martes, 18 de mayo de 2021

«El ciudadano ilustre», de Mariano Cohn y Gastón Duprat: o la antiilustración…

 

Las miserias de la cuna en quien subió a los palacios del arte: la ventana rota de la patria chica…

 

Título original: El ciudadano ilustre

Año: 2016

Duración: 118 min.

País:  Argentina

Dirección: Mariano Cohn, Gastón Duprat

Guion: Andrés Duprat

Música: Toni M. Mir

Fotografía: Mariano Cohn, Gastón Duprat

Reparto: Óscar Martínez, Dady Brieva, Andrea Frigerio, Belén Chavanne, Nora Navas, Iván Steinhardt, Manuel Vicente, Marcelo D'Andrea, Gustavo Garzon, Emma Rivera.

 

        

           La befa de las miserias culturales y morales de las patrias chicas es ya casi un tópico en sí mismo, y todos recordamos algunos nombramientos de “hijos ilustres” de tal o cual localidad en que se rinde homenaje a la persona famosa que, de repente, deja de ser quien individualmente es para convertirse en algo así como el apóstol que lleva por el mundo todo la buena nueva de la localidad donde nació, «poniéndola —como ahora se dice, con no poco énfasis chovinista— en el mundo». Ese malentendido entre la cuna y los palacios a los que sube el homenajeado está en la base de esta película muy ácida, terriblemente cáustica, que nos sitúa ante la vuelta del hijo pródigo, ahora nada menos que Premio Nobel, a su pueblo natal, la imaginaria Salas argentina donde un alcalde voluntarioso que, como todos, busca la medalla que le permita distinguirse para la próxima elección.

Que ese Nobel esté encarnado por Óscar Martínez, cuya presencia y dicción son un modelo de bien hacer, hace presagiar al espectador algo de lo que está por llegar, después de haberse dibujado convenientemente en los primeros compases de la película una personalidad caprichosa, distante, iconoclasta y antisocial. Cuando, de entre todas las propuestas que recibe el flamante premio Nobel, este escoge la invitación de la municipalidad de su pueblo para que acepte el título meramente honorífico de “Ciudadano ilustre de Salas” y vemos que se le dibuja en la sonrisa y la mirada una suerte de extraña ensoñación evocadora, los espectadores nos preguntamos qué trama o cuáles son las razones para que, frente a los laureles de la fama y el reconocimiento de todo el mundo, escoja viajar a ese territorio austral de la Argentina y volver, no sabemos si con nostalgia o con ánimo vengativo al territorio donde vivió hasta que a los veinte años huyó de él para no salir de él nunca más, porque su mundo literario se ha construido sobre la evocación de dicho lugar y las historias que en él conoció, de lo que se derivarán algunos de los malentendidos que permitirán trazar un retrato de la patria chica a medio camino entre los cuadros de Solana y el pueblo de Bienvenido Mr. Marshall.

Estamos ante una película de personajes, pero también de ambientes y de espacio, y, sobre todo, ante el choque entre la realidad recordada o creada a partir del recuerdo y el presente con toda su crudeza y sus limitaciones, amén de las miserias e incluso las amenazas que puede vivir alguien que literalmente «cae» casi por arte de birlibirloque en esa realidad municipal y espesa en la que un guion perfectamente urdido va a sorprendernos gratamente casi a cada paso de a los que se compromete el escritor, una vez aceptado el título de “Ciudadano ilustre” y el apretado y casi surrealista «programa de actos» organizado por el alcalde, como si de un programa de festejos de la fiesta del pueblo se tratara. No es difícil, como decía al principio, que a uno se le crucen las imágenes de Sarita Montiel en Campo de Criptana, por ejemplo, para darnos cuenta de lo que era, como en Plácido, de Berlanga, la llegada de «las artistas» a una localidad minúscula y el revuelo que ello conllevaba.

Película de contrastes, pues, que enfrenta a un escritor con una realidad de Salas que nada tiene que ver con lo que él ha novelado a lo largo de cuarenta años de vida lejos de esa pequeña localidad. Y pequeña es adjetivo que oculta el enorme tamaño de las miserias, ingenuidades y salvajismos propios de un lugar al que llegar desde el aeropuerto se convierte, ya, en una aventura, porque el «taxista» al que envían a recibirlo, una excelente muestra de lo que le espera al bienintencionado, ¡o no!, escritor laureado, sufre un pinchazo y no tiene rueda de recambio para cambiarla, por lo que han de hacer noche en el auto en un «atajo» hasta que a la mañana siguiente, alarmados por su tardanza, vengan a buscarlos desde el pueblo.

Como es una película coral, no tiene sentido desmenuzar cada una de las relaciones que se establecen en la película, pero todas ellas conforman un «fresco» de la decadencia argentina, por un lado —buena parte de los recuerdos del Nobel  son, literalmente, ruinas—, y de la dificultad de la cultura para redimir a nadie en un rincón apartado en el que las exigencias del cultivo de la tierra y otros menesteres muy «apegados» a la tierra, a lo esencial de la supervivencia, construyen una mentalidad muy distinta de la perfilada por una educación exquisita, aunque en el pueblo también tienen sus artistas, como el concurso de pintura, del que el Nobel ha de ser jurado, da a entender, y que es uno de los tramos más divertidos de la historia, aunque la principal complicación vendrá por la vertiente sentimental que supone el recuerdo de quien era su novia, antes de irse, ahora casada con un condiscípulo escolar, una parte de la historia que concentro los momentos más duros, amargos y ácidos del retrato total del pueblo y sus habitantes. Es cierto que hay un leve desnivel en el guion en el encuentro de los dos pretéritos novios, pero enseguida la aparición de la hija se encarga de ubicarlo en la senda correcta de la sátira demoledora. Y poco más se puede decir, sin destripar el placer de todos esos pequeños detalles que van literalmente «asaltando» a la gloria local que ha tenido a bien «aparecer» entre ellos, trayéndoles el protagonista de unas noticias que solo se ven en los telediarios.

La interpretación de Óscar Martínez, de quien he visto muchas actuaciones impecables, la última fue El cuento de las comadrejas, de Juan José Campanella, es literalmente perfecta, lo cual no quiere decir que esta película describa el enfrentamiento entre un «héroe» y el pueblo donde nació, sino la compleja relación del escritor con la memoria y, sobre todo, con la vida auténtica. Y ya sabemos que «auténtico», en nuestros días, tiene tanto de elogio como de censura…

En cualquier caso, y sobre todo para los amantes, como yo lo soy, del español argentino, esta es una oportunidad para disfrutar de él inmejorable.

 

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