Título original: Letyat
zhuravli
Año:1957
Duración: 94 min.
País: Unión Soviética (URSS)
Dirección: Mikhail Kalatozov
Guion: Viktor Rozov. Obra:
Viktor Rozov
Reparto: Tatiana Samojlova; Aleksey Batalov; Vasiliy
Merkurev; Konstantin Nikitin; Svetlana Kharitonova; Aleksandr Shvorin; Valentin
Zubkov; Boris Kokovkin;Antonina Bogdanova.
Música: Moisey Vaynberg
Fotografía: Sergei Urusevsky
Título original: Neotpravlennoye
pismo
Año: 1960
Duración: 97 min.
País: Unión Soviética (URSS)
Dirección: Mikhail Kalatozov
Guion: Grigori Koltunov,
Valeri Osipov, Viktor Rozov
Reparto: Tatiana Samojlova;
Innokenti Smoktunovsky; Galina kozhakinma; Vasili Livanov; Yevgenmi Urbansky.
Música: Nikolai Kryukov
Fotografía: Sergei Urusevsky
(B&W).
Título original: Ya shagayu
po Moskve
Año: 1964
Duración: 78 min.
País: Unión Soviética (URSS)
Dirección: Georgi Daneliya
Guion: Gennadi Shpalikov
Reparto: Nikita Mikhalkov; Aleksei
Loktev; Galina Polskikh; Yevgeni Steblov; Arina Alejnikova; Valentina Ananina; S.
Besedina; Veronika Vasilyeva; Mariya Vinogradova; N. Likhobabina; Irina
Miroshnichenko.
Música: Andrei Petrov
Fotografía: Vadim Yusov (B&W).
Año: 1964
Duración: 74 min.
País: Unión Soviética (URSS)
Dirección: Elem Klimov
Guion: Semyon Lungin, Ilya
Nusinov
Reparto: Evgeni Evstigneev,
Arina Alejnikova, Ilya Rutberg, Lidiya Smirnova, Aleksei Smirnov, Nina
Shatskaya, Viktor Kosykh, Yuri Bondarenko, Lidiya Volkova, Tatyana Barysheva
Música: Mikael Tariverdiyev,
Igor Yakushenko
Fotografía: Anatoli
Kuznetsov (B&W).
Título original: Kavkazskaya plennitsa, ili Novye priklyucheniya Shurikaaka
Año: 1967
Duración: 82 min.
País: Unión Soviética (URSS)
Dirección: Leonid Gaidai
Guion: Yakov Kostyukovsky,
Moris Slobodskoy, Leonid Gaidai
Reparto: Aleksandr
Demyanenko; Natalya Varley; Ruslan Akhmetov; Yuriy Nikulin; Georgiy Vitsin;
Evgeniy Morgunov; Vladimir Etush.
Música: Aleksandr Zatsepin.
Fotografía: Konstantin
Brovin.
Título original: Dzhentlmeny
udachi
Año: 1972
Duración: 88 min.
País: Unión Soviética (URSS)
Dirección: Aleksandr Seryj
Guion: Georgi Daneliya,
Viktoriya Tokareva
Reparto: Evgeni Leonov, Georgiy Vitsin, Radner Muratov, Saveliy
Kramarov, Natalya Fateyeva
Música: Gennadiy Gladkov
Fotografía: Georgi
Kupriyanov.
Título original: Idi i smotri (Come and See)aka
Año: 1985
Duración:136 min.
País: Unión Soviética (URSS)
Dirección: Elem Klimov
Guion: Elem Klimov, Ales
Adamovich
Reparto: Alexei Kravchenko;
Olga Mironova; Liubomiras Laucevicius; Vladas Bagdonas; Victor Lorents.
Música: Oleg Yanchenko
Fotografía: Aleksei
Rodionov.
Monográfico
sobre algunas muestras de cine soviético a lo largo de algo más de cinco
lustros de cine soviético, ese gran desconocido, espigado al azar en Filmin.
