El extraño
campo de concentración filmado por Paolo Sorrentino: La juventud o un inédito círculo del infierno.
Título original: La giovinezza
Año: 2015
Duración: 118 min.
País: Italia
Director: Paolo Sorrentino
Guión: Paolo Sorrentino
Música: David Lang
Fotografía: Luca Bigazzi
Reparto: Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel
Weisz, Paul Dano, Jane Fonda, Tom Lipinski, Poppy Corby-Tuech, Madalina Diana
Ghenea, Emilia Jones, Mark Kozelek, Rebecca Calder, Anabel Kutay, Ian Keir
Attard, Roly Serrano
La gran belleza le
había puesto muy difícil a Paolo Sorrentino superarse o, al menos, igualar la
calidad de esa joya cinematográfica que tanto nos sorprendió a quienes no lo
conocíamos hasta entonces, aunque ya hubiera rodado películas como Un lugar donde quedarse, que vi con
posterioridad, con un Sean Penn
excelente en un divertido disparate gozoso, o Il Divo, que aún no he tenido ocasión de ver. Esperaba La juventud con verdadera expectación,
porque, una vez elevado el listón a la altura que lo puso La gran belleza, o nos entregaba otra obra igual de extraordinaria
o una obra que acaso iniciara su declive, porque el arte tiene esas cosas, y en
el cine sucede con mayor frecuencia: del todo a la nada, sin apeaderos
intermedios. Salí del cine no tan encantado como con La gran belleza, pero convencido de haber visto una película
extraordinaria. La visión reciente de Langosta,
de Yorgos Lanthimos, con una situación de partida muy parecida, la vida en un
hotel, aunque con un desarrollo temático que nada tiene que ver con el de La juventud, vuelve inevitable la
comparación entre ambas, lo que, curiosamente, no perjudica a ninguna de ellas.
Visualmente, tan impactante es una como la otra. Hay, sobre todo en La juventud, una visión del balneario de
lujo como una suerte de paradójico campo
de concentración donde se cumplen disciplinadamente ritos cuyo carácter
autoimpuesto no le priva del sometimiento, de la renuncia a todo lo que no sea
el desesperado intento de retener un hálito de vida al que agarrarse antes de
la destrucción final. Que el actor protagonizado por Paul Dano se aloje en el
balneario para preparar su papel de Adolf Hitler permite, sin duda, esa visión
del balneario como el paradójico campo de concentración que acabo de exponer.
Hay una suerte de vida coreográfica en los residentes que refuerza esta idea y
que permite distinguir, contra la anodina vida de supervivencia de los “campistas”,
algunas historias personales que se destacan, si acaso, por su lobreguez no
exenta de un marcado humor no menos lúgubre, hasta desembocar en la tragedia
pura y dura. Ahí está el caso, por ejemplo, de un Maradona con Marx tatuado en
la espalda e incapaz de dar un paso sin la bombona de oxígeno; pero hábil,
incluso en la decrepitud, para “patear” una bola de tenis en una escena
inolvidable… Ese espacio impoluto, donde la memoria guarda tantas ofensas como
malentendidos, bien pudiera entenderse, también, y no menos paradójicamente,
como otro círculo del infierno dantesco, o, en su defecto, como un purgatorio
de donde se puede salir en dos direcciones: hacia la asunción de la propia
historia o hacia la negación total de ella. Dejo en el aire cuál sea el destino
de unos y otros personajes, porque ello afecta al disfrute de la contemplación
de la película; pero en nada arruina su contemplación el hecho de que destaque
el sentido del humor tan sajón que aparece en la película, muy lejos, por
supuesto, del latino de La gran belleza.
