viernes, 7 de enero de 2022

«El triunfo de la audacia» y «Tragedia submarina», de John Ford, sus primeros sonoros.

 

Título original: Salute

Año: 1929

Duración: 84 min.

País: Estados Unidos

Dirección: John Ford

Guion: James Kevin McGuinness

Fotografía: Joseph H. August (B&W)

Reparto: George O'Brien, Helen Chandler, William Janney, Stepin Fetchit, Frank Albertson, Joyce Compton, David Butler, Lumsden Hare, Clifford Dempsey, Ward Bond

 

 



Título original: Men Without Women

Año: 1930

Duración: 77 min.

País: Estados Unidos

Dirección: John Ford

Guion: Dudley Nichols, Otis C. Freeman. Historia: John Ford, James Kevin McGuinness

Música: Carli Elinor, Peter Brunelli, Glen Knight

Fotografía: Joseph H. August (B&W)

Reparto: Kenneth MacKenna, Frank Albertson, J. Farrell MacDonald, Warren Hymer, Paul Page, Walter McGrail, Stuart Erwin, George LeGuere, Charles K. Gerrard, Ben Hendricks Jr., Harry Tenbrook, Warner Richmond, Frank Baker.

 

El mundo de la milicia en la preparación y en activo: la divertida rivalidad Navy-Army y un colosal ejercicio de supervivencia en un submarino hundido.

 

         

    Siguiendo mi firme determinación de ver el corpus total de la filmografía de John  Ford uno de esos propósitos que no son de un año, sino de una vida, reconozco que me ha costado lo mío acceder, finalmente, a estas dos películas de ambiente militar que, tras El barbero de Napoleón, constituyen su 4ª y 5ª películas sonoras, aunque, a título de curiosidad, la versión que he visto de Men Without Women, un título muy fordiano para una película que lo es y mucho, combina el sonoro y los intertítulos, quizás porque la única copia totalmente sonora no ha sido puesta a disposición del público por la institución que la custodia. Esa mezcla extraña de sonoro y mudo confiere a la cinta un atractivo indiscutible.

    El ejército, para Ford, que militó en él y dirigió algunos documentales y películas insólitas, como el documental instructivo sobre cómo actuar como espía tras las líneas enemigas, Undercover, y otro, abracadabrante, sobre la prevención contra las  enfermedades venéreas, Higiene sexual, es una institución sólidamente relacionada con su obra filmográfica. Algunos dicen que el patriotismo militar de  Usamérica cae de del lado de su invención. No se me ocurriría llegar tan lejos, pero sí es cierto que el ejército, en diferentes etapas de la historia de Usamérica ha sido objeto de su atención preferente, y desde todas las perspectivas posibles, incluida la crítica a sus aspectos más negativos, como la excesiva burocratización o el absurdo de la obediencia debida a toda costa. Por otro lado, nadie mejor que él ha descrito el sentido del deber, de la diciplina, del honor y del sentido del humor uniformado en sus muchas películas bélicas y militares en tiempos de paz. 
    El triunfo de la audacia es una suerte de canto a la firme voluntad de superar las adversidades para hallar el propio camino, esta vez en el ejército. Dos hermanos huérfanos y criados por sus abuelos han sido destinados, uno al Ejército de Tierra y el otro a la Armada, y ambos van a entrar en conflicto a cuenta del enfrentamiento deportivo entre ambas instituciones para dirimir el vencedor del gran desafío en la modalidad del Fútbol usamericano, en cuyas dos escuadras participarán ambos hermanos, como destaca el jocoso locutor del enfrentamiento. Antes de ese final de incierto resultado, la película narra el alistamiento del joven, su dura vida militar, sobre todo soportando a los veteranos, que se hartan de humillar a los noveles con pesadas bromas, y cómo lo más difícil de superar es el intento del hermano mayor, aprovechándose de su apostura y experiencia, de birlarle la novia. Nada aparentemente trascendente, pero Ford, pasando por el tamiz del humor el aprendizaje de los reclutas, sabe trasladarnos los desasosiegos de los jóvenes personajes y describir a la perfección ese mundo de códigos y disciplinas castrenses más allá de la vida ordinaria. Los movimientos de masas que se dan en la película acreditan al joven director de entonces, como un consumado maestro de la composición multitudinaria. Llaman muchas cosas la atención en esta película, y una de ellas no le pasará desapercibida al buen aficionado, tanto a las películas de Ford como al Fútbol usamericano: la presencia de cadetes cheerleaders, pero sin pompones…,  del equipo de la Navy dirigiendo el entusiasmo animador de los espectadores que, antes de llegar al estadio, han desfilado marcialmente hasta el mismo, una suerte de parada militar que adopta, en la película de Ford, un aire inequívoco de documental, hasta tal punto de que he llegado a dudar de si no ha usado un material ya rodado y que ha unido a su película. Mientras veía una secuencia del baile muy divertida, he reconocido inmediatamente la voz de John Wayne, pero no he localizado su presencia. He tenido que retroceder unos minutos para, en efecto, encontrármelo en una aparición fugaz, con una sola frase, pero imponentemente guapo y apuesto, anunciando ya su inmortal aparición en La diligencia… No podemos olvidar la aparición cómica del criado negro encarnado por el inefable Stepin Fetchit, como Smoke Screen, con su farfulleo tradicional para el que se habría de buscar un intérprete y que aparecerá muy destacadamente en El sol Siempre brilla en Kentucky. Adviértase, a título anecdótico, que la cabra como mascota no es solo propia de los legionarios españoles, sino también de los marineros de la Navy usamericana…

