jueves, 1 de octubre de 2020

«Bone Tomahawk» y «Dragged Across Concrete», de S. Craig Zahler o el «neowestern» y el «neonoir»…


Dos películas de un director que rinde culto a la violencia dentro, estrictamente, de los cánones genéricos, con resonancias clásicas:
  George A. Romero y Otto Preminger.

 

Título original: Bone Tomahawk

Año: 2015

Duración: 133 min.

País: Estados Unidos

Dirección: S. Craig Zahler

Guion: S. Craig Zahler

Música: Jeff Herriott, S. Craig Zahler

Fotografía: Benji Bakshi

Reparto: Kurt Russell, Patrick Wilson, Matthew Fox, Lili Simmons, Richard Jenkins, Sean Young, David Arquette, Kathryn Morris, Sid Haig, Geno Segers, Michael Paré, Fred Melamed, Evan Jonigkeit.

 

Título original: Dragged Across Concrete

Año: 2018

Duración: 159 min.

País: Estados Unidos

Dirección: S. Craig Zahler

Guion: S. Craig Zahler

Música: Jeff Herriott, S. Craig Zahler

Fotografía: Benji Bakshi

Reparto: Mel Gibson, Vince Vaughn, Tory Kittles, Laurie Holden, Jennifer Carpenter, Don Johnson, Michael Jai White, Udo Kier, Fred Melamed, Thomas Kretschmann, Primo Allon, Justine Warrington, Jenn Griffin, Myles Truitt, Brett Alexander Davidson, Trezzo Mahoro, Liannet Borrego, Giacomo Baessato, Andrew Dunbar, Clare Filipow, Veronika London.

        

         Recomendadas por mi amigo Paco Marín, quien se fijó en los elogios que le dedicaba al autor nuestro querido colega Jordi Costa, me he acercado a las dos películas  de S. Craig Zahler que obran en el archivo de Filmin. Empecé por la más antigua, como es de rigor, por si pudiera advertirse una evolución, pero he de reconocer que ambas son películas «redondas», cada una en su género, lo que podemos denominar neowestern y lo que ya tiene la etiqueta de neonoir. Advertir resonancias clásicas en los autores no hace mejores las películas, pero nos indica que el autor es hijo de una tradición muy concreta a la que intenta aportar un nuevo enfoque. El visionado de estas dos películas ha coincidido con la revisión que hacía, en la cinta de correr, de Al borde del peligro, de Preminger, con la que comparte un modelo de protagonista: un policía violento al que su jefe le retira la placa, y  Burlando la ley, una de las dos películas de cine negro que dirigió Edmond O’Brien, Oscar por actor de reparto en La condesa descalza, de Mankiewicz, y que, a pesar de su innegable mérito no son, me temo, de dominio público. Por otro lado, está claro que el neowestern en que aparecen unos aborígenes que practican el canibalismo en pleno desierto tiene mucho que ver con La matanza de Texas, de Tobe Hooper, y su carismático Leatherface.

         La violencia es uno de los grandes ejes del Séptimo Arte, y su cultivo se ha manifestado de todas las formas posibles, desde la estilizada cámara lenta de Grupo Salvaje, de Peckinpah hasta la insoportable de Saló o los 120 días de Sodoma, de Passolini, pasando por la brutal de Novecento, de Bertolucci o toda la colección del género de terror que se nos ocurra, incluido el gore visceral de tiempos recientes. Zahler parte de una anécdota muy simple, la profanación de un cementerio indígena lleva a que unos salvajes caníbales trogloditas irrumpan en un pacífico pueblo y secuestren a la doctora del mismo que trataba de curar a un herido en la ciudad Bright Hope, cuyo irónico nombre parece ser el revés de lo que acaba ocurriendo en la película. Así que se conoce el secuestro y un indio da razón de quiénes son los trogloditas frente a los que el sheriff y los rescatadores de la dama no tienen ninguna posibilidad de salir con vida del intento, se organiza el grupo de búsqueda y, a partir de entonces, asistiremos a una suerte de lucha por la supervivencia en el desierto que llevará implícita otros peligros, al margen de los propios de la misión.