No ignoro que quien mucho abarca…,
pero he de confesar que tras una primera incursión en al cine soviético
posterior a los grandes maestros, a través de la figura de Eldar Ryazanov, me
propuse hacer varias calas en ese cine, aprovechando la excepcional oferta de
Filmin al respecto. Y llegó el día, finalmente, ahora que he visto, con
verdadero interés un buen surtido de estilos diferentes de muy distinta
calidad, pero, todas ellas, con un interés, siquiera sea antropológico que
incita al visionado de las mismas.
De algún modo, entrar en estas muestras de cine soviético ha
sido como poder mirar a través del famoso telón de acero, para descubrir una
sociedad y unos seres en modo alguno tan distintos de como la propaganda nos
los suele dibujar, de uno y de otro lado del telón, por supuesto. Con la tradición cinematográfica rusa, no me
ha extrañado en absoluto que haya podido ver películas soberbias y otras,
comerciales en su ámbito, con «llenos» tan espectaculares como los 65 millones
de espectadores de Caballeros de fortuna, la decimosegunda película
soviética más vista de la historia y en la que, además del director, Aleksandr
Seryj, el también director Georgi
Daneliya tuvo una activísima participación como guionista y director creativo, y
de quien aparece en este monográfico una película inspirada directamente en la nouvelle
vague, que no complugo a las autoridades, por la figura de un encerador que
suplanta a un reputado intelectual para burlarse muy ácidamente de los intentos
de un joven escritor por convertir su afición en profesión.
Entrar en la vida cotidiana soviética, en la que el
insobornable espíritu crítico y el sentido popular del humor que se ceba en la
rigurosa disciplina autoritaria de las instancias gubernamentales son
omnipresentes, supone una experiencia única, aunque sea a posteriori y tras la
caída estrepitosa de un sistema que por fuerza había de colapsar, porque donde
no hay más meritocracia que la adulación al poder poca puede construirse que
tenga carácter duradero. Esos alicientes incluyen no pocas señales de la vida
cotidiana que «desmienten» la homogeneidad política y cultural soviética, como
sucede con la disparatada historia de la película Un rapto a la caucasiana,
que implica nada menos que el secuestro de una mujer para casarla con quien ha
pagado por ella a su familiar un alto precio, lo que sucede, como en las
típicas screwball comedies, a un ritmo de gags de película cómica
de cine mudo de los inicios del cine. La película, por cierto, es continuación
de otra con los mismos personajes: un antropólogo moscovita, perdido en el
folclore y tradiciones del Cáucaso, y un trío cómico inclasificable.
En el arco cronológico que he trazado, desde 1957 hasta 1985,
se da la casualidad de hallar en ambos extremos dos películas, una en blanco y
negro y la otra en color con idéntico tema: la Segunda Guerra Mundial, un hecho
de enorme trascendencia en la historia del pueblo ruso, pero con dos
tratamientos muy diferentes, y que marcan, en cierto modo la propia evolución
de ese cine ruso: la primera, Cuando pasan las cigüeñas, próxima a los
orígenes del primitivo cine mudo y la segunda, Ven y mira, directamente
inspirada en cineastas como Tarkovsky, por el uso del color y otros recursos.
Cuando
pasan las cigüeñas debería de haberse traducido Cuando pasan las grullas, lo que sí
hicieron en inglés, por ejemplo, porque
en la propia película hay una canción alusiva a las grullas y estas vuelan,
tanto al principio como al final de la película, por los cielos rusos en
perfecta formación, a diferencia de la bandada caótica que forman las cigüeñas.
La película aborda la Guerra Mundial desde una perspectiva intimista que acerca
la película más al melodrama que al cine bélico. La puesta en escena, la
profundidad de campo de los planos y el uso de la geometría espacial por la que
desfilan los protagonistas confiere a la película una especificidad
cinematográfica singular y bellísima: diríase que muchos de ellos son planos
dibujados previamente con escuadra y
cartabón. Dos pudorosos enamorados están a punto de celebrar el cumpleaños de
ella cuando estalla la guerra y él, a sus espaldas, se alista como voluntario
que ha de salir ese mismo día para el frente. La vida familiar de él, la
relación entre ellos y la obligación de cumplir con el deber crean una
separación forzada de la que ella se resiente, porque se siente preterida,
postergada, muy injustamente. Los planos de masas en la despedida a los tropas,
con ella buscándolo a él desesperadamente, son de una osadía extraordinaria,
porque se combinan los planos aéreos con los primeros planos y la cámara en
mano, lo que crea una suerte de ballet de la fatalidad que volveremos a
encontrar en el regreso victorioso de las tropas, al final de la película,
cuando ella es capaz de aceptar con solidaria entereza la muerte de su
prometido. Por despecho, y por una elipsis que nos deja en la incertidumbre
máxima sobre los motivos reales, ella, que ha sufrido el acoso del primo de su
prometido que vive con la familia de él, un pianista que ha pagado su exención
para no ir al frente, acaba casándose con él, ya digo que inexplicablemente. Nada
más empezar la película, cuando ambos amantes se despiden en la escalera de
ella, hay un alarde cinematográfico excepcional, porque la cámara sube en
espiral acompañando la carrera armoniosa de él por las escaleras para confirmar
la cita con ella para el día siguiente: una secuencia maravillosa a la que se
le saca total rendimiento estético cuando se mezcla, muy hábilmente, con la
otra espiral de la muerte de él en medio de un bosque cuyos altos árboles es lo
último que él contempla antes de caer abatido por una bala enemiga. La fusión,
en el montaje, de ambos momentos, es uno de los momentos cinematográficos más
impactantes de cuanto he visto en esta incursión soviética. Ven y mira,
sin embargo, es un acercamiento distinto a los horrores de la guerra, porque el
contenido es la destrucción genocida de más de doscientas aldeas bielorrusas
que los alemanes quemaron, acabando con todos sus habitantes. Ese horror se
materializa ante los ojos incrédulos y espantados de un adolescente que decide
incorporarse a la resistencia, aunque su madre intente impedírselo, en escenas
muy logradas. La comunión con la naturaleza, en compañía de una joven que se
pega a él en su intento de unirse a los resistentes, nos recuerda la reverencia
con la que Tarkovsky, por ejemplo, se acerca a ella: la escena de la ducha a
partir de los troncos agitados es bellísima. A partir del descubrimiento de la
muerte en masa de los aldeanos de la villa donde él vive, su familia, incluida,
su madre y dos hermanas gemelas, el desquiciamiento del protagonista sufrirá un
crescendo que se suma a los daños del bombardeo que han de aguantar ambos, y
que lo deja sordo. El horror va cuajando en los rostros de ambos, pero
especialmente en el del joven, que parece envejecer a razón de lustro por día,
a juzgar por cómo se le desencajan las facciones y acentúan la desesperación de
su trastorno. Cuando está a punto de ser quemado vivo en una aldea tomada por
los nazis y logra salvarse, sin que llegue a entender por qué, todo su mundo
colapsa y la sucesión de escenas escalofriantes nos hielan la sangre por su
verismo y por la orgía de crueldad de los nazis cuyo parangón sería, en la más
terrible actualidad, la incursión sangrienta de los terroristas de Hamás en
Israel hace pocas semanas. Pocas películas son un clamor tan grande contra el
salvajismo de la especie humana como Ven y mira, tan acongojante que al
crítico le parece una irreverencia destacar los valores técnicos de la
película, aunque son muchos y valiosos. La película de Kalatozov tiene un final
humanístico y pacifista que en la de Elem Klimov es imposible de formular,
porque la necesidad de una justicia expeditiva, como la que tiene lugar, la
necesita el espectador como catarsis de mayo…
La segunda película de Kalatozov,
apenas tres años después de una joya como la primera aquí comentada, que fue
Palma de Oro en Cannes, nos ofrece una aventura en la taiga siberiana, donde un
grupo de espeleólogos, enviados desde Moscú, ha ido a buscar yacimientos de
diamantes. Aunque la película es también en blanco y negro, la belleza de los
paisajes, captada por una fotografía muy contrastada y con una selección de los
escenarios muy acertada, nos arrebata, tanto cuando la expedición disfruta del
buen tiempo como cuando, después de descubrir finalmente un yacimiento, cambia
el tiempo y la naturaleza y, de la noche a la mañana, se encuentran ante la
gran adversidad de un incendio que los acorrala y que se lleva por delante a
uno de los miembros de la expedición, el que se había insinuado a la pareja del
geólogo más joven, y, más adelante, por la llegada de los fríos polares contra
los que resulta casi imposible sobrevivir. La lucha contra la adversidad de los
elementos en un paisaje desolado y totalmente salvaje adopta el tono heroico de
la épica, porque el título alude a la larga carta que el jefe de la expedición
escribe a su esposa con el ánimo de poder hacérsela llegar antes de regresar,
lo cual se vuelve poco menos que una misión imposible. Las relaciones entre los
miembros de la expedición marca solo hasta cierto punto el interés de la
película, porque los cuatro aparecen como un equipo de científicos al servicio
de los logros del sistema político que recibe con hipérboles patrióticas su
descubrimiento. No son pocas las películas que hacen de la lucha del ser humano
contra la naturaleza su tema central; esta es una de ellas, y tenemos la
suerte, además, de volver a contemplar la brillante actuación de la
protagonista de Cuando pasan las cigüeñas, Tatiana Samojlova, una actriz
con poderosos registros interpretativos y unos primeros planos muy sugestivos.
La película avanza en función de las bajas en la expedición, de modo que todo
hace prever que, finalmente, la naturaleza acabará imponiendo su ley terrible,
frente a la que la especie humana es la más frágil caña imaginable, por mucho
que piense.
La última película de este
monográfico, Ven y mira, es de Elem Klimov un cineasta incómodo para el
Régimen, pero la cuarta es su debut cinematográfico: Bienvenidos, o
prohibida la entrada a los extraños. Se trata de una obra maestra del humor
y del optimismo. Es curiosa la semejanza entre las dos potencias políticas en
cuanto a la importancia social de los campamentos para jóvenes en edad escolar,
un espacio y un tiempo de excepcional importancia en la biografía de muchos
ciudadanos de ambos países. Pensemos en las escenas del campamento de Tú a Boston
y yo a California, de David Swift, por ejemplo, y estaremos en condiciones
de imaginar el campamento soviético adonde llegan los niños para una estancia
en la que el día señalado será la visita de los padres, para los que se
organiza un día de actividades a las que también asistirá el representante de
la Administración, que es a quien el riguroso director quiero complacer. No
digo que pensemos en Moonrise Kingdom, de Wes Anderson, porque
supone ya una variación sobre el género inaccesible para un director soviético
en 1964, pero está clara la inequívoca actitud transgresora del director,
quien, por cierto, jamás asistió de niño a uno de esos campamentos en los que
imperaba un régimen casi militar. La anécdota que sirve de motivo dinámico de
la acción es la expulsión de un díscolo niño que ha incumplido las órdenes de
ir nadando hasta una isla cercana donde se relaciona con niños de la localidad.
El padre lo deja en la estación con el billete para ir a casa de su abuela y la
criatura se representa en unas desternillantes secuencias el recibimiento de la
abuela, su muerte súbita, al enterarse de la deshonra de haber sido expulsado,
y el entierro correspondiente. Decide, en consecuencia, ahorrarse esa realidad
y vuelve al campamento para entrar clandestinamente y refugiarse bajo la
plataforma cerrada desde donde el director lanza sus discursos civicopatrióticos.
Descubierto por sus compañeros, se organiza la protección y la alimentación del
joven rebelde como una misión sagrada, lo que da pie a un sinfín de secuencias
humorísticas de muy alto voltaje, porque las actuaciones de los niños, y sobre
todo las niñas bailongas y coquetas, son prodigiosas. El ritmo in crescendo de
la situación tiene un control tan medido como en las mejores comedias de
Wilder, y sí, hay una apoteosis final durante la fiesta de los padres que deja
un sabor de boca estupendo incluso al más exigente de los espectadores. Todas
las películas que he visto, por una u otra razón, son interesantes, pero las de
Klimov y Kalozotov, las cuatro, me parecen grandísimas películas que deberían
ser más conocidas y vistas.
Yo paseo por Moscú, es una
copia afortunada del cine francés de moda en aquellos días, la nouvelle
vague. Danelitya escoge la figura de un joven escritor que quiere visitar a
uno consagrado para intentar abrirse camino y acaba juntándose con un minero
que sale de su turno de trabajo y que se convierte en cicerone del joven de
«provincias» que quiere triunfar en la capital. Es verano y las relaciones
personales parecen fluir desde una solidaridad afectiva que hace la vida, en
apariencia, muy fácil. Sobre ese tapiz de civismo y armonía, se escribirán
algunas historias que complicarán la jornada de los cuatro jóvenes alrededor de
los cuales gira la acción desenfadada de un amigo del minero que ha de pedir
una prórroga militar para poder casarse, un enlace que dará mucho juego, por
las peleas de los novios. La seducción en grupo de una joven de una tienda de
discos, una secuencia resuelta con tanta gracia como naturalidad, sumará al
grupo a la joven, iniciándose una soterrada competición entre el minero y el
escritor por conseguir los favores de la atención de la joven. Estamos en la
época del aperturismo de Nikita Jruschov, que dura un sexenio, y ese aire
liberal emanado desde el gobierno se aprecia en una película en la que la
ciudad de Moscú tiene un gran protagonismo. Para el espectador occidental sin
acceso, en términos generales, y salvo excepciones, al cine ruso, contemplar
una película como esta es como mirar por el ojo de la cerradura cómo vivían los
soviéticos en aquellos años, y hay episodios, como el del ladrón en la
comisaría que está resuelto en la mejor clave de comedia, porque el humor es
universal, aunque nos riamos de cosas muy distintas en unos u otros países. De
hecho, no falta ni una canción, cantada por el protagonista, al más puro estilo
Jacques Demy, una melodía pegadiza que se convirtió en un éxito popular en la
URSS. ¡Una exaltación vital magnífica!
Un rapto a la caucasiana y,
sobre todo, Caballeros de fortuna son
dos muestras del cine de humor dentro de la revolución en dos formas
expresivas muy distintas, como lo demuestra el hecho de que, en la segunda,
actuara uno de los cómicos más sobresalientes de Rusia, Evgeni Leonov, y, como dije
con anterioridad, llegara a la cifra de 65 millones de espectadores, algo fuera
de toda medida para cualquier película del resto de Europa de aquellos años. Un
rapto a la caucasiana explora, a su manera, el cine étnico, porque un
antropólogo viaja de Moscú a la región para documentarse sobre el folclore caucásico.
Ello permite ver una forma de vida «meridional» cuyos valores chocan con los
ortodoxos de la estricta ética soviética. El protagonista, interpretado por Aleksandr
Demyanenko, viene a ser, por su caracterización física, torpeza, ingenuidad y candor,
una copia del personaje habitual de Jerry Lewis, y va metiéndose en todos los
charcos habidos y por haber, hasta que lo usan para raptar a una muchacha cuyo tío
la ha vendido a un rico de la zona por un buen número de ovejas. Todo
transcurre dentro del género de las comedias alocadas y con un especial
recuerdo a las películas mudas del humor usamericano. De hecho, en una de las
secuencias, la «banda» de malhechores tiene habilitada una sala de baile donde
se enseña a bailar el Twist, lo que prueba el enorme interés con que los
soviéticos han seguido siempre la evolución de las modas en su tradicional
enemigo. Los disparates son tantos y de tal naturaleza que la película acaba
haciéndose simpática a pesar de ellos y de haber de soportar al protagonista.
