Una película inclasificable y
atrozmente divertida: Las mujeres gatos
de la luna o la frustrada invasión selenita de las amazonas.
Título original: Cat-Women of
the Moon
Año: 1953
Duración: 64 min.
País: Estados Unidos
Director: Arthur Hilton
Guion: Roy Hamilton (Historia:
Al Zimbalist, Jack Rabin)
Música: Elmer Bernstein
Fotografía: William P. Whitley
(B&W)
Reparto: Sonny Tufts, Victor Jory,
Marie Windsor, William
Phipps, Douglas Fowley, Carol
Brewster, Susan Morrow, Suzanne Alexander, Bette Arlen,
Roxann Delman.
Si, soy capaz de esto y
de más. Apenas había acabado de ver Muñecos
infernales, de Tod Browning, sobre la
que volveré un día de estos, me lancé con verdadero entusiasmo naíf a la visión
de lo que presumía que sería una joya ridícula de la ciencia ficción que, en el
título, he rebautizado como ignar-ficción, atendiendo a los disparates
científicos de todo tipo con los que uno se encuentra en el desarrollo de un
guión surgido de una mente algo más que calenturienta, la verdad. He de
confesar que cuando vi el nombre de Elmer Bernstein asociado a este proyecto
pensé que me equivocaba y que, a lo mejor -el sueño de todo crítico- me tropezaba
con una joya ignorada del séptimo arte. No ha sido así, evidentemente, pero, en
sentido contrario, bien puede decirse que es difícil, e incluso casi imposible,
hacer una película de este género tan ridícula, de principio a fin, como Las
mujeres gato de la luna. De hecho, y siendo harto generosos, podríamos decir
que la película se inspira libérrimamente en el episodio de Circe de la Odisea,
de Homero, pero ni aun así seremos capaces de intuir el más mínimo interés en
esta antología del disparate narrativo y científico que supone esta “aventura
en la luna”. Una tripulación con una mujer a bordo alunizan en la parte oscura
de la luna y la mujer, que ha sido monitorizada por las mujeres gato, lleva a
sus compañeros a una gruta donde serán asaltados, en primer lugar, por unas
arañas de guardarropía pésimamente sujetas y peor articuladas, y, en segundo
lugar, por unas mujeres gato que habitan en un palacio en medio de la luna en
el que disponen de todas las comodidades imaginables; viandas jugosas, vino,
etc. En él habitan los pocos ejemplares de una raza que se extingue y que ha de
buscar un nuevo planeta donde medrar. ¿Cuál menor que la Tierra, donde pueden
subvertir el orden tradicional rebelando a las mujeres contra la opresión
machista y haciéndose con el poder del mundo? La lectura feminista de la
historia está, pues, servida. ¡Lástima que el amor se cruce en tan nobles
designios y eche a perder semejante colonización! La trama, ya digo, exige una
dosis de tolerancia del disparate descomunal, porque vamos de absurdo en
absurdo hasta el absurdo final, pero si la película merece una atenta visión,
como la que yo he hecho, rozando el entusiasmo, ello se debe a la impagable
puesta en escena. Para ahorrar un esfuerzo descriptivo que acaso desmerezca la
imaginación de los decoradores de la película, cualquiera puede echarle un
vistazo a esa joya de la escenografía en este vínculo. Y lamento
haberlo adjuntado, porque sé que, una vez abierto en pantalla semejante
despliegue de despropósitos, a todos los espectadores les va a ser imposible
retirar su atención de la pantalla hasta que llegue el famoso The End.
Agradezco a los dioses del Séptimo Arte que haya sido tan escaso el presupuesto
para esta película, porque de otro modo bien podría habernos confundido sobre
la verdadera naturaleza aberrante de esta ficción hiperbólica. Si la comparo
con Solaris, dirigida por Boris
Nirenburg, que es quince años posterior, podemos apreciar el salto cualitativo
que ha dado el género. En esta ficción barata aún nos movemos en el terreno de
las películas de terror espacial, con seres amenazadores y con enemigos
exteriores que quieren acabar con la especie humana. Que en este caso la
“amenaza” sean unas señoritas vestidas con un mono ajustado y con ciertos
ademanes gatunos, excede cualquier previsión posible. En YouTube hay una
selección de escenas antológicas de esta antipelícula, puesto que existe la
antimateria, y destaca, muy merecidamente, la del bofetón que la gataza mandona
le clava a la gata enamorada que se le insubordina…Insisto, la cabina de la
nave, una oficina improvisada, con unas camillas en las que viajan atados los
tripulantes como si fuesen enfermos mentales inmovilizados, no tiene
desperdicio. Es todo tan barato como los propios decorados de la cueva lunar
adonde los conduce la mujer monitorizada por los superpoderes telepáticos de
las mujeres gato lunares. Los trajes espaciales no tienen desperdicio, y el
palacio de las mujeres gato a medio camino entre el budismo y el péplum tiene
toda la pinta de ser un set reciclado de otra película. Que el plantel de
actores se tome en serio la película es lo mejor de todo, sin duda, que hayan
sido capaces de creer por un momento que estaban participando en una película
de verdad, en vez de en un experimento para Cine Exin… Con todo, insisto, me lo
he pasado de fábula viendo esta aventura delirante, me sentía como si me
hubiera tomado una pastilla de LSD…Viaje a la luna total.
No hay comentarios:
Publicar un comentario