domingo, 13 de febrero de 2022

«Cry Vengeance» y «Time Table», de Mark Stevens, un afortunado descubrimiento.


Título original: Cry Vengeance

Año: 1954

Duración: 82 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Mark Stevens

Guion: Warren Douglas, George Bricker

Música: Paul Dunlap

Fotografía: William A. Sickner (B&W)

Reparto: Mark Stevens, Martha Hyer, Skip Homeier, Joan Vohs, Douglas Kennedy, Cheryl Callaway, Mort Mills, Warren Douglas, Lewis Martin, Don Haggerty, John Doucette, Dorothy Kennedy.

 









Título original: Time Table

Año: 1956

Duración: 79 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Mark Stevens

Guion: Aben Kandel. Historia: Robert Angus

Música: Walter Scharf

Fotografía: Charles Van Enger (B&W)

Reparto: Mark Stevens, King Calder, Felicia Farr, Marianne Stewart, Wesley Addy, Alan Reed, Rodolfo Hoyos Jr., Jack Klugman, John Marley.

 

Dos sólidos thrillers de un reputado y versátil actor, Mark Stevens: Una aproximación al crimen perfecto y una novedosa incursión en el «thriller exótico», en Alaska, en esta ocasión.

 

         Si hace poco subí a este Ojo la crítica de Calle sin nombre, de William Keighley, protagonizada por Mark Stevens, hoy, por esos azares de la selección en la cinta de correr, traigo aquí dos películas dirigidas por quien, a buen seguro, aprendió mucho de las películas que protagonizó como actor para dirigir estos dos thrillers en los que también actúa como protagonista, un desdoblamiento de funciones que salva con muy buena nota.  Yo las vi en orden inverso de su fecha de estreno,  pero están tan cerca la una de la otra que no hay grandes cambios estéticos o argumentales que justifiquen un orden cronológico para su visionado. La «factura» de ambas se ajusta a los cánones más reputados del género, si bien la primera de ellas, Cry Vengeance, tiene la particularidad de desplazar casi toda la acción a Alaska. Ketchikan, con sus tótems amerindios como máximo exponente de ese exotismo del que hablaba, es el destino de un exconvicto cuya mujer e hijo murieron en un atentado con bomba y cuyo supuesto responsable, un mafioso de San Francisco, se ha escondido en ese rincón lejano en compañía de su hija. Sí, por supuesto, la presencia de la hija en esa trama de una venganza, el único objetivo vital del protagonista, quien sufrió severas quemaduras en una parte del rostro en aquel atentado, es determinante en el desarrollo de la acción. La obra arranca con mucho nervio y unas magníficas tomas en la ciudad de San Francisco, y en particular un par de secuencias que lo enfrentan con un sicario elegantísimo —¡y volvemos, con ello a Calle sin nombre, de  Keighley y a La casa de bambú, de Fuller!— que se siente humillado por el expolicía cuando, en el club, le zurra la badana ante la presencia de su jefe. Ver actuar a Skip Homeier me ha deparado la extraña anacronía de ver actuar a Jim Jarmusch, dado el parecido entre ambos. La figura del sicario elegante con anchas gafas negras de concha, además, añadía al personaje un toque exótico tan potente como la ciudad de Alaska donde se desarrolla la mayor parte de la película y donde se desenlaza. No ignoro que tanto la producción como el reparto, a excepción de Marta Hyer, quien había tenido una destacada actuación en Sabrina, de Wilder, ese mismo año, convierten esta película en una más de las de serie B, si bien la calidad de la misma va a obligar a los críticos a realizar una clasificación de algo así como las Aes de la be o cómo descubrir excelentes películas que merecen una segunda oportunidad popular; algo que debería caer del lado de los programadores televisivos, pero andamos siempre muy cortos de imaginación para sacar rentabilidad del inmenso acervo de películas que tenemos a nuestra disposición. YouTube, a ese respecto, es una mina llena de auténtico oro cinematográfico.

