lunes, 13 de febrero de 2023

«Sangre en el rancho», de Jack Arnold, entre el «western» y el cine social.

Película comprometida socialmente de un creador de clásicos del cine, Jack Arnold.

 

Título original: Man in the Shadow

Año: 1957

Duración: 80 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Jack Arnold

Guion: Gene L. Coon

Música: Hans J. Salter, Herman Stein

Fotografía: Arthur E. Arling (B&W)

Reparto : Jeff Chandler; Orson Welles; Colleen Miller; Ben Alexander; Barbara Lawrence; John Larch; James Gleason; Royal Dano; Paul Fix.

 

         Jack Arnold es una leyenda viva del cine, siquiera sea por haber filmado títulos que permanecen en la memoria de los espectadores a través de las generaciones, como La mujer y el monstruo,  El increíble hombre menguante o Tarántula, aunque algunos críticos tiendan a rebajar su grandeza ubicándolo en lo más alto del escalafón de la serie B. Sea como fuere, Arnold es un director cuyos recursos compiten sobradamente con los de los grandes directores de los que no dudamos en calificarlos como tales. Una muestra de su «otro» cine, el que se acerca más a los planteamientos del cine para grandes públicos, sería esta película que no en vano cuenta con uno de los genios del cine en su reparto: Orson Welles. Carol Reed, que lo dirigió en El tercer hombre, supo lo difícil que es trabajar con quien, con su sola presencia en el set,  da la impresión de tener una solución mejor que la escogida por el Director para cualquier secuencia. Welles desarrolló una amplia carrera como actor, dadas las dificultades de financiación que encontró siempre para sus proyectos, tan particulares, y, curiosamente, con una cierta tendencia a encarnar sujetos nada recomendables. Atractivos, como en El tercer hombre, o infames, como el dueño del rancho en esta película. En todo caso, su presencia suele ser una garantía de fiabilidad para el espectador, excepto que le acosaran las deudas…

         El inicio de la película resume en apenas tres minutos el meollo de la película: dos vaqueros aguerridos entran en el barracón de los peones mejicanos que trabajan para el dueño y se llevan a rastras a un joven que se está acicalando en e espejo. Esa secuencia la interrumpe el plano de la hija del dueño del rancho asomada a su balcón. Inmediatamente después, un testigo mejicano presencia la paliza de los dos vaqueros al joven, lo que acarrea la muerte de este. ¡No se puede pedir más en menos minutos! El racismo hacia los mejicanos; el dueño que se cree con el derecho feudal de disponer incluso de las vidas de sus vasallos; la complicidad de los matones con el jefe y las relaciones amorosas entre clases diferentes.

         En cuanto aparece el sheriff del condado en su oficina y se ve al mejicano esperando para hacer su declaración contra los vaqueros y el dueño del rancho, nos vamos acercando al nudo de la historia, porque, aunque en principio su ayudante trata de disuadirlo de que preste crédito al “indio”, al sheriff comienzan a surgirle dudas sobre la naturaleza de la desaparición del joven trabajador del rancho, más aún después de hacer ciertas indagaciones al respecto.

         El hecho de que el ranchero constituya algo así como el “motor económico” del condado se manifiesta en el escaso apoyo social y judicial que recibe el sheriff para llevar sus indagaciones hasta el final. De nuevo, como es esquema de tantas otras muestras del género, desde Solo ante el peligro, de Feed Zinnemann hasta La jauría humana, de Arthur Penn, por ejemplo, tenemos a un sheriff luchando por la verdad y la justicia frente a los intereses creados e la comunidad, temerosa e las represalias del «poderoso».

         El gran impulso que alienta la labor del sheriff procede de la denuncia de la hija del ranchero, quien se escapa de la férrea vigilancia establecida por su padre para comunicarle al sheriff sus sospechas de que algo grave le ha pasado al joven con quien solía verse. Cuando esto ocurre, sin embargo, los secuaces del ranchero reciben la orden de «asustar» al sheriff, y en ese ajuste de cuentas hay una escena, en la que lo arrastran con el coche hasta la plaza principal, rodada con mano maestra.

         Como cualquier espectador puede imaginar, hasta la paciencia del sheriff más tranquilo, bondadoso y amante de la Justicia, tiene un límite, traspasado el cual, no queda ya sino seguir el conocido método del ojo por ojo diente por diente, para lo que la estrella que luce en su pecho es un estorbo, de ahí que la devuelva a los ciudadanos que lo han elegido y se lance a la captura de los malvados.

         Se advierte, pues, que estamos de lleno en lo mejor del género, sobre todo por lo que se refiere a la implantación de la justicia, sea por mano estatal o por cuenta ajena, en un esquema clásico entre explotadores y defensores de la ley.

         Sí, de acuerdo, tanto el sheriff, un Jeff Chandler algo sosainas, pero eficaz en su cometido, como el ranchero, un Orson Welles que marca como nadie el perfil de la corrupción y la maldad sin aparente esfuerzo, son figuras tópicas del paisaje del western, e incluso muchas secuencias forman parte de los recursos propios del género, pero ha de reconocerse que Jack Arnold sabe narrarlo con una dignidad absoluta, sin perderse en tramas paralelas ni en ramales que desvíen el pulso narrativo del asunto que le ocupa. Queda por ver cómo reacciona el pueblo ante una situación, la indefensión de su propio sheriff, traicionado pro su ayudante, que los interpela directamente; pero eso lo dejo en los ojos de los espectadores que se acerquen a la película, a quienes les garantizo que no les defraudará. La película, con su 80 minutos exactos, es un prodigio de concentración y eficacia dramática. ¿Para qué queremos más?

 

        

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