívoco, pero discreto, gesto felativo! Turbada, la mujer decide lanzarse a la imitación del modelo de seducción, lo cual hace, después de muchos titubeos, con un hombre que lee el periódico sentado en el parque, quien sigue, desconcertado, los ires y venires de una mujer que, tras vencer todos los pudores e inhibiciones habidas y por haber, decide sonreír al hombre justo un segundo antes de arrepentirse de haberlo hecho y de salir corriendo del parque, seguido por el hombre, quien lo hace con el automóvil que tenía aparcado a la puerta del parque, un seguimiento que se resuelve en un trávelin (¡lo que me cuesta escribir el normativo travelín!) lateral de la huida desesperada de la mujer para llegar antes que su perseguidor a su casa, pero… Y hasta ahí cuento, aunque, si bien se mira, son apenas nueve minutos de corto, pero no conviene chafar el último. Me ha parecido muy destacable, lo que casi podría entenderse no tanto como una teoría de la seducción cuanto una ilustración del poder inequívoco de la mirada y lo que esta es capaz de construir, o de destruir, llegado el caso. La puesta en escena, la propia ciudad de París, se ajusta como un guante a ese espacio de la posibilidad, de la aventura, de la fantasía galante, de la liberación de los deseos reprimidos que tanto papel tendrán en otras películas del autor. Se trata, aunque modesta, de una aventura que interpela las convicciones de la protagonista y la sitúa en un escenario de transgresión que ya en aquella época resultaba atrevido proyectar en una pantalla, aunque el corto, como puede comprenderse, no llegara al gran público. De hecho, hasta que ha podido ponerse a disposición de cualquier espectador en YouTube, eran contados los permisos de acceso al mismo. Bienvenida sea esta primera ficción, ¡tan potente ya!, del maestro Godard. Estoy convencido de que no defraudará a quienes no duden en emplear los nueve minutos que exige su contemplación. Tanto el método de la carta, como el flash back y cierto recogimiento interior de la protagonista en su alcoba, traen a la memoria la famosa Carta a una desconocida, de Ophüls, pero en cuanto salimos a la calle, el aire de libertad documental de la grabación sin el control del estudio, nos arruina el recuerdo, sin que por ello el corto pierda interés, ¡antes al contrario!

3 comentarios:

  1. Estupenda esta mirada del ojo cosmológico, tan sabia y pródiga en detalles que iluminan. Vi el corto ayer y se me ocurrió eso de que «una buena parte del mejor Godard ya está en estos 9 minutos», pero me pareció un poco apresurado. Celebro que mi intuición no anduviera desencaminada (si no leo mal esta reseña). Hay en las imágenes, además de la innegable herencia literaria que todo el cine de G. tiene, una creencia firme en el poder seductor de las imágenes por sí mismas, quizás el mejor logro de la Nouvelle Vague, por otro lado herencia asimilada del cine "literario y salvaje" de, por ejemplo, el primer Buñuel. Y sí, la desconocida zweigiana de Ophüls también comparece.

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    1. Me alegra coincidir, porque, a veces, tengo la sensación de dejarme llevar por arrebatos (no zuluetescos) y ser traicionado por el entusiasmo o la decepción. Me gustó mucho la mezcla de técnica tradicional del planteamiento del relato y de innovación realizadora, así como, ya lo digo en la crítica, la actuación, ¡en la línea del mejor cine mudo! de Godard.

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  2. Tengo para mí que los zuluetescos no son malos arrebatos. Aunque es verdad que tiene sus peligros el pasarse toda la vida viviendo en la viñeta del primer tebeo que nos colonizó el alma. Claro que también podríamos preguntarnos si, en puridad, es posible hacer otra cosa, predestinaciones al margen. Y, ya lanzada la pregunta, respondernos con contundencia que sí: todo es, por fortuna, posible. Incluso romper el circunloquio.

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