El trío de malhechores, algo así como los Dalton del cómic, sí que dan pie a
algún gag de mayor envergadura, lo que permite el lucimiento de la secuestrada,
por supuesta, quien es recibida en su tierra natal como una heroína del
deporte, algo así, como el modelo de la «nueva mujer rusa».
Caballeros de fortuna tiene
mucha más entidad y una realización clásica que contribuye a la solidez fílmica
del relato. La trama juega con el tema del doble. Se inicia con el robo del
yelmo de Carlomagno, encontrado en unas excavaciones y continúa con la detención
de la banda que no confiesa dónde han escondido la pieza arqueológica y es
encarcelada en presidios diferentes, por un lado, el cabecilla; y por el otro,
sus dos esbirros. Un profesor de parvulario, bastante entrado en años, que aún
vive con su madre, quien lo trata como si aun fuera un escolar, resulta ser
idéntico al jefe de la banda. Esa es la razón por la que la policía se dirige a
él para que, con el entrenamiento pertinente se convierta en el jefe que se
presente en la prisión de los esbirros y les sonsaque el paradero del yelmo. La
historia es ingeniosa y está muy bien desarrollada, no solo por la situación inicial,
sino porque a lo largo del metraje, el profesor entrará en conocimiento de unos
seres humanos de vidas desgraciadas muy distintas de la suya, y a quienes ha de
atemorizar, dentro de su papel, para conseguir su objetivo. La imposibilidad de
delatarse, aunque esté siempre en conexión estrecha con las autoridades, los
lleva a vivir situaciones cómicas y degradantes, como la de la huida de la
prisión en una cisterna en la que se llevan los excrementos del pozo ciego, por
ejemplo. A medida que avanza la trama, las relaciones humanas se van adensando
y hay verdaderos diálogos muy dignos de mérito. Tan estupenda es la película,
que me extraña que los usamericanos no hayan hecho una versión a su estilo,
porque es muy posible, de hacerla bien, que fuera un exitazo de taquilla, dado
que la presente no es muy conocida. Como parte de la trama transcurre en la
Navidad, sorprende, sociológicamente, que aparezca un personaje “El abuelo frío” (Ded Moroz,
en ruso), que les trae regalos a los compañeros de huida. No es difícil
sospechar el desarrollo de la historia, porque llegará un momento en que el
original y el impostor habrán de verse las caras frente a frente, pero eso lo
dejo al libre capricho de los espectadores a los que haya podido convencer para
ver una comedia de hechuras clásicas, con excelentes interpretaciones y
momentos de humor tan excelentes como el momento en que el impostor ha de
hacerse valer en el interior de la prisión, antes de darse a conocer a sus
compinches. El prodigioso actor que encarna los dos papeles consigue una
interpretación exquisita y convincente, lo cual contribuye enormemente a
reforzar nuestro interés por cómo se desarrollará la historia. Poco a poco, a
medida que van cambiando de casa y buscando el modo de dar con el paradero del
yelmo en Moscú, la película nos muestra un pedazo de vida de la realidad
soviética que no nos resulta ni tan ajena ni tan incomprensible como siempre
hemos tenido la sensación, en Occidente, de que era. Ni siquiera una revolución
como la soviética puede, al cabo, transformar de arriba abajo una sociedad como
la rusa, tan tradicional, además. En definitiva, que quienes en estos tiempos
navideños quieran disfrutar de una película alusiva novedosa, inteligente y
divertida, aquí tienen la mejor opción. Счастливого Рождества!
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