martes, 5 de diciembre de 2023

«Creatura», de Elena Martín o la diacronía de la sexualidad.

 

Desangelado y honesto viaje a través de la sexualidad y la urticaria crónica de una mujer.

 

Título original: Creatura

Año: 2023

Duración: 112 min.

País: España

Dirección: Elena Martín

Guion: Elena Martín, Clara Roquet

Música: Clara Aguilar

Fotografía: Alana Mejía González

Reparto: Elena Martín; Oriol Pla; Alex Brendemühl; Clàudia Malagelada; Clara Segura; Mila Borràs; Marc Cartanyà; Carla Linares; Teresa Vallicrosa; Cristina Colom; Bernat Roqué; David Vert.

 

          Me llamó la atención del avance publicitario que la protagonista padeciera la terrible urticaria crónica que yo he sufrido durante años, hasta descubrir el bendito Omalizumab que me ha permitido llevar una vida más o menos «normal», aunque con medicación continua, pero se trata de un medicamento que no existía en los años en que transcurre la historia. Esta arranca del presente, en el que una pareja fría, reflexiva e incomunicada hasta la perplejidad del espectador, porque sabe desde el mismo inicio que no sabe cómo han llegado a acabar formándola, escenifica un desencuentro cuyo origen se va a rastrear en diversos flashbacks a lo largo de la película, con dos calas nítidas: la adolescencia y la niñez. De hecho, la situación inicial es tan confusa emocionalmente como caricaturizable, y de ello se resienten las actuaciones de, al menos, un excelente actor, Oriol Pla, que solo es capaz de estar a la altura de sí mismo cuando se sincera con su pareja antes de tomar la decisión más que previsible y una actriz con serias carencias. Hasta entonces, ambos escenifican una relación absurda a medio camino entre el sainete y el cine familiar —no digo «de barrio» porque la acción transcurre en el elitista Ampurdán, clase a la que pertenece la familia de la protagonista, cuya casa ha decidido habitar para, imaginamos, independizarse de sus padres. Añadamos la superposición de imágenes entre el padre y la pareja: ambos corrigiendo trabajos escolares en la terraza

La protagonista escogida por la directora me parece uno de los puntos más débiles de la película, que se resiente mucho de las torpes maneras interpretativas de la actriz, por más que pretenda ajustarse a unos moldes naturalistas que lo dejan todo en un chapurreo de frases tópicas, previsibles y sin mordiente alguno, al margen de las expresiones y miradas que entorpecen la mínima empatía que la condición de protagonista exige. Cambia mucho la película cuando una actriz con mejores maneras toma el relevo en el tramo de la adolescencia, Clàudia Malagelada, y aún más cuando interviene la prodigiosa niña Mila Borràs. Algo sorprendente es el poco cuidado del reparto a la hora de elegir a las actrices que interpretan la niñez y la adolescencia de la protagonista, porque no se atisba ni un rasgo de semejanza entre ellas. No sucede lo mismo con la madre, con quien sí se puede establecer esa relación física.

          He visto la película en catalán, lógicamente, pero advierto que es tendencia general de todo el país recurrir a un sonido directo que a duras penas recoge con nitidez la, por otro lado, ausencia casi total de vocalización de actores y actrices. No digo ya que hubieran de seguir todos el modelo de Flotats  o la Espert, pero no puede ser que, compartiendo la misma lengua, te pases un tercio de película preguntando a tu compañera de sofá qué acaban de decir, a ver si anda mejor de oído que tú. Son modas, está claro. Y esta distancia mucho al espectador de lo que ocurre en pantalla.

          El largo viaje de la sexualidad femenina desde la niñez hasta la vida adulta es lo que nos muestra, con escenas que no ahorran la incomodidad de ciertos «alivios» sobre todo en el seno familiar y el círculo de amistades, como ocurre en la comida de amigos con la niña en el regazo de un invitado, una de las mejores escenas de la película.

          No me ha quedado clara, ¡como tantas otras cosas!, la supuesta relación entre la enfermedad y la sexualidad, porque diríase que, a veces, según y cómo, la creatura piensa en ella como una suerte de maldición por tener impulsos lascivos que la dominan. De hecho, el acercamiento incestuoso al padre se resuelve, en la niñez, del peor modo posible, por la vía del exabrupto y la huida, lo que acaba distanciándolos hasta la curiosa escena del sofá, en la que se vuelve a generar la misma incomodidad que provoca el mismo escapismo. Se trata, en consecuencia, de una aproximación a un mundo en el que usualmente domina el silencio, los malentendidos y la distancia cauta y preservadora de, acaso, impulsos inexplicables, pero reales, y a los que se ha de hacer frente. Ese afán mueve a la hija, pero una conversación «de adulta a adulto» es casi imposible tenerla con un padre, porque esta condición, la paternidad, anula cualquier terreno igualitario en el que compartir confidencias o teorías o sentimientos.

          Por todo lo anterior, la película parte de un planteamiento honesto y poco tratado en el cine de forma tan explícita en, al menos, nuestra cinematografía. Y ha de reconocérsele a la directora la valentía para adentrarse en él, superando no pocos tabúes que aún condicionan nuestras experiencias familiares al respecto. Me parece importante destacar, además, el valor excepcional que se le concede a la mirada como fuente de conocimiento y, al tiempo, de extrañamiento por parte de la protagonista: ve la sexualidad y, urgiéndole una satisfacción de sus propios impulsos, se mantiene a distancia, hasta que, en la adolescencia, se acerca a ellos y se le mezclan a partes iguales, como en la masturbación a un noviete, el deseo y el rechazo. Por eso no se explica, en el presente, qué le impide disfrutar plenamente de su sexualidad, al margen, claro está, de la urticaria que, según y cómo, a veces, en lo más feroz de un ataque, tiene carácter invalidante. No queda claro, ya lo dije antes, si se presenta la enfermedad en términos de culpa, aunque no lo parece, pero la ingenuidad materna de creer que el agua de mar es una panacea para ella no parece la respuesta más lógica, aunque acabe teniendo para la protagonista un valor curativo sin par. De que el mar, metafóricamente, se contemple como un bálsamo para aliviar los ataques saca la directora excelente partido, aunque lo lastra un descuidado «toquecito» de calendario de taller mecánico, pero la intención es buena y lo justifica casi todo. Ello no impide que, por extensión, ser consigan excelentes planos de la Costa Brava, sobre todo los nocturnos de una cala desierta como por la que suspiran todos los *caleros del mundo,

          La película tiene un aire francés inequívoco, pero donde en Rohmer es todo fluidez natural y diálogos deslumbrantes, aquí hay cierta transición ortopédica entre las edades de Mila y algunos planteamientos, como el del inicio, difíciles de aceptar como película de adultos hecha para adultos, todo ello al margen de los serios problemas de dicción que tanto entorpecen el seguimiento de la trama. En última instancia, no estamos tanto ante una reivindicación de la libertad sexual o de la vivencia sin culpa del propio deseo, cuanto del caso particular de una mujer que vive una y otro con dificultad, lo que acaba condicionando su vida de tal modo que ella, para sí misma, se convierte en un enigma, doloroso.

         

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