martes, 29 de septiembre de 2020

«Las tres noches de Susana» y «La chica no puede remediarlo», de Frank Tashlin, un excelente y olvidado autor de comedias.

El sutil arte de la comedia ligera ambientada en el mundo del cine y el de la música; dos muestras excelentes del humor visual para un entretenimiento perfecto. 

Título original:Susan Slept Here

Año: 1954

Duración: 98 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Frank Tashlin

Guion: Alex Gottlieb (Obra: Steve Fisher, Alex Gottlieb)

Música: Leigh Harline

Fotografía: Nicholas Musuraca

Reparto: Dick Powell, Debbie Reynolds, Anne Francis, Alvy Moore, Glenda Farrell, Horace McMahon, Herb Vigran, Les Tremayne 

 

Título original: The Girl Can't Help It

Año 1956

Duración 99 min.

País:s Estados Unidos

Dirección: Frank Tashlin

Guion: Frank Tashlin, Herbert Baker (Novela: Garson Kanin)

Música: Leigh Harline, Lionel Newman

Fotografía: Leon Shamroy

Reparto: Tom Ewell, Jayne Mansfield, Edmond O'Brien, Julie London, Ray Anthony, Barry Gordon, Henry Jones, John Emery, Juanita Moore, Fats Domino, Little Richard, The Platters, Gene Vincent and His Blue Caps, The Treniers, Eddie Fontaine, The Chuckles, Abbey Lincoln, Johnny Olenn, Nino Tempo, Eddie Cochran.

 

         ¡Bueno, bueno, qué dos sorpresas de mi buen amigo Frank Tashlin, a quien Jerry Lewis debe no poco de su genialidad fílmica, pues fue él quien dirigió algunos de sus grandes éxitos primerizos, como Loco por Anita, El ceniciento, Lío en los grandes almacenes, Caso clínico en la clínica o Tú, Kim y yo!, sentando las bases de un modo de hacer en el que el predominio del gag visual domina la historia, junto con una tonalidad sentimental de fondo que Lewis explotó con mucha frecuencia y no poco éxito.

         Estas dos películas son una muestra excelente de un género, la comedia, en el que los directores usamericanos o afincados allí sobresalieron con una personalidad inequívoca y perfectamente reconocible, por las endemoniadas tramas de enredos vodevilescos, por la fortuna de los gags visuales y por el desempeño de unos actores que daban la talla como pocos. Estoy a punto de acabar, por cierto, Un gran reportaje, de Lewis Milestone, uno  de esos directores eclipsados pero con logros excepcionales como El extraño amor de Martha Ivers, por ejemplo, la primera versión fílmica de The front page, y hay en ella una agria mordacidad y una «autoría» en la realización que  no me parece que hayan sido superadas ni por Hawks ni por Wilder.

         Por su proximidad en el tiempo, ambas películas comparten una estética muy próxima, y el uso del color en ambas, muy estridente, contribuye a ello, aunque en la primera, Susan slept here, casi siempre el título original les hace mayor justicia, hay un desbordamiento cromático que, junto con la exquisita puesta en escena, destaca frente a la más reciente, mucho más sobria, a pesar de los llamativos modelos que luce la explosiva Jayne Mansfield, pretexto para un par de gags antológicos, por cierto. En el arranque de la primera, toma la voz la estatuilla de los Oscars, quien se encarga de presentarnos al guionista que ha sido agraciado con uno de ellos, un original punto de vista que da una idea del tono liviano y alegre que predominará en toda la obra, de trama tan endeble como eficaz narrativamente. Unos policías le dicen al guionista que le traen una joven para que pase en su compañía la Navidad, porque o alguien se hace cargo de ella o acabará en un reformatorio: se trata de una joven delincuente, un «tipo social» sobre el que el galardonado quiere escribir su próximo guion.

