domingo, 5 de mayo de 2019

«Agosto», de John Wells, o la familia por de dentro…



Desmesuras en las profundidades de la ciénaga familiar: Agosto o las pasiones, las represiones y los desgarros en su apogeo crepuscular. 

Título original: August: Osage County
Año: 2013
Duración: 121 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Wells
Guion: Tracy Letts (Obra: Tracy Letts)
Música: Gustavo Santaolalla
Fotografía: Adriano Goldman
Reparto: Meryl Streep,  Julia Roberts,  Ewan McGregor,  Chris Cooper,  Abigail Breslin, Benedict Cumberbatch,  Juliette Lewis,  Margo Martindale,  Dermot Mulroney, Sam Shepard,  Misty Upham,  Julianne Nicholson.

Una obra teatral de éxito da pie a esta adaptación cinematográfica que se nos ofrece con el título amputado de Agosto, cuando en su original el mes lleva una determinación geográfica, Osage County, que determina en buena medida las reacciones y la historia de los sucesos que se nos presentan con una crudeza solo comparable con la magnífica interpretación de toda la nómina de actores y actrices que elevan la película, con su trabajo, muy por encima de lo que la película vale por sí misma, aunque no deja de ser una excelente revisitación del teatro de Tennessee Williams, por ejemplo. Una constelación de dramas que giran en torno al suicidio del patriarca familiar, harto y cansado de tener que lidiar con la enfermedad mental de su esposa, adicta a las drogas, con quien conforma una familia cuyas miembras se irán presentando, cada uno de ellas cargando con su propio drama, porque se trata de tres hijas cada cual con suerte muy diferente en la vida. La relación casi imposible de la madre drogadicta con sus hijas se convierte, en el duelo por el marido y padre muerto, en una suerte de sesión de dramoterapia en la que irán aflorando todos los fracasos, los egoísmos, las desdichas, los desasosiegos y las ficciones de felicidad de cuantos personajes, no solo ellas, aparecen en escena. Quiero destacar que la presencia de la hermana del difunto, junto con su marido y su hijo completan otro núcleo familiar cuyo interés para el desarrollo dramático de la situación alcanzará a una de las hermanas, la que vive junto a la madre y se encarga de “cuidar” de ambos progenitores hasta que el padre, un escritor de mediano éxito, pero poco reconocido popularmente, decide, cansado de arrastrarse por la vida soportando a su cónyuge, quitarse la vida al lanzarse a un lago en el que se ahogará. La hermana mayor, Julia Roberts, se presenta en la casa familiar con el marido del que ya se ha separado y con la hija de ambos, una jovencita más amiga de la transgresión y la provocación a su madre que de labrarse su propio futuro. La deteriorada relación entre los tres, madre, padre e hija se resuelve, al final, con la huida del padre y la hija, quienes dejan a la esposa y madre en una situación de soledad desde la que puede reconsiderar la vida de su propia madre, con quien ella, a su vez, tiene un enfrentamiento terrible. No era nada fácil representar un papel de demente lúcida como el que representa Meryl Streep, porque las dosis de histrionismo, afectación, desmesura y derrota existencial que tiene que mostrar a través del metraje hubieran hecho fracasar a cualquiera que no fuera esta actriz camaleónica, capaz de otorgar verosimilitud a un papel ñoño como el de Mamma mia!, ser una eficaz y convincente Margaret Thatcher o la madre llena de resentimiento contra el mundo, su familia y sus propias limitaciones. El hecho de vivir en el condado de Osage, en Oklahoma, un territorio árido, áspero, cruzado por todos los vientos, las soledades y los desiertos forma parte indisoluble de la trama: no es que sea un «infierno», pero sí un lugar apartado del mundo, un lugar alejado de la verdadera vida en que lo social se impone a lo individual. Un territorio de vastas llanuras, con una densidad de 8 habitantes por kilómetro cuadrado, contagia a la protagonista esa sensación de vacío, de estar «fuera del mundo», y reducida a una vida familiar insatisfactoria, sin otro aliciente que hallar consuelo en las múltiples drogas que consume y en la vejación de quienes la rodean, sus hijas incluidas. La historia es un dramón de campeonato, eso es cierto, pero las interpretaciones de Streep y de Roberts son de tal calidad que se adueñan de la escena y sigue el espectador esas tribulaciones con una congoja permanente. Como no podía ser de otra manera, hay algunos contrapuntos humorísticos que relajan la tensión dramática, si bien forman parte de esa degradación moral de los personajes, dispuestos a casi cualquier cosa para buscar una salvación individual, como en el caso de la segunda hermana, enamorada de su primo, el inhábil hijo de una hermana enamorada de su padre hasta el extremo de haber cometido incesto con él, de modo que su primo es su hermanastro, aunque en favor de la hija dispuesta a asumir esa transgresión para poder buscar su salvación ha de contarse que se diga, en un momento dado, por una histerectomía,  que no puede tener hijos. La sucesión de las pequeñas miserias de cada cual van concentrando un pathos que se apodera de la acción y lleva al espectador acongojado hacia una necesidad de explosión catártica que no se produce como tal, de forma general, sino fragmentariamente en cada uno de los casos, como cuando el prometido de la hija pequeña, un personaje realmente cómico, es sorprendido por la india contratada para cuidar a la madre en el intento de emporrar y cortejar sexualmente a la joven hija de la hija mayor del difunto.  No hay momento de descanso, aunque sí, insisto, de anticlímax cómicos que permiten respirar a los espectadores. La realización transmite con fidelidad el mundo perverso de las miserias de las entrañas de una familia no típica, pero sí lo suficientemente «normal» como para poder convertirla en representativa de muchas situaciones que, bajo una armonía superficial, esconden rivalidades e incluso odios profundos que, bien mirados, no son sino fracasos individuales que se quieren justificar, vía determinista, en el hecho de haber formado parte de la familia. Pero todos los dramas o las tragicomedias de todas las familias son, afortunadamente, distintos; de ahí la sucesión de obras que los toman como objeto para mostrarnos, en parte, cómo somos y cuáles son los límites de nuestra célula social por excelencia, desacreditadas hace mucha experiencias familiares distintas, como las comunas, por ejemplo.  Se trata de una película excepcional desde el lado de la representación y una incursión profunda en los demonios familiares que solo salen a la luz en circunstancias excepcionales, en este caso con motivo del suicidio del padre. No sale uno contento de verla, pero sí enormemente satisfecho, porque sabe que ha contemplado una hermosa obra de arte cinematográfica.

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