domingo, 25 de febrero de 2024

«The killer That Stalked New York» y «The Barefoot Mailman», de Earl McEvoy, prematuramente fallecido.

Título original: The Killer That Stalked New York
Año: 1950
Duración: 79 min.
País:  Estados Unidos
Dirección: Earl McEvoy
Guion: Milton Lehman, Harry Essex
Reparto: Evelyn Keyes; Charles Korvin; Wlliam Bishop; Dorothy Malone; Lola Albright;
Barry Kelley; Carl Benton Reid; Ludwig Donath; Art Smith; Whit Bissell; Roy Roberts; Connie Gilchrist; Dan Riss.
Música: Hans J. SalterFotografía: Joseph F. Biroc (B&W)

 


Título original: The Barefoot Mailman

Año: 1951

Duración: 83 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Earl McEvoy

Guion: James Gunn, Francis Swann. Novela: Theodore Pratt

Reparto: Robert Cummings; Terry Moore; Jerome Courtland; John Russell; Will Geer; Arthur Shields; Trevor Bardette; Arthur Space; Ellen Corby; Frank Ferguson; Aldo Ray.

Música: George Duning

Fotografía: Ellis W. Carter.

 

Un thriller con trasfondo epidémico y  una comedia en el Miami casi despoblado de 1890: dos de las tres únicas películas que rodó Earl McEvoy.

 

          No he encontrado Cargo to Capetown en YouTube, la que completa el trío de películas que dirigió McEvoy antes de fallecer a los 46 años, tras una carrera brillante como asistente de dirección y, por el reparto y el avance, se me antoja que acaso sea la más interesante de todas, con Broderick Crawford y John Ireland, pero tiempo habrá para encontrarla. De momento me he acercado a las dos disponibles: un thriller ambientado en el desarrollo de una epidemia de viruela causada por la protagonista, una ladrona de joyas que acaba de llegar de Cuba y ha traído con ella la epidemia, sin saberlo; y una comedia situada en el salvaje y despoblado Miami de 1890, cuando el correo lo tenía que llevar a pie un cartero, sorteando el peligro de los pantanos y los intentos de robo de los amigos de lo ajeno y con poca vocación laboral.

          Ya anticipo que no son dos películas imprescindibles, uno de esos descubrimientos que tanto nos alegran a los amantes del cine que, literalmente, somos capaces de ver cualquier película, como la Bugambilia, de Indio Fernández que he comenzado a ver esta madrugada, después de llevar a mi hijo al aeropuerto, y que tanto promete. Mi interés ha radicado, sobre todo, tras haber visto ambas películas, en la escasa información que he encontrado acerca del director y los buenos directores a los que asistió como ayudante de dirección: Aldrich, S. Sylvan Simon, Sam Wood, etc., y de quienes a buen seguro aprendió no poco, porque, al margen de los valores propios de las dos películas que he visto, nada puede reprochársele al director, quien ha sacado de ambos guiones dos muestras de cine muy distinto, pero muy popular, porque en la base de su perspectiva está contar sus historias de la manera más entretenida posible, algo que, a mi parecer, consigue con creces.

