Título original: Bone
Tomahawk
Año: 2015
Duración: 133 min.
País: Estados Unidos
Dirección: S. Craig Zahler
Guion: S. Craig Zahler
Música: Jeff Herriott, S.
Craig Zahler
Fotografía: Benji Bakshi
Reparto: Kurt Russell,
Patrick Wilson, Matthew Fox, Lili Simmons, Richard Jenkins, Sean Young, David
Arquette, Kathryn Morris, Sid Haig, Geno Segers, Michael Paré, Fred Melamed,
Evan Jonigkeit.
Título original: Dragged
Across Concrete
Año: 2018
Duración: 159 min.
País: Estados Unidos
Dirección: S. Craig Zahler
Guion: S. Craig Zahler
Música: Jeff Herriott, S.
Craig Zahler
Fotografía: Benji Bakshi
Reparto: Mel Gibson, Vince
Vaughn, Tory Kittles, Laurie Holden, Jennifer Carpenter, Don Johnson, Michael
Jai White, Udo Kier, Fred Melamed, Thomas Kretschmann, Primo Allon, Justine
Warrington, Jenn Griffin, Myles Truitt, Brett Alexander Davidson, Trezzo Mahoro,
Liannet Borrego, Giacomo Baessato, Andrew Dunbar, Clare Filipow, Veronika
London.
Recomendadas
por mi amigo Paco Marín, quien se fijó en los elogios que le dedicaba al autor
nuestro querido colega Jordi Costa, me he acercado a las dos películas de S. Craig Zahler que obran en el archivo de
Filmin. Empecé por la más antigua, como es de rigor, por si pudiera advertirse
una evolución, pero he de reconocer que ambas son películas «redondas», cada
una en su género, lo que podemos denominar neowestern y lo que ya tiene
la etiqueta de neonoir. Advertir resonancias clásicas en los autores no
hace mejores las películas, pero nos indica que el autor es hijo de una
tradición muy concreta a la que intenta aportar un nuevo enfoque. El visionado
de estas dos películas ha coincidido con la revisión que hacía, en la cinta de
correr, de Al borde del peligro, de Preminger, con la que comparte un
modelo de protagonista: un policía violento al que su jefe le retira la placa,
y Burlando la ley, una de las dos
películas de cine negro que dirigió Edmond O’Brien, Oscar por actor de reparto
en La condesa descalza, de Mankiewicz, y que, a pesar de su innegable
mérito no son, me temo, de dominio público. Por otro lado, está claro que el neowestern
en que aparecen unos aborígenes que practican el canibalismo en pleno desierto
tiene mucho que ver con La matanza de Texas, de Tobe Hooper, y su
carismático Leatherface.
La violencia es
uno de los grandes ejes del Séptimo Arte, y su cultivo se ha manifestado de
todas las formas posibles, desde la estilizada cámara lenta de Grupo Salvaje,
de Peckinpah hasta la insoportable de Saló o los 120 días de Sodoma,
de Passolini, pasando por la brutal de Novecento, de Bertolucci o toda
la colección del género de terror que se nos ocurra, incluido el gore visceral de
tiempos recientes. Zahler parte de una anécdota muy simple, la profanación de
un cementerio indígena lleva a que unos salvajes caníbales trogloditas irrumpan
en un pacífico pueblo y secuestren a la doctora del mismo que trataba de curar
a un herido en la ciudad Bright Hope, cuyo irónico nombre parece ser el revés
de lo que acaba ocurriendo en la película. Así que se conoce el secuestro y un
indio da razón de quiénes son los trogloditas frente a los que el sheriff
y los rescatadores de la dama no tienen ninguna posibilidad de salir con vida
del intento, se organiza el grupo de búsqueda y, a partir de entonces,
asistiremos a una suerte de lucha por la supervivencia en el desierto que
llevará implícita otros peligros, al margen de los propios de la misión.
La persona enfrentada, pues, a la
naturaleza, por un lado, y a las asechanzas de la «civilización» y la barbarie,
por el otro. Las cuatro personalidades que forman el grupo irán
individualizándose poco a poco, de modo que la película incluye un giro psicológico
muy en la línea de los westerns fordianos. El marido de la doctora, que
aparece convaleciente de una rotura en la pierna al principio de la película,
arrastra en la persecución de los secuestradores su lesión, de la que va
empeorando poco a poco, lo que añade una penalidad más a las muchas que han de
pasar los expedicionarios cuando, finalmente, se encuentran con la tribu
cavernícola.