La persona enfrentada, pues, a la naturaleza, por un lado, y a las asechanzas de la «civilización» y la barbarie, por el otro. Las cuatro personalidades que forman el grupo irán individualizándose poco a poco, de modo que la película incluye un giro psicológico muy en la línea de los westerns fordianos. El marido de la doctora, que aparece convaleciente de una rotura en la pierna al principio de la película, arrastra en la persecución de los secuestradores su lesión, de la que va empeorando poco a poco, lo que añade una penalidad más a las muchas que han de pasar los expedicionarios cuando, finalmente, se encuentran con la tribu cavernícola.

La puesta en escena del refugio de estos, amén de su propia caracterización como hombres de ceniza, crean una presencia fantasmagórica muy poderosa, porque la amenaza que sufren los valientes rescatadores no lleva añadida ninguna moralidad, sino que se trata de una lucha entre cazadores de hombres para engrosar la despensa que les sirve de alimento y los hombres-presa que quedan petrificados frente a la naturalidad con que los otros actúan, y a fe que en el descuartizamiento de uno de los prisioneros el director se recrea con una asombrosa naturalidad.

         Poco puedo hablar del destino de los expedicionarios sin revelar claves que arruinarían el misterio de la trama, pero el arranque de la película es suficientemente elocuente del modus operandi de los salvajes perfectamente aclimatados al medio en que sobreviven, mimetizados, podría decirse con el desierto en el que su piel de ceniza los vuelve indistinguibles del entorno. Que, además, no crucen ni una palabra, sino solo sonidos que espeluzan a cualquiera -el descubrimiento del origen de los mismos es una secuencia brutal…- consolida la expectativa de lo terrorífico de un modo contundente. Sí, es una de esas películas frente a la que mi Conjunta, llegados esos extremos «gore», reacciona con el clásico: ¡Pero qué película estamos viendo?

         A pesar de la urgencia propia de quienes se enfrentan en todo momento a la necesidad de sobrevivir, la película se plantea algunos enfrentamientos de raíz ética entre los protagonistas que se subordinan, sin embargo, al fin último de su misión: salvar a la dama secuestrada. Zahler ha optado por unos encuadres muy amplios en los interiores -la casa de la doctora, la propia cárcel o el salón, casi una visión panorámica, que se acentúan en la captación de un desierto inhóspito en el que los peligros se escuchan, como señalaba antes, y no se ven.

         Hay su mucho de «crepuscular» en este western en el que el ayudante del sheriff, Richard Jenkins, el intérprete de El visitante, de Thomas McCarthy, que le valió una nominación al Oscar, «compone» un secundario exquisito, muy deudor de los inolvidables de Ford, por supuesto. Su presencia de viudo con ribetes de filósofo, más estorbo que ayuda para el sheriff, es uno de los grandes valores de la película. De igual manera, Matthew Fox es el perfecto contrapunto al resto de los compañeros de expedición, a quienes poco menos que tiene por unos incapaces. Su elitista presencia contrasta de forma absoluta con el personaje de Jenkins.

         La película es impactante, no solo en su parte final, porque el «prólogo», anterior a la llegada al pueblo de los trogloditas, se las trae, y, aunque hay algunos «excesos» del guion que quiebran la verosimilitud, los damos por buenos ante la majestuosidad de la aparición de los trogloditas, una acertadísima figuración que sobrecoge a cualquier espectador sensible y amante de películas en las que el terror, como pasaba en La matanza de Texas, emana «naturalmente» de los personajes. Con todo, me sigue pareciendo una mejor revisión del género la de Jacques Audiard en Los hermanos Sister.

         Dragged Across Concrete , literalmente «Arrastrado por el hormigón», es una película policiaca sobre una patrulla acusada de infligir malos tratos a los detenidos -la película es anterior a la muerte de George Floyd, por supuesto-, y a quienes su jefe les retira la placa y el arma reglamentaria. Descrita la situación social de la pareja, uno a punto de casarse y el otro a punto de jubilarse, con una mujer enferma de una parálisis progresiva y una hija que sufre el acoso de los jóvenes negros en su calle, razón por la cual solo piensa en mudarse de barrio, el prólogo de la película nos muestra una actuación gracias a la cual consiguen su objetivo, si bien con esos dudosos métodos entre lo legal y lo ilegal en sus comportamiento, si bien el hecho de haber sido grabados por un vecino del inmueble en el momento de la detención, lleva a su baja del servicio posterior.

