domingo, 19 de febrero de 2023

«El Milagro de las campanas», de Irving Pichel: el cine y el catolicismo.

 


Entre la fe, el cine y el cuarto poder: una historia edificante, muy poco vista.

 

Título original: The Miracle of the Bells

Año: 1948

Duración: 120 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Irving Pichel

Guion: Ben Hecht, Quentin Reynolds. Novela: Russell Janney

Música: Leigh Harline

Fotografía: Robert De Grasse (B&W)

Reparto: Fred MacMurray; Alida Valli; Frank Sinatra; Lee J. Cobb; Harold Vermilyea;

Charles Meredith; James Nolan; Veronica Pataky; Philip Ahn; Frank Ferguson; Frank Wilcox.

 

         Animado por los visionados recientes de tres películas de Pichel, me animo a criticar una más, atendiendo a lo insólito de su propuesta y a cierto desdén que, por ello mismo, ha sufrido una película que puede competir perfectamente con cualquiera del vitalista Capra, salvando las distancias. Que se trate de una película en la que la fe católica tiene tanto peso, pues la película podría entenderse como una obra de propaganda de la misma —¡nada menos que con el crápula Sinatra encarnando al humilde sacerdote de la iglesia pobre de una localidad minera en la que hay cinco!—, quizás la haya perjudicado, aunque el hecho de que esté Ben Hecht al frente del guion —¡el creador de Primera plana!— no puede dejar indiferente al espectador avezado.

         La historia se construye a través de flashbacks que nos cuentan cómo un representante de gente del espectáculo lleva hasta su pueblo natal, una villa de mineros, los restos de una actriz que quiere ser enterrada en la iglesia de San Miguel, por su estrecha vinculación con su padre y con el pueblo.

         El representante, que queda imantado a la belleza de la joven desde que la conoce y la «protege», pues evita que un empresario se deshaga de ella en una prueba para elegir a las chicas del coro, vuelve a encontrarse con ella en un teatro de una pequeña localidad la víspera de Navidad y pasan juntos la festividad, en una escena a medio camino entre lo fantasmagórico y lo milagroso, pues cenan en un restaurante chino cuyo propietario los agasaja como si fueran dos celebridades, y no quiere cobrarles, lo que acentúa aún más ese ámbito de excepción que, como un aura, rodea a la protagonista, quien, en el curso de la cena, canta una canción popular polaca que resume, emocionadamente, su vínculo con su pueblo y su gente. La bellísima Alida Valli, en la última película de su etapa usamericana, viene de rodar El proceso Paradine, con Hitchcock y va a rodar, después de esta, El tercer hombre, de Reed. Más tarde llegarán obras capitales como Senso, de Visconti o El grito, de Antonioni… Se trata, pues, de una actriz en el apogeo de su carrera, y con unos compañeros de reparto que sobresalen de la media: Fred MacMurray, Frank Sinatra y Lee J. Cobb, lo que le da a la película una dimensión que va más allá del escaso éxito que tuvo en su momento.

         Tas el encuentro, el representante quiere que prueben a la actriz para sustituir a otra que iba a protagonizar Juana de Arco. El productor, un muy destacado papel de Lee J. Cobb, se opone frontalmente, porque es una inversión en una desconocida que no sabe si podrá recuperar, Finalmente accede y el rodaje de la película depara a la Valli varios momentos de memorable actuación, sobre todo el último discurso en la hoguera donde va a ser quemada viva. Desgraciadamente, así que se pone punto y final al rodaje, la actriz, aquejada de una enfermedad pulmonar propia de las explotaciones mineras, muere, lo que altera de tal manera el inmediato estreno de la película que el productor decide no estrenarla y dedicarse a buscar otra actriz para volver a rodar la película.

         Sin apenas dinero, y con solo 300 dólares en su cuenta, el representante cumple lo prometido a la actriz de quien ha estado secretamente enamorado e inicia, nada más llegar, los preparativos para el funeral, y entonces, a través del único empresario de pompas fúnebres de la localidad, se inicia una fase casi cómica centrada en las rivalidades entre iglesias y en el negocio que el hombre quiere hacer a costa de quien le es presentada como una «gran actriz» a quien, sin embargo, nadie en el pueblo conoce ni de lejos.

         Se le ocurre entones al representante iniciar una campaña de prensa para dar a conocer a la actriz y conseguir, por esa vía de propaganda, que la película se estrene. Contrata para ello los servicios de las cinco iglesias, cuyas campanas van a sonar día y noche durante los tres días previos al funeral de la actriz. En esta labor son fundamentales los periodistas que, tras oír la dramática historia de la actriz, ponen de su parte cuanto pueden para el buen fin de la empresa.

         La película da un vuelco total y, entonces, todo gira en torno a si el esfuerzo propagandístico será capaz de reblandecer el duro corazón del productor y el representante conseguirá que tan magna actuación como la de su representada logre ser vista por el público. Está claro que no es algo tan fácil de conseguir, y ahí entra la rotunda negativa del productor, quien está atando por contrato a la sustituta de quien, a su vez, fue sustituta de otra…

         Entre los flashbacks, varias conversaciones entre el agnóstico representante y el cura humilde de barrio pobre ponen los cimientos de la tesis religiosa que defiende la película y que, en un momento dado de la trama, cuando se produce el «milagro» al que se refiere la película engañosamente, porque no es «exactamente» el de las campanas, los papeles se invierten, lo cual no deja de ser un magnífico golpe de efecto que redunda en el beneficio de la película como una obra compleja, no como un artefacto de propaganda.

         La película está rodada con enorme solvencia y una muy buena selección de la puesta en escena, sea en la iglesia, en los estudios, en los despachos o incluso en el restaurante chino. La historia fluye narrativamente y, en la segunda parte de la misma, cuando la campaña mediática que se inicia con las campanas que redoblan por una actriz que nadie conoce, diríamos que hasta con cierto nervio, porque el plazo, tres días de campanas ha pagado con fondos de los que no dispone, es perentorio. Por supuesto que el final lo dejo a la libre imaginación de los espectadores, pero ya adelanto que, hasta llegar a él, la película merece ser vista, porque el tributo que el enamorado representante quiere brindar a la actriz, no es de origen religioso, sino humano, demasiado humano; y su ingenio para conseguirlo, desbordante.

 

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