jueves, 14 de octubre de 2021

«Siempre Eva», de Tay Garnett, entre el vodevil y la comedia corrosiva.

 

Cine sobre el cine desde la óptica empresarial de los grandes estudios: La magia del cine vs. la dura realidad de las cifras…

 

Título original: Stand-In

Año: 1937

Duración: 91 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Tay Garnett

Guion: Gene Towne, C. Graham Baker. Novela: Clarence Budington Kelland

Música: Heinz Roemheld

Fotografía: Charles G. Clarke (B&W)

Reparto: Leslie Howard, Joan Blondell, Humphrey Bogart, Alan Mowbray, Marla Shelton, C. Henry Gordon, Jack Carson, Tully Marshall, J.C. Nugent, William V. Mong.

 

         Hace poco critiqué Asesinato en Beverly Hills, de Blake Edwards, una parodia de las películas de detectives a través de una incursión en el mundo del cine desde dentro, con dos personajes legendarios: Tom Mix y Wyatt Earp, y hoy nos acercamos de nuevo a ese género metacinematográfico gracias a una película temprana de Tay Garnet, quien nueve años más tarde dirigiría un auténtico clásico: El cartero siempre llama dos veces, la tercera adaptación cinematográfica  de la novela de James Cain después de Le dernier tournant, de  Pierre Chenal, en 1939 y de  Ossessione, de Luchino Visconti, en 1942.

Siempre Eva es una comedia, en efecto, pero no llega al disparate ni es, tampoco, una parodia, sino un intento de comprender el funcionamiento interno de unos grandes estudios a raíz de la posible venta de los mismos, por parte de una sociedad radicada en Nueva York, a un especulador que quiere, a su vez, deshacerse del estudio para sacar un beneficio a los terrenos donde se levanta. El director financiero de la sociedad, Leslie Howard defiende que la venta sería ruinosa, porque perderían el 50% del valor de la propiedad, y, a su juicio, lo único que ha de hacerse es reordenar los gastos exorbitantes para mejorar los beneficios. La sociedad, de carácter familiar, está dirigida por el patriarca que tiene en su comité de dirección tanto a su hijo como a su nieto, dos auténticos incapaces de marca mayor. Es una lástima que esa veta narrativa solo nos acompañe brevemente al inicio de la película, porque al patriarca podría habérsele sacado un extraordinario partido, dada su vis cómica. Enseguida, sin embargo, el jefe contable de la sociedad, una luminaria en los ambientes de Wall Street, pero sin la más mínima experiencia vital, aunque con un largo historial de dedicación a las matemáticas, las cuales, a su juicio, son la piedra angular sobre la que se ha construido la sociedad,  se desplaza a Los Ángeles para instalarse en el Estudio Colossal e inspeccionar sus cuentas, de modo que pueda ajustar los presupuestos y convertirlos en lo que pueden ser: una fuente importante de beneficios para la sociedad en la que presta sus servicios.

Desde su accidentada llegada,  tras rehusar los servicios del guía que el estudio pone a su disposición y tras haberse tropezado con Joan Blondell, exniña prodigio y actual fracasada que sirve de doble en escenas en las que ha de soportar el calor de los focos para que se ajusten las condiciones del rodaje y salga después la estrella de turno para rodar la escena, esta le propone al protagonista, si es cierto que no quiere ser molestado por tirios y troyanos, que se instale en su pensión, donde nadie aparecerá con una niña que le represente un número como el que la madre de la aspirante a niña prodigio le obliga a tener que soportar cuando él «toma posesión» de su cargo en la dirección de los estudios. Cuando él llega, se está terminando el rodaje de la última posibilidad de salvar los estudios gracias a un éxito que rueda un director sin escrúpulos, aunque a las órdenes de un jefe de producción, interpretado por un Humphrey Bogart en meteórico ascenso después de haber rodado un año antes El bosque petrificado, de Archie Mayo, un actor que es capaz de darle a su personaje un relieve que en realidad no tiene en la historia, pero su manera de interpretar, más alguna escena excepcional, consiguen que todos nos fijemos en él, por encima del protagonista, Leslie Howard y en igualdad de condiciones con Joan Blondell, cuyo pizpireto personaje se adueña de la representación. El problema con Howard es que acaba convirtiendo a su personaje en una caricatura, lo que le resta la verosimilitud que exige la historia, aunque se va creciendo y alcanza, al final, una dimensión que lo redime de todas las tonterías que se ha visto obligado a hacer en la exhibición de una timidez casi patológica. Con todo, la película explota a fondo esa dialéctica del virginal inexperto tímido y la chica de vuelta de todo y consigue escenas superlativas.

A medida que avanza la acción, advertimos que el sistema de grandes estudios es un gigante con los pies de barro, y que, ¡ya en 1937!, el sistema de las grandes estrellas en películas que no valían gran cosa, más que la presencia de ellas, parece entrar en declive y aleja a las multitudes de las pantallas. La critica de esas naderías que rodaban actrices de medio pelo, perfectamente propagandeadas, aparece en todo su esplendor en la cinta, y depara algunas escenas brillantes, como la del rodaje en la selva, ridículo hasta la exasperación.

A todo ello pretende el nuevo director contable ponerle remedio, pero se da cuenta de que todos sus esfuerzos no van a servir para relanzar los estudios, porque la preview de la película arroja unos resultados más que lamentables. Entonces la protagonista le recuerda que solo el jefe de producción al que acaba de despedir, porque él mismo ha sido despedido, sería capaz de deshacer el entuerto. Entonces se le ocurre la idea brillante: ampararse en el pequeño accionariado de los estudios para plantar cara a nuevo comprador, pero eso solo puede hacerlo con una refilmación de la película que los saque del atolladero. En fin, una suerte de desafío que el jefe de contabilidad de la sociedad neoyorquina le lanza a su jefe para devolverle, intactos, Colossal, sin tener que perder los cinco millones de dólares que estaba dispuesto a perder al vender a la baja. ¿Lo conseguirá?

Por el camino, habremos entrado en el apasionante y duro mundo de aspirantes a estrellas que tato tiene de circo como de drama el mundo del cine, y ello en contraste con un ingenuo al que solo Eva, siempre Eva…, será capaz de «despertar»…

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