         Por una intuición profesional, el policía mayor, interpretado con sobriedad y eficacia por un Mel Gibson eficaz y convincente, sigue a unos delincuentes conocidos en un periplo que los lleva a detectar un golpe, aunque más tiempo les lleva acabar sabiendo de qué se trata. La trama nos ha ido presentando a varios personajes que tendrán ese vínculo de unión, como protagonistas activos o como víctimas pasivas, que es el atraco a una sucursal bancaria, el día, precisamente, en el que reciben con entusiasmo a una trabajadora que vuelve del permiso maternal, si bien antes se nos mostró la tensa relación que tiene con su marido, quien solo le deja ver y tocar muy ligeramente a la criatura a través de la puerta del domicilio con la cadenilla echada.

         Los profesionales que ejecutan el golpe y que llevan a los dos protagonistas que abren la película, uno que acaba de salir de prisión y que no quiere volver a la vida de delincuente, y un colega que le ofrece un excelente trabajo. El expresidiario tiene un hermano paralítico y su madre ha de ejercer la prostitución para intentar pagar los recibos que se acumulan y la inundan de deudas. Así pues, está claro que no le va a quedar más remedio que reincidir.

         Hay una descripción degradada de las vidas que llevan la mayoría de los personajes, moviéndose entre la marginación, la pobreza o la insatisfacción, excepto el policía joven -Vincent Vaughn se luce en su papel de enamorado y leal compañero de patrulla de Gibson-, a quien parece abrírsele un horizonte de felicidad doméstica envidiable.

         Que buena parte de la acción transcurra de noche o en interiores potencia una iluminación «tenebrista» que confiere a la película una tonalidad sombría que solo algunas réplicas humorísticas o algunas caracterizaciones de los policías rompen. El apetito desaforado de Vaughn o el modo estadístico de leer la realidad de Gibson se encuentran entre ellas. No son Robert Redford y Paul Newman, está claro, pero hay entre ellos una sutil conexión de lealtad y amistad que los lleva, aun en inferioridad de condiciones, a intentar sacar tajada de unos criminales sin escrúpulos a los que la presencia de los agentes y los rápidos reflejos del expresidiario negro, que escapa antes de ser liquidado por los encapuchados, les complica la vida de un modo que ignoran, y con ellos los espectadores, cómo acabará todo.

         No lo voy a revelar yo, por descontado; pero sí revelaré que hay una brutal escena que no sé si es un guiño para los seguidores que -no sé si «degustar» es la palabra adecuada- se complacieron con la visión de Bone Tomahawk.

         Quizás en esta, más que en la otra, se advierta la herencia de Quentin Tarantino, pero por lo mismo también podríamos hablar de Don Siegel, por supuesto, o Abel Ferrara: la corrupción policial o el abuso de la violencia legal son un clásico en el cine policiaco usamericano, y, propiamente, casi podemos decir constituye un subgénero dentro de él.

         Me ha parecido muy interesante el juego de espectadores que reserva para los policías que buscan beneficiarse del delito,  quienes no se sienten concernidos, al estar suspendidos, para actuar frente al delito que se está cometiendo ante sus ojos, en parte por el «exceso» tiquismiquis de la corrección política en la lucha contra quienes no tienen ningún escrúpulo; y sobre todo por su determinación de pasar «al otro lado de la ley» para hacerse con un botín que les saque de pobres y les resuelva la vida. Recordemos que Usamérica no solo es un país en el que se pueden tener armas libremente, sino que tiene una Historia de gatillo fácil que por fuerza ha de condicionar la acción policial. La pasividad de los policías suspendidos ante el delito añade una perversión moral que permite equiparar a los encapuchados a uno y otro lado de la furgoneta donde los delincuentes custodian el oro que han conseguido en el atraco; si bien, las simpatías del espectador permanecen siempre del lado de los policías. Otra cosa es lo que depara un final de película extraordinario desde el punto de vista de la acción, con alguna sorpresa incluida que deja boquiabiertos a los espectadores, pero Zahler es un experto en burlar las expectativas razonables… A mi entender, a la película le sobra el epílogo, porque peca de chabacanería estilosa y funciona como un anticlímax que arruina en parte el excelente sabor de boca cinematográfico dejado por lo anterior. No sé, a lo mejor «camuflado» bajo los títulos de crédito finales hubiera sido lo suyo…

         Es una película que no defraudará a los amantes del género negro, porque, como es de obligado cumplimiento genérico, no hay tópico que no sea reescrito con perceptible personalidad, como debe de ser.

        

No hay comentarios:

Publicar un comentario