miércoles, 2 de agosto de 2017

“Virtud”, de Edward Buzzell: un potente y eficaz melodrama.


 La redención por el amor: Virtud o la insólita unión de los extremos (la prostitución antes del código Hays)
  
Título original: Virtue
Año: 1932
Duración: 68 min.
País: Estados Unidos
Director: Edward Buzzell
Guion: Robert Riskin (Historia: Ethel Hill)
Fotografía: Joseph Walker (B&W)
Reparto: Carole Lombard,  Pat O'Brien,  Ward Bond,  Shirley Grey,  Mayo Methot,  Jack La Rue, Willard Robertson,  Jessie Arnold,  Arthur Wanzer,  Edwin Stanley,  Harry Semels.


Si hablamos de “comedia romántica”, también deberíamos poder hablar de “drama romántico”, sin que llegue a tragedia ni se quede en melodrama, aunque Virtud estaría más cerca de este que de aquella. La historia y el guion son excelentes, la realización está al servicio de la curiosa aventura de dos seres que son el uno la antítesis del otro y que, sin embargo, acaban uniéndose como dos solitarios que no quieren perder, cada uno por sus propias razones, la última oportunidad de llevar una vida “normal” y, sobre todo, satisfactoria. La película, con dos actores excepcionales, Carole Lombrad y Pat O’Brien, aunque la presencia de O’Brien como protagonista -lo fue en contadísimas ocasiones a lo largo de su accidentada carrera (fue represaliado por el famoso comité MaCarthy)- casi parece indicar que nos hallamos en esa frontera entre las películas de serie A y de serie B, una franja en la que nos encontramos con verdaderas “joyas” como la presente, llena de auténtico “verismo” y con unas dosis de emotividad que atrapan al espectador en el destino adverso de la protagonista. Virtud es de las últimas películas, si no la última,  en la que aparece una prostituta como protagonista. De hecho, las primeras imágenes del film fueron borradas y solo se ha conservado el audio en el que el juez condena a la protagonista a salir de Nueva York, advirtiéndola de que si infringe la sentencia, acabará en la cárcel. La autoridad la mete, literalmente, en un tren para que la sentencia sea cumplida, pero ella apenas tarda ni dos paradas en apearse y volver a la big apple, donde coge un taxi -y ahí entra O’Brien como conductor del mismo- que va a acabar, también literalmente, cambiando su vida. De O’Brien, que comparte piso con un amigo, se nos ha adelantado su radical misoginia y su convicción de que las mujeres lo único que pretenden es “cazarle a uno” y “vivir a costa de uno”, es decir, explotarlo, y de ahí su firme propósito de no dejarse “cazar” jamás. Ahora bien, no todos los días acaba llevando uno a una pasajera como Carole Lombard y menos aún que alguien así pueda llegar a ser capaz de fijarse en un humilde y cascarrabias taxista que lucha duramente para conseguir un sueño: comprar una gasolinera donde establecerse por cuenta propia. El taxista significa para ella la posibilidad de una redención que la libre de una vida sin futuro, llena de tantas trampas existenciales como peligros físicos evidentes, tal y como se advertirá en el desarrollo de la historia, porque, de total buen corazón, la protagonista cae en la trampa que le tiende una antigua compañera de profesión y acaba dándole 200$ para una operación “urgente” que resulta ser una estafa. La trama se acelera, hacia el abismo cuando ella, que ha sustraído los 200$ de la cuenta de él, donde va guardando el dinero para llegar a los 500$ que le piden por la gasolinera, se entera de que el dueño de la gasolinera ha acelerado la venta, rebajando el precio, y que, por consiguiente, su marido va a necesitar todo el dinero que había ahorrado. Y ahí entramos en el drama de la mujer que ha de “volver” a su pasado para tratar de recuperar los dineros del marido no solo para restituir lo que él ha conseguido tras tantos esfuerzos, sino, también, para que ella no haya de revelar a dónde fue a parar ese dinero y descubrir su pasado, que, hasta ese momento, había celosamente ocultado a su marido. Hay una muerte por medio, pero no entraré en detalles, por si alguien se siente atraído por esa película realista que logra un más que aceptable nivel dramático y que mantiene en vilo al espectador hasta un final del que también me ahorro cualquier explicación. Baste decir que las escenas en las que una vida en común forjada a través de una cotidianidad feliz que de ningún modo resulta almibarada ni mínimamente afectada se deshace tras conocer él la vida anterior de ella, después de presentarse la policía en su casa para detenerla por haber infringido la sentencia que se le impuso, y ahí O’Brien, esgrimiendo su contrato matrimonial, está perfecto, lleno de una tormentosa contradicción que lo devora: saca el orgullo de ser su marido, y recrimina al policía que ella no es una “cualquiera”, y, al mismo tiempo, se siente, ¡él, hasta un mal día misógino de pro!, totalmente engañado, estafado. Ya digo que la interpretación en esta película es definitiva, porque la historia, aunque perfectamente hilvanada, no deja de ser como una suerte de remedo de La Traviata, por ejemplo, esa dura vida de renuncias y falsas alegrías de las “cortesanas”, y Lombard y O’Brien, que forman realmente una extraña pareja, se meten de lo lindo en sus papeles y consiguen transmitir un verdadero carrusel de emociones , que es en lo que se convierte la película así ella es detenida, acusada de la muerte de a quien le prestó los 200 dólares… Huy, no sé si ya he dicho demasiado… En cualquier caso, la parte de thriller que tiene la película, está desarrollada a la perfección y poco a poco, el marido, de quien ella no quiere saber nada, irá…. Huy, huy, que ya me perdía definitivamente y le arruinaba al futuro espectador lo por venir de una película que bien merece el visionado placentero que hemos hecho mi conjunta y yo. Ella, tan atenta a ciertos datos biográficos, me informó de que un chiste que se hace sobre Clark Gable en la película -diciendo que el protagonista no es tan guapo como él- aprovechaba el “tirón” popular del matrimonio entre Lombard y Gable; así como de la muerte muy prematura, a los 33 años, en un accidente de aviación. La investigación posterior lo que me confirma es que el accidente tuvo lugar tras rodar la celebérrima película de Lubitsch, Ser o no ser, y que Carole Lombard no llegó a ver el estreno de la película.

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