Las
conflictivas relaciones de pareja vistas desde la ficción extrema: The One I Love o el debut espléndido del
hijo de Malcom McDowell con dos brillantes actuaciones de Elisabeth Moss (Mad Men) y Mark Duplass (Tully).
Título original: The One I
Love
Año: 2014
Duración: 91 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Charlie McDowell
Guion: Justin Lader
Música: Danny Bensi, Saunder Jurriaans
Fotografía: Doug Emmett
Reparto: Mark Duplass, Elisabeth Moss, Ted Danson,
Marlee Matlin, Kiana Cason,
Kaitlyn Dodson.
No sé por qué, mientras veía
esta película tan especial, inteligente y bien construida, me acordaba de otro
debut cinematográfico como el de McDowell, Familia,
de León de Aranoa, un peliculón magnifico que, a mi parecer, no ha sido
valorado como se merece, por lo novedoso del guion y por un desarrollo perfecto,
amén, como pasa en este caso, de unas interpretaciones que lo son prácticamente
todo. La escogí en Filmin por la presencia en ella de Elisabeth Moss, uno de
nuestros personajes favoritos, de mi Conjunta y mío, en una serie antológica: Mad Men. Era la primera vez que la íbamos
a ver fuera de esa suerte de ecosistema cinematográfico que constituye una
serie y en la que uno nunca sabe si el éxito de actores y actrices en ella
depende de su aclimatación al mismo o de su propia capacidad interpretativa.
Pues bien, el examen lo ha pasado con un sobresaliente, porque ambos actores,
ella y Mark Duplass, con una versatilidad maravillosa, consiguen sacar adelante
una película con una petición de principio que la mete de lleno en la ciencia-ficción,
aunque se desarrolla como un melodrama realista con ciertos tintes de thriller
psicológico. La situación es tan sencilla como imaginativa es su desarrollo.
Una pareja con serios problemas de convivencia hace terapia conjunta para
superar su distanciamiento y salvar, in extremis, su matrimonio. El terapeuta
les propone unas breves vacaciones en una casa en el campo, una mansión con una
casa anexa para invitados, que es donde, de hecho se desarrollará buena parte
de la acción. Contrariando toda la lógica gobernada por las relaciones entre el
tiempo y el espacio, ambos personajes, cuando entran solos en la casa de invitados,
se encuentran cada uno con un «doble» de sí mismos a quien no esperaban
encontrar allí, por haberlo abandonada pocos momentos antes en la otra casa. Superado
el estupor, se inician dos relaciones entre cada uno de ellos con su doble que
no tienen nada que ver con la anterior que mantenían entre ellos poco antes de
llegar al «retiro» donde van a poner a prueba la solidez de su relación
sentimental. Que ocurra lo que es de esperar, que el «nuevo» compañero y la «nueva»
compañera tengan la habilidad de ofrecerles una imagen de sí mismos y una
conducta que mejoran más que notablemente los defectos propios y ajenos que están
a punto de echar a perder la relación, en modo alguno priva a la historia de
una tensión narrativa que sigue el clásico patrón del in crescendo con una
gradación que le permite al espectador salir de esa suerte de juego de dobles
que ha dado penosas películas, Two much,
de Trueba, por ejemplo, y clásicos como El
prisionero de Zenda, de Richard Thorpe, amén de obras notables como Viva la libertà, de Roberto Andó, con un
Toni Servillo fuera de serie. Las interpretaciones, que se ajustan perfectamente
a la expresión de la incredulidad, sin ceder al disfrute de, pase lo que pase,
y sean quienes sean las «apariciones», una nueva relación que se vuelve tan
satisfactoria como lo contrario era la que lo llevó al retiro para tratar de
enmendarla. En este tipo de guiones está claro que jugar con la credulidad o
incredulidad de los espectadores tiene sus límites, y, de hecho, aquí debería
de acabar yo esta crítica, en la medida en que, dar pasos hacia adelante podría
desvelar momentos cruciales de la trama. Revelo, en todo caso, uno que me
permita seguir escribiendo y allá cada cual con su lectura de la presente: si quiere
detenerse aquí, ver la película y luego volver a la lectura o bien leer -ya
