viernes, 3 de agosto de 2018

“El incidente”, de Larry Peerce o un Haneke avant la lettre…



La diseminación de los conflictos y la recolección del terror: El incidente o la piedra de toque de la dignidad humana.

Título original: The Incident
Año: 1967
Duración: 100 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Larry Peerce
Guion: Nicholas E. Baehr
Música: Terry Knight
Fotografía: Gerald Hirschfeld (B&W)
Reparto: Martin Sheen,  Tony Musante,  Beau Bridges,  Thelma Ritter,  Ruby Dee,  Brock Peters, Jack Gilford,  Gary Merrill,  Jan Sterling,  Mike Kellin,  Ed McMahon,  Donna Mills, Diana Van der Vlis,  Robert Fields,  Robert Bannard,  Victor Arnold.

Antes de entrar en el desarrollo de la trama, llevada a cabo a través de un guion perfectamente estructurado y con un sentido de la potenciación del clímax muy de loar y agradecer, a pesar de que tiene no poco de experimento sociológico con cobayas seleccionadas; antes de ello, que es lo verdaderamente importante, quiero destacar el comienzo de la película con un blanco y negro de thriller espectacular de una cámara que sigue las peripecias de dos delincuentes de poca monta que, aburridos hasta de sí mismos, solo hallan en el alcohol y en la transgresión de la ley la diversión a su medida. Son dos actores jóvenes, una joven promesa camino de convertirse en solida realidad, Tony Musante y un debutante, Martin Sheen, llamado a mayor gloria cinematográfica que el anterior, que buscan el modo de animar una noche de fiesta en una ciudad desierta, oscura y llena de pequeñas historias de personajes en conflicto: una pareja con una hija que no se entienden entre ellos, un homosexual timorato, dos soldados, uno de ellos Beau Bridges, con el brazo escayolado, clave en el desenlace, un alcohólico camino de casa para hacer una entrevista crucial para su futuro laboral, una mujer malmaridada con un profesor apocado, una pareja negra con un hombre combativo hasta la agresión para que se respeten sus derechos civiles, dos viejos quejicas y dos jóvenes con una arrebatadora urgencia sexual. El reparto es de fábula y no hay interpretación que no esté a la altura de lo que se espera de ellos para una película tan comprometida. Todos, sin excepción, actúan a un nivel superlativo, y de ahí la calidad de la cinta: nadie falla; todo asiste: dirección, fotografía, música, puesta en escena… (un vagón recreado en estudio porque las autoridades del Subway no dieron permiso para rodar en uno de verdad, por el mal nombre que podía asociarse a la empresa… Paulatinamente, se van presentando los personajes, quienes van entrando en el mismo vagón del tren nocturno que todos cogen para regresar a casa. El mismo, claro está, al que suben, en último lugar, los dos jóvenes alocados y salvajes que van a provocar un desafío múltiple al que nadie se atreverá a hacer frente. Había vito la película hace milenios, pero ¡por suerte! no recordaba las historias de todos los personajes ni ciertos detalles en los que ahora sí me he fijado. He decir ante todo que se trata de una película al estilo de Haneke, con lo que eso significa, es decir, que se trata de hacer pasar un mal rato al espectador, lo cual consigue  a las mil maravillas, porque todas las situaciones previas al “incidente” aventuran un desarrollo entre terrible y trágico que no nos defraudará. En cuanto entran los jóvenes, se intuye sin demasiado esfuerzo lo que acabará pasando, que el joven Musante, secundado como comparsa por Sheen, irá enfrentándose, de una forma humillante para ellos, con todos los pasajeros que intentan evitar que los jóvenes profanen el sueño de un borracho que va tendido en uno de los asientos corridos del metro. El nivel de realismo dramático de cada uno de esos enfrentamientos va desnudando las psicologías que hasta ese momento conocíamos con otras manifestaciones que acaban chocando con las que desnuda el agresivo joven del extrarradio, armado con una navaja y con el apoyo incondicional de su compañero. La metáfora política de la película está clara, porque enfrenta a  ciudadanos democráticos con una toma violenta del poder por parte de un grupúsculo al que bien puede calificársele de terrorista, dado que su principal cometido es aterrorizar a los pasajeros para imponer su abuso sobre todos ellos. En ese sentido, es muy tensa la escena en la que el Romeo que había manifestado una dureza de pedernal ante la represión sexual de su pareja asiste sumiso y como si no fuera con él a un abuso de ella por parte del joven, acción que se produce fuera de campo, pero cuyos efectos sí que se manifiestan a través del rostro doloroso y ultrajado de ella. Poco a poco todos van pasando por la piedra de toque de la agresión que los desnuda humanamente, esto es, que saca sus miserias a la luz del conocimiento público, con las consiguientes sorpresas de rigor. La alternancia entre las imágenes nocturnas del metro y el interior del vagón crean un ritmo desasosegante que deriva en un crescendo angustioso hasta que se oye el grito de rigor que los espectadores esperan dese que comienza el “baile” de las imposturas: ¡Basta!, y la decisión de plantar cara a dos conatos de asesinos sin escrúpulos. Cuando llega el grito y la gesta heroica, los espectadores han pasado revista a no pocas derrotas humanas, una visión social nada agradable de ver, porque a nadie le gusta ver las miserias que nos retratan como seres lastimosos, cobardes o impostores. Cuando llega el desenlace, pues, acumulamos un derrotismo psicológico muy pesado, tanto que la reacción heroica del joven soldado con el brazo escayolado enfrentándose a los dos matones de poca monta, pero con capacidad para matar con la navaja en cualquier momento, apenas nos sirve como catarsis, si bien acompañamos con toda nuestra alma al brazo ejecutor que se ensaña con el joven delincuente, una actitud que me recordó la explosión de alegría que manifestaron los británicos en el estreno de Los santos inocentes cuando Azarías cuelga por el cuello de la rama de una encina al señorito Iván, a pesar de lo mirados que son ellos, los ingleses, para cualquier daño que se le cause a un animal en un rodaje… No me extiendo acerca del desenlace, porque es una vigorosa escena que conviene ver sin estar advertido de su desarrollo; pero sí que es llamativo, cundo consiguen abrir la puerta del vagón y llamar a la policía que lo primera que esta hace, sin saber nada de nada de lo que está ocurriendo allí dentro, es lanzarse contra el negro para reducirlo. ¡Qué magnífico golpe de guion! ¡Qué crudelísima realidad! Bueno, la cinta, toda ella, explota hasta el infinito las posibilidades de colocar la cámara en un espacio tan reducido, pero consigue hacerlo y crear un ritmo paralelo al sonido del propio tren que genera un desasosiego  estremecedor en los espectadores. Todo augura un final trágico y eso es lo que se consigue. Pero, como en los viajes, lo importante no es llegar, sino cuanto nos hemos ido encontrando por el camino y, en este caso, lo que nos encontramos es un retrato amargo de una sociedad usamericana dominada por la sensación de fracaso y próxima, sin embargo, a una revolución de las costumbres que la transformarán por completo. Por lo que he podido leer, Larry Peerce no volvió a dirigir ninguna película tan impactante como esta tercera suya, aunque su corta carrera tiene títulos de corte social tan comprometidos con la realidad de su época como la presente.


4 comentarios:

  1. La película que mas me impactó terminando mi adolescencia...
    Curiosamente te deja secuelas, o, mejor, enseñanzas que perduran hasta ahora, ya septuagenario.
    Doy gracias por haberla visto.

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    1. Disculpe que no haya acusado recibo de su comentario, pero como estoy tan acostumbrado a que nunca nadie hag aninguno me había pasado desapercibido. Le agradezco su participación y coincidimos, al parece, en el poderoso efecto de "choque" que tiene esta trama y esta angustiosa realización en un espacio cerrado que se convierte, poco a poco, en un pequeño infierno. Me alegro haberle recordado viejos tiempos, esos de la "formación" en los que tanto nos impacta todo, y especialmente dramas así. Un saludo afectuoso.

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  2. Interesante análisis, formidable película que funciona como una bomba de relojería.

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    1. Gracias. No es una película muy conocida, pero la cinefilia es lo que tiene: descubres obras de arte donde menos te lo esperas. Ahora mismo estoy a punto de escribir una crítica de dos joyas "mejicanas" de Buñuel: el río y la muerte y El bruto, que por ahí andaban, escondiditas, hasta que un espectador sin prejuicios se deja impresionar por ellas.

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