El desnudo lenguaje cinematográfico de la emoción transitiva.
Título original: An Cailín
Ciúin
Año: 2022
Duración: 95 min.
País: Irlanda
Dirección: Colm Bairéad
Guion: Colm Bairéad. Historia:
Claire Keegan
Reparto: Catherine Clinch; Carrie Crowley; Andrew Bennett; Michael
Patric; Kate Nic ; Chonaonaigh; Carolyn Bracken; Joan Sheehy; Tara Faughnan; Neans
Nic Dhonncha; Eabha Ni Chonaola.
Música: Stephen Rennicks
Fotografía: Kate McCullough.
Primera
película de Colm Bairéad y todo un éxito de la sencillez que le habla directamente
al corazón del espectador con la desnuda retórica de las emociones más puras. Me
dio pereza en su día, no tanto por el gaélico, cuanto por lo que pudiera tener
de antropología encubierta. He sido desarmado por la sencillez de una historia
que me ha conmovido muy intensamente, porque no solo en la familia, sino
también en amigos cercanos, se repite el patrón de una historia que se vivía por
necesidad y, en esta película, como expediente de desahogo para una familia que
va a ver aumentado su número y en la que no cabe una atención «especial» a un
ser desvalido que ve aumentar su distancia entre sus cortedades y su entorno.
La escena en la escuela de esta niña de una familia desestructurada en la que
se siente como un australopiteco en Manhattan es de una dureza solo comparable
a la propia desgracia familiar y educativa de la chiquilla: el silabeo con que
intenta abrirse paso en el libro de lectura contrasta terriblemente con la
desenvoltura con que lo hace su compañera de pupitre, quien acentúa, sin ella
saberlo, la profunda sima entre ambas chiquillas y la necesidad de la
protagonista —y así arranca la película— de esconderse y aislarse de su
entorno.
Para que no
sea un estorbo en los días del parto por venir, sus otras hermanas ya son lo
suficientemente mayores como para ser una molestia, los padres que no se hablan
entre ellos deciden enviarla con una prima de la madre, para que pase el verano
lejos, mientras ella atiende a su nuevo hijo. Y dicho y hecho. La niña se
presenta en casa de la prima y el padre se vuelve para su granja, pero con la
maleta de la niña en el maletero del coche. Recibida de forma muy distinta: con
cortesía y cariño por parte de la prima, y con recelo e indiferencia por parte
del marido de esta, la niña, que es un prodigio de mutismo, desciende del coche
y se deja acoger por la anfitriona de su nuevo hogar temporal, porque, a pesar
de que el padre los avisa de que la indómita criatura bien puede escapárseles,
hay un contrato tácito por el cual la niña será devuelta a su hogar cuando
empiece el colegio, a finales de agosto.
En la casa
adonde llega, hay un secreto que tarda algún tiempo en aparecer, lo que
justificará, a posteriori el recibimiento de la niña por parte del padre. La
niña, con todo, es muy receptiva a los cuidados que le prodiga su madre temporal
y, sin grandes entusiasmos, pero con silencioso acatamiento, va tejiendo una
sutil complicidad a la que, muy poco a poco, se irá sumando el marido. Dudo de
si revelar o no el secreto, porque, en el fondo, se sabe a mitad de película y
no constituye un giro de guion propiamente dicho, sino una laguna informativa
que explicas comportamientos, pero no afecta al núcleo central de la historia,
que tiene mucho que ver con el proceso hacia la confianza que ambos esposos tejen
con la niña. Durante un mes, pues, la niña vive en la granja con sus
anfitriones y, poco a poco, va incorporándose al trabajo diario, única manera
de ganarse una nueva actitud por parte del marido, frío hasta la exasperación
con la chiquilla. Bueno, sí, lo revelo, porque ello contribuye a disfrutar
mejor de un acercamiento sutil que se aleja del sentimentalismo para adentrarse
en lo más profundo de los sentimientos y sus extrañas leyes.
El caso es que
nadie le ha dicho a la protagonista que sus anfitriones habían perdido un hijo,
en cuya habitación la instalan y cuya ropa le pone la madre a la visitante, sin
pretender ninguna sustitución, sino por el hecho imprevisible de que el padre
se volviera para su casa con la maleta de la hija en el coche. Tardan lo suyo,
y no por tacañería, en acercarse al pueblo para renovarle el vestuario, pero
cuando lo hacen, Cáit, deslumbrante con sus nuevos vestidos, se convierte en la
verdadera invitada cuya presencia acaban reconociendo los esposos como una
bendición. Ella, no obstante, observa un silencio que rara vez rompe, y su comportamiento
modélico es una respuesta a la generosidad afectiva de la pariente de su madre.
No hay, pues, ningún alarde sentimental que se una a alguna música efectista para
conmover, con tan sobados recursos, a los espectadores. Antes al revés: contemplada
la realidad con los ojos de la marginación que sufre la criatura, somos
cómplices de una mirada que descubre, por ejemplo, el acercamiento afectivo
entre ambos esposos, quienes mantienen entre sí una gélida distancia que se
supone producto del gran trauma existencial que ha sido para ellos la pérdida
del hijo. Apenas se habla de ello, pero la escena en que la niña revela el
cruel interrogatorio de una vecina del matrimonio que se ofrece a cuidarla unas
horas desata una emoción en la madre, en el interior del coche en el que
vuelven a la granja, que traspasa el alma acongojada del espectador. Y ello,
insisto, sin ningún subrayado especial, sino a través de la referencia de la
niña al interrogatorio de la vecina.
Está claro que
para el buen fin de la narración de esta dura historia se necesitaba un trío
interpretativo capaz de ajustarse a la economía expresiva que nos permitiera ir
descubriendo, desde la extrema sensibilidad de la niña, un mundo de relaciones
en la que acaba involucrada por decisiones que no la tienen en cuenta para
nada. Y ahí están esos tres actores, que, como en una película de Aki Kaurismäki,
con una sencillez aplastante, son capaces de levantar ante nosotros un relato
plagado de matices sentimentales que se nos lleva el corazón por delante,
porque entre ellos se reparten nuestras empatías dolorosas y, por qué no,
también gozosas, aunque sin las alharacas de las epifanías estruendosas o los
golpes de efecto de las sonadas conversiones. Todo está «ejecutado», digámoslo
así, en tono menor, sottovoce, ¡y cómo se agradece! El hecho de que la
película esté hablada en gaélico contribuye a ver la situación como algo
exótico, propio de comunidades reducidas y ancladas en valores muy del pasado,
pero es una decisión que permite garantizar la intimidad de la situación y su
singularidad. Por eso, cuando vuelven de contemplar el mar y las tres luces
suspendidas en el horizonte, de las aguas, la canción que nos mece, Grace, también
nos consuela.
Se ha querido
ver en el título un juego con la película de Ford, The Quiet man, pero
me parece un exceso hermenéutico. La niña sosegada lo es porque es su manera de
defenderse del ambiente hostil que la considera «rara», «extraña», pero se
trata de una delicada flor de invernadero que solo responde al estímulo del
afecto sincero.
Una película
hermosa y delicada que merece ser vista con el respeto que nos merece siempre la
infancia maltratada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario