Los
ambiguos límites entre la cordura y la locura: Amor de verano o una historia familiar que linda con el terror
psicológico.
Título original: Dragonfly
Año: 1976
Duración; 98 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Gilbert Cates
Guion: N. Richard Nash
Música: Stephen Lawrence
Fotografía: Gerald Hirschfeld
Reparto: Beau Bridges, Susan Sarandon, James Noble,
Ann Wedgeworth, Harriet Rogers,
Linda Miller, Mildred Dunnock, Ed Setrakian,
Andrew Bloch, James Otis.
Escogida al azar por la
presencia en la carátula de Susan Sarandon, la intuición ha funcionado una vez
más. Gilbert Cates, un director en plenitud creativa en esa década un tanto
“oscura” para el cine como la de los años 70, si juzgamos por los numerosos
clásicos que se rodaron en los 50 y los 60, dirigió esta película tres años
después de una de las más reconocidas de su carrera, Deseos de verano, sueños de invierno, con Joanne Woodward y con una
temática psicológica y social verdaderamente punzante, entonces e incluso hoy,
una película que no tardaré en ver si me la consiguen en Tallers 79. El
desafortunado título de esta película, frente al de Libélula del original, íntimamente relacionado con el desarrollo de
la acción, es equívoco respecto del contenido de la historia que desarrolla y
puede incluso condicionar la recepción del espectador, desengañado de la
prometida historia de amor que resulta muy pero que muy marginal en la historia,
aunque tenga su importancia en el desenlace. He de comenzar la crítica
elogiando como se merece el papel que representa Beau Bridges, no solo porque
es un prodigio de verosimilitud sino porque es él quien mantiene la película en
pie con una solvencia impropia para un relativamente joven actor, porque, a
pesar del aire aniñado que tiene, había cumplido los 3 cuando rodó esta película
y llevaba, desde 1948 trabajando en el cine y en la televisión. Aquí hace el
papel de un enfermo mental que ha estado recluido en una institución psiquiátrica
desde los 13 años sin saber exactamente por qué. La acción arranca el día en
que los psiquiatras y la autoridad deciden que el tratamiento ha funcionado y
está ya en disposición de reintegrarse a la sociedad libremente. El comportamiento
del protagonista es inquietante, en todo momento, y refleja extraordinariamente la complejidad
del laberinto mental en el que ha vivido y aún vive el personaje. Sale de su
cárcel psiquiátrica con un único objetivo: encontrar a su familia, a su único
hermano, para que le revele exactamente cuál fue la razón de su internamiento,
porque él está convencido de haber sido ingresado por haber matado a la madre.
La narración adopta, pues, una estructura propia de road movie que se materializa, sin embargo, en una sucesión de
encuentros que irán jalonando esa vía purgativa hacia el conocimiento de lo que
ocurrió en realidad. El primero es con la encargada del bar de un cine del
pueblo donde vivió su familia e inicia las pesquisas para encontrar a su
familia. Hablamos de Susan Sarandon, que venía de una participación notable en Primera Plana, de Wilder, pero que no
sirvió para reconocerle el mérito que le granjearía después Atlantic City, de Louis Malle, por
ejemplo. La relación entre Sarandon y el inquietante y misterioso desconocido
se mueve a medias entre el instinto maternal de proteger a alguien a quien
reconoce como desvalido y el temor a tenérselas que ver con un psicópata que
pueda darle algo más que un disgusto. El episodio central de su relación deja
paso, en poco tiempo, a la continuación de sus pesquisas, que lo llevarán,
finalmente a casa de su hermano. Antes de llegar allí, se aloja en un motel de carretera en el que
la sueña, estando su esposo ausente se insinúa al joven y lo seduce. Cuando
llega el marido llega y descubre la infidelidad, la emprende a golpes con l
esposa; el joven se interpone y entonces es acometido por el marido. Coge una
cadena de la furgoneta para enfrentarse al salvaje, pero, en vez de arremeter
contra él, comienza a golpear la parte trasera del vehículo con una insistencia,
energía y furia atronadoras, siguiendo la norma de oro que le inculcaron en el
Sanatorio: dirigir la violencia contra los objetos, no contra las personas.
Finalmente aparece ante la casa de su hermano y se encuentra con la esposa,
quien lo invita a pasar. En la casa descubre al único sobrino que tiene,
aquejado de mongolismo, con quien, sorprendentemente para la madre, hace excelentes
migas. Su hermano, que ha huido de él toda su vida porque no quiere tener nada
que ver con un enfermo mental que arruinó la vida familiar se niega a acogerlo
en su casa, a pesar de las protestas de su esposa, quien descubre en él una
compañía muy positiva para su hijo, una compañía que le permitiría crecer,
socializarse e incluso desarrollarse. La escena en la que ambos hermanos
discuten acerca de la necesidad de información de uno y la pretextada
ignorancia del otro alcanza una tensión extraordinaria que nos trae a la
memoria viejas escenas del nerorrealismo. El prejuicio del hermano puede con
los intentos de la mujer de acogerlo y, finalmente, ha de marchar y seguir su
camino. El hermano llama al Sanatorio para revelar que la madre está viva, a
pesar de que él creía que la había asesinado. Chloe (Susan Sarandon) va al Sanatorio
en su busca y allí se entera de esa noticia que, cuando vuelve a encontrar a
Jeff para convencerlo de que vuelva con ella, le comunica, para estupefacción
de Jeff. Y entonces llegamos al final de la road
movie que se ha materializado en people
movie, una sucesión de encuentros que han puesto a prueba su capacidad de
adaptación a un mundo ciertamente hostil: el del trabajo, el de la relación
inédita con el otro sexo, el de las relaciones familiares y, como apoteosis, el
enfrentamiento con la madre…, sobre el cual me abstengo de decir ni sugerir
nada, porque es una escena tremenda, interpretada con un verismo impactante que
se convierte en un desenlace agónico que desnuda la naturaleza humana de una
forma brutal y estremecedora. Si Beau Bridges logra, aquí una de sus mejores
interpretaciones -después de esta lo he visto en The incident, de Larry Peerce, su tercera película, y si en ella
está sobresaliente, ¡qué lejos queda de la excelencia de la presente! Al comienzo
de la película me recordó, en parte, el papel de Dustin Hoffmann en Rainman, pero poco a poco va
desarrollando una caracterología muy distinta de la del autista, en la que el
conflicto con la ira y la violencia se vuelve dominante e inquietante para con
quienes se relaciona. En fin, no sé si tiene actualmente muchos seguidores
Gilbert Cates, pero hay toneladas de verdad y de sensibilidad en esta película
que explora las tenebrosas vías de los trastornos psicológicos.
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