Códigos del hampa en la jungla de asfalto: El criminal o el amor que no se espera.
Título original: The Criminal
Año: 1960
Duración: 97 min.
País:Reino Unido
Dirección: Joseph Losey
Guion: Alun Owen, Jimmy
Sangster
Música: Johnny Dankworth
Fotografía: Robert Krasker (B&W)
Reparto: Stanley Baker, Sam Wanamaker, Margit Saad,
Patrick Magee, Noel Willman,
Rupert Davies, Grégoire Aslan, Jill Bennett,
Laurence Naismith,
Murray
Melvin.
Cuando Joseph Losey hubo
de exiliarse a Inglaterra, hizo algunas películas que, indirectamente, estaban
como permeadas de un desaliento vital y una visión nihilista de la realidad
que, en este caso de El criminal,
resulta harto evidente y supone un buen mazazo moral para el espectador, a
pesar de que la acción se desarrolla entre, en principio, gente sin principios
ni ética positiva alguna que no sean los del respeto a las rígidas leyes del
hampa. Gran parte de la acción transcurre en la cárcel, perfecto microcosmos donde
las leyes de excepción de ese espacio gobiernan de forma pautada las vidas de
quienes lo conforman. Es, y no es, una película del género carcelario. Lo es
porque gran parte del metraje transcurre en ella y nos muestra un sistema de
vida en el que la corrupción, los tratos degradantes, la humillación y la feroz
lucha por la supervivencia y el poder dentro de dicho espacio son su día a día.
Un prisionero, Stanley Baker, siempre magnífico actor, sólido, reliable, que dirían sus directores,
sale de la cárcel con la intención de dar un golpe -robar la recaudación de un hipódromo, en unas
secuencias magníficas que combinan lo documental (impagables las tomas de los
rituales para conjurar la suerte) y el thriller-
que le resarza de las penalidades sufridas. Donde se supone que había de
encontrar a quien fuera su pareja, encuentra, sin embargo, a otra mujer, una
seductora Margit Saad que debería haber tenido mejor fortuna, por sus buenas
cualidades y su particular belleza mestiza, por quien, enseguida, y a pesar de
su tópica rudeza varonil, se siente atraído, máxime cuando ella es total
ofrecimiento y nula exigencia. La preparación del golpe, con una banda dirigida
por una especie de dandy de métodos más
sofisticados que la mera intuición
animal del protagonista, no esconde cierta tensión que anticipa el relativo
fracaso del mismo, porque, detenidos enseguida por la policía los otros
miembros de la banda, el protagonista es capaz de huir a las afueras y esconder
las cuarenta mil libras del robo, esconder el
botín en un hoyo excavado en la tierra, antes de, como era previsible,
ser detenido, gracias a un chivatazo de su antigua novia, ahora despechada. El
hecho de convertirse en pieza de información codiciada le complicará la vida,
porque entonces tendrá que atender a tres frentes codiciosos: su jefe, los compañeros
de la banda y uno de los jefes corruptos de la prisión, que espera poder “coger
cacho” del botín. Organizado un motín en la cárcel, con unas secuencias de
violencia casi orgiásticas, Bannion, el protagonista, acaba siendo trasladado
para que, desde fuera, la banda que espera recuperar el botín, pueda liberarlo,
lo que en efecto consigue con suma facilidad. Lo cierto es que la policía no
sale demasiado bien librada en esta película, dada el papel de comparsa torpe
que se le reserva. Una vez liberado, el viejo ladrón de métodos antiguos es
llevado a presencia del compinche con quien ideó el atraco, quien, a su vez,
tiene secuestrada a la chica de quien Bannion resulta estar enamorado. Por esos
golpes de la fortuna -también los maleantes sofisticados pueden ser tan
ingenuos como los policías- el protagonista logra huir con la chica, lo que
permite al jefe de la banda seguirlos para descubrir el paradero del botín. Las
últimas secuencias de la película mezclan el amor fou del protagonista con el nihilismo de quien se sabe acorralado y
perdido, expuesto a la muerte inminente, aunque siga preservándole de ella su
silencio sobre la ubicación del botín. En cualquier caso, la huida a través de la naturaleza y la resolución del
tiroteo que entabla con sus seguidores nos lleva necesariamente a un final lírico
inesperado, en el que prima el orgullo de la independencia individual del
hombre fuerte frente a la sumisión a la organización dirigida “desde las
alturas”. Ahí me paro, porque el final es digno de no ser conocido en detalle.
Sí quisiera destacar, sin embargo, que en esta película debuta ante las
pantallas, en las primeras escenas de la misma, Murray Melvin, un actor de
físico sorprendente que llegaría muy en breve a una gran altura interpretativa
como coprotagonista de la obra maestra del Free
cinema que fue Un sabor a miel,
de Tony Richardson. La película, filmada en blanco y negro, tiene un aire
expresionista en no pocos de los encuadres, con un sabor a thriller clásico que
complementa una banda sonora excepcional de Johnny Dankworth, un jazz adaptado
impecablemente a la tensión narrativa de carácter psicológico, unas piezas que ilustran
psicologías, ciertamente. Danworth también le puso música a El sirviente, por ejemplo, quizás la
mejor película de Joseph Losey, y a El
mago, de Guy Green, una película poco conocida, pero basada en la
monumental novela de John Fowles. Aun con sus carencias, la poca atención que
se le presta a la parte thriller de la película, lo cierto es que los duelos
psicológicos y dialógicos que se reparten a lo largo de la película nos hablan
bien a las claras de la preocupación del director por la descripción de los
caracteres que se enfrentan o complementan. Es cierto que hay un enfrentamiento
entre dos maneras de hacer, por lo criminal, y ahí reside buena parte del
interés de la película: el enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo, que
arrastra a los espectadores a posicionarse entre lo deleznable y lo miserable…
La fuerza de la interpretación no solo de Baker, sino de todo el reparto,
contribuye lo suyo a que los espectadores podamos disfrutar, sobreponiéndonos a
cierta previsibilidad y a ciertas elipsis exageradas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario