martes, 19 de diciembre de 2023

«La chica tranquila», de Colm Bairéad una ópera muy prima…

El desnudo lenguaje cinematográfico de la emoción transitiva.

 

 

Título original: An Cailín Ciúin

Año: 2022

Duración: 95 min.

País: Irlanda

Dirección: Colm Bairéad

Guion: Colm Bairéad. Historia: Claire Keegan

Reparto: Catherine Clinch; Carrie Crowley; Andrew Bennett; Michael Patric; Kate Nic ; Chonaonaigh; Carolyn Bracken; Joan Sheehy; Tara Faughnan; Neans Nic Dhonncha; Eabha Ni Chonaola.

Música: Stephen Rennicks

Fotografía: Kate McCullough.

 

          Primera película de Colm Bairéad y todo un éxito de la sencillez que le habla directamente al corazón del espectador con la desnuda retórica de las emociones más puras. Me dio pereza en su día, no tanto por el gaélico, cuanto por lo que pudiera tener de antropología encubierta. He sido desarmado por la sencillez de una historia que me ha conmovido muy intensamente, porque no solo en la familia, sino también en amigos cercanos, se repite el patrón de una historia que se vivía por necesidad y, en esta película, como expediente de desahogo para una familia que va a ver aumentado su número y en la que no cabe una atención «especial» a un ser desvalido que ve aumentar su distancia entre sus cortedades y su entorno. La escena en la escuela de esta niña de una familia desestructurada en la que se siente como un australopiteco en Manhattan es de una dureza solo comparable a la propia desgracia familiar y educativa de la chiquilla: el silabeo con que intenta abrirse paso en el libro de lectura contrasta terriblemente con la desenvoltura con que lo hace su compañera de pupitre, quien acentúa, sin ella saberlo, la profunda sima entre ambas chiquillas y la necesidad de la protagonista —y así arranca la película— de esconderse y aislarse de su entorno.

          Para que no sea un estorbo en los días del parto por venir, sus otras hermanas ya son lo suficientemente mayores como para ser una molestia, los padres que no se hablan entre ellos deciden enviarla con una prima de la madre, para que pase el verano lejos, mientras ella atiende a su nuevo hijo. Y dicho y hecho. La niña se presenta en casa de la prima y el padre se vuelve para su granja, pero con la maleta de la niña en el maletero del coche. Recibida de forma muy distinta: con cortesía y cariño por parte de la prima, y con recelo e indiferencia por parte del marido de esta, la niña, que es un prodigio de mutismo, desciende del coche y se deja acoger por la anfitriona de su nuevo hogar temporal, porque, a pesar de que el padre los avisa de que la indómita criatura bien puede escapárseles, hay un contrato tácito por el cual la niña será devuelta a su hogar cuando empiece el colegio, a finales de agosto.

          En la casa adonde llega, hay un secreto que tarda algún tiempo en aparecer, lo que justificará, a posteriori el recibimiento de la niña por parte del padre. La niña, con todo, es muy receptiva a los cuidados que le prodiga su madre temporal y, sin grandes entusiasmos, pero con silencioso acatamiento, va tejiendo una sutil complicidad a la que, muy poco a poco, se irá sumando el marido. Dudo de si revelar o no el secreto, porque, en el fondo, se sabe a mitad de película y no constituye un giro de guion propiamente dicho, sino una laguna informativa que explicas comportamientos, pero no afecta al núcleo central de la historia, que tiene mucho que ver con el proceso hacia la confianza que ambos esposos tejen con la niña. Durante un mes, pues, la niña vive en la granja con sus anfitriones y, poco a poco, va incorporándose al trabajo diario, única manera de ganarse una nueva actitud por parte del marido, frío hasta la exasperación con la chiquilla. Bueno, sí, lo revelo, porque ello contribuye a disfrutar mejor de un acercamiento sutil que se aleja del sentimentalismo para adentrarse en lo más profundo de los sentimientos y sus extrañas leyes.

          El caso es que nadie le ha dicho a la protagonista que sus anfitriones habían perdido un hijo, en cuya habitación la instalan y cuya ropa le pone la madre a la visitante, sin pretender ninguna sustitución, sino por el hecho imprevisible de que el padre se volviera para su casa con la maleta de la hija en el coche. Tardan lo suyo, y no por tacañería, en acercarse al pueblo para renovarle el vestuario, pero cuando lo hacen, Cáit, deslumbrante con sus nuevos vestidos, se convierte en la verdadera invitada cuya presencia acaban reconociendo los esposos como una bendición. Ella, no obstante, observa un silencio que rara vez rompe, y su comportamiento modélico es una respuesta a la generosidad afectiva de la pariente de su madre. No hay, pues, ningún alarde sentimental que se una a alguna música efectista para conmover, con tan sobados recursos, a los espectadores. Antes al revés: contemplada la realidad con los ojos de la marginación que sufre la criatura, somos cómplices de una mirada que descubre, por ejemplo, el acercamiento afectivo entre ambos esposos, quienes mantienen entre sí una gélida distancia que se supone producto del gran trauma existencial que ha sido para ellos la pérdida del hijo. Apenas se habla de ello, pero la escena en que la niña revela el cruel interrogatorio de una vecina del matrimonio que se ofrece a cuidarla unas horas desata una emoción en la madre, en el interior del coche en el que vuelven a la granja, que traspasa el alma acongojada del espectador. Y ello, insisto, sin ningún subrayado especial, sino a través de la referencia de la niña al interrogatorio de la vecina.

          Está claro que para el buen fin de la narración de esta dura historia se necesitaba un trío interpretativo capaz de ajustarse a la economía expresiva que nos permitiera ir descubriendo, desde la extrema sensibilidad de la niña, un mundo de relaciones en la que acaba involucrada por decisiones que no la tienen en cuenta para nada. Y ahí están esos tres actores, que, como en una película de Aki Kaurismäki, con una sencillez aplastante, son capaces de levantar ante nosotros un relato plagado de matices sentimentales que se nos lleva el corazón por delante, porque entre ellos se reparten nuestras empatías dolorosas y, por qué no, también gozosas, aunque sin las alharacas de las epifanías estruendosas o los golpes de efecto de las sonadas conversiones. Todo está «ejecutado», digámoslo así, en tono menor, sottovoce, ¡y cómo se agradece! El hecho de que la película esté hablada en gaélico contribuye a ver la situación como algo exótico, propio de comunidades reducidas y ancladas en valores muy del pasado, pero es una decisión que permite garantizar la intimidad de la situación y su singularidad. Por eso, cuando vuelven de contemplar el mar y las tres luces suspendidas en el horizonte, de las aguas, la canción que nos mece, Grace, también nos consuela.

          Se ha querido ver en el título un juego con la película de Ford, The Quiet man, pero me parece un exceso hermenéutico. La niña sosegada lo es porque es su manera de defenderse del ambiente hostil que la considera «rara», «extraña», pero se trata de una delicada flor de invernadero que solo responde al estímulo del afecto sincero.

          Una película hermosa y delicada que merece ser vista con el respeto que nos merece siempre la infancia maltratada.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      

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