aviso que no lo desvelaré todo, y menos aún el magnífico final- lo que sigue y,
acto seguido, lanzarse a la carrera a verla, lo cual habrán de hacer en la
plataforma Filmin, único lugar en España donde poder verla, porque no se ha
estrenado en España, aunque hubiera merecido que así fuera. La superproducción cinematográfica,
sin embargo, supera ya incluso a los más recalcitrantes aficionados con mayor
tiempo libre…, y, en tantísimas ocasiones, como la presente, con obras muy
dignas de ser vistas. Los dos actores jóvenes componen una pareja “en crisis”
con la que no es difícil empatizar, porque se trata del viejo patrón del hastío,
la falta de alicientes y el exceso de sobreentendimiento del otro, su
previsibilidad más absoluta: en el fondo, una cuestión de «falta de imaginación»
que va a verse sometida a una dosis de
justo lo contrario: una cadena de sorpresas mayúscula que pondrá a prueba los
fundamentos de su unión, ¡aunque con una versión «mejorada» de ellos
mismos! Al principio tasan el tiempo que
pueden pasar en la casa de invitados, en esa experiencia de la alteridad que, lejos
de perturbarles, tanto les complace. Poco a poco, sin embargo, las estancias se
alargan para poder disfrutar más de dichas situaciones, con el consiguiente enfado,
sobre todo de él, porque hay una pequeña diferencia entre ambas relaciones.
Cuando él -que es pura racionalidad,
frente a ella, que acepta lo que se encuentra con total adhesión al momento
presente, al aquí y ahora gestáltico- comienza a desesperarse porque no halla
una explicación lógica al asunto, viene el giro de guion inesperado: la pareja
entra en la casa grande y se encuentra sentada a la otra pareja, es decir, «a
los dobles perfectos de cada uno de ellos», sentados en el sofá, y dispuestos a
poner fin a la comedia de los «equívocos» que han estado jugando con ellos. Sí,
son ellos y son diferentes de ellos, aunque sean iguales, y ellos, «los otros»,
son también una pareja, aunque la llegada de los originales, distingámoslos
así, está poniendo a prueba también su relación de pareja, porque, más allá del
juego de los equívocos, la doble de la original no pierde de vista que su
pareja se está «enamorando» de la original con quien se supone que se habían de limitar a seguir un juego perfectamente planeado,
y capaz de ayudarles, a los originales, a superar las carencias de su relación
de pareja. Por ahí, pues, la película se complica y tenemos dos rivalidades, la
masculina y la femenina actuando al mismo tiempo, y ambas se cruzan, en equis,
después, en las relaciones de pareja. ¿Qué, promete o no promete la situación?
A estas alturas, quienes hayan llegado hasta aquí estarán deseando una de estas
dos posibilidades: o que se lo acabe de explicar todo con detalle, aunque la
crítica se extienda inmisericordemente, o irse deprisa y corriendo a ver la película
desde el comienzo. Recomiendo la segunda. De hecho, obligo a la segunda, porque
ni tantico así saldrá de mi teclado que pueda arruinar ese desarrollo y el gran
final que tiene. Lo que si ponderaré es el par de interpretaciones que
consiguen Duplass y Moss, y la transparente dirección de McDowell, más atento a
mantener los muchos climas que crea, la intriga, el conflicto psicológico, la
sorpresa de los dobles, etc., que propiamente a lucirse con planos y secuencias
de director novel. Se pone incondicionalmente al servicio de la trama y
consigue una obra mayor con total ausencia de énfasis retórico, lo cual
agradecerán los espectadores. Todo discurre dentro del campo fértil de la
ficción extrema con unos conflictos arraigados en la psicología más realista,
alrededor de los conflictos de pareja. Una película que augura futuras
maravillas. Asu manera, y dada la afición de Cristopher Nolan a los problemas
de identidad, bien podríamos decir que Charlie McDowell -hijo de un icono del
cine como es el actor Malcolm McDowell- es algo así como el heredero generacional
de Nolan. No se la pierdan, de verdad.
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