         La presencia de Dick Powell es, para mí, siempre una garantía de que la película ha de tener algún interés, pero si se le suma la presencia de una jovencísima Debbie Reynolds -quien ya había triunfado dos años antes  en Cantando bajo la lluvia, tenemos un dúo que nos puede garantizar no poca diversión. Hay algo que falla en este casting desequilibrado y que le resta a la película esa verosimilitud que, sin ser un requisito sine qua non, tanto hace por complacer las exigencias del espectador: me refiero a que el romance que se gesta entre la joven indómita y el bachelor que está a punto de ser llevado al altar por una bellísima vampiresa de manual, Anne Francis, también una experimentada actriz, nos dice que él tiene 30 años y ella, 17, lo cual, si se nos apura, aún podría tener un pase; ¡pero cuando la edad real del actor es de 50, y relativamente mal llevados!, la cosa como se complica un poco. Pero da igual, de verdad, porque el desarrollo de la trama es muy ingenioso y los actores lo bordan, creando gags estupendos, cuando no maravillosas secuencias de payasería de altos vuelos cuando la protagonista, ya casada con el bachelor, ve unas películas de este con la novia a la que se lo ha robado. Tashlin tiene un especial sentido del timing y sabe preparar los gags con antelación para sacar de ellos toda su rentabilidad, aunque como casi toda la acción transcurre en interiores, es redundante el plano fijo teatral ante el que evolucionan los intérpretes con no poco acierto. A la rivalidad entre las dos mujeres le ocurre algo parecido a lo de la diferencia de edades entre la pareja protagonista, si bien la trama se ceba en la diferencia entre la sofisticación de la high class y la espontaneidad de la lower class, lo que da pie a no pocas escenas divertidas. Hay un punto de unión entre ambas películas, porque en un sueño de la joven protagonista se representa un número musical en el que tanto Powell -que recuerda en los primeros compases a Gene Kelly- como Reynolds están a la altura de su triángulo amoroso representado en la coreografía, en la que Anne Francis aparece en el apogeo de sus dotes seductoras, como una araña que atrae a su víctima…; y la otra tiene una base musical evidente, sobre la que gira la trama.

         La chica no puede remediarlo, comedia diseñada para la mayor gloria fílmica de Jayne Mansfield, supuesta competidora de Marilyn Monroe, al menos por lo que al físico se refiere, y buena parte de la película gira en torno a los estragos que dicha anatomía provoca en los hombres, es también una comedia, como la anterior, pero menos original, pues la trama es un calco, mutatis mutandis, de la de Nacida ayer, de George Cukor, aunque hay una gran diferencia entre ambas películas, porque en esta hay un elemento con el que me encontré de sopetón y que, por sí mismo, ya invitaba a ver toda la película sin perderse ninguna actuación de las grandes estrellas del Rock and Roll en sus inicios. Pues sí, un gánster «reformado», interpretado a la perfección por un Desmond O’Brien desmelenado, ¡y aun travestido!, al estilo de Cary Grant en La fiera de mi niña, quiere cumplir una promesa que le hiciera a un compinche en prisión: convertir a su hija en una artista famosa. El gángster, que adora el Rock, quiere convertirla en una cantante de ese género del que él mismo ha escrito no pocas canciones. Para tal fin, el gángster, en una escena cachonda donde las haya, contrata los servicios de un agente en sus horas bajas y alcohólico, por el abandono ¡nada menos que de Julie London!, representada suya, quien se le aparece en sus delirios románticos cantándole su gran hit I cried a river over you, una canción espectacular y sensual hasta el límite, y a la que la voz rasgada de Julie London le sirve de impresionante  vehículo idóneo. Tom Ewell, el representante, interpreta aquí un papel muy parecido al que le supuso su consagración como actor en La tentación vive arriba, de Billy Wilder, aunque ya le había hecho famoso la representación teatral de la misma. El trío protagonista, O’Brien, Ewell y Mansfield transformaron esta película también en un éxito. Imagino que por esos años el Rock and Roll ya había entrado en el mainstream de la sociedad usamericana, a juzgar por la recepción que se tributa a sus intérpretes en las salas donde actúan, incluido el «peligroso» Little Richard… La película, con ese aliciente roquero, no solo gana, sino que se convierte en algo así como una trama paralela. Vemos con agrado el desarrollo de la historia amorosa entre la cantante sin voz que rompe bombillas y el agente fracasado en el amor, pero agradecemos que en su recorrido por las salas de fiesta por donde el agente la «exhibe» para «anunciarla», se nos regalen apariciones de Eddie Cochran, Fats Domino, The Platters o Gene Vincent.

         La apertura y el cierre de la película constituyen dos momentos muy divertidos de la película, y se advierte en ellos un sentido del humor que Jerry Lewis supo cultivar en muchas de sus grandes películas. Estén atentos. En fin, la mezcla de dos géneros, el musical y la comedia, sin que podamos hablar de que la película pertenece al género del musical, porque los números en ningún modo se entretejen con la trama, salvo en dos ocasiones, cuando el protagonista echa de menos a Julie London y cuando, desaparecido el «hechizo» de esta, es sustituido por el de la aspirante a cantante, quien, al final,  le borda una canción que lo conmociona, en un desenlace que sabe culminar a la perfección la leve incursión en el gangsterismo al que parece haber renunciado el mecenas de la cantante. 

         Una detrás de otra constituyen un programa doble del que se sale con la sonrisa en los labios y en los ojos, la única, esta última, que nos permite mostrar la mascarilla.

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