Los dos protagonistas esenciales, Caine y Keitel, van desgranando a lo largo de
la película una visión de la realidad y de la vida, tanto de su presente como
de su pasado, son amigos desde la juventud, de signo opuesto. La resignación
miedosa de Caine, director de orquesta y compositor retirado y la vitalidad
císnica de Keitel, un director de cine que ultima el guion de su última película
en compañía de unos guionistas jóvenes con quienes nos ofrece hilarantes
escenas, se convierten en un juego de contrastes que atraviesa la película con
un sentido de la amistad y del humor de honda raigambre sterniana. Hasta ese
presente han sido consuegros: la hija de Caine está casada con el hijo de
Keitel, si bien en el presente de la película tiene lugar la separación entre
ambos, un suceso que, sin llegar a tener carácter protagonista, es un
complemento argumental importante. La entrevista de Keitel con su hijo, más la
irrupción, en forma de vídeo musical abracadabrante, de su nueva compañera, una
cantante famosa, da el tono de buena parte de las escenas de la película. Hay,
sí, un canto nostálgico de la belleza perdida, de la juventud huida, de la vida
pletórica que no ha de volver; pero esa tonalidad oscura de las postrimerías no
logra dominar el tono general de la película, y ello gracias a la ironía desde
la que todo se contempla. La puesta en escena en el balneario de lujo, una
suerte de resort absoluto, con una
masajista danzarina que habla con las manos, en un papel cuya fascinación
supera con creces la ya famosa irrupción de la belleza absoluta en la piscina
probática donde los dos viejos la ven entrar como una aparición mitológica -que
es el cartel anunciador de la película, por cierto-, y los alrededores de la
misma, una naturaleza de alta montaña en la que el retirado director es capaz
de descubrir los puros sonidos de la naturaleza que forman la gran sinfonía que
asegura la coherencia y la cohesión del mundo, contrastan con el inexistente
júbilo de los silenciosos clientes, reclusos obedientes de un ballet hasta
cierto punto humillante. La irrupción en ese ámbito del sosiego de la actriz
para quien escribía el viejo director su papel supone un vendaval de vida, pasión
y realismo que Jane Fonda sabe interpretar con una fuerza, con un vigor, con
una crueldad solo comparable a los de la gran Bette Davies de La loba o a la Gloria Swanson de El crepúsculo de los dioses, a quienes
parece rendir homenaje con la caracterización de su personaje. La película
tiene una belleza distinta de la de La
gran belleza, aunque en ambas se identifique con la mujer, si bien esa plenitud
peque, a mi entender de cierta superficialidad, porque se asocia estrictamente
con el periodo de plenitud vital encarnado en un cuerpo joven. Hay rendidos
admiradores de la juventud, sin duda, y ella misma se convirtió, en mala hora,
en concepto que ha acabado dominando incluso las relaciones de poder en el seno
de la sociedad, como puede advertirse por la efebocracia que incluso se ha
extendido a un campo, el de la política, donde aún la vejez, por la
experiencia, disfrutaba de una posición de privilegio. El privilegio de los
viejos no puede ser exclusivamente la ironía, ni el sarcasmo, ni, por supuesto,
la nostalgia, y algo de ello, de esa rebelión, parece indicarse con el
sorprendente final de la película. En todo caso, La juventud es una obra que no puede dejar de verse. A mi hija, que
la habita, la juventud, le ha encantado. No digo más.
Me extrañaba que no hablaras de ella. Yo la ví hace más de un mes y ya no la tengo tan fresca, aunque sí que guardo mi gran placer durante toda la proyección. Y ciertamente no es tan sorpresiva como La gran belleza pero he ahí un pequeño poema que me deleitó. En mi instituto hay un profe, muy leído, a punto de jubilarse él, que detesta a Sorrentino con una inquina muy intensa, que comparte con una compañera de castellano. Lo encuentran grandilocuente, ampuloso y no sé qué más. A mí me da igual si lo es. Lo es porque puede. Pero esta discrepancia entre mi entrega absoluta y su irrefrenable antipatía me hace pensar que es un director que no deja indiferentes a sus espectadores. Todo o nada. Aprecio su sutil sentido del humor, no sé si me sonreí, pero no es indispensable para que el humor cale. Comentaba algún crítico que La gran belleza sería equiparable a La dolce vita y La juventud a Fellini ocho y medio, pero yo no veo esa equivalencia. Me gusta la vida de balneario. Yo debería haber sido rico en el periodo de entreguerras. Aunque Kafka que no era rico (su papi un tanto, pero ya sabemos que esa relación con el padre es un constructo literario genial que da soporte a toda su obra) se pasó los últimos años de su vida en sanatorios. No hay novela que haya disfrutado tanto como La montaña mágica. Es todo un género literario, tristemente desaparecido con la decadencia de la aristocracia europea.
ResponderEliminarLo de las películas y el gusto se asemeja cada vez mas al tópico de para gustos, colores... Mis críticas son un esfuerzo por justificar el mío, pero entiendo que haya juicios diametralmente opuestos. Eso en el humor aún se ve con mayor claridad. En La juventud, el humor que aparece es el del fino sarcasmo inglés, capaz de penetrar y herir con la "delicadeza" del bisturí...
EliminarPor fín vímos La Juventud! Me impresionó menos que La Gran Belleza, porqué el efecto sorpresa de esa orgía de planos impecables ya no estaba. En cambio, sí me ha gustado más, La Juventud. A mi gusto La Gran Belleza era excesivamente onírica y menos narrativa. En La Juventud esos planos perfectos van hilando una historia de corte más clásico, y supongo que, en general, necesito ese hilo argumental para identificarme con los personajes. Michael Cane está brillante, como siempre. Es un actor que trabaja durísimo para brindar esa sutileza tan intensa. La reacción al suicidio que no vemos en plano es un ejemplo. Le recomiendo, si no la ha visto, la masterclass del mismo (está en youtube).
EliminarA esa metáfora del campo de concentración le añadiría el uso constante de la cámara detrás de redes o barrotes. Pasa, por ejemplo, cuando el director de cine habla con Jane Fonda (les vemos a través de la red de ping pong). También cuando "Maradona" ve el balón de tenis a través de la red que delimita la pista, o cuando Ballinguer recibe su diagnóstico mientras observa a la joven masajista a través de una jaula de pájaro.
Vi ayer "Room", una peli irlandesa que está muy bien, francamente notable.
ResponderEliminarHaré por verla...
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