         Es evidente que una fiebre vengativa como la del personaje, que no vive, tras tres años de condena, por saldar cuentas con quien él cree que es el responsable de la muerte de su mujer y su hijo, quien, además, tiene el rostro tan desfigurado que impone cierto respeto a quienes tratan con él, no da para que el protagonista nos muestre un abanico amplio de matices interpretativos, pero, aun así, en esas condiciones argumentales, Stevens tiene momentos de auténtico magisterio interpretativo, como en  la tenebrosa escena en que la hija del mafioso sale a jugar sola y él se le acerca para entregarle una bala que la niña le ha de dar al padre, a quien va destinada. La aparición de la propietaria del bar de ambiente local de la ciudad, que se relaciona con ambos hombres, el mafioso y el recién llegado, a quien en modo alguno rechaza por la cicatriz de la cara, suma complejidad a la historia y unas secuencias estupendas en un bote y en las riberas de la ría donde se ubica Ketchican, una ciudad pesquera que el hidroavión en el que llega el personaje recorre en vuelo casi rasante, para darnos una idea de la extensión de una pequeña comunidad «típica», de esas «donde nada habitualmente ocurre». El plan del mafioso donde el exconvicto buscó información para encontrar al responsable de la muerte de su familia añade un factor más de complejidad argumental y propiciará un desenlace narrado con excelente tensión y un brillante desenlace en lo alto de una presa cercana al pueblo. Puede alegarse que la historia no desarrolla con convicción algunos extremos de la misma que bien lo merecían, como la relación entre la propietaria del bar y el exconvicto, pero ya se sabe que las producciones B exigen una economía narrativa indispensable para atender al corazón de la historia, sin desvíos ni atajos. Y la película, en ese sentido, cumple escrupulosamente con lo que promete. Por demás está decir que la cámara se mueve con arreglo a los estándares del género ¡y con nota!, como el picado de la escalera por donde sube el secuaz del mafioso en Alaska cuando se entera que el prisionero ha sido puesto en libertad y busca a su jefe. Ejemplos hay sobrados, como las tomas de ambos en la barca, ella al timón y él despertándose de una siesta de una hora…; o la escena con la niña en los bajos de la casa, cuando le «regala» la bala para el padre…

         Puede parecer, insisto, una narración excesivamente lacónica, y un sobrepeso limitador la obsesión vengativa del personaje, pero todo lo supera esa economía de medios de la que, sobre todo en las escenas callejeras, Stevens logra sacar tan excelente partido. Y para los amantes de los lugares exóticos, está claro que Ketchican es un destino a tener en cuenta…

         Time Table, por su parte, es la historia de un subgénero del thriller, «el atraco perfecto». Con él arranca la película, ejecutado con precisión de cirujano y una limpieza que sume a los investigadores, tanto a la policía como al agente de la compañía de seguros a quien se le encarga la investigación paralela sin pistas de ningún tipo. Se comienza, pues, de cero, para ir adentrándonos en lo mejor que el cine policiaco sabe darnos: los pasos desde las sombras hasta la luz para iluminar la autoría de cualquier delito. La sorpresa salta para el espectador cuando, a mitad de narración, el expolicía y ahora agente de investigación de la compañía de seguros se reúne con una de los perpetradores del robo al tren, del que salieron con una ambulancia para evacuar un caso de enfermedad muy contagiosa, de quien está apasionadamente colgado. En cuanto somos conocedores del doble juego del agente, todo parece cobrar sentido y la película deriva hacia la prueba inicial que se recalca en uno de los planos en comisaría cuando el ahora ya delincuente y perseguidor al mismo tiempo es encuadrado al lado de un cuadro colgado en la pared en el que se lee: «No existe el crimen perfecto». Ahí está el reto y a ello se dedicará lo que queda de metraje: advertir cómo el protagonista, de nuevo el propio Mark Stevens, quien cree estar muy seguro de la inefabilidad de su plan, va cayendo, a medida que transcurre la acción, en esa red de contratiempos inesperados, capaces de arruinar el más perfecto de los planes. Junto a él, un secundario de lujo como Wesley Addy, uno de los actores preferidos de Robert Aldrich, con quien rodó hasta cinco películas. Al espectador le da igual que la motivación del paso al lado oscuro del mundo criminal sea la sempiterna razón de siempre: el corto salario que nunca va a dejar disfrutar a quienes lo reciben y viven insatisfechos con él de los lujos de la vida a los que se consideran acreedores. Parte importante, en este caso, es el enamoramiento del protagonista, quien maltrata a su esposa de un modo que solo sorprende a esta hasta saber que ello obedece a que se ha enamorado de otra. Si en la anterior Alaska figuraba como ese toque exótico que anima cualquier historia, en esta, la huida al otro lado de la frontera mejicana opera en el mismo sentido, y ello incluye no solo unas escenas de mérito en uno de los muchos bares de la zona, sino también una canción en español, así como algunas palabras en nuestro idioma. Desde que comienzan los contratiempos para el protagonista este vive con una creciente angustia, porque, sin colaborar en nada con el investigador-jefe asiste al círculo que se va cerrando en torno a él y del que comienza a dudar bien pronto si podrá zafarse. Siguiendo el patrón de la anterior película, también en esta el desenlace se resuelve con una huida y un tiroteo, aunque conviene verla para enterarse de quiénes acaban cayendo.

         A mitad de visionado, caí en la cuenta de que ya había visto la película, pero la acabé de ver de nuevo para refrescarla y poder hacer esta crítica a la que he sumado otra, de muy buena factura, y quizá más interesante que esta,

aun a pesar de su espectacular comienzo.

         Son muchos los actores que se sienten tentados por la labor de dirección, pero pocos los que, con humildes presupuestos, son capaces de entregarnos películas de género tan logradas como estas dos de Mark Stevens. Supongo que a muchos espectadores les sorprenderá el excelente nivel de ambas producciones, y se alegrará de añadir dos thrillers convincentes a su particular historia del género.

 

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