         Tragedia submarina comienza de un modo muy singular, con ese típico humor irlandés de Ford, tan masculino. Un destacamento de un submarino destinado en el Mar de la China está en tierra, divirtiéndose en una suerte de café cantante y burdel con una barra quilométrica a la que Ford le arranca unos planos con una profundidad de campo abisal. El ambiente de los militares disfrutando del permiso oscila entre las dos tentaciones por excelencia de estos «hombres sin mujeres»: el alcohol… y las mujeres, por supuesto. Llama la atención, cuando los hombres vuelven a su submarino, reclamados para una salida urgente, la presencia de las prostitutas en una suerte de hornacinas que recuerdan el Barrio Rojo de Amsterdam. Los hombres que vuelven al submarino intentan camuflar algo de alcohol que ha de pasar, sin embargo, el férreo control de los marineros que los cachean para detectarlo. En ese acto rutinario, sin embargo, Ford construye un gag magnífico, ayudado por la genial interpretación de ese actor-fetiche suyo que fue Warren Hymer, secundado, a su vez, por quien protagonizara Riley the Cop («Policía sin esposas»), el espléndido y siempre gracioso Farrell  MacDonald. Con esos mimbres se hace un cesto de categoría, y eso es lo que consigue Ford. El nexo de unión entre estas dos películas corre a cargo de uno de los dos jóvenes protagonistas de la primera que, en esta segunda, se incorpora como nuevo oficial a la nave, el personaje Albert Edward Price, representado por Frank Albertson, quien tuvo un papel muy destacado en ¡Qué bello es vivir!, de Capra, entre otros.

         La intriga de la película se gesta cuando un alto mando cree identificar a un «fantasma», un militar dado por muerto en el hundimiento de un barco cuyas coordenadas fueron facilitadas al enemigo por un espía, acusación que recayó sobre el infortunado marino, quedando su enamorada libre de todo cargo. Cuando, por una avería, el submarino comienza a hundirse, parte de la tripulación queda atrapada en la sala de máquinas y el joven oficial ha de tomar el mando de la nave. Todos ignoran quién sea el mando intermedio que estuvo involucrado en el otro hundimiento y, por lo tanto, les es imposible dudar de nadie. En todo caso, una vez que se consuma el hundimiento, comienza la lucha por la supervivencia, a la espera, improbable, de que algún barco acuda en su ayuda para rescatarlos. La tensión lógica, provocada por semejante escenario angustioso y claustrofóbico, no tarda en pasar factura a los diferentes personajes que integran la reducida tripulación que queda, poco más de una docena de hombres. Es muy sorprendente la capacidad de Ford para generar un clima de desasosiego que va aumentando paulatinamente, a medida que el espacio se va inundando lentamente y algunos marineros incluso llegan a perder el juicio, como cuando uno de ellos, con una granada, pretende volar por los aires el espacio en el que todos se guarecen, administrando una bombona de oxígeno con cuentagotas… El joven capitán al mando ha de disparar y matarlo, lo que le provoca un arrepentimiento y una postración anímica que casi lo incapacitan para seguir mandando. Estamos en presencia, pues, de una de esas típicas películas como Lifeboat («Náufragos»), de Alfred Hitchcock, cuya acción transcurre en un espacio muy reducido y hay una más que seria amenaza de muerte para los personajes, quienes han de aprender a sobrevivir a sus propias desesperaciones y cooperar con el resto para alargar lo más posible la vida con la esperanza de ser rescatados. Al parecer, es la primera película de submarinos en que se ruedan situaciones de esa naturaleza, lo que hace de John Ford todo un adelantado a tiempos posteriores en que se ha explotado hasta el máximo la vida y la tensión en un submarino, desde La caza del Octubre rojo, de John McTiernan hasta Viaje alucinante, de Richard Fleisher,  por poner dos ejemplos de géneros distantes. El buen hace narrativo de Ford consigue un resultado que va mucho más allá de la simple película de ambiente militar, porque esos hombres atrapados en el fondo del mar, con remotas posibilidades de salir con vida de ese encierro, nos representan a todos, tengamos o no uniforme. No quiero arruinar el final para quienes tengan el buen gusto de acercarse a estas obras primerizas de Ford, pero en modo alguno defectuosas, antes al contrario. Recordemos que dentro del cine mudo, Ford dirigió películas perfectamente a la altura de las de Griffith, sin ir más lejos. Y esta me parece una de ellas. Hágase la salvedad de la aparición de los intertítulos para suplir las partes sonoras que no se han conservado, pero, aun así, la película no pierde un ápice de su sobresaliente interés.

 

        

 

 

 

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