Divertidísima película maldita de Blake Edwards que conviene revisitar: El cine por de dentro, y un Bruce Willis con el encanto de Luz de Luna.
Título original: Sunset
Año: 1988
Duración: 107 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Blake Edwards
Guion: Blake Edwards
Música: Henry Mancini
Fotografía:Anthony B. Richmond
Reparto: Bruce Willis, James Garner, Malcolm McDowell, Mariel Hemingway,
Kathleen Quinlan, Jennifer Edwards, Patricia Hodge, Richard Bradford, M. Emmet
Walsh, Joe Dallesandro, Andreas Katsulas, Dermot Mulroney, Vernon Wells, Peter
Jason, Glenn Shadix, Grant Heslov.
No la vi en su momento, porque
incluso en la carrera de un director, cuando es larga, hay baches en los que
parece haberle abandonado su “don”, su “duende” particular, pero hace unos días
me atreví con este Asesinato en Beverly Hills y he de reconocer que me
llevé una gratísima sorpresa, porque no esperaba que me pudiera reír tanto con
este estrafalario thriller lleno de guiños metacinematográficos y en el que dos
figuras legendarias, cada uno en lo suyo, Tom Mix, el “primer” vaquero célebre
de la Historia del Cine, luego vendrían Gene Autry, Roy Rogers, Kit Karson y
muchos otros, y Wyatt Earp, el lengendario defensor de la ley que participó en
la «balacera» célebre de O.K Corral, unen sus esfuerzos para convertirse en dos
«colegas» que investigan un misterioso asesinato que incrimina, todo parece indicarlo,
al hijo del productor de la película que rueda Tom Mix, teniendo como «asesor» especial
—no solo los contratan en la política— al inmortal Wyatt Earp, leyenda viva del Far
West. El toque algo esperpéntico, a fuer de glamuroso, que Edwards
insufla en la historia nos permite adentrarnos en un planteamiento satírico y
jocoso que mezcla a partes iguales la ironía de los diálogos, magníficos, con
una crítica mordaz de los usos y abusos del mundillo cinematográfico que vive
extramuros la realidad para la que aderezan sus productos.
Las películas
de cine sobre cine, como la inmortal, aunque algo coja, de Truffaut, La
noche americana, suelen ser motivo de lucimiento para los directores,
porque, al menos, tratan un material del que tienen un conocimiento directo.
¿Cuál es el atractivo de esta comedia de Edward? Pues la elección de dos
figuras legendarias, una casi desconocida para los espectadores poco amigos del
cine mudo, Tom Mix, todo un fenómeno social en su época, y un legendario Wyatt
Earp que murió antes de que el cine iniciara una recreación de su vida y de la
leyenda de O.K.Corral que ha llegado hasta nuestros días y que ha tenido
narradores tan cualificadísimos como John Ford. En la medida en que hablamos de
cine, hemos de hablar, forzosamente, de licencias poéticas, anacronías y otros
caprichos que desfiguran totalmente la realidad, pero eso ha de caer en el balance
de los críticos de nota a pie de página, no de los espectadores que aspiran a
pasar un buen rato, objetivo que la película cumple con creces. Como guiño inevitable
ha de considerarse que quien encarna a Wyatt Earp, James Garner, lo hubiera
hecho más de 20 años antes en La hora de las pistolas, de John Sturges,
lo cual nos permite hablar de lo que el título en inglés acentúa y el español
no recoge: la crepuscularidad de un western que se sale de su marco
espacial para ser rodado en Los Ángeles, algo así como ocurre con los vaqueros
de John Ford que cabalgan por las calles de Nueva York en su película muda Bucking
Broadway.
Un productor en
apuros, con chanchullos amparados por la policía corrupta y amigo de un gánster
—un casi irreconocible Joe D’Alessandro, quien tuvo no retuvo…— amante de su
hija, contrata a Wyatt Earp para que se convierta en asesor de Tom Mix para la
nueva película que están rodando sobre la vida de tal leyenda viva, la cual
hubiera sido, en 1929, la primera de la larga serie de ella que vino después.
Así pues, la ficción ocupa un espacio ganado a la verosimilitud. Sucede que en
1929, cuando se celebra la primera gala de los Oscar y el productor, un excómico
que, para ganar la complicidad nostálgica de los asistentes, realiza uno de sus
otrora famosos números cómicos, y ha de decirse que es de lo mejorcito de la
actuación de Malcolm McDowell en la película, en la que encarna al gran malvado
de la trama; en mayo de 1929, decía, cuando
tiene lugar esa celebración, Wyatt Earp hacía cuatro meses que había pasado a
mejor vida… ¡una minucia de nada, si el guion es eficaz y cumple su cometido!
Ese guion exige también que la pareja investigadora sume la veteranía de uno
con la juventud del otro, pero, también en 1929, Tom Mix cumplió 49 años, muy
lejos de los insultantes veintipocos del apuesto Willis en la película. Ya
habrán advertido los espectadores sagaces que la película pasa de ser una
sátira del viejo cine a convertirse en una buddy movie, esto es, en la
típica pareja de amigos cordialmente discrepantes que han de resolver un caso
usualmente de asesinato, como así sucede. ¿Cuál es la novedad? Pues que,
saliendo del set de rodaje, ambas leyendas se comportan en la película con los
mismos registros del western que están rodando, pero desde una
perspectiva autocritica y desmitificadora que consigue momentos y diálogos
excelentes, y que no le chafaré a los espectadores a los que consiga convencer
para deleitarse con esta comedia que, a mi juicio, vale bastante más de lo que
la crítica ha dicho de ella y la floja taquilla de su estreno da a entender (de
los 16 millones que costó, solo recaudó 4 y medio).
Con todo, lo que está claro es que Edwards
nos invita a participar de un anacronismo estilizado que le permite una puesta
en escena muy diversa, y en la que el juego que da la pareja del novato y el
experimentado da mucho más de sí de lo que, a mi juicio, vieron en su momento
los críticos y el público. Una de las frases recurrentes de la historia es la
que usa Wyatt Earp, y que sirve tanto para su propia historia como para la
presente película: It’s all true, give or take a lie or two. Añádase,
para los sagaces espectadores, que la película se avanza a L.A. Confidential,
de Curtis Hanson, en un significativo aspecto de la trama que no les pasará
desapercibido. No la he visto desde los ojos de la cinefilia, sino desde la misma
actitud que mantengo siempre ante cada alzamiento del telón: la confianza en
que la historia que me van a contar me seduzca. Y confieso que eso mismo me ha
pasado. Me he divertido un rato largo y me ha dejado tan excelente sabor de
boca que vengo corriendo a mi Ojo para comunicar la buena nueva a
quienes hayan desdeñado verla o simplemente no sepan de su existencia.
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