El hallazgo de una estética imaginativa, más allá de la
simplicidad argumental: Chico encuentra
chica o la narrativa de respiración clásica…
Título original: Boy Meets Girl
Año: 1984
Duración: 100 min.
País: Francia
Dirección Leos Carax
Guion: Leos Carax
Música: Jacques Pinault
Fotografía: Jean-Yves Escoffier (B&W)
Reparto: Denis Lavant, Mireille
Perrier, Carroll Brooks, Elie Poicard,
Maïté Nahyr, Christian Cloarec,
Hans Meyer, Anna Baldaccini, Jean Duflot.
Descubrí tarde, pero
bien, a Leos Carax, con Holy Motors,
que me dejó anonadado en la butaca del cine. Ahora Filmin me ha permitido ver
su debut en el mundo de los largometrajes y he de confesar que, comenzando por
su actor-fetiche, Denis Lavant, jovencísimo en este Chico encuentra chica, y siguiendo por la creación de un lenguaje fílmico
que entronca con lo mejor del cine francés y europeo anterior a él, sobre todo
con la famosa nouvelle vague, Carax me sigue pareciendo uno de
esos raros autores que acaso no lleguen a convertirse en autor de masas, pero
sí en un autor con una obra maciza que resistirá, con su condición de clásica,
el paso del tiempo. El sello personal que se imprime en el celuloide no siempre
es fácil de conseguir, sobre todo porque pesa mucho en los espectadores la
historia del Séptimo Arte y las cumbres que algunos directores han ido
escribiendo con imágenes insuperables, aunque nunca hayan agotado las
posibilidades de los creadores que se han ido incorporando con ese sello a una
Historia tan relativamente corta, en términos históricos, pero tan monumental.
Dicho de otro modo, la existencia de Dreyer no ha impedido la aparición de
Bergman, ni la de este, la de Woody Allen, la de Griffith la de Fellini o la
de este la de Tim Burton, y trazo una línea cronológica que lo tiene todo de
provocación, más que de sentido y sensibilidad. Carax se enfrenta, jovencísimo
él, a la vivencia extrema del desamor y del amor en una película que arranca con
dos quiebras sentimentales vividas de muy diferente manera y el encuentro de
los dos “perdedores” de ambas relaciones. Estamos en presencia de una película
de secuencias que no construyen una línea narrativa, aunque subterráneamente el
espectador tiene suficientes referencias para saber qué les ocurre a ambos
protagonistas, se trata de la plasmación de unos estado de ánimo que se
manifiestan a menudo en largas secuencias ante la cámara inmóvil, un plano fijo
que deja en manos de los actores la comunicación de emociones que se resuelven
en las miradas, los gestos casi imperceptibles, y un romanticismo verbal que
fluye con potentes acentos líricos. Rodada en un blanco y negro roto, podríamos
decir, igual que hablamos del blanco roto, la película no aspira a la
perfección formal, sino al impacto visual a través de una deformación cromática
que “ensucia” la imagen, sobre todo las nocturnas, para trasladarnos la
conmoción y el desgarro que sufren los protagonistas. Hay un mucho de hierático
en ella y no poco de locuacidad atolondrada, pero intensamente sentimental, en
él. Y acaban juntos, y aislados. Se acompañan, pero no se consuelan. Son dos
heridas abiertas sin posibilidad de cura inmediata, expuestas a la lenta cicatrización
del tiempo que tarda en pasar. Está el arte de por medio, y las pequeñas
venganzas o el silencio como toda explicación. Carax nos convence de la
inefabilidad de los conflictos amorosos: todo está sujeto al milagro. Se ama
como se deja de amar. Se abandona como se es abandonado. Y, habiendo escogido a
los abandonados, se nos instruye sobre lo difícil de superar la pérdida y
concluir el duelo. Un clavo saca otro clavo, dicen, pero un amor no saca otro:
lo puede transformar, eso sí, pero no “sacarlo”. Como en cualquier primera
película, el autor está deseoso de “ensayar” técnicas que son de su particular
predilección, como el trávelin, el primer plano e incluso el primerísimo, y,
sobre todo, el juego de claroscuros constantes que dota a la obra de su
peculiar ambientación. La puesta en escena, en la que predominan los
interiores, nos habla, sobre todo en el caso de ella, de la cotidianidad del
hecho amoroso no me atrevería a decir en la “pobreza”, pero sí en la ausencia
de lujos y de esteticismos que no se compadecen con la juventud de los
personajes, aún abriéndose paso en la vida. Insisto, Carax lo fía todo , o
casi, a la capacidad de los actores para seducir a los espectadores, y hay algo
en la fragilidad de ambos y en sus peculiares maneras de vivir el desgarro
amoroso, tan distintas, una suerte de armonía de contrarios, que logran atrapar
la atención del espectador, aunque haya de pasar por esas largas secuencias en
las que todo pasa dentro de los personajes y hay que ir captándolo en los más mínimos
detalles de la actuación. Que el protagonista, Lavant, no pierda un sentido del
humor autocrítico colabora mucho en la cordial aceptación con que nos
enfrentamos a una película que marca una exploración del amor que el autor
seguirá después, con Los amantes del Pont
Neuf, por ejemplo. Es ese humor, precisamente, una dimensión que adensa el
significado de su obra y nos entrega seres complejos, ricos, no unidimensionales,
por más que el amor sea una de las grandes dimensiones de la humanidad, sin duda.
Leos Carax tiene una obra corta, como no podía ser de otra manera, dada la
singularidad de su discurso cinematográfico, pero la verdad es que Hoy Motors,
su última película alcanza tales niveles de excelencia que se hace muy difícil pensar
en que pueda superarla su próximo trabajo, al parecer, un musical, lo que supone
un reto muy curioso. Ya veremos cómo lo resuelve.
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