Una confusa película
antimalthusiana en una sociedad organizada a la defensiva contra la
inmigración, el terror y la esperanza.
Título original: Children of Men
Año: 2006
Duración: 105 min.
País: Reino Unido
Dirección: Alfonso Cuarón
Guion: David Arata, Alfonso
Cuarón, Timothy J. Sexton, Hawk Ostby, Mark Fergus. Novela: P.D. James
Reparto: Clive Owen; Julianne Moore; Michael Caine; Chiwetel Ejiofor; Peter
Mullan: Danny Huston; Clare-Hope Ashitey; Pam Ferris; Charlie Hunnam; Oana
Pellea; Jacek Koman; Ed Westwick; Paul Sharma.
Música: John Tavener
Fotografía: Emmanuel Lubezki.
¡Lo bueno que
tiene haberse perdido estrenos y el consiguiente cruce de anatemas y
panegíricos!, porque me he asomado a esta película de Cuarón con absoluta
inocencia, hija de mi total desconocimiento de la historia y de la realización.
De P.D. James hizo una película Almodóvar, Carne trémula, que es de las
que más me han gustado de él, porque tenía pies y cabeza y había poco lugar
para sus excentricidades manchegas. Que Hijos de los hombres esté basada
en una novela de la misma autora, suponía el primer atractivo de la película,
de la que, insisto, lo ignoraba todo. Y me ha seducido. Todo: la interpretación
(aunque menos el hippy pretendidamente «entrañable» que representaba Michael
Caine, aunque la escena en la que lo asesinan no deja de impactar, desde
luego), la historia del mundo al revés de como lo conocemos, amenazado por la
ausencia de nacimientos, no por el exceso de población, y, sobre todo, por una
puesta en escena y una dirección que juegan permanentemente con la mezcla de géneros:
cine político, thriller, cine apocalíptico, cine distópico, cine social, cine
de sectas, y de todos ellos saca Cuarón un jugo cinematográfico excelente,
apoyado, ya digo, en la soberbia puesta en escena que repasa desde los altos
círculos el poder y su lujo, hasta la miseria extrema y la supervivencia, todo
ello en una sociedad en la que el ejército y la policía ejercen un control
propio de una dictadura, no de un sistema democrático, aunque el terrorismo de
quienes están permanentemente amenazados de expulsión contribuye a reforzar ese
control militar. Estos días, sin ir más lejos, estamos viendo la irrupción del
ejército en California, por mandato de Trump, con las consiguientes algaradas y
protestas que pueden convertirse en una espiral destructiva que acabe poniendo
en tela de juicio un sistema tan presidencialista como el Usamericano.
La película de
Cuarón sigue los pasos de un escéptico funcionario, antiguo activista, que
acaba de contemplar la noticia de que ha fallecido el último hombre joven del
planeta, con apenas 18 años, una noticia de alcance mundial. No tarda en ser
raptado por un grupo terrorista dirigido por su exesposa, interpretada por Julianne
Moore. Al protagonista, Theo Faron, una magnífica interpretación de Clive Owen,
quien tiene contactos familiares en la alta administración del estado, le proponen convertirse en el acompañante de
una inmigrante que ha de ser llevada a una organización llamada Proyecto hombre
que estudia la epidemia de infertilidad para buscar un remedio que cambie el
rumbo de la Humanidad hacia la extinción.
Un acierto de
la película es que se escoge al personaje de Owen como la única fuente de
información que tenemos, y solo vamos conociendo la historia a través de lo que
le pasa a ese personaje, quien aparece siempre en pantalla. La película, a
todos los géneros que todo, y que ya citamos anteriormente, ha de sumársele el
de la odisea, el del viaje que ha de transformar a quienes lo realizan, una
suerte de parábola bíblica que tiene en la joven africana embarazada una nueva
virgen maría que da a luz en la más sucia y siniestra habitación imaginable y cuyo
milagro epifánico va a ser capaz, en uno de los momentos más emotivos de la
película, de suspender el cruce de disparos entre el ejército que asedia un
edificio tomado por los terroristas que habían secuestrado al bebé, cuando,
recuperado para la madre, se oye su llanto y los militares, conmovidos por
semejante novedad, deponen las armas y suspenden el asedio al edificio, una de
las partes más impactantes de la película, por el realismo del enfrentamiento y
por un montaje que consigue hacer aparecer como un plano secuencia diversas
tomas ensambladas.
He de
reconocer que, al margen del thriller político, centrado en la detención,
expulsión y eliminación arbitraria de los inmigrantes que buscan refugio en una
sociedad fallida y controlada por el ejército, hay no pocos momentos en la película
en la que cuesta trabajo seguir las maquinaciones del grupo terrorista que está
a punto de matar al protagonista y esperar el nacimiento del futuro bebé para
quedarse con él y usarlo como estandarte de su movimiento revolucionario, tras
deshacerse de la madre, obviamente.
Lo
absolutamente genial en la película, hay que repetirlo hasta la saciedad, es
una puesta en escena apocalíptica que juega permanentemente con la degradación
de los espacios y de las personas, como si hubiera desaparecido absolutamente
lo que se entendería por «la vida normal» y se viviera en permanente estado de
emergencia y conflicto callejero. Da la impresión del día después de una guerra
nuclear, por eso la epidemia de esterilidad tiene ese puntito de originalidad
que permite especular con un final que suena bíblicamente a la Tierra Prometida
de un mañana en el que vuelvan a nacer chiquillos con total normalidad. Aunque
Cuarón despoja a la narración de cualquier connotación religiosa, está claro
que son abundantes las señales de los referentes cristianos que impulsaron la
narración de la novela. El hecho mismo de que, preguntada la joven embarazada
por quién era el padre de la criatura y que ella respondiera que era virgen,
nos da a entender la importancia de esa perspectiva religiosa que imprimió la
autora en su relato. No es imprescindible para entenderlo ni para valorarlo,
pero que el llanto de un bebé sea capaz de parar lar armas solo puede explicarse
desde esa perspectiva religiosa.
Como toda
epopeya fundacional, la huida del protagonista con la madre y el niño, huyendo
de una batalla desigual entre un orden a punto de colapsar y los inmigrantes
que buscan sobrevivir, tiene algo de narración mítica, como la Eneida, como la
huida de Egipto…
En última
instancia, no hay que desdeñar lo mucho de película «de acción» que
contemplamos en la pantalla, con algunas persecuciones de mucho mérito, de esas
que nos obligan a cambiar de posición en el asiento…
Ucrania,
Usamérica, Gaza, Nigeria, Somalia, Irán, Afganistán…, pocas crisis hay en el
mundo que no nos recuerden el estado distópico que en esta película de Cuarón
se recrea con extraordinario acierto.
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