jueves, 6 de enero de 2022

«Vida privada», de Sílvia Munt, a propósito de la obra de Josep Maria de Sagarra…

 

Una ocasión desaprovechada, a pesar del buen sabor de boca que deja, para llevar a la pantalla toda la riqueza de una novela transgresora en su momento y, parece, por lo visto en Aló3, que también ahora…

 

Título original: Vida privada

Año: 2017

País:  España

Dirección: Sílvia Munt

Guion: Coral Cruz. Novela: Josep Maria de Sagarra

Música: Jordi Nus

Fotografía: David Omedes

Reparto: Pablo Derqui, Francesc Garrido, Aida Folch, Pedro Casablanc, Maria Molins, Diana Gómez, Àgata Roca, Pep Cruz, Empar Ferrer, Nao Albet, Cristina Gebenat, Mingo Rafols, David Bages, David Vert, Marta Angelat, Anna Güell, Gabriela Flores, Míriam Iscla, Vicky Peña, Màrcia Cisteró, Carles Bigorra, Enric Ases, Eduard Muntada, Raimon Molins, Jordi Puig, Anna Bellmunt, Anna González, Jordi Coromina, Ramón Mesull, Jaume Carbonell, Carles Punyet, Pep Martínez, Sonia Sopera, Cristina Barbero, Oriol Maymó.

 

         Está claro que cualquier título calla más de lo que dice, y ahí han de entrar los lectores para desentrañar el contexto del mismo y dotarlo de significado. El «privada» del título se ha de poner en relación, forzosamente, con el ámbito «público» en que esa vida se inserta y se ha de inferir la relación dialéctica entre ambos. La adaptación que han hecho Coral Cruz y Sílvia Munt de la prestigiosa obra de Sagarra para Aló3,  la televisión privada del secesionismo, pero pagada con dineros de todos los contribuyentes, prácticamente ha desdeñado el rico contexto social y político de la misma para centrarse en las turbias relaciones amorosas y sexuales de los hijos del marqués de Lloberola, una familia de la pequeña aristocracia venida a menos y cuyos herederos tienen más de crápulas y vividores que, propiamente, de una clase alta emprendedora que mirara por el bien propio y la proyección económica y cultural de Cataluña. Una obra de «interiores» como símbolo del secretismo de las clases poderosas y de las que van dejando de serlo. El rico tejido coral de la novela de Sagarra ha sido reducido en esta adaptación hasta casi la caquexia narrativa, a fuerza de poner el foco de atención en las dos relaciones eróticas de ambos hermanos. Sí que se refleja con absoluta propiedad el contexto familiar, piadoso, del marqués, y el cínico y con doble moral de la baronesa y sus amigas, una vertiente de la novela que nos e acaba de desarrollar en la novela, excepto una salida a La criolla, el cabaret de moda en la Barcelona depravada, y un remedo de fiestón “rave” bastante desangelado.

         Como sucede con todas las adaptaciones «de época», parece que toda la fuerza cinematográfica se vaya en la puesta en escena, el vestuario y los detalles que captan los usos y costumbres con total fidelidad al original, lo cual desguarnece el flanco del argumento y le confiere a la película una suerte de aura de museo animado que a pesar de la admiración que suscita en los espectadores, en modo alguno sustituye los ejes de fuerza narrativa que vertebran la novela de Sagarra, amenísima de leer y muy rica en la descripción de un cambio de época que llegará incluso a los tiempos de la República. Está fuera de toda duda que una adaptación televisiva coherente hubiera necesitado, como mínimo, entre ocho y diez capítulos, en vez de la miniserie, de muy agradable visionado, pero muy insatisfactoria si de lo que se trataba era de darle al espectador una versión fílmica de una novela que escandalizó en su época y que, por algunos de sus contenidos, como la burla irónica de los independentistas de entonces y los aristócratas y burgueses arrimados a la Dictadura de Primo de Rivera, parece que sigue haciéndolo en nuestros días.

         Habiendo dejado sentado que no estamos ante la totalidad de Vida privada, sino ante una adaptación que privilegia lo que podríamos considerar como la parte de la historia con mayor tirón popular, la miniserie se ve con gusto y aun con placer, porque las interpretaciones son de mucha altura, sobre todo las de Francesc Garrido y Pablo Derqui, que cargan con el peso de la película, poniendo la cota interpretativa a muy alto nivel: la presencia, la gesticulación, la dicción…, todo brilla extraordinariamente y consigue atraer a los espectadores y que se interesen por los destinos de esos dos hermanos tan diferentes y, sobre todo el pequeño, Guillem, un aspirante de escritor que solo se sabe que lo es, en la miniserie, porque él lo revela en un momento dado, hurtándonos la estupenda conversación que mantiene con su amigo abogado sobre sus proyectos literarios, un contraste perfecto, ya puestos, entre quien se somete a la lucha por la vida y quien se sube a la corriente de ella, llevado por el don de la oportunidad, aunque esta incluya la depravación moral.

         La selección de escenarios de calidad, el vestuario y una iluminación casi expresionista de los interiores en los que los personajes acaban revelando su verdadera naturaleza son señales de una cuidada producción que quiere poner de relieve el lujo de que participaban los nobles de la época, algo que se consigue casi más allá de la perfección. El modernismo aparece por todos lados como una suerte de señal identificadora de una clase social, y por ello mismo se echa de menos, por ejemplo, lo que para la familia Lloberola, arruinada, supone el traslado de la familia a un piso del Ensanche o que los hijos de Frederic se conviertan en trabajadores para ganarse la vida que la herencia dilapidada de los marqueses no les podrá facilitar.

         Aunque cumple con lo esperado, Aida Folch no es actriz de mi predilección, si bien domina a la perfección las escenas eróticas con Guillem, pero hay una suerte de atonía inexpresiva en su dicción y en sus gestos que le quitan relieve al seductor personaje que creó Sagarra. No obstante, ya digo, son meritorias las actuaciones de todo el plantel, lo que contribuye a darle a la miniserie una solvencia y un empaque que permite hablar de ella como una película atractiva, interesante, y, basándose en esa excepcional fotografía, muy bien dirigida por Munt, quien coloca la cámara donde debe y sabe sacarle un rendimiento magnífico a la puesta en escena, tanto en el lujo modernista como en la relativa modestia de la casa de la modista o en el triste final en sus bienes raíces del primogénito de los Lloberola, un pobre hombre fiel a su insolvencia social. La narración, que se abre con la venta del famoso “tapiz” de los Lloberola, metáfora de sus nobles raíces, se cierra con el reingreso del mismo en la familia, pero en muy otras circunstancias. La miniserie narra ese periplo y, aunque deja fuera de él, el otro tapiz, el social, descrito por Sagarra, consigue atraer la atención de los espectadores hacia esa inevitable decadencia de una clase social inadaptable a los nuevos tiempos que se simbolizan en la llegada de la Segunda República.

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