martes, 14 de febrero de 2023

«Los Fabelmans», de Steven Spielberg, o el descubrimiento del cine y de la vida.

La familia singular de un cineasta precoz y visionario: un retrato divertido y doloroso.

 

Título original: The Fabelmans

Año: 2022

Duración: 151 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Steven Spielberg

Guion: Tony Kushner, Steven Spielberg

Música: John Williams

Fotografía Janusz Kaminski

Reparto: Michelle Williams; Paul Dano; Gabriel LaBelle; Seth Rogen; Judd Hirsch; Mateo Zoryon Francis-DeFord; Julia Butters; Jeannie Berlin; Oakes Fegley;  David Lynch; Robin Bartlett; Gabriel Bateman; Nicolas Cantu; Sam Rechner; Chloe East; Isabelle Kusman; Jonathan Hadary; Sophia Kopera; Birdie Borria; Alina Brace; Keeley Karsten; Chandler Lovelle.

 

         Pasados los 70, no sé por qué, se despierta un instinto autobiográfico que exige a algunos creadores pasar cuentas con su pasado. No sé si es el momento en que se siente el primer aletazo del pájaro oscuro o la dulce y deletérea intoxicación de la nostalgia, pero volver al pasado es un ejercicio de recreación que cada cual practica desde perspectivas muy dispares. A diferencia de la muy irregular, e incluso algo pestiñosa , al menos para este crítico, Dolor y gloria, de Almodóvar, Spielberg vuelve a su pasado familiar sin los ánimos casi hagiográficos del manchego y con la exclusiva intención de hacer un  encendido elogio al cine, a su descubrimiento y a su poder para entender la realidad, ¡para descubrirla, incluso!, y para transformarla. De todo ello, para placer inmenso de los devotos del Séptimo Arte, nos habla una película intimista que parece dirigida por alguien ajeno a la figura del director que se retrata en pantalla, del modo tan templado y ecuánime como se dibujan todos los integrantes de la familia y las complejas relaciones que se establecen entre ellos. La aportación del guionista de Múnich, Tony Kushner la imagino crucial para entender ese distanciamiento brechtiano que le permite a Spielberg dirigir una película sobre su propia vida como si los Fabelmans realmente hubieran existido con una vida calcada de la de los Spielberg, o algo así.

         Mientras la veía, por la condición judía de la familia y el humor judío constante que vertebra la película, me venía a la memoria insistentemente Días de radio, de Woody Allen, un experto memorialista en quien la vocación por su autobiografía comenzó, paradójicamente, cuando él era muy joven. Mientras en la película de Allen este descubre la música de jazz a través de la radio y su afición al clarinete; en la de Spielberg se muestra la primera y aterradora experiencia de Steven en su primera película y el descubrimiento de que filmar la realidad es un modo de exorcizar las pesadillas causadas por el propio cine y de crear una realidad paralela tan potente como la imitada a través de las imágenes. Los personajes familiares, más la presencia de un goy, es decir, no judío, amigo íntimo de su padre y elevado a la categoría de «tío» de sus hijos, «Uncle Benny», marca algún paralelismo con la película de Allen, porque la figura de la suegra, con su humor cáustico, contribuye poderosamente a reforzar esa relación. La divertida e inquietante presencia de un tío de la madre,  que los visita tras el fallecimiento de la abuela materna, supone un verdadero punto de inflexión y de reflexión en la vida del adolescente Spielberg, algo así como la aparición de Mefistófeles persuadiéndote del «firmar» tu gran contrato existencial. ¡Impresionante, Judd Hirsch!, de quien recuerdo su papel de cazador de nazis en la muy curiosa e incomprendida Un lugar donde quedarse, de Paolo Sorrentino.

         La película está rodada de tal manera, pues, que la distancia le permite a Spielberg retratar, con una transparencia que se acerca mucho a la objetividad, todos aquellos sucesos que configuraron su descubrimiento del cine y su pasión por rodar películas y hallar soluciones ingeniosas para algunos efectos especiales —como los fogonazos de los disparos mediante la perforación del negativo con un alfiler, por ejemplo— que muestran bien a las claras su defensa numantina, ¡hasta que llegó a la madurez!, de que no se trataba de una afición, lo suyo, sino de una apuesta por su futuro en el mundo complejo e impredecible de «las películas».

         La película destaca sobre todo la figura de la madre, de quien el niño Spielberg se siente tan cercano, una auténtica artista del piano que, como tantas otras mujeres en aquellos años 50 del pasado siglo, lo deja todo por la familia, aunque ese «todo» le acabe pasando una onerosa factura en forma de un creciente desequilibrio sentimental y emocional, pero de todo ello me está vedado hablar, porque la cámara de cine y el montaje tienen un papel esencial en el desarrollo de la vida familiar y, por lo tanto, en la participación de Steven en ella. Descubrir un poder tan extraordinario lo lleva a prometerse no volver a empuñar una cámara, pero…

         Supongo que a ello contribuirá, en parte, el físico y la mímica del actor escogido para encarnar a Spielberg, pero la aventura en la High School del protagonista recuerda enormemente al personaje favorito de Woody Allen: él mismo. Ser un poco enclenque y judío en aquellos años te convertía en candidato a ser el abusado predilecto e los armarios abusadores dedicados al cultivo del cuerpo y de modo ínfimo al de la mente. Por suerte, hay una vena cómica en todo lo relacionado con el despertar sexual, unido a la profesión ultramontana del cristianismo, que se convierte en un delicioso «corto» cómico en medio de otras tragedias cotidianas que afectan a los Fabelmans. Se trata de una narración con un espíritu cómico totalmente fordiano, aunque Spielberg se permite cargar las tintas en la puesta en escena, algo nada fordiano, dicho sea de paso.

         Los Fabelmans es, de paso, la crónica de un país y de un tiempo lleno de iniciativas y esperanzas, como se advierte en la parte profesional del padre, un Paul Dano con cara de infeliz a quien cuesta reconocer si no se le ha visto desde su estelar papel en Pozos de ambición, de Paul Thomas Anderson. El incipiente nacimiento de los primeros ordenadores sobrevuela la película, y justifica los frecuentes cambios de residencia de la familia, no siempre para bien, porque el desarraigo es uno de los primeros enemigos de la estabilidad emocional. La interpretación de la madre, a cargo de Michelle Williams, es extraordinaria, una actriz a quien ya admiré sobradamente por sus méritos en Mi semana con Marilyn, de Simon Curtis y en Blue Valentine, de  Derek Cianfrance, por lo que nada me extrañaría que esté entre las favoritas para el Oscar. 

         Los Fabelmans es una fiesta del cine, en efecto, y todo en la película remite constantemente a la importancia del Séptimo Arte —como lo definió Riccioto Canudo en 1911— en la vida del niño, adolescente y joven Spielberg, lo que vale decir en la vida de todo el mundo, porque ¿sería igual nuestra vida si no hubiéramos descubierto el mirífico Ojo Cosmológico, como lo definió Henry Miller, de quien este Blog toma el nombre?

         Como la guinda final de ese pastel es de sobra conocida, me refiero a la brevísima entrevista que tuvo Spielberg con John Ford el patriarca del cine mundial, junto a un selecto círculo que no pasa de siete autores, no quiero dejar de consignar el guiño profesional que supone invitar a David Lynch a revestirse de la tierna dureza de quien se presentaba a sí mismo como My name's John Ford. I make Westerns («Soy John Ford y hago películas del Oeste») y celebrar el encuentro inolvidable entre el consagrado y el aprendiz. A mí, lo confieso, esa escena estuvo a punto de hacerme gritar en medio de la escena: «¡Viva John Ford!», pero no iba solo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario