lunes, 11 de diciembre de 2023

«Cautivos del terror», de Andrew L. Stone o no hay golpe perfecto.



Del inconveniente de las bandas con lerdos y los padres con agallas…

 

Título original: Cry Terror!

Año: 1958

Duración: 96 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Andrew L. Stone

Guion: Andrew L. Stone

Reparto: James Mason; Inger Stevens; Rod Steiger; Neville Brand; Angie Dickinson; Kenneth Tobey; Jack Klugman; Jack Kruschen; Carleton Young; Barney Phillips; Harlan Warde; Edward Hinton; Chet Huntley; Roy Neal; Jonathan Hole.

Música: Howard Jackson

Fotografía: Walter Strenge (B&W)

 

          Andrew L. Stone pertenece al selecto club de los directores todoterreno muy competentes, pero sin la chispa del genio que los hace subir en el escalafón terrible de los cinéfilos. De él hay en este Ojo comentadas dos películas de muy buen ver, Asesinato a la orden y Trampa de acero, y acometo ahora la crítica de la última que he visto, Cautivos del terror, una monumental película de serie B que ocupa un relevante lugar, sin embargo, en la serie A a la que, por el reparto de campanillas, pertenece. Que en la misma película compartan cartel James Mason, Rod Steiger, Inger Stevens y Angie Dickinson es toda una declaración de intenciones.

          La película da bastante más de lo que en apariencia promete cuando arranca, y la historia, salvo algunas torpezas de guion, se desarrolla en un crescendo que se ve con satisfacción, a lo que contribuyen las actuaciones estelares de quienes han hecho maravillosas películas.

          Un anónimo recibido en una compañía aérea, alertando de que hay una bomba en uno de los aviones, moviliza a los directivos, pero también a la policía, que da credibilidad al anuncio. Se trata de un petardo, propiamente dicho, pero construido con un ingrediente, un material altamente explosivo, capaz de volar un avión con muy poca cantidad. A partir de este momento, la trama se disocia: por un lado, el cerebro de la banda que quiere extorsionar a la compañía aérea secuestra al ingeniero que ha fabricado el explosivo con la promesa de un contrato provechoso para su compañía de explosivos, secuestro que afecta a su mujer, en esos momentos en la casa, y, sin poder evitarlo, a la pequeña hija de ambos, que se suma a los secuestrados, lo que le complica la situación al «cerebro», rodeado de compañeros no demasiado brillantes, y uno de ellos directamente un psicópata. Por otro lado, la policía, en contacto permanente con la compañía aérea, empeñada en descubrir a los autores de la extorsión. Ambas tramas, interesantes por igual, van a converger en el recurso que el jefe de la banda ha ideado para la entrega del dinero: que sea la esposa del ingeniero quien lo recoja en la sede de la compañía aérea y lo lleve a una dirección que la mujer solo conocerá cuando le llegue a través de la emisora interna de la policía.

          La factura estética de la película, con planos medios, panorámicos, lo que permite secuencias en las que hay interesantes desplazamientos en el plano, un blanco y negro no demasiado contrastado y un nervioso desplazamiento en coche de la protagonista para entregar a tiempo el dinero, si no quiere que la banda se «deshaga» del marido y la hija de ambos, son elementos que le dan «empaque» de excelente cine negro a la película, más propiamente de suspense, porque, en habiendo plazos perentorios por medio, se trata de resolver el caso «antes de que pase lo irremediable». Como era de esperar, Rod Sgteiger, en el papel de cerebro-psicópata de la banda está impecable, con su atuendo que lo disfraza como profesor de universidad, y sin apenas una palabra más alta que otra. La banda ya es otra cosa, y el expresidiario que necesita colocarse con Benzedrina, y al que se le encarga vigilar a la esposa, dando por descontado que se cobrará, también, el servicio en especie sexual, es uno de los puntos más flojos del guion, aunque cumple el cometido requerido, por supuesto.

          En la medida en que la historia no deja de ser una versión más del golpe perfecto, se presta una atención especial a la estrategia montada por el cerebro de la banda para conseguir hacerse con el dinero sin que la esposa del ingeniero que hace de intermediaria sea seguida y consiga llegar al punto de cita a la hora convenida. El derroche de medios para conseguir el suspense, camión atravesado en la carretera incluido, o equivocación forzada por otro, al coger la salida hacia Nueva Jersey, generan esa tensión que aún se vera reforzada por el intento del ingeniero de aprovechar un momento de calma en la vigilancia de los secuestradores para, descolgándose por el ascensor, conseguir avisar a la policía de su paradero. De algún modo, hay en esas escenas un recuerdo de la muy reciente Rififí, de Jules Dassin, aunque la calidad de esta está a años luz de la presente, por más que se trate de una película que me ha sorprendido gratamente, porque progresa de forma muy satisfactoria hacia la tensión que ha de dominar cualquier historia en la que el suspense sea parte esencial. De hecho, la tensión, recae más del lado de Inger Stevens que del de Mason, aunque ambos se refuerzan mutuamente, a distancia, y se mantiene hasta una persecución final en el túnel del metro muy pero que muy digna.

          Sorprende, curiosamente, que el botín, casi pase a un segundo plano, como si el plan fuera conseguirlo, pero no estuviera fijado cómo acabar, limpia y rápidamente con los testigos indeseables que se revuelven contra ese destino que intuyen con toda la fuerza que los padres desarrollan en la circunstancia dramática en que han de velar por la prole, en este caso por la hija.

          Insisto, estéticamente, la película está muy conseguida; narrativamente, mantiene la tensión hasta el desenlace, y las interpretaciones le confieren un plus del que carecería si hubiera sido una producción B. Merece una oportunidad, desde luego.

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