Las
rivalidades militares y el apego al poder.
Título original: Tunes of
Glory
Año: 1960
Duración: 107 min.
País: Reino Unido
Dirección: Ronald Neame
Guion: James Kennaway. Novela: James Kennaway
Música: Malcolm Arnold
Fotografía: Arthur Ibbetson
Reparto: Alec Guinness; John Mills; Dennis Price; Kay Walsh; John
Fraser; Susannah York; Gordon Jackson; Duncan Macrae; Percy Herbert.
Las películas bélicas sin guerra
suelen tener mucha miga, porque, por lo general, son una muestra de psicologías
que, en tiempos de paz, sin la práctica constante y propia del oficio,
batallar, revelan abismos casi insondables, si bien sondeados. La vida militar,
además, en un cuartel relativamente exento del entramado social urbano, tiene
algo de microcosmos relativo, porque la vida de hombres relacionados casi
exclusivamente con hombres en un oficio, en los tiempos de la película, solo de
hombres, alumbraba conductas muy peculiares y un sí es no es neuróticas.
La historia es
sencilla, el coronel de un regimiento va a ser sustituido en el mando por
alguien, cree él, que no reúne los méritos para ello y que lo humilla ante todo
el mundo, dado su veteranía al mando del regimiento y su dominio de la
situación. Sí es una suerte de jubilación, aunque antes de ser trasladado a
otra unidad o ser dado de baja definitivamente, está en su mano elegir qué le
conviene, dada su edad, ambos mandos, el antiguo y el nuevo, van a coincidir
unas semanas en la fortaleza que sirve de cuartel a las tropas. Estamos, pues, ante dos retratos, uno total, el del antiguo mando, una interpretación
prodigiosa de Alec Guinness, ¡una más en su largo historial de ellas!, y otro parcial, el del nuevo coronel, otra interpretación no menos gloriosa de John
Mills, experto, como Guinnes, en cosecharlas. La rivalidad entre ambos se
acentúa porque el nuevo mando de la fortaleza es hijo de quien ya fuera antes
de ambos rivales el responsable del acuartelamiento. Para el nuevo, por lo
tanto, es algo así como si tuviera «derecho» familiar sobre el puesto, a pesar
de no tener ni la experiencia ni el don de mando que se requieren para
semejante puesto, tan delicado, que implica una sutileza psicológica muy
notable, a la hora de tratar con los subordinados, a quienes no se conquista,
ciertamente, con la aplicación estricta del reglamento, que es lo que el nuevo
mando pretende imponer a toda costa.
El título en
español no responde al original Tunes of Glory, «Melodías de gloria»,
pero anticipa uno de los grandes rasgos del retrato del viejo coronel: el
acentuado alcoholismo que comparte llanamente con todos sus subordinados: nunca
se ha bebido la suficiente, ni nunca se han escuchado demasiado las viejas
canciones militares tocadas por las gaitas propias de un regimiento escocés:
escenas que recuerdan algunas películas de Ford. Es cierto que el personaje de
Sir Alec es un tirano, pero la relación con sus subordinados se ha construido
sobre un explícito paternalismo que excluye el recurso al Reglamento y permite
una convivencia que solo se tuerce y agría y hasta envenena cuando el
responsable que lo suple pretenda
alterar radicalmente la forma de gobernar el acuartelamiento y, ciego de ira, en
su vida personal, se interpone entre su hija y un soldado músico, una relación
sentimental que no solo quiere interrumpir a toda costa, sino que lo lleva a
vejar gravemente al enamorado de su hija, lo que le va a valer un consejo de
guerra, o, al menos, esa es la intención del nuevo coronel del fuerte.
La relación
del protagonista con una mujer que se ha liberado de él, a pesar de sus
intentos por atraerla de nuevo a una relación —él es viudo— en la que ha sido
sustituido por un compañero de armas, permite una aproximación a la figura del
protagonista que hace más densa su complejidad humana, porque es ella, ahora
distante, quien sacará a relucir sus muchas virtudes y un lado humano que
oculta su rigor y su autoritarismo.
La historia va
añadiendo episodios en los que se advierte el cambio de estilo de vida que
impone el nuevo jefe del puesto, y en cada uno de ellos se revela el abismo
entre las conductas de uno y otro mando, como si solo esa fuera la finalidad de
asistir a su sucesión. Poco a poco, sin embargo, cuando la fidelidad de sus
hombres se imponga a la obediencia debida al nuevo mando, este irá descubriendo
que el viejo alcohólico al que sustituye tiene «algo» que a él le falta: ser
querido, apreciado, tratado con una cordialidad humana propia de la solidaridad
entre bebedores y camaradas que, aun aflojando la relación jerárquica, nunca la
olvidan, y menos aún en tiempos de guerra, donde se forjan las leyendas
individuales y el historial de servicios distinguidos.
No debo ni
sugerir qué episodio va a dar un vuelco a la narración, pero está claro que el
tramo final que se inicia en ese momento forma parte de lo mejor y más
impactante de la película, porque entonces comprendemos hasta qué punto ambos
competidores por la responsabilidad del mando son hombres muy dañados
psicológicamente, lo que los acerca el uno al otro hasta extremos
inverosímiles, a tenor de lo visto hasta entonces en el desarrollo de la historia. La película va
bastante más allá de un hipotético antibelicismo primario, porque en lo que
ahonda es en conflictos de tipo personal que son independientes de la condición
militar de ambos personajes. Ahí la película, bellamente rodada, se eleva por
encima de las cominerías que parecían dirimirse hasta ese momento y ascendemos
a las grandes tragedias del alma humana. Y hasta aquí puedo decir. El hecho de
que se ruede en un enclave cerrado no contagia ninguna sensación de
claustrofobia, porque los conflictos desatados tienen una intensidad que nos
hace olvidar aspectos menores de la puesta en escena. Con todo, la diversidad
de tomas, el efectismo de los uniformes, las paradas, la banda de gaitas, etc.,
contribuyen a que la película sea vea con mucho agrado. A ello contribuye, sin
duda, el repertorio de secundarios que crean la sensación de vida real en la que
tienen sentido las rivalidades y los dramas que se representan. Un ejercicio de
minuciosidad psicológica cuyo revestimiento militar no nos ha de distraer de lo
esencial.
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