martes, 14 de febrero de 2017

Miserias (aún) de posguerra, picaresca e hidalguía: “Mi tío Jacinto”, de Ladislao Vajda.




Neorrealismo compasivo e hiriente: Mi tío Jacinto o la dura ley de la supervivencia: la emoción real frente a la blandenguería sentimentaloide.
  
Título original: Mi tío Jacinto
Año: 1956
Duración: 90 min.
País: España
Director: Ladislao Vajda
Guion: Andrés Laszlo, José Santugini, Max Korner, Gian Luigi Rondi, Ladislao Vajda (Historia: Andrés Laszlo)
Música: Román Vlad
Fotografía: Enrique Guerner (B&W)
Reparto: Pablito Calvo, Antonio Vico, José Marco Davó, Juan Calvo, Mariano Azaña, Pastora Peña, Julio Sanjuán, Miguel Gila, José Isbert, Paolo Stoppa.



¡Qué memorable programa Historia de nuestro cine!, que permite al espectador descubrir, como llevo haciéndolo desde que empezó, un buen número de películas que confirma los muchos valores de nuestra cinematografía. Estoy deseando que acabe para que haya una segunda edición y pueda ver aquellas que, en su momento, me perdí. Mi tío Jacinto, del reputadísimo Ladislao Vajda, de quien siempre se menciona la excelente Marcelino, pan y vino, pero cuyo nombre yo siempre he asociado a El cebo, una de las primeras películas que vi como cineclubista, allá por 1968 y de la que siempre he guardado magnífico recuerdo. Pudiera pensarse a primera vista que esta película fuera un intento de sacar partido al éxito indescriptible que logró Pablito Calvo con la película Marcelino, pan y vino, y aunque en origen así haya podido ser, no hay duda de que Vajda nos ha entregado una obra a la que bien le cabe algo así como el título de principal muestra del neorrealismo español, porque el retrato de la miseria orgullosa del antiguo novillero que vive con su sobrino en una chabola y sale, con él, cada día a ganarse el pan, va más allá de una singularidad del guion para ganarse la simpatía compasiva del espectador. Vajda nos ofrece una película que, so pretexto de describir esos esfuerzos de honrada supervivencia en los últimos coletazos de la larga posguerra de la Guerra Civil, retrata muy ácidamente una realidad degradada y subdesarrollada en la que la picaresca al más puro estilo del Lazarillo sigue vigente. La puesta en escena de la película, además de la plaza de toros y las chabolas, se fija en el Rastro como eje de la actividad de los personajes, un ecosistema donde la trapacería y la estafa de medio pelo están a la orden del día. Y en ese ambiente hay tres intervenciones de puro lujo: Miguel Gila, en una escena de “timador con niño”; Pepe Isbert, como proveedor de relojes ful para los timos, y Tip, muy joven, cuando aún formaba pareja con Top, antes de unirse a Coll, como dependiente de la tienda de disfraces donde el novillero quiere alquilar su traje para actuar en una charlotada torera, actuación en la que aparece anunciado por error y, al reclamar a los organizadores, recibe el encargo  firme de actuar. Su orgullo le lleva a decir que tiene traje, pero por él le piden la “friolera” de 300 pesetas, y ahí se activa el motivo dinámico que nos va a tener en vilo durante toda la obra para saber si es capaz o no de reunir esas trescientas pesetas, labor en la que su sobrino, sacando de aquí y de allá, desde perras gordas hasta pesetas, trata de ayudarlo. La película se centra en el microcosmos de la estafa picaresca, vista desde un tono costumbrista que recuerda el Madrid de algunas películas de Neville, y ahí está la escena de la comisaría, por ejemplo, en la que el comisario ayuda a redactar un informe para la superioridad enumerando todas las deficiencias del local donde actúan con un lenguaje administrativo que choca enormemente con el de su realidad cotidiana con los raterillos de poca monta. Igualmente, puestos a buscar referencias, el inicio de la película en la chabola constituye un grupo de secuencias mudas que hacen imposible no pensar en The Kid, de Chaplin, por ejemplo. Y ahí es donde Pablito Calvo, un auténtico niño prodigio de la interpretación, carga con toda la responsabilidad del éxito de la película, aunque Antonio Vico lo secunda con una composición del personaje memorable. El duelo entre ambos es uno de los grandes duelos interpretativos del cine español, porque ese orgullo torero del novillero fracasado, del perdedor que nunca pierde, sin embargo, la dignidad de ser quien es, e incluso de quien podía haber sido, atraviesa la película con una entereza que no nos ahorra, sin embargo, las humillaciones de su condición de pobre de solemnidad. De hecho, cuando el patetismo de su actuación en la plaza está a punto de abocarnos a un final conmovedor y casi lacrimógeno -la escena de Tip en medio de la plaza protegiendo el traje de alquiler del torero con un paraguas en medio del chaparrón que pone fin al festejo es de una crueldad infinita- el guion logra enderezar la situación y tío y sobrino salen de la plaza recreando el tío los soberbios pases que le dio al toro y que el sobrino alega que no pudo ver para consolar al tío y “crecerlo”, en un acto final de amor incondicional por su héroe cotidiano, a quien protege y ampara en una inversión de papeles en la que a Vajda en ningún momento se le escapa ningún brochazo sentimentaloide, sino al revés, un soberbio cuadro neorrealista lleno de auténtica emoción humana, ni más ni menos que la que se deriva de la solidaridad de dos perdedores que se las ingenian para ir tirando de modos y maneras que, como la recogida de colillas en la explanada de la Monumental para sacar el poco tabaco que quede y venderlo a un fabricante casero de cigarrillos de saldo, por fuera han de chocar al espectador de la “sociedad del bienestar”. Desde ese punto de visto, ya digo, la película de Vajda ofrece una visión de la sociedad del franquismo tan crítica y contundente, por vía indirecta, que no me explico cómo la película no fue censurada por las autoridades. Hay muchos directores de quienes se elogia haber dado esa imagen real de la sociedad de su tiempo, Bardem, Berlanga, Fernando Fernán Gómez, Nieves Conde, etc., pero, vista Mi tío Jacinto, pocas pueden compararse a la mirada con que Vajda desnuda aquella sociedad opresiva, pobre, insolidaria y amoral a la que aún no le habían llegado los Polos de desarrollo… El excelente guion, que alterna momentos de auténtica comicidad lazarillesca y sombrías escenas, como la descarga del camión que acaba con la salud del tío, por ejemplo, hacen de Mi tío Jacinto, una obra que nada habría de envidiar a El ladrón de bicicletas, por ejemplo, en la que parece haberse inspirado parcialmente. En definitiva, una obra mayúscula del cine español que nadie puede ni debe perderse.

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