La puesta en escena del refugio de estos,
amén de su propia caracterización como hombres de ceniza, crean una presencia
fantasmagórica muy poderosa, porque la amenaza que sufren los valientes
rescatadores no lleva añadida ninguna moralidad, sino que se trata de una lucha
entre cazadores de hombres para engrosar la despensa que les sirve de alimento
y los hombres-presa que quedan petrificados frente a la naturalidad con que los
otros actúan, y a fe que en el descuartizamiento de uno de los prisioneros el
director se recrea con una asombrosa naturalidad.
Poco puedo
hablar del destino de los expedicionarios sin revelar claves que arruinarían el
misterio de la trama, pero el arranque de la película es suficientemente
elocuente del modus operandi de los salvajes perfectamente aclimatados al medio
en que sobreviven, mimetizados, podría decirse con el desierto en el que su
piel de ceniza los vuelve indistinguibles del entorno. Que, además, no crucen
ni una palabra, sino solo sonidos que espeluzan a cualquiera -el descubrimiento
del origen de los mismos es una secuencia brutal…- consolida la expectativa de
lo terrorífico de un modo contundente. Sí, es una de esas películas frente a la
que mi Conjunta, llegados esos extremos «gore», reacciona con el clásico: ¡Pero
qué película estamos viendo?
A pesar de la
urgencia propia de quienes se enfrentan en todo momento a la necesidad de
sobrevivir, la película se plantea algunos enfrentamientos de raíz ética entre
los protagonistas que se subordinan, sin embargo, al fin último de su misión:
salvar a la dama secuestrada. Zahler ha optado por unos encuadres muy amplios
en los interiores -la casa de la doctora, la propia cárcel o el salón, casi una
visión panorámica, que se acentúan en la captación de un desierto inhóspito en
el que los peligros se escuchan, como señalaba antes, y no se ven.
Hay su mucho de
«crepuscular» en este western en el que el ayudante del sheriff, Richard Jenkins,
el intérprete de El visitante, de Thomas McCarthy, que le valió una
nominación al Oscar, «compone» un secundario exquisito, muy deudor de los
inolvidables de Ford, por supuesto. Su presencia de viudo con ribetes de filósofo,
más estorbo que ayuda para el sheriff, es uno de los grandes valores de la
película. De igual manera, Matthew Fox es el perfecto contrapunto al resto de
los compañeros de expedición, a quienes poco menos que tiene por unos
incapaces. Su elitista presencia contrasta de forma absoluta con el personaje
de Jenkins.
La película es
impactante, no solo en su parte final, porque el «prólogo», anterior a la
llegada al pueblo de los trogloditas, se las trae, y, aunque hay algunos «excesos»
del guion que quiebran la verosimilitud, los damos por buenos ante la
majestuosidad de la aparición de los trogloditas, una acertadísima figuración
que sobrecoge a cualquier espectador sensible y amante de películas en las que
el terror, como pasaba en La matanza de Texas, emana «naturalmente» de
los personajes. Con todo, me sigue pareciendo una mejor revisión del género la
de Jacques Audiard en Los hermanos Sister.
Dragged Across
Concrete , literalmente «Arrastrado por el hormigón», es una película
policiaca sobre una patrulla acusada de infligir malos tratos a los detenidos
-la película es anterior a la muerte de George Floyd, por supuesto-, y a
quienes su jefe les retira la placa y el arma reglamentaria. Descrita la
situación social de la pareja, uno a punto de casarse y el otro a punto de
jubilarse, con una mujer enferma de una parálisis progresiva y una hija que
sufre el acoso de los jóvenes negros en su calle, razón por la cual solo piensa
en mudarse de barrio, el prólogo de la película nos muestra una actuación
gracias a la cual consiguen su objetivo, si bien con esos dudosos métodos entre
lo legal y lo ilegal en sus comportamiento, si bien el hecho de haber sido
grabados por un vecino del inmueble en el momento de la detención, lleva a su
baja del servicio posterior.
Por una
intuición profesional, el policía mayor, interpretado con sobriedad y eficacia
por un Mel Gibson eficaz y convincente, sigue a unos delincuentes conocidos en
un periplo que los lleva a detectar un golpe, aunque más tiempo les lleva acabar
sabiendo de qué se trata. La trama nos ha ido presentando a varios personajes
que tendrán ese vínculo de unión, como protagonistas activos o como víctimas pasivas,
que es el atraco a una sucursal bancaria, el día, precisamente, en el que
reciben con entusiasmo a una trabajadora que vuelve del permiso maternal, si
bien antes se nos mostró la tensa relación que tiene con su marido, quien solo
le deja ver y tocar muy ligeramente a la criatura a través de la puerta del
domicilio con la cadenilla echada.
Los
profesionales que ejecutan el golpe y que llevan a los dos protagonistas que
abren la película, uno que acaba de salir de prisión y que no quiere volver a
la vida de delincuente, y un colega que le ofrece un excelente trabajo. El
expresidiario tiene un hermano paralítico y su madre ha de ejercer la
prostitución para intentar pagar los recibos que se acumulan y la inundan de
deudas. Así pues, está claro que no le va a quedar más remedio que reincidir.
Hay una
descripción degradada de las vidas que llevan la mayoría de los personajes,
moviéndose entre la marginación, la pobreza o la insatisfacción, excepto el
policía joven -Vincent Vaughn se luce en su papel de enamorado y leal compañero
de patrulla de Gibson-, a quien parece abrírsele un horizonte de felicidad
doméstica envidiable.
Que buena parte
de la acción transcurra de noche o en interiores potencia una iluminación «tenebrista»
que confiere a la película una tonalidad sombría que solo algunas réplicas
humorísticas o algunas caracterizaciones de los policías rompen. El apetito
desaforado de Vaughn o el modo estadístico de leer la realidad de Gibson se
encuentran entre ellas. No son Robert Redford y Paul Newman, está claro, pero
hay entre ellos una sutil conexión de lealtad y amistad que los lleva, aun en
inferioridad de condiciones, a intentar sacar tajada de unos criminales sin
escrúpulos a los que la presencia de los agentes y los rápidos reflejos del
expresidiario negro, que escapa antes de ser liquidado por los encapuchados, les
complica la vida de un modo que ignoran, y con ellos los espectadores, cómo
acabará todo.
No lo voy a
revelar yo, por descontado; pero sí revelaré que hay una brutal escena que no
sé si es un guiño para los seguidores que -no sé si «degustar» es la palabra
adecuada- se complacieron con la visión de Bone Tomahawk.
Quizás en esta,
más que en la otra, se advierta la herencia de Quentin Tarantino, pero por lo
mismo también podríamos hablar de Don Siegel, por supuesto, o Abel Ferrara: la
corrupción policial o el abuso de la violencia legal son un clásico en el cine
policiaco usamericano, y, propiamente, casi podemos decir constituye un
subgénero dentro de él.
Me ha parecido
muy interesante el juego de espectadores que reserva para los policías que
buscan beneficiarse del delito, quienes
no se sienten concernidos, al estar suspendidos, para actuar frente al delito
que se está cometiendo ante sus ojos, en parte por el «exceso» tiquismiquis de
la corrección política en la lucha contra quienes no tienen ningún escrúpulo; y
sobre todo por su determinación de pasar «al otro lado de la ley» para hacerse
con un botín que les saque de pobres y les resuelva la vida. Recordemos que
Usamérica no solo es un país en el que se pueden tener armas libremente, sino
que tiene una Historia de gatillo fácil que por fuerza ha de condicionar la
acción policial. La pasividad de los policías suspendidos ante el delito añade
una perversión moral que permite equiparar a los encapuchados a uno y otro lado
de la furgoneta donde los delincuentes custodian el oro que han conseguido en
el atraco; si bien, las simpatías del espectador permanecen siempre del lado de
los policías. Otra cosa es lo que depara un final de película extraordinario
desde el punto de vista de la acción, con alguna sorpresa incluida que deja
boquiabiertos a los espectadores, pero Zahler es un experto en burlar las
expectativas razonables… A mi entender, a la película le sobra el epílogo,
porque peca de chabacanería estilosa y funciona como un anticlímax que arruina
en parte el excelente sabor de boca cinematográfico dejado por lo anterior. No
sé, a lo mejor «camuflado» bajo los títulos de crédito finales hubiera sido lo
suyo…
Es una película
que no defraudará a los amantes del género negro, porque, como es de obligado
cumplimiento genérico, no hay tópico que no sea reescrito con perceptible
personalidad, como debe de ser.
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