La emocionante y compleja biografía del bailarín cubano Carlos
Acosta: entre el drama familiar, la vocación artística, el sentido de
pertenencia y el ARTE sobre todas las cosas.
Título original: Yuli
Año: 2018
Duración: 109 min.
País: España
Dirección: Icíar Bollaín
Guion: Paul Laverty
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: Alex Catalán
Reparto: Carlos Acosta, Santiago
Alfonso, Keyvin Martínez, Edison Manuel Olvera, Laura de la Uz, Yerlin Pérez,
Mario Elías, Andrea Doimeadiós,
Carlos Enrique Almirante, Cesar
Domínguez.
La misma tarde de la gala
de los Goya fui a los Meliès a ver Yuli.
Mi primera sorpresa fue tener que hacer cola para entrar. La segunda, que casi
todos iban a la sala donde proyectaban Yuli.
La tercera, que había muchas criaturas, supongo que practicantes de la danza. La
última sorpresa, esta muy desagradable,
fue darme cuenta de que la película de Icíar Bollaín había pasado casi
totalmente desapercibida para los miembros de la Academia. Ignoro si porque el
protagonista es el bailarín cubano Carlos Acosta -que tuvo el detalle de
asistir a la Gala-, si porque vieron la película como una película cubana, más
que española, o por qué, pero el caso es que una joya de película como esta ha
sido despreciada por los académicos, pero, por lo que pude ver en la sala, no
por el público. Y esta crítica quiere alertar a los espectadores para que no se
les pase el visionado de la misma, porque es una película nacida para la
pantalla grande y en ella se disfruta como se debe. Dada la similitud de régimen
político, y la cercanía de su contemplación,
en todo momento tuve presente una película muy similar: El último bailarín de Mao, de Bruce Beresford ( director de la
oscarizada Paseando a Miss Daisy),
una excelente película australiana que llevó al cine la autobiografía del
bailarín Li Cunxin. Yuli, sin embargo, por la cercanía entrañable al pueblo cubano, no
a sus autoridades ni a su régimen totalitario, digamos que me ha tocado más la
fibra sentimental, además de por la belleza del español cubano que es siempre
una delicia oír, en cualquier momento. La riqueza de acentos sudamericanos del
español es uno de nuestros grandes tesoros, y siempre disfruto con ellos, como
lo hago aquí en España cuando el español regional se impone al estereotipo del “castellano
de Valladolid” con que, como se había hecho en el franquismo en la radio, la
televisión y el cine, se renegaba de los mismos. Icíar Bollaín ha realizado una
película canónicamente biográfica y, al mismo tiempo, ha realizado una
exploración psicológica muy notable para conciliar puntos de vista radicalmente
opuestos como los que se observan en la pantalla y en la vida compleja de
Carlos Acosta: el guion, escrito sobre la autobiografía del propio Acota, es, a
ese respecto, modélico. El hilo conductor es la realización de un espectáculo
de ballet contemporáneo acerca de la vida y obra del bailarín cubano,
espectáculo que incluye fragmentos extraordinarios de ballet que desembocan en
una especie de catarsis individual del autor-director cuando ha de dirigir a
los bailarines que lo interpretan y revivir los traumas íntimos que jalonaron
una de las más brillantes trayectorias en el mundo del ballet de los últimos
años. Digámoslo rápido, Carlos Acosta fue un bailarín excepcional muy a su
pesar, porque lo fue más por el empecinamiento del padre que por su propia
voluntad. De orígenes humildísimos, bisnieto de esclavos, y con una habilidad
innata para la danza, que se manifiesta en su primeros años de niño con la
imitación de los bailarines pop usamericanos, su padre decide presentarlo a las
pruebas de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba, una de esas instituciones
propagandísticas típicas de los regímenes comunistas y, al mismo tiempo, meca
del mejor arte. El proceso de integración de un superdotado en un sistema tan
rígido se lleva buena parte de la película, porque los esfuerzos del niño para
salir de él y poder seguir su vida normal, como todos los chiquillos de su
barrio, se extienden hasta su juventud, cuando ya es una estrella, pero la
añoranza de Cuba, sobre todo en un Londres frío y lluvioso, donde fue el primer
bailarín negro en triunfar y hacer un Romeo
y Julieta, por ejemplo, es demasiado fuerte para Acosta. Choca, ese
cubanismo integral del artista, cuando todos a su alrededor no están pensando
sino en echarse al mar y cruzar en balsas las pocas millas que separan Cuba de
Miami. Estamos en presencia, pues, de una individualidad muy marcada, para bien
y para mal, cuya vida no se nos presenta como un relato ejemplar, sino casi
como una odisea del dolor, de los dolores. La relación familiar, con la figura
central del padre - cuyo actor, Santiago Acosta, hubiera merecido el premio al
mejor actor protagonista en una Gala de los Goya sin anteojeras nacionalistas-en
el eje de la trama, es, a mi entender, el verdadero núcleo central de la
película, bastante más que la azarosa vida de bailarín del protagonista. La
escena de la salvaje flagelación del hijo, por ejemplo, que parece tener una
derivada en la enfermedad mental de la hermana de Carlos Acosta, porque desde
entonces se le declara, una enfermedad mental que acaba en un suicidio lleno de
dramatismo cromático -¡que sinfonía de grises amenazadores!- en el malecón de
la Habana, en una escena escalofriante y al mismo tiempo con la belleza sombría
del arte con mayúsculas; esa flagelación, digo, que tiene una recreación en el
ballet autobiográfico que está ensayando la compañía dirigida por Acosta, es un
momento clave de la película, porque, al fin y al cabo, estamos hablando de
algo así como de la “doma” de un rebelde que, paradójicamente, ignora la
trascendencia del arte que será capaz de expresar, si bien solo lo logrará a través
del sufrimiento. La relación compleja, de amor y de odio entre él y el padre
es, quizás, lo más atractivo de la película, aunque desde el punto de vista
estrictamente técnico, la película no hace sino darnos alegrías visuales escena
tras escena. Fotografiar La Habana y su malecón viéndolo como si lo vieras por
primera vez, por la fotografía impecable de la película, es una gozada
inenarrable; del mismo modo que el descubrimiento del teatro en ruinas que no
se siguió construyendo, y que es visita turística, con un eco espectacular, le
sirve de refugio al niño, es una suerte de extraña ruina arquitectónica de inmenso
valor y extraordinaria belleza, en cuyo interior la directora consigue unos
planos magníficos. La historia no rehúye la crítica al régimen cubano, muy presente en
los afanes de huida de la isla, la abuela del protagonista, sus amigos, la
convicción del padre de que él ha de forjar su carrera y hacer su vida fuera de
la isla, para poder aprovechar todo su potencial y llegar a la cima de su
profesión; pero tampoco renuncia al reconocimiento de instituciones como la del
Ballet Nacional que, convertido en una escuela de élite, asegura la estabilidad
económica y formativa de los alumnos que forman parte de ella. La película
tiene todo el aire de ser una apuesta por la transición pacífica a la
democracia, pero en modo alguno construye un discurso político en que tal cosa
se explicite. Está muy centrada en la vida de un bailarín que es una gloria
nacional, y se limita a mostrar los claroscuros de una sociedad en la que, a
estas alturas, ignoro si se podrá ver la película, porque lo que a nosotros nos
puede parecer tibieza en la crítica a un régimen dictatorial, en Cuba se leerá
como una traición imperialista yanqui… o ansí. Más allá de la belleza inherente
al ballet de gran altura que se filma con una generosidad que es de agradecer,
porque, para deleite de los aficionados ocupa buena parte del metraje, la
película ha sabido “leer” el auténtico drama íntimo de un ser complejo en una
familia humilde, y cómo los caminos el máximo arte son, a menudo, los del más
intenso sufrimiento. ¡Una joya! Si le gustó Billy
Elliot, si le gustó Pina, si le
gustó Las zapatillas rojas, si le
gustó Nijinsky…, no lo dude, esta es
su película. Si nunca le interesó la danza, pero sí los dramas familiares,
tampoco lo dude, esta es su película. En fin, si quiere disfrutar con dos
actorazos descomunales como Santiago Alfonso (bailarín y coreógrafo que fue
maestro de Yuli cuando este era un niño), que hace de su padre, y Edison Manuel
Olbera, que hace del Yuli niño con una naturalidad, veracidad y convicción
entrañables. O yo tengo poca pesquis cinematográfica o tengo la impresión de
que esta película va a ir creciendo poco a poco a medida que los entusiastas,
como yo ahora mismo, vayamos relatando a otros su virtudes. Veremos.
Había escrito un largo comentario que se me ha borrado. Apple.
ResponderEliminarDecía que no había ido a verla porque las películas de boxeo, danza o béisbol no me suelen atraer, pero tomo nota tras tu crítica de irla a ver en cuanto pueda.
Decía también que Campeones ha sido premiada por su tema solidario y humano no porque sea una película excelente. No está mal, pero se ha premiado la humanidad, y no me parece mal, pero...
El hombre que mató a Don Quijote ha recibido goyas simbólicos poco relevantes, pero decía que Terry Gilliam conoce muy bien la entraña viva de El Quijote y el cervantismo, tal vez porque llevaba más de dos décadas intentando hacer esta película, extraña y difícil, pero llena de amor a España y a El Quijote. Solo por eso merece la pena asistir a ella y solidarizarse con el director frente a sus molinos de viento.
A pesar de que la veo algo disparatada, acabaré viéndolo, seguro, porque , además, viniendo la recomendación de ti , aunque al final discrepemos, me parece de obligado cumplimiento. Finalmente, vi El olivo, ¿te acuerdas? No me pareció una tomadura de pelo, pero la vi un pelín forzada, muy fuera de lo verosímil y aceptable. La próxima española que quiero ver es la de Quién te cantará, que me parece una estilización del tema del doble que me atrae. La veré, sin duda.
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