Película comprometida socialmente de un creador de clásicos del cine, Jack Arnold.
Título original: Man in the Shadow
Año: 1957
Duración: 80 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Jack Arnold
Guion: Gene L. Coon
Música: Hans J. Salter,
Herman Stein
Fotografía: Arthur E. Arling
(B&W)
Reparto : Jeff Chandler; Orson Welles; Colleen Miller; Ben Alexander;
Barbara Lawrence; John Larch; James Gleason; Royal Dano; Paul Fix.
Jack Arnold es una leyenda viva
del cine, siquiera sea por haber filmado títulos que permanecen en la memoria
de los espectadores a través de las generaciones, como La mujer y el
monstruo, El increíble hombre
menguante o Tarántula, aunque algunos críticos tiendan a rebajar su
grandeza ubicándolo en lo más alto del escalafón de la serie B. Sea como fuere,
Arnold es un director cuyos recursos compiten sobradamente con los de los
grandes directores de los que no dudamos en calificarlos como tales. Una
muestra de su «otro» cine, el que se acerca más a los planteamientos del cine
para grandes públicos, sería esta película que no en vano cuenta con uno de los
genios del cine en su reparto: Orson Welles. Carol Reed, que lo dirigió en El
tercer hombre, supo lo difícil que es trabajar con quien, con su sola
presencia en el set, da la
impresión de tener una solución mejor que la escogida por el Director para
cualquier secuencia. Welles desarrolló una amplia carrera como actor, dadas las
dificultades de financiación que encontró siempre para sus proyectos, tan
particulares, y, curiosamente, con una cierta tendencia a encarnar sujetos nada
recomendables. Atractivos, como en El tercer hombre, o infames,
como el dueño del rancho en esta película. En todo caso, su presencia suele ser
una garantía de fiabilidad para el espectador, excepto que le acosaran las
deudas…
El inicio de la
película resume en apenas tres minutos el meollo de la película: dos vaqueros
aguerridos entran en el barracón de los peones mejicanos que trabajan para el
dueño y se llevan a rastras a un joven que se está acicalando en e espejo. Esa
secuencia la interrumpe el plano de la hija del dueño del rancho asomada a su
balcón. Inmediatamente después, un testigo mejicano presencia la paliza de los
dos vaqueros al joven, lo que acarrea la muerte de este. ¡No se puede pedir más
en menos minutos! El racismo hacia los mejicanos; el dueño que se cree con el
derecho feudal de disponer incluso de las vidas de sus vasallos; la complicidad
de los matones con el jefe y las relaciones amorosas entre clases diferentes.
En cuanto
aparece el sheriff del condado en su oficina y se ve al mejicano esperando para
hacer su declaración contra los vaqueros y el dueño del rancho, nos vamos
acercando al nudo de la historia, porque, aunque en principio su ayudante trata
de disuadirlo de que preste crédito al “indio”, al sheriff comienzan a surgirle
dudas sobre la naturaleza de la desaparición del joven trabajador del rancho,
más aún después de hacer ciertas indagaciones al respecto.
El hecho de que
el ranchero constituya algo así como el “motor económico” del condado se
manifiesta en el escaso apoyo social y judicial que recibe el sheriff para
llevar sus indagaciones hasta el final. De nuevo, como es esquema de tantas
otras muestras del género, desde Solo ante el peligro, de Feed Zinnemann
hasta La jauría humana, de Arthur Penn, por ejemplo, tenemos a un sheriff
luchando por la verdad y la justicia frente a los intereses creados e la
comunidad, temerosa e las represalias del «poderoso».
El gran impulso
que alienta la labor del sheriff procede de la denuncia de la hija del
ranchero, quien se escapa de la férrea vigilancia establecida por su padre para
comunicarle al sheriff sus sospechas de que algo grave le ha pasado al joven
con quien solía verse. Cuando esto ocurre, sin embargo, los secuaces del
ranchero reciben la orden de «asustar» al sheriff, y en ese ajuste de cuentas hay una
escena, en la que lo arrastran con el coche hasta la plaza principal, rodada
con mano maestra.
Como cualquier
espectador puede imaginar, hasta la paciencia del sheriff más tranquilo,
bondadoso y amante de la Justicia, tiene un límite, traspasado el cual, no queda
ya sino seguir el conocido método del ojo por ojo diente por diente, para lo
que la estrella que luce en su pecho es un estorbo, de ahí que la devuelva a
los ciudadanos que lo han elegido y se lance a la captura de los malvados.
Se advierte,
pues, que estamos de lleno en lo mejor del género, sobre todo por lo que se
refiere a la implantación de la justicia, sea por mano estatal o por cuenta
ajena, en un esquema clásico entre explotadores y defensores de la ley.
Sí, de acuerdo,
tanto el sheriff, un Jeff Chandler algo sosainas, pero eficaz en su cometido,
como el ranchero, un Orson Welles que marca como nadie el perfil de la corrupción
y la maldad sin aparente esfuerzo, son figuras tópicas del paisaje del western,
e incluso muchas secuencias forman parte de los recursos propios del género,
pero ha de reconocerse que Jack Arnold sabe narrarlo con una dignidad absoluta,
sin perderse en tramas paralelas ni en ramales que desvíen el pulso narrativo
del asunto que le ocupa. Queda por ver cómo reacciona el pueblo ante una
situación, la indefensión de su propio sheriff, traicionado pro su ayudante,
que los interpela directamente; pero eso lo dejo en los ojos de los espectadores
que se acerquen a la película, a quienes les garantizo que no les defraudará.
La película, con su 80 minutos exactos, es un prodigio de concentración y
eficacia dramática. ¿Para qué queremos más?
No hay comentarios:
Publicar un comentario