Un soberbio melodrama estilizado sobre el afán posesivo ligadoa
l espíritu destructor: Que el cielo la
juzgue o el mal irreprimible de un alma enferma de amor perverso.
Título original: Leave Her to
Heaven
Año: 1945
Duración: 110 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John M. Stahl
Guion: Jo Swerling (Novela:
Ben Ames Williams)
Música: Alfred Newman
Fotografía: Leon Shamroy
Reparto: Gene Tierney, Cornel Wilde,
Jeanne Crain, Vincent Price, Mary Philips,
Ray Collins, Gene Lockhart, Reed
Hadley, Darryl Hickman, Chill Wills.
Quizás ningún otro género
cinematográfico requiera más extensión que un melodrama, ni siquiera en el cine
bélico está tan justificada esa necesidad de construir a lo largo del paso del
tiempo la raíz profunda de unos comportamientos que requieren ese ritmo lento
de sus obras para captar a la perfección la bondad o la maldad de los mismos. Que el cielo la juzgue le deparó a su cinematografista
uno de los cuatro Oscars que ganó merecidamente. En esta película hay un
clasicismo en la composición del plano, en la integración de los paisajes, a
diferentes horas del día, en el núcleo duro de la trama que dejan al espectador
boquiabierto ante tanta belleza. Son varios los espacios en los que transcurre
la acción, pero todos ellos combinan interiores espaciosos y clásicos con una
naturaleza que pasa de decorado a escenario de la tragedia en dos planos, con
lo que supone semejante contraste. La historia comienza muy «a lo Hitchcock»,
con el encuentro en el tren de los dos protagonistas, una bellísima Gene
Tierney, que venía de triunfar en Laura,
de Preminger, y un galán accidental como Cornel Wilde, más apto para películas
de acción y aventuras que como galán intelectual: ella va leyendo un libro
escrito por él y el equívoco se deshace cuando él le lanza un piropo que ella
ha leído “en alguna parte”, es decir, en el libro. A partir de una reunión familiar
en la que se procederá a la ceremonia de escampar las cenizas del padre, cuyo
parecido con el literato deja en estado de shock a la protagonista, se inicia
un romance que llevará por sus pasos contados a un matrimonio en el que no hay,
curiosamente, una declaración de amor como mandan los cánones y menos aun una
petición de mano. Cuando se anuncia el hecho, aparece en escena un inquietante
y apuesto Vincent Price reclamando el amor que le había sido prometido, al
parecer, una vez que el padre muriera. A partir de ese momento, comenzamos a
ver a la magnífica y perfectamente ambigua Gene Tierney desde una óptica menos
favorable, que se materializa cuando, después de conocer al hermano medio
paralítico de su marido, y el deseo de este de que viva con ellos, se lamenta
ante el doctor que lo atendía en el sanatorio de que el “tullido” (cripple) salga de él, porque en él
estaría mejor atendido. El respingo del doctor ante la palabra y la dureza de
voz de la mujer al pronunciarla y negar después que quisiera dar a entender lo
que realmente se le entendía de manera inequívoca, va sumando un estado de ánimo
en ella que se consolida en la retina del espectador cuando un plano tan
majestuoso como terrible nos ofrece la visión de la protagonista, las manos en
los remos de la barca y tocada con gafas de sol, mientras contempla el
ahogamiento del tullido para deshacerse de él y que le permita dar un “vuelvo”
a la anodina y sosa relación que mantiene con su marido, todo ello antes de,
estratégicamente, desnudarse y lanzarse al agua, ya en vano, para salvarlo, ante
el esfuerzo inútil de su marido, que también se lanza al agua para intentar salvarlo.
Recuerdo que esa mañana del ahogamiento amanece con la protagonista
insinuándose sexualmente al marido y siendo interrumpida por el golpe de nudillos
en la pared del hermano tullido que habla con ellos a través del tabique… Todo,
sin embargo, va de mal en peor, hasta que una súbita iluminación: el deseo del
marido de tener un hijo, redirige la película hacia un horizonte en el que se
puede intuir una posible redención. ¿Qué lo impide? Pues ahí vuelve a aparecer
el demonio de los celos de la hermana, con quien su marido se entiende a las mi
maravillas, lo que provocará una serie de acciones que prefiero dejar en el
tintero por si hay alguien que aún no haya visto este grandioso melodrama, que
lo dudo. La película está llena de escenas muy conseguidas, y la cabalgata de
la hija esparciendo desde el caballo las cenizas del padre por su paisaje
favorito es una de ellas, sin duda. El uso del color -ha sido una película que
ha necesitado una restauración, porque se degradaba- es extraordinario, y realza
la presencia de los protagonistas, no solo por el vestuario, que también, sino
por las horas del día escogidas para filmar. Hay escenas de atardeceres que se
cuelan por las puertas abiertas en escenas de interior que son un auténtico
magisterio de la composición del plano, y que a mí me ha recordado La casa de bambú, de Fuller, por
ejemplo. La solidez de la historia, las excelentes interpretaciones, sobre todo
la muy convincente de Vincent Price como abogado despechado que trata de probar
que su exnovia ha sido asesinada y la trama del juicio es, a ese respecto, muy
intensa, constituyen alicientes de primera magnitud para o ver por vez primera,
las jóvenes generaciones, o volver a ver, los ya talluditos, este melodrama que
ocupa un puesto de honor en la larga lista de un género que tiene muchos
seguidores entre los aficionados al cine.
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