viernes, 9 de febrero de 2024

Alicia ya no vive aquí», de Martin Scorsese, o cómo vencer el peligro del telefilm edulcorado...


Entre Mean streets y Taxi Driver, una road movie con un descubrimiento estelar: la inconmensurable tomboy Jodie Foster.

 

 

Título original: Alice Doesn't Live Here Anymore

Año: 1974

Duración: 113 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Martin Scorsese

Guion: Robert Getchell

Reparto: Ellen Burstyn; Alfred Lutter; Kris Kristofferson; Diane Ladd; Harvey Keitel; Jodie Foster; Billy Green Bush; Lelia Goldoni; Vic Tayback; Lane Bradbury; Valerie Curtin.

Música: Richard LaSalle
Fotografía:  Kent L. Wakeford
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          Pues sí, se cumple el cincuentenario de esta película de Scorsese que no vimos en su momento, disuadidos me imagino por alguna crítica tibia sobre lo que por aquel joven entonces debíamos considerar como una película excesivamente usamericana, pero no lo suficientemente crítica como para gastar los buenos dineros del estreno. Vista a tanta distancia, puede apreciarse la influencia que tuvo en ella una película excepcional como La última película, de Peter Bogdanovich, sobre todo en esos planos panorámicos de las pequeñas localidades por donde pasas los protagonistas de esta road movie algo endulzada pero con secuencias muy logradas y con interpretaciones muy notables, y no es la mejor la de la protagonista que recibió el Oscar, Ellen Burstyn, a la mayor gloria de quien se hizo la película tras haber adquirido los derechos sobre el guion, porque el niño Alfred Lutter y, sobre todo, la aparición estelar de una gloriosa y espectacular Jodie Foster, en un papel de tomboy, de chica masculina, se lleva la palma, por breves que sean sus intervenciones, y su dosificación es una injusticia de la que solo la repararía cuando la contrató para trabajar en Taxi Driver.

          El tono paródico de la dura vida de una ama de casa insatisfecha con su vida y su marido, y con un hijo que, antes de cumplir os 12, hace prácticamente lo que le viene en gana, se refleja en la selección de la puesta en escena, de los colores vivos del vestuario y los decorados y en las situaciones casi artificiales de una deteriorada vida en común, pero sin comunidad. La muerte súbita del marido en un accidente de coche con el camión de reparto de una bebida refrescante, obliga a la mujer a liquidar sus bienes y, tras perder el piso que aún estaba bajo una hipoteca, decide emprender un viaje con su hijo hacia sus raíces, en Monterey, para dedicarse a cantar, su verdadera vocación, aunque la primera canción que intenta «refrescar» con el piano, da ya a entender que acaso ese no sea el verdadera camino que la hará feliz. Todas las secuencias del largo camino por los paisajes desérticos que atraviesan y esos pueblos perdidos en medio de la nada, como el de Bogdanovich, son excelentes, lo mismo que los diálogos con el espabilado hijo empeñado en mostrar una suficiencia muy graciosa. Las diferentes aventuras laborales de la madre, en una de las cuales demuestra cierta capacidad canora para las baladas, como pianowoman en un bar, con el instrumento, curiosamente, ubicado dentro del espacio oblongo de la barra, alrededor de la cual se distribuyen las mesas del local, acaban cuando tiene una aventura con un Harvey Keitel que hace gala de una capacidad expresiva descomunal, un vaquero psicópata ya casado que acaba entrando por la fuerza en su motel para maltratar violentamente a la que se presenta a la cantante como su esposa abandonada, y de quien sale huyendo hasta recalar  en otro pueblo donde encuentra trabajo como camarera. Aquí la acción se remansa y se centra, más allá de sus aspiraciones canoras, en sacar adelante a su reducida familia. Estamos ante una suerte de sitcom movido en el que el restaurante, con insólita vida propia, y usamericanísimo hasta la médula, añade dos brillantes actrices, en dos papeles muy dispares, uno cómico y el otro patético, hablo de Diane Ladd y de Valerie Curtin. La primera, que se come a la protagonista en todo este tramo de la película, y los espectadores la recordarán en el magnífico papel de madre de su hija en Corazón salvaje, de David Lynch, tiene un papel destacadísimo y, como ya digo, se convierte en el centro de atracción de trama, sobre todo cuando esta deriva hacia el romance de la protagonista con el atractivo Kris Kristofferson, quien, a pesar de ser cantante, no canta, a diferencia de ella, que no siéndolo, lo hace con cierto decoro. La trama no decae, porque las relaciones humanas tienen siempre un gancho muy potente y las tres mujeres en el restaurante acaban formando una piña de consuelo que se impone incluso a las necesidades del negocio. La conversación de la madre desesperada y Dianne Ladd en el retrete es toda una cima de la película.

          Monterey figura en la película como Eldorado de los conquistadores: llegar allí va a significar «tener la vida resuelta», por las idílicas oportunidades de triunfar que imaginan ambos: madre e hijo; pero cuando se cruza el amor en el camino, por difícil que sea acabar congeniando con un desconocido, hasta que deje de serlo, todo se complica. Ahí la historia hace aguas, porque peca de almibarada, y cuando se intenta encauzar, como hace el hombre, una deseducación constante del hijo, como la practicada por la protagonista, todo, forzosamente, ha de complicarse.

          Por supuesto, Ellen Burstyn cumple con creces en su papel, aunque tiende a la sobreactuación, pero cuando brilla propiamente es en la convivencia con su hijo y a través del viaje o como cuando va a recogerlo a la comisaría después de que la tomboy, amiga, suya, haya contribuido a emborracharlo con vino. La despedida de Jodi Foster en esa secuencia es absolutamente antológica.

          No está entre las cintas «memorables» de Scorsese, pero siempre es agradable ver cómo ha sabido sacar partido de una historia de «perdedores» en el corazón de la Usamérica profunda.

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