miércoles, 8 de noviembre de 2023

«Nido familiar», de Béla Tarr o el paraíso comunista.

El drama de la escasez de vivienda social en un país comunista.

Título original: Családi tüzfészek

Año: 1979

Duración: 99 min.

País:  Hungría

Dirección: Béla Tarr

Guion: Béla Tarr

Reparto: Laszlone Horvath, Gábor Kun, László Horváth

Música: János Bródy, Mihály Móricz, Szabolcs Szörényi, Béla Tolcsvay, László Tolcsvay

Fotografía: Ferenc Pap (B&W).

 

          Ópera prima de un admirado director cuyas películas hallan más eco positivo entre los críticos que en la taquilla, algo bien normal, si de un cine personal hablamos, no sujeto al imperativo del beneficio inmediato. La personalidad de Béla Tarr se aprecia a la perfección en su debut tras la cámara con una película a medio camino entre el realismo socialista, el drama social y la construcción personalísima del relato que gira en torno a un drama que sacude hoy no poscas democracias occidentales: la escasez de vivienda para que los jóvenes puedan emanciparse. Rodada en blanco y negro como todas las suyas, hay en la concepción que tiene Tarr de cine algo de clasicismo, como si el blanco y negro remitiera constantemente a los fundamentos del cine, a su gloriosa época muda y bícroma. No son pocos los silencios, en las películas de Tarr, y tenemos la impresión de que no sobra ninguno, porque el autor tiene un don especial para mostrarnos la intimidad de sus personajes a través de una mínima gestualidad y, en el caso de Nido familiar, de unos diálogos que parecen extraídos directamente del natural. Los actores son aficionados, y trabajaron por amor al arte y, supongo, al director. Podríamos pensar, entonces, que estamos ante una película bressoniana, si bien con una nítida influencia de Bergman por lo que hace al trabajo con los primeros y primerísimos planos, que le sirven a Tarr para desnudar a los personajes nada complicados que viven una historia muy adversa, porque hablamos de una pareja con una hija que vive en casa de los padres del marido y que mantienen una pelea constante, por parte del suegro, quien se ve obligado a acoger y mantener a nuera y nieta sin dejar de reprocharles que no contribuyan a los gastos de la casa.

          Siempre, la casa propia, ha sido uno de los principales problemas de la juventud que quiere emanciparse, pero, en este caso, en la Hungría comunista de 1979, las dimensiones del problema adquieren niveles de tragedia íntima extendida, como lo prueba la cola ante la oficina para la asignación de viviendas y el diálogo que la protagonista mantiene con el encargado de recoger las peticiones. Nada conmueve al PODER, y, a pesar del país comunista en que viven, casi se le dice a la gente que se las apañe como pueda, aunque ello incluya, en aquellos lejanos tiempos, la ocupación ilegal de edificios o casas, combatida por las propias autoridades. Recordemos que la película se inicia, un poco al estilo de la Historia del cine, con la salida de los obreros de la fábrica, aunque en este caso han de pasar un control a la salida para evitar que ninguno de ellos se lleve género escondido, bien para la propia provisión, bien para mercadear con ello.

          La vida con los suegros es imposible, y parece que, cuando llega el hijo de servir en el Ejército, todo va a mejorar, pero parece justo lo contrario, porque el hijo adopta una posición pasiva frente a su padre y no está dispuesto a enfrentarse. Confía en que, por haber servido, le faciliten pronto una vivienda, algo que comienza a demorarse, lo que saca de sus casillas a su mujer, harta de las agresiones verbales continuas del padre, un auténtico patán autoritario que, por ser dueño del piso, se cree con derecho a todo. La situación se complica, en una acción paralela con la violación que lleva a cabo el marido con otro hombre de una mujer a la que conocen en un bar, porque, aunque había dejado la bebida, el recién regresado, ha vuelto a caer en ella.

          La opresión de los primeros planos que dominan la narración nos acongoja y nos hace muy nuestras las angustias de una pareja que parece cifrar su felicidad en la posesión de ese piso que les permita la privacidad necesaria para poder desarrollar su vida en común.

          Nido familiar, a pesar de la trascendencia dramática de la situación, no es una película efectista, sino hondamente dramática y un punto desesperante, porque comprobamos, con un rigor documental indiscutible, los nulos horizontes de desarrollo que se abren ante los desesperados protagonistas. En esas circunstancias, es lógico que la convivencia entre los esposos se resienta de tal manera que acaben separándose, y la escena en la que madre e hija se van, privando a los abuelos de la nieta, es ciertamente impactante. La separación, finalmente, va a provocar un diálogo y dos monólogos de un verismo excepcional: el de la insubordinación de la esposa, que no se deja besar por su marido, a quien recrimina que le haga perder a su nieta, y dos monólogos, el de ambos esposos, separados en el espacio, y con dos actitudes muy distintas: ella, cifrándolo todo en la consecución de una habitación donde meterse con su hija; él, lamentando todo lo ocurrido y añorando la presencia de ambas, esposa e hija, afectado y conmovido hasta las lágrimas.

Los buenos momentos, como sucede en tantas películas en las que los pobres son los protagonistas, son el recuerdo de los días de feria en que disfrutan con el vértigo y la sensación de peligro. Nada como una buena feria, en el cine, para saber que la vida siempre es según la cuenta el que está en ella. Y esta de Tarr, lo anticipamos, porque la historia no tiene ni trampa ni cartón ni desenlaces fulgurantes o redenciones súbitas, es un drama que tiene, además, la virtud de su actualidad, porque, ¿quién no tiene un hijo o una hija en casa que pasen ya de los 35…?

                                                                                                                   

No hay comentarios:

Publicar un comentario