viernes, 8 de diciembre de 2023

«El crítico», de Juan Zavala y Javier Morales Pérez o la veda abierta.

 


Lost in translation desde el idiolecto crítico personalísimo e incomparable: Carlos Boyero en la larga hora de los adioses…

 

Título original: El crítico

Año: 2022

Duración: 80 min.

País: España

Dirección: Juan Zavala, Javier Morales Pérez

Guion: Juan Zavala, Javier Morales Pérez

Reparto: Carlos Boyero: Fernando Trueba; Antonio Resines; Icíar Bollaín; Álex de la Iglesia: Antonio de la Torre; Luis Tosar; Pepa Blanes; María Guerra;Borja Hermoso; Marta Medina; Beatriz Martínez; Nuria Vidal; Jesús Ruiz Mantilla; Andrea Morán; Carles Francino; Enrique González Macho; Enrique López Lavigne; Manuel Martín Cuenca; Elio Castro; Domingo Corral; Blanca Portillo; José Luis Rebordinos; Oti Rodríguez Marchante;

M. Torreiro; Pedro Vallín; Nacho Vigalondo; Antonio Lucas; Antonio Hernández; Miguel Marías.

Música: Carlos Martín

Fotografía: Eduardo Mangada.

 

          Se ha de reconocer que hay no poco de atrevimiento en el hecho de hacer un documental sobre un crítico de cine y de la vida social en general como lo es Carlos Boyero, que sustituyó en El País al exquisito Ángel Fernández Santos, un pretendido intelectual de la crítica. Boyero es todo lo contrario, un espectador aparentemente «sencillo» cuyos criterios críticos no radican en profundos estudios de la Historia del Cine en todas sus vertientes, y especialmente en las técnicas de realización, sino en la subjetivísima conexión emocional con lo que le cuentan desde la pantalla, y de ahí la radicalidad de sus afectos y desafectos críticos, si bien son más conocidos estos últimos que los primeros. No lo niego, a Boyero este crítico anónimo lo lee con la transparente intención de saber si se ha dormido en la proyección, si se ha salido de la sala o, si la película es de Almodóvar, con qué adjetivos va a descalificar el amaneramiento melodramático del director manchego, región en la que se cocinan unas migas con uvas extraordinarias…

          La vida de Boyero, dado que él es el crítico estrella no solo de El País, sino también de la Ser, donde ha consolidado un amplio grupo de seguidores, sale ahora a la luz con este documental en el que él habla sin tapujos sobre sus momentos dramáticos, oscuros, adictivos y también sobre sus éxitos, el mayor de los cuales es que le paguen por escribir sobre las películas que ve, algo que le sigue pareciendo un prodigio, ¡y lo es! A Fernando Trueba, que lo conoció en el primer años de universidad, y a quien le llamó la atención encontrarse con alguien «más feo que yo» dice en el documental, sino también su caudal de lecturas y de visionados, amén de la decidida voluntad de no querer hacer nada en la vida, y, en cierto modo, su condición de crítico tan bien remunerado es haberlo conseguido, dado que ver películas y escribir sobre ellas, tan libremente como él lo hace, es lo más parecido a su pretensión juvenil de no hacer nada en la vida. Boyero desarrolla ante sus interlocutores una visión nada complaciente de sí mismo y, al tiempo, con un insobornable sentido del humor que se va volviendo más negro a medida que avanza el metraje. Se sabe una especie en peligro de extinción, y su cena con Oti Marchante tiene todo el aire de los viejos funerales y las despedidas agridulces. Con ellos desaparece, frente a los y sobre todo las críticas que aparecen como la otra cara de la profesión, un modo de entender la vida y el cine que son ya, a estas alturas de nuestra degradación social, incompatibles con casi todo. Papel muy destacado tiene en el repaso biográfico la campaña que los directores Erice y Almodóvar iniciaron contra él para conseguir apearlo de su tribuna todopoderosa de El País, uno de esos cainismos propios de nuestra mediocre vida cultural, en la que el sectarismo y la adulación al Poder político causan estragos. Si algo define a Boyero, a través del documental, es su amor al ejercicio e la libertad, sin la cual no podría sobrevivir ni escribir cuanto escribe, y pensemos que, sin haber pretendido convertirse en un provocador, es lo cierto que sus críticas y artículos han puesto el dedo en la llaga de muchos narcisismos desbocados y no pocas mediocridades engalanadas de oropel. Sí, son los suyos una variante del «juicio sumarísimo», pero tiene a su favor que ha desarrollado una capacidad de ejercerlo a lo largo de muchas décadas viéndolo todo y leyéndolo todo.

          El documental se ha hecho con motivo de su última visita al Festival de Cine de San Sebastián, y su presencia en él recuerda al protagonista de Lost in Translation, de Sofia Coppola, y, por la parte de su desconexión cibernética, al crítico gastronómico de la célebre serie argentina Nada, de Cohn y Duprat, con quien pueden rastreársele, acaso, más coincidencias, pero el documental no entra en su vida íntima del día a día.

          A este crítico le ha sorprendido el encono con que otros críticos, sin popularidad ninguna, pero con más aires que los de Picos de Europa, arremeten contra Boyero, con mejores y con peores modos, considerando su figura y sus métodos críticos como una «anomalía» de la que deberíamos «desprendernos» cuanto antes. Los creadores, como Bollaín, Álex de la Iglesia o Antonio Hernández se toman con mayor deportividad las «salidas» de Boyero, como si estuvieran en el ajo de una singularidad irreductible y muy personal a la que se ha de respetar profundamente.

          El documental está muy bien construido y permite que aparezcan todas las miradas sobre el crítico, las que lo ensalzan y las que lo desmitifican; pero si hay un relato de interés, ese no es otro que el de la juventud y sus amistades, cuando aparece un joven neopunk tahúr y nihilista a quien cuesta reconocer en las fotos de entonces, junto a Trueba, Resines, Ladoire y otros. Más adelante, cuando se entroniza como crítico, su amistad con Gasset y otros, como marchante, tiene ese encanto de la camaradería masculina de las películas de Ford. La excepción en este caso es la de Miguel Marías, cuyo reproche tiene un fundamento teórico innegable: Boyero jamás explica teóricamente por qué no le gustan o le gustan las películas que critica. A posteriori, caigo en que es verdad que Boyero jamás apareció en el programa de José Luis Garci, ¡Qué grande es el cine!, donde el aficionado y/o crítico podía seguir disertaciones excepcionales no solo de Marías, sino de Torres-Dulce, Giménez Rico, Méndez Leite o Juan Miguel Lamet, casi todos ellos enciclopedias vivientes del séptimo arte.

           Boyero, sobre todo en la radio, ha sabido construir su propio personaje con una excéntrica habilidad que le ha granjeado el prestigio o el desprestigio que tiene, según sea la fuente que se consulte.

          A mí, personalmente, no me seduce como crítico, pero reconozco lo certero de su intuición. Peca de voluble, es cierto, e influyen mucho en él las circunstancias del visionado. No obstante, también le he visto reconocer sus errores y volver a ver películas en las que no había visto nada positivo para descubrir sus valores, una vez que alguna amistad le había llamado la atención sobre la incomprensible de su reacción. La humildad propia de los elegidos corre a la par de su acentuada soberbia, pero, en conjunto, y en su caso, consiguen hacer de él una persona cercana y, según y cómo, entrañable.

          Hay algo de western crepuscular en el retrato de Boyero, una suerte de último mohicano de la crítica que defiende su posición de privilegio con comentarios acerados, pero que se sabe «especie a extinguir». Con admirados ojos contemplamos los planos frente a cámara en los que, con risilla socarrona, se pregunta cómo es posible que sus críticas puedan afectar tanto, negativa o positivamente a ciertos destinatarios. Boyero reivindica su libertad, y en eso es un ejemplo para cualquier crítico, porque acaso nadie como él sepa representar con tanto decoro la cólera del español sentado…  

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