La crónica de cómo una campaña publicitaria logró acabar, plebiscitariamente, con un despiadado régimen militar como el de Pinochet.
Título original: No
Año: 2012
Duración: 116 min.
País: Chile
Dirección: Pablo Larraín
Guion: Pedro Peirano
Música: Carlos Cabezas
Fotografía: Sergio Armstrong
Reparto: Gael García Bernal;
Alfredo Castro; Luis Gnecco; Antonia Zegers; Néstor Cantillana; Alejandro Goic;
Diego Muñoz; Jaime Vadell; Marcial Tagle; Manuela Oyarzún; ; Pascal Montero; Eugenio
García; Elsa Poblete; Florcita Motuda.
Como toda película política que se
precie, la polémica está servida: ¿demasiado ideológica y poco «fílmica»; mucha
tesis y pocas «emociones»; mucho «discurso» y poca «acción»? Pues de todas esas
pegas posibles se escapa Larraín con una película rodada con un efecto «antiguo»
para asimilar lo rodado en 2012 a lo sucedido en 1988 que aparece junto con una
sabia mezcla de imágenes documentales en la película, y lo consigue a la
perfección, aunque, como es obvio, la hazaña consista en una imagen bastante «pobre»
respecto de la alta fidelidad de que ahora disfrutamos en las películas. Pero
justo es reconocer que ese es uno de sus encantos, de sus aciertos. Por otro
lado, para quien no estuviera informado de los pormenores del referéndum que
tumbó la dictadura de Pinochet en Chile, esta película no solo lo pone en
antecedentes, sino que se centra en la gran batalla que se libró entre las
campañas publicitarias del NO y del SÍ que iban a decidir en aquel momento el
destino de Chile: o elecciones libres u ocho años más de Pinochet en el cargo con
todos los pronunciamientos de haber sido conseguido «democráticamente», dentro
del control represor que aún sufrían las fuerzas opositoras, pero con la
aparente bendición al resultado de las
democracias occidentales. De hecho, ninguna presión interna ni externa, dado el
control policial que tenía del país, obligaba a Pinochet a «exponerse» en un
plebiscito del que podría salir trasquilado, como así ocurrió; pero lo hizo. Y
es curioso que haya coincidido mi visionado de la película con una situación
política en España en la que hay un gigantesco clamor de voces que piden ya
elecciones ya un referéndum para que sea el pueblo el que aprueba o no una
negociación del actual presidente, que viene de perder las elecciones, con los
delincuentes del prusés secesionista para conceder una amnistía que le permita
seguir en el cargo y haga tabla rasa, penalmente, con loas desmanes que
cometieron los secesionistas. Es paradójico;
un dictador de tomo y lomo como Pinochet se somete a un referéndum
plebiscitario y un supuesto presidente democrático de España se niega a darle
la voz al pueblo para que sancione los lesivos acuerdos con los secesionistas
delincuentes contra nuestra Constitución. ¡Lo que le es dado contemplar a un
asiduo seguidor de la vida política…!
Larraín ha escogido un hilo narrativo
magnífico: la elaboración de la campaña publicitaria que había de ser usada
durante 27 días, a razón de anuncios de quince minutos de duración en hora punta
televisiva por día, en favor del NO a la propuesta de Pinochet. A través de un
exiliado chileno en Méjico que vuelve a instalarse en un país, un publicitario
que trabaja para una empresa cuyo dueño está muy relacionado con las altas
esferas del pinochetismo y va a ser un personaje muy cercano a la campaña del
SÍ a favor de la continuidad de Pinochet, se nos narra la creación de la
campaña, las deliberaciones de las fuerzas políticas reunidas todas ellas en el
símbolo común del arco iris para hacer frente al Sí, las reacciones frente a la
campaña que el joven publicitario ha ideado en torno a un lema “La alegría ya
viene”, que rebosa optimismo y confianza en un futuro brillante, algo muy
alejado, en principio, de la catarata de recriminaciones y denuncias del terror
que aupó a Pinochet a su cargo que quisieran ver en pantalla algunos
representantes políticos cuyas vidas sufrieron un cambio dramático con la irrupción
del golpe militar en sus vidas. En esa lucha entre el desquite, la recriminación
justificada, la denuncia del abuso de
poder y del drama vivido y una visión «positiva» de los buenos tiempos que
vendrán con la desaparición de Pinochet del Poder, se mueve la película con no
poca tensión. El personaje escogido, el publicitario que vuelve del exilio con
una mirada no «empañada» por la dura supervivencia como político en la
clandestinidad y la pseudotolerancia del Régimen hacia posiciones no comunistas,
responde al retrato de un urbanita, que se inspira con aficiones de joven Peter
Pan, que se desplaza con el skate por las calles y que «piensa» en la situación
política desde el lenguaje de la publicidad, no desde el de la ideología, en el
que no se mueve ni con soltura ni con aplomo ni con el más mínimo interés: él
descubre pulsos sociales, intereses, esperanzas, identificaciones y
motivaciones que responden a la vida real y que han de ser expresadas desde el lenguaje que más se acerca a la
vida corriente, el de la publicidad, no el del discurso político tradicional.
Se trata, en definitiva, de una dialéctica entre lenguajes para saber cuál de
ellos es capaz de conseguir el fin propuesto: derrocar a Pinochet.
Otro tanto sucede desde el punto de
vista de la campaña del SÍ, porque los publicistas del Régimen se debaten entre
qué diferentes versiones de Pinochet han de escoger para atraer el voto, si el Pinochet
marcial y autoritario, garante de la mano dura y baluarte contra el «caos» del
comunismo o el Pinochet de paisano que besa niños y aparece como un abuelete
simpático pero firme en sus convicciones. Las sesiones de este comité de expertos,
más sometidas a disciplina que las de los adversarios es muy reveladora del
ambiente de terror en que vivió Chile durante la dictadura, y el guion lo
señala con mucho rigor. Lo más divertido de la película, porque los vídeos de
cada anuncio se entregan en la TV el día anterior, es la lucha que entablan
ambas campañas con remedos satíricos de la campaña del NO por parte de la del
SÍ. Ahí sí que la película, más allá de la tensión constante que se vive
durante ese mes de campaña, porque la policía secreta del Régimen acecha a los
de la campaña del NO y los intimida constantemente, la película se eleva a un
tono de comedia con gags auténticamente buenos y muy graciosos.
En cierto modo, narrar de forma
paralela la rota vida sentimental del protagonista, separado de una mujer a la
que aún ama y que ya vive con otro, puede servir para aligerar la carga
política y completar el retrato del creador publicitario como defensor de un
lenguaje que conecta con la población que parece haber querido dejar atrás el
pasado y que contempla el plebiscito como los españoles contemplamos nuestra
alabada en todo el mundo Transición democrática, la misma que 46 años después
un dirigente socialista quiere romper por la necesidad de seguir manteniéndose
en el Poder, como una posibilidad de reencuentro, de perdón y de sano olvido.
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