          The killer that stalked New York tiene un planteamiento de cine negro, con una trama de un robo de joyas que han de llegar desde Cuba para ser llevadas a un perista encargado de revenderlas; pero la mujer y su marido, quien, por cierto, la engaña con su hermana, un planteamiento que actuará sobre la trama de forma determinante, porque la mujer, sin lugar donde meterse, deambulará, enferma y contagiando a cuantos se cruzan con ella la viruela de la que es portadora, una epidemia que nos hace la película muy cercana, dada la de covid de la que acabamos de salir, como quien dice; la mujer y el marido, decía, lo que no saben es que hay un inspector de aduanas que sigue a la mujer y el rastro de las joyas, de modo que, tras algunas averiguaciones, acaban visitando al perista, quien se amilana y renuncia, hasta que se calmen las cosas, a encargarse de «mover» la mercancía. La fotografía de Joseph Biroc, un auténtico maestro, consigue una visión de Nueva York muy potente, porque la cinta, que se convierte de pronto en una película de desastres, dado el seguimiento que se hace de la campaña de vacunación contra la viruela y los esfuerzos administrativos y farmacéuticos que se ponen en marcha, nos ofrece una amplia panorámica de la lucha de una ciudad contra el enemigo silencioso que se pasea por ella, encarnado en la «paciente cero» a la que buscan las autoridades con un celo extraordinario. En películas así, se encuentra uno, de repente, con sorpresas como la de ver a Dorothy Malone en un papel casi de extra y con apenas tres líneas, mientras que algunos personajes, como el doctor que encabeza la búsqueda de la que había sido su paciente, sin descubrir entonces que estaba infectada de viruela, tienen, a pesar de su rudeza y torpeza interpretativas una presencia excesiva. La trama emocional que se superpone a la delictiva y el enfrentamiento a muerte entre ambos esposos son puntos de notable interés en la historia, que se sigue con agrado, sobre todo por la muy acertada interpretación de la protagonista Evelyn Keyes, la Suellen O’Hara de Lo que el viento se llevó, de Víctor Fleming. Ella es quien, poco a poco, se hace dueña y señora de la película, para bien de los espectadores que asistimos a su doble condición de fugitiva: de la justicia y, sin desearlo, de las autoridades sanitarias. La parte de la película que retrata el progreso de la epidemia y los esfuerzos de vacunación son de una actualidad que solo por ello ya la hace acreedora a ser vista. Y, por supuesto, la mejor fotografía del cine negro es su otro gran aliciente.

          The Barefoot Mailman comienza como una comedia amable en la que un gentleman desembarca en un punto de la costa de Florida con la intención de llegar hasta Miami, que, en 1890, aún ni siquiera era una «ciudad», sino un conjunto de casas y chozas que no alcanzarían el título de ciudad hasta 1896, seis años después del momento en que se sitúa la acción de la película, cuando tenía 300 habitantes. Acompaña, de vuelta, al cartero encargado de llevar el correo a pie entre las diferentes poblaciones, atravesando los Everglades, infestados de caimanes, lo que convierte la comedia, a su vez, en una película de aventuras, porque a través de ella flota la idea de haber construido una película de aventuras en los tiempos fundacionales de lo que hoy en día es el «balneario» privilegiado de Usamérica.  La película homenajea a unos carteros que forman parte de la historia de Florida, como lo atestiguan monumentos como este: 



A los dos personajes mencionados, el cartero y el gentleman Sylvan se une, contra la opinión de ambos, una niña que busca, tras haberse escapado, volver a su hogar. La que se presenta como una niña resulta ser una jovencita diecinueve años que suscita el deseo, bien que casto y encubierto, de ambos hombres. La situación, en cierto modo, recuerda la de Dos mulas y una mujer, de Don Siegel, pero pronto nos apercibiremos de que el dandy tiene, tras el brillo glamuroso de su simpatía y su buena planta seductora, unas intenciones delictivas que se cifrarán en, amparado en la promesa de que él sabe que van a traer el ferrocarril desde el norte hasta Miami, montar una estafa a los lugareños para que participen en una sociedad que explote la venta de los terrenos que serán necesarios para ese trazado. El dandi no es otro que Robert Cummings, cuyo reconocido encanto y experiencia cinematográfica, ¡51 películas a sus espaldas!, antes de embarcarse en esta amable e interesante comedia de McEvoy, garantizan una solvencia extraordinaria y permiten pasar un rato estupendo en su compañía, porque la trama picaresca para desplumar a las almas inocentes de la pretérita Miami va progresando muy poco a poco, e incluso, en el colmo de la doble moral, intentará, a espaldas del cartero, que ya se ha comprometido con la joven, arrebatársela gracias al derroche de sus innegables encantos. La última parte de la película, que bien podría calificarse de «histórica» por la década, 1890, en la que transcurre la acción, supone el enfrentamiento entre los bandidos que asaltan al cartero nada más empezar la película, y deriva rápidamente hacia una suerte de película del far east…, dada la ley de las pistolas que rige en tan salvaje región, casi cincuenta años antes de que lo haga en el otro extremo del país, en el far west. La película está llena de pequeños detalles, algunos de ellos de tipo costumbrista, que contribuyen a subir la calidad de la película, aunque mucho me temo que los más severos especialistas no saquen a esta, ni a la anterior, de las películas de serie B. En todo caso, lo que sí puedo asegurar es que se trata de una B con sobrados puntos para convertirse en A.

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