Película de intérpretes para un guion que
tiembla: Las hermanas o el culto a las
estrellas: Bette Davis, postOscar, y Errol Flynn sin sonrisa…
Título original: The Sisters
Año: 1938
Duración: 99 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Anatole Litvak
Guion:
Myron Brinig (Novela: Myron Brinig)
Música: Max Steiner
Fotografía: Tony Gaudio (B&W)
Reparto:
Errol Flynn, Bette Davis, Anita Louise,
Ian Hunter, Donald Crisp, Beulah Bondi, Jane Bryan.
Seré breve, porque la
película, aunque merece ser vista, porque los espectadores tienen ante ellos
muchos alicientes que Litvak consigue mantener a flote a lo largo de la película,
podía haber sido bastante mejor de lo que es. Hay, en esta suerte de remedo de
Mujercitas, demasiada ambición narrativa, lo que perjudica un desarrollo de la
trama que, si centrada en la pareja de Davis y Flynn, acaso hubiera alcanzado
los niveles de un melodrama más que aceptable. La historia es sencilla: tres
hermanas van al baile de las elecciones, en el que se anunciará la victoria de
Roosevelt. Allí se enamoran y se casan, no sin que antes la mayor, Bette Davis,
rompa su compromiso con un pretendiente y escoja a un “encantador” periodista
deportivo que aspira a escribir, como todos, la “gran novela americana” y
consagrarse como autor de éxito. La realidad, sin embargo, es que el pretendido
autor resulta un fiasco y por su carácter altanero incluso pierde el trabajo
como redactor de deportes que les ayudaba a sobrevivir. Cuando llegan los malos
tiempos, ella decide ponerse a trabajar, con la oposición rotunda de quien ya
ha empezado a beber para “olvidar” el infortunio de su falta de inspiración,
determinación y capacidad de trabajo. Convencido de que es un estorbo para su
esposa, quien se coloca y pronto progresa en una empresa, convirtiéndose en la
mano derecha del jefe, el marido desaparece de su vida, embarcándose en un
buque mercante que va a Asia. A todo esto, los otros matrimonios de las
hermanas tampoco son una balsa de aceite, por supuesto, pero nada puede
compararse con la desgracia total de la primogénita, a quien sorprende en San
Francisco el gran terremoto. Cuando el marido se entera, intenta, ante la lógica
negativa del patrón de dar media vuelta, lanzarse al mar para regresar a nada, razón
por la que lo detienen. Pasados cuatro años, vuelve a celebrarse otro baile de
elecciones, en el que se anunciará la victoria de William Taft, al que asiste
la mujer con su jefe, a quien, a pesar de todo, nunca ha dado esperanzas. Un
amigo común le informa de que su marido ha regresado y de que está en el baile.
Y la música de Max Steiner hace el resto…, para que un final feliz tome en
plano casi cenital a las tres hermanas en la pista de baile entre la multitud…
La película, ya digo, tiene unas sólidas interpretaciones, incluso por parte de
Errol Flynn, que abandona sus personajes infaliblemente seductores para
encarnar a un fracasado que ha de tomar duras lecciones de supuestas
humillaciones, desde su perspectiva machista y absurdamente idealista, para
acabar reconociendo la igualdad ante el
amor, el trabajo y tantas otras circunstancias (Obsérvese el detalle del gesto de Flynn en el cartel, toda una declaración de intenciones...). No olvidemos que el tufo
antiguo que exhala la trama está muy de acuerdo con la época que se representa en
la película: la acción transcurre entre 1904 y 1908. Quizás lo mejor de la
película, desde el punto de vista cinematográfico sea las tomas del terremoto
de San Francisco, muy conseguidas, con el personaje de la Davis queriendo
mantenerse a toda costa en el domicilio conyugal “por si él regresa” para que
pueda encontrarla. Cuando la sacan a la fuerza, porque van volando edificios dañados
para tratar de controlar los incendios provocados por la catástrofe, acaba en
la casa de una vecina, temiendo que “él” no llegue a saber nunca su paradero. El
jefe para quien trabaja se moviliza y, en compañía del padre, logran dar con
ella y devolverla al hogar familiar para que se restablezca. Me centro en el
personaje de la Davis, porque los de sus hermanas presentan un desarrollo tan
esquemático y discreto que ni merece la pena detenerse en ellos. En todo caso,
hay algo ñoño en el conjunto de la acción que, sin embargo, está bien
estructurada entre esos dos bailes electorales, una hermosa costumbre que aquí
jamás a nadie se le ha ocurrido importar, a pesar de todo lo que importamos en
necedades varias de Usamérica. Sí, digámoslo claro, es una “película de actores
y de actrices”, como miles de las que se han rodado en todo el mundo a mayor
gloria de esos seres fotogénicos y magníficos intérpretes capaces de seducir a
los grandes públicos. A nadie le estropeará la tarde, si tiene Filmin o se
tropieza con ella en cualquier